Respetabilidad
¡Hola! Seguro que no me esperaban hoy, realmente ni yo me esperaba... pero acá estoy. Espero que estén teniendo una buena semana y nada... eso.
Capítulo XIII: Respetabilidad
Ihan se consideraba un hombre respetable, había hecho cosas en el pasado que podían discutir con dicha apreciación de su persona, pero en su interior se consideraba lo suficientemente respetable como para no espiar a una joven mujer mientras tomaba un baño. Por mucho que esta joven mujer necesitara ser vigilada de cerca, él no sería tan atrevido como para echar una rápida miradita por sobre el hombro. No, no lo sería. Sus padres habían educado a un caballero, no a un desgraciado voyeur.
¿Entonces por qué le costaba tanto aplacar la malvada voz que intentaba persuadirlo? Una miradita no mataría a nadie, solo saciaría su curiosidad sobre la chica con la que había compartido los últimos días. Era hasta casi un modo de salvaguardad su integridad, nada podía asegurarle que ella no llevara armas consigo, después de todo ya lo había secuestrado. En cuestiones de posibilidades, el cielo era el límite tratándose de esa mujer e Ihan debía ser precavido, ¿cierto? Sus padres le habían enseñado a no confiar ciegamente en las personas, ¿cierto? Estaría siendo un buen hijo si...
—Déjalo ya, Keller —se regañó en voz baja, avergonzado del rumbo que tomaban sus pensamientos. El tiempo pasado lejos de la civilización comenzaba a afectar su juicio, eso estaba más que evidente. Maia no era una mujer, al menos no en el sentido que a él le gustaría, y bien haría en recordárselo.
Desde que había aprendido sobre las relaciones entre hombres y mujeres su padre había marcado a fuego en su cabeza dos simples reglas: nunca te relaciones con mujeres inocentes si no estás dispuesto a actuar como un hombre y nunca te relaciones con mujeres por debajo de tu posición.
No que su padre fuera un snob, simplemente conocía los peligros de tomarle cariño a alguien que no pertenecía a su clase. Tanto él como su viejo habían visto familias rechazándose mutuamente por una elección errada de pareja, hijos abandonando la casa paternal para nunca más volver, hijas renunciando a sus nombres e interminables historias de familias repudiando a alguno de sus miembros. ¿Sus pecados? Haber desposado a alguien por debajo de su rango.
Ihan se creía lo bastante respetable como para no jugar con una chica por la que no podría responder luego, Maia era ese tipo de chica. No valía la pena darle más vueltas al asunto.
Y justo cuando comenzaba a llegar a un acuerdo a regañadientes con su moral y su lujuria, lo escuchó. Fue apenas un murmullo, se sorprendió incluso de haberlo notado, pero no se dio tiempo a pensar en ello y dejó que sus pies lo guiaran a toda velocidad de regreso hacia el estanque. Lo primero que vio al llegar al bordillo fue a la chica de rodillas en el agua, apenas sostenida de una roca con lo que evitaba que su rostro se sumergiera por completo.
Estúpida, mujer. Pensó con rabia, al tiempo que la asía por el brazo y la jalaba sin dudarlo hacia la seguridad de la orilla. Ella tosió y se retorció como un reflejo inconsciente, empujándolo como si temiera que él la echase de regreso al agua. Ihan la sostuvo con mayor ahínco, susurrándole palabras tranquilizadoras al oído hasta que su cuerpo se relajó contra el suyo y ella dejó de sentirse en peligro. Finalmente pudo suspirar aliviado, pero aquel alivio fue breve cuando súbitamente lo golpeó el conocimiento de que ella estaba sentada parcialmente desnuda sobre su regazo. En algún momento se había quitado la camisa sucia de sangre, así como los raídos pantalones de hombre, quedándose en unas simples ropas interiores que mojadas se pegaban a su cuerpo sin ocultar absolutamente nada de su femenina anatomía.
Ihan carraspeó, tomó una profunda inspiración y obligándose a no bajar la mirada de nuevo, se las arregló para coger la toalla a su lado y envolverla con ella a conciencia. Maia temblaba furiosamente en sus brazos, apretándose a su cuerpo como si quisiera tomar todo el calor de él y...
Soy un hombre respetable.
—Dijo... —farfulló ella con voz apenas audible, distrayendo oportunamente sus pensamientos—. Que no... vendría...
Y la muy descarada tenía la desfachatez de hacerle bromas. Ihan quiso sonreírle, Dios sabía que nunca tenía problemas para dicha reacción, pero ante la contemplación de sus labios azules y su rostro blanco como un papel, no pudo más que sacudir la cabeza exasperado.
