No es lo que parece
No voy a decir nada, porque saben como soy y no saben ya me van a empezar a conocer.
¡Sorry! LEAN EL ANUNCIO DEL FINAL.
Capítulo VI: No es lo que parece
—¿Es Emma o Amira Clemens?
Jannis parpadeó hacia su hermana, mirándola con gesto confuso. Siendo honesto no había escuchado ni la mitad de las cosas que Jocelyn le había dicho desde que habían salido de la casa y no porque intentara ser grosero a posta, simplemente no lograba congeniar con ella. Nunca había podido. Lo bueno era que Jannis no resultaba alguien fácil de desanimar.
—¿Cómo dices?
Jocelyn le rodó los ojos de manera cansina, un gesto desafortunado que había heredado de su padre a la perfección.
—¿Cuál de ellas es? —Hizo un ademán con su barbilla apuntando hacia el frente—. Nunca logro distinguirlas.
Jannis siguió la dirección de su mirada, solo captando el destello de una cabellera caoba perdiéndose entre los transeúntes que disfrutaban del sol de esa mañana. Se volvió hacia su hermana, repentinamente sintiendo que su cuerpo y mente se ponían en alerta.
—¿Dónde dices que la viste?
—Por allí... —respondió ella con una desinteresada ondulación de su mano, para luego enlazar su brazo al de él y jalarlo en la dirección opuesta—. En fin, vamos a ver ese sombrero blanco del que te hablé.
Jannis se desentendió del brazo de su hermana con cuidado, mientras estiraba el cuello en un inútil intento por localizar a la dama en cuestión. Cualquiera pensaría que estaba siendo algo obsesivo al respecto, pero llevaba los últimos tres días buscando localizarlas y ninguno de sus esfuerzos había surtido efecto. Obsesivo sin duda ya no alcanzaba para clasificar su estado anímico llegado ese momento. Era como si sus antiguas vecinas y compañeras de la infancia hubiesen desaparecido sin dejar rastros. Y eso simplemente no podía ser posible, si Jannis era bueno en algo era en seguir rastros y hallar cosas; él no iba a dejarse vencer por un grupo de tres hermanas. Condenación, él tenía entrenamiento militar.
—Jannis te estoy hablando —prorrumpió Jocelyn, distrayéndolo de sus pensamientos con un mohín insatisfecho—. No me gusta que me ignoren.
—Lo siento querida —dijo él con una pequeña sonrisa que en realidad no quería esbozar—. Mi mente está en cualquier parte.
—Entonces vamos a la sombrerería, tal vez veas algo de tu agrado.
—No estoy de humor para ver sombreros.
Ella soltó un bufido, colocándose frente a él para cubrir su rango de visión.
—Solo te interesa ver a esas mujeres —le espetó con las manos en las caderas en señal de protesta. Bueno, él no podía discutirle ese punto—. No importa qué tanto te hayas educado, sigues siendo un pusilánime. Esas mujeres ni siquiera están a nuestra altura.
—Son hijas de un caballero —replicó con un leve fruncimiento del ceño. Jocelyn rió entre dientes.
—Son poco más que unas mendigas, tienen deudas con todas las personas de Andover y han vendido la casa ancestral de su familia en un estúpido intento de capear la pobreza y mantener las apariencias. —Le sonrió con sorna y sórdida satisfacción, algo que él encontraba de lo más irritante—. Padre las desprecia y si sabe que tienes trato con ellas también te despreciará a ti.
Jannis abrió la boca con toda la intención de defenderlas de las infames palabras de su hermana, pero finalmente optó por esbozar una diminuta sonrisa. Hacía mucho tiempo que Jocelyn había perdido la batalla contra la soberbia.
—No sería diferente a lo usual —musitó con tristeza.
—Jannis... —Él esquivó a Jocelyn tras obsequiarle una rápida reverencia y se dirigió calle abajo a largas zancadas—. ¡Johannes!
Pero él ya estaba lo bastante lejos como para importarle el llamado de su hermana. Se había enterado de la venta de la casa de los Clemens ni bien había llegado a Andover, simplemente no había sabido de las circunstancias o los porqués. Lo bueno era que en un arrebato de orgullo, finalmente Jocelyn le había contado lo bastante como para llenar los vacíos. Las hermanas Clemens estaban en aprietos y Jannis no sería un verdadero cabello y amigo, si no iba en su ayuda.
Desgraciadamente su buena predisposición no sirvió de mucho cuando decidió seguir a la supuesta hermana Clemens que había señalado Jocelyn. Jannis se encontró dando vueltas por cada calle de Andover que le era familiar e incluso por aquellas que nunca antes había transitado y sin embargo, no fue capaz de hallar a ninguna de ellas. Estaba dispuesto a aceptar la derrota por aquel día y regresar a su hogar, cuando la divina providencia decidió actuar en su favor.
—Oh sí, una de esas muchachas estuvo aquí —le informó el posadero, sin dejar de repasar un vaso con el sucio trapo que llevaba de aquí para allá sobre su hombro.
—¿Cuál? —inquirió Jannis con algo de impaciencia.
Había llegado a la posada luego de que el niño que vende periódicos le informara que la había visto hablando con el carnicero, el cual un momento después le notificó que la joven se había marchado a la posada tras pagar un cuarto de la deuda que tenía con él.
—¡Vaya uno a saber cuál! —masculló el posadero, dejando el vaso para tomar otro entre sus robustas manos y someterlo al mismo proceso—. Solo vino, hizo lo que tenía que hacer y se marchó.
Jannis enarcó ambas cejas.
—¿Qué fue lo que hizo?
—¿Cómo se supone que yo lo sepa? —Sorbió con fuerza por su nariz, claramente indignado—. La gente viene y hace sus asuntos, yo no pregunto.
Jannis asintió, tomando sus palabras como lo que realmente eran y sin hacer aspavientos, deslizó dos coronas por sobre la barra en dirección del hombre. El posadero sonrió brevemente, tomando las monedas.
—Tuvo una charla en el salón con uno de nuestros huéspedes.
—¿Quién? —El hombre se encogió de hombros, Jannis suspiró y le deslizó otro par de moneda.
—Se registró con el nombre de señor Tank, aunque dudo que sea real. Lleva aquí unos días.
—¿Es de Andover?
—Forastero.
—¿Qué asunto trató con la dama?
El posadero volvió a sonreír con un brillo de malicia en el fondo de sus ojos. Quizás solo intentaba sacarle más dinero o quizás solo irritarlo con su insolencia, pero aquella era una tarea destinada al fracaso y él se lo demostraría. No había nadie más insolente que Jannis.
—Como ya le dije, yo no pregunto.
Jannis le devolvió una sonrisa despreocupada. Odiaba cuando intentaban pasarse de listos con él, pero si podía decirse que tuviese un don ese sin duda era el de hacerse el desentendido.
—Muy bien, podría darme el número de su habitación.
—Él no está aquí —masculló el hombre de mala gana. La sonrisa se Jannis se ensanchó.
—Lo esperaré.
—Como guste.
—Gracias.
Y sin volverle a dirigir la palabra a aquel hombre, Jannis se dispuso a dejar su día allí mientras aguardaba al misterioso sujeto que podía informarle algo sobre el paradero de las hermanas. Por supuesto que obsesión no era la palabra para describir su estado, él no estaba obsesionado ni mucho menos... él estaba enamorado. Y por algún motivo su amor no lo había ido a visitar, ni siquiera luego de saber de su regreso. Ella solo parecía estar pasando de él y eso nunca había ocurrido antes, por lo que era evidente que algo malo estaba ocurriendo y Jannis llegaría al fondo del asunto. Costara lo que costara.
***
Maia observó con ojo crítico el modo en que Emma disponía la comida en la bandeja para el prisionero. Aquel día su hermana se había levantado temprano para ir al pueblo a obtener algún tipo de noticia sobre el paradero de su nota de rescate. El supuesto hombre de confianza de Emma, le había dicho que la nota había sido entregada en la casa de la familia del sujeto y luego de la entrega, había aguardado pacientemente en el condado para ver la reacción de la familia: no la había habido. Era como si los familiares del prisionero nunca hubiesen acusado recibo de la nota, como si no tuvieran idea de lo que estaba ocurriendo y los días continuaban pasando sin que nadie se diera por notificado.
¿Acaso no obtendrían el dinero? ¿Deberían dejar al hombre en libertad puesto que su familia se negaba a dar señales de interés por el bienestar del sujeto?
—Cliff estuvo haciendo averiguaciones —le comentó Emma, sin dejar de revolver ansiosamente el té sobre la bandeja. Cliff era el hombre de confianza, la única otra alma sobre el mundo que sabía lo que habían hecho y Maia ni siquiera lo conocía—. Al parecer la familia no se encuentra en la casa.
—¿Qué? —Eso era información nueva.
Tanto Maia como Amira, miraron a su hermana con sorpresa. Emma masticó su labio inferior, sabiendo que aquella noticia traería aparejada varias dificultades para ellas.
—Bueno, resulta que sus padres se han ido de viaje al continente —explicó a toda prisa—. Y nadie sabe exactamente cuándo piensan volver.
Maia tomó una profunda bocanada de aire.
—Estás diciendo que... ¿secuestramos a alguien que no tiene familia que responda por él?