—Podrías haber muerto —masculló sin dejar de frotar su brazo en un intento vano por pasarle algo de su calor—. Te dije que estaba demasiado frío para ti, ¿por qué no me escuchaste?
—Estoy... bien.
Él la ignoró, al tiempo que se quitaba la chaqueta y la utilizaba para cubrirla todavía más, algo le decía que ni mil prendas de ropa alcanzarían para borrar de su mente la imagen de sus curvas siendo besadas por la camisola. Maia quiso rechazar el gesto, pero él volvió a ignorar sus protestas con un chasquido molesto y apretó la prenda con mayor fuerza contra su cuerpo. Esa mujer no sabía cuidar de sí misma, era tan terca como una mula, pero había tenido la desgracia de toparse con un hombre cuya terquedad ponía en vergüenza a una recua de mulas.
—Hay que volver a la cabaña —le espetó, cargándola en sus brazos sin acusar nada de esfuerzo—. ¿Por qué diablos eres tan liviana? —Ella solo lo observó por entre las húmedas pestañas, claramente sin comprender el porqué de su tono irascible hacia un tema tan trivial. Y, a decir verdad, Ihan tampoco lo comprendía del todo. ¿De aquí a cuando le interesaba si una mujer estaba en los huesos o no?
—Puedo andar...
Él bajó la mirada hacia sus ojos, decidido a relajarse con todo el asunto de una buena vez. Su mente estaba dispersa y eso nunca era algo bueno cuando se trataba de él.
—Pues yo puedo hacer piruetas, pero no me ves dando brincos por ahí ¿o sí?
La mujer le frunció el ceño como única muestra de desagrado. Ihan sonrió, sintiendo que recuperaba el control de sí y de la situación.
—Solo perdí el... equilibrio, milord.
—Me llamaste —apuntaló, esperando dejar el tema zanjado de una buena vez. Ella negó muy suavemente.
—¿Y eso qué?
Ihan enarcó una ceja hacia ella.
—¿Sueles llamar hombres cuando estás medio desnuda bañándote en un estanque?
—Eso no...
—Eso fue exactamente lo que pasó —la cortó, dándole una sonrisa de soslayo. Maia se silenció un largo segundo antes de mirarlo con ojos cargados de preocupación, Ihan sacudió la cabeza y suspiró—. Sé que no lo hiciste intencionalmente, Maia, estabas en peligro y por eso me llamaste. No lo pensemos más de la cuenta.
Si se detenía a pensarlo más de la cuenta, podría llegar a la conclusión de que ella lo había llamado simplemente para que la viera en paños menores y consiguiera seducirlo. Algo que evidentemente estaba fuera de la cuestión, Maia actuaba demasiado inocente como para seducir a alguien de forma deliberada. Lo malo era que sin siquiera intentarlo, ella había logrado distraer a la parte menos civilizada de él y llevar a cuesta su menudo y húmedo cuerpo, no estaba haciendo las cosas más fáciles.
Cuando finalmente llegaron a la cabaña, Ihan no perdió tiempo para depositarla en la silla que había tenido el privilegio de acunar su cuerpo las pasadas noches, y la arrastró convenientemente frente a la chimenea donde el fuego chisporroteaba con fuerza. Luego fue hasta el camastro y juntó todas las mantas que había disponible para echárselas encima hasta que ella quedó perfectamente arropada. Si su hermana lo viera en ese momento, estaría tan orgullosa de él. Virginia había pasado horas y horas de su infancia torturándolo para que arropara sus muñecas una a una; era bueno ver que aquel maltrato infantil había resultado en algo útil.
—¿Por qué sonríe?
La curiosa pregunta de Maia lo trajo abruptamente al presente.
—Recordé algo gracioso —respondió, girándose un momento para atizar el fuego. La habitación estaba bien caldeada, pero los labios de Maia aún se veían azules y esa no era una buena señal para alguien que todavía estaba convaleciendo.
—No... —susurró ella, medio perdida debajo de todas las mantas—. Me refiero a... tanto.
—¿Tanto?
—¿Por qué sonríe tanto?
Ihan se volvió lo suficiente como para darle una rápida mirada por sobre el hombro, Maia lucía algo adormilada en la silla, pero sus ojos se mantenían fijos en él.
—No lo sé, supongo que soy feliz.
—¿Supone? —Él no respondió, regresando su atención al fuego—. Conocí a alguien que sonreía y bromeaba mucho...
Aquella simple revelación logró picar su curiosidad lo suficiente como para que detuviera sus movimientos y formulara la esperada pregunta.
—¿Y qué pasó?
—Es un miserable —sintetizó ella encogiendo un hombro.
Ihan soltó una pequeña risilla entre dientes.
—¿Entonces piensas que soy un miserable, Maia? —Contrario a lo que él esperaba, ella no lo negó, tampoco sonrió o hizo amago de corregir su error. Ella solo lo observó con ojos penetrantes y conocedores—. Tienes que vestirte, te conseguiré algo de ropa —masculló más que dispuesto a dejar la cabaña y aquella conversación en ese preciso instante.
—Puede solo traerme la que dejé en el estanque.
Él la miró con un pequeño gesto frustración, aquellos harapos ni servían para cubrir el trasero de un perro. Estaba seguro que el caniche de su madre lo mordería si intentaba vestirlo con esas prendas.
—No puedes usar esa ropa, debes vestirte como es debido —intentó razonar. Después de todo ella era mujer y durante toda su vida le habían dicho que aquel era el género razonable.
—¿A quién le va a importar la etiqueta aquí?
Evidentemente le habían mentido vilmente.
—A mí —le espetó, apuntándose con el dedo—. Eres una mujer, no puedes estar usando esos trapos sucios.
—Milord, la ropa es ropa. Mientras que cubra lo que debe cubrir, ¿qué importa?
Ihan sacudió la cabeza, incapaz de comprenderla. ¿Cómo podía ser tan poco vanidosa? Ella debía de utilizar bonitos vestidos de colores, sombreros con adornos y zapatos de materiales exuberantes; esas tonterías que tanto estaban de moda y que simplemente resaltarían su belleza.
—¿Qué clase de mujer hace esas preguntas?
—La clase de mujer práctica, milord. —Él bufó ante esa explicación, a lo cual ella negó con ahínco—. Usted no lo entiende.
—No —admitió sin dudarlo. Maia finalmente le apartó la mirada, clavándola en algún punto de las llamas que danzaban frente a ella. Ihan se inclinó junto a la silla—. Pero puedo intentarlo... si me explicas.
Pasó un latido de corazón hasta que ella volvió sus ojos verdes hacia él, recelosos.
—No tiene caso, no importa.
Él asintió volviéndose a incorporar.
—Entonces te conseguiré un vestido.
—¡No! —Maia intentó tomarlo del brazo mientras se alejaba, pero con el brusco movimiento hizo que la silla se inclinara y de no ser por la pronta reacción de Ihan, ella habría terminado yéndose de bruces contra el piso.
—¡Eres tonta, mujer! —exclamó, regresando la silla a su lugar con un resoplido—. ¿Es que no tienes ningún sentido de la autoconservación? Pareces decidida a morir de algún modo u otro.
—Estoy bien —musitó ella, echándose el cabello hacia atrás en un intento vano por recuperar la compostura.
—No gracias a ti —replicó. Ella le envió un fugaz ceño fruncido, antes de inclinar la cabeza en una aceptación silenciosa de su error.
—Estoy bien, no tiene que preocuparse.
—No puedo preocuparme o dejar de preocuparme por alguien cuando me lo piden, no es así como funciona.
—¿Entonces cómo funciona? —lo aguijoneó, claramente olvidándose de su actitud sumisa previa.
—No hagas estupideces que te pongan en peligro, básicamente eso lo hará.
Ihan no pudo esconder una sonrisa, cuando aquel par de ojos verdes lo atravesaron como dagas, llenos de rabia apenas contenida.
—Entonces usted no sugiera estupideces que me hagan actuar impulsivamente, eso también lo hará.
—Que uses un vestido no es una estupidez, es un hecho...
—¡Milord! —Ihan se detuvo a sí mismo al ver que ella se incorporaba de sopetón, quedando frente a frente—. No puede obligarme...
Él se inclinó lo suficiente como para que sus ojos quedaran a la misma altura y tras un muy sutil parpadeo hacia su boca, le sonrió.
—No voy a obligarte —sentenció con la voz en un arrullo, ella arqueó una ceja a modo de cuestionamiento—. Simplemente no te daré opciones.
Cuando Maia fue a protestar una segunda vez, Ihan la cogió rápidamente de la barbilla y con deliberada malicia, presionó el carnoso labio inferior de la muchacha con su pulgar hasta que ésta se echó hacia atrás con un jadeo.
—Ya están rosados de nuevo... —susurró, disfrutando del silencio que acompañó a su retirada.
Ihan sabía que aquello no había sido adecuado, pero también sabía que nunca había sido bueno creyéndose sus propias mentiras. No era un hombre respetable, ¿es que acaso ustedes se lo creyeron?
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Por ahora lo dejamos acá, espero que hayan disfrutado del cap y que la historia les esté gustando. Creo que encontré el impulso para seguir, así que voy a aferrarme a esa inspiración jaja BYE!!
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