Emma bufó, dejando en paz el té de una vez por todas.
—Sí tiene familia, Maia —replicó con molestia—. Solo que no está en el país de momento.
—¡No está en el continente, Emma! —le espetó, perdiendo los estribos sin tan siquiera notarlo. Amira presionó una mano en su hombro derecho, claramente llamándola a la calma pero ella la ignoró—. ¿Qué se supone que hagamos con él ahora? Nos gastamos hasta nuestro último penique en esto y es un hombre por el cual no podemos pedir rescate, porque no hay nadie que se haya dado cuenta de su desaparición.
Emma se volvió para mirarla con ojos penetrantes.
—Encontraré una forma de...
—¿Cómo? —la interrumpió de mala gana.
—No lo sé, Maia, pero lo solucionaré. Confía en mí.
Maia sacudió la cabeza.
—No, esto fue una locura desde el inicio.
—¿Y qué propones? ¿Lo dejamos ir? —Rió con sorna—. Seguramente él sabrá entender nuestro "pequeño" error y se mostrará indulgente con nosotras.
—No es necesario ser sarcástica.
—Pues no es necesario ser tan lenta, Maia...
—¡Bueno basta! —estalló Amira, colocándose en medio de ambas—. Discutir no solucionará nada. —Maia estaba en desacuerdo con ello, pero una sola mirada al rostro enrojecido de su hermana menor la disuadió de continuar con la disputa—. Maia, por favor solo ve a llevarle la comida.
Ella no se movió mientras Emma le tendía la bandeja.
—Para mañana tendrás que salir con un plan, Emma —le espetó con seriedad—. O de lo contrario lo dejaremos libre.
Su hermana dio un pequeño asentimiento como única muestra de respuesta. Finalmente Maia cogió la bandeja y caminó por el pasillo cargada con alimentos que habían sido capaces de comprar gracias al dinero que él había tenido consigo. No era ni por asomo suficiente como para cubrir sus deudas, pero al menos fue una refrescante bocanada de aire tras meses de vivir con lo justo y necesario. De todas formas, aquella concesión la hacía sentir extraña y una parte de ella quería regresar a la improvisada cocina y colocarle una porción más grande de alimento. Gracias a él, ellas habían comido sustanciosamente los últimos días y Maia sentía que debía de agradecerle de algún modo. Aunque a decir verdad, no tenía idea de cómo hacerlo o de si a él siquiera le importaría.
Destrabó la puerta con cuidado y se preparó mentalmente para entrar en su papel de hombre malo; algo que cada día se hacía más y más complicado. Maia quería sentir la indiferencia que Emma mostraba hacia el prisionero, pero él siempre la recibía todo sonrisas y ojos brillantes. A pesar de su atuendo desalineado, de su cabello despeinado y su evidente enfado por la situación, él siempre sonreía.
"La gente termina amándome, les guste o no" le había confesado el día anterior, mientras ella lo oía en silencio y esperaba a que terminara su comida. Él hablaba mucho, parecía que los temas de conversación jamás le escasearan o simplemente detestara el silencio, porque incluso hablaba cuando no había nadie en la habitación que le pusiera atención.
Por eso no pudo más que sorprenderse cuando al cruzar el umbral, no escuchó ni una sola palabra proveniente de la cama que él ocupaba. Se animó a espiarlo por debajo de su gorra de lana, cuidando en la medida de lo posible de no dejarlo tener un buen vistazo de su rostro. Odiaba tener que moverse con toda esa ropa encima que la hacía más lenta y patosa, pero lo mejor era no darle indicios de nada.
Él dormía.
Su posición era en extremo incomoda, pero su cuerpo de alguna forma había sido capaz de adaptarse a la incomodidad y lograr un descanso con todas las cadenas tirando de él en distintas direcciones. Maia suspiró, dejó la bandeja sobre la mesilla auxiliar y se dispuso a bajarle las manos que Emma había dejado pendiendo desde lo alto del cabezal. Lo soltó con calma, cuidando de no despertarlo en el proceso y lentamente le bajó las manos hasta la cintura en donde paulatinamente comenzaron a cobrar un color más saludable. Aun así ella no pudo evitar hacer una mueca ante la visión de los hematomas y sangre seca que cubrían sus muñecas.
Maia corrió las cadenas de la superficie de las heridas y volvió a suspirar pesadamente. Ella nunca había sabido lidiar con el dolor ajeno y verlo herido la molestaba de un modo que no podía explicar. Quería despertarlo y casi exigirle que fuera el tipo parlanchín de los días anteriores, pero le parecía injusto someterlo a más molestias. Tras analizar la situación unos pocos segundos, decidió encargarse de las heridas y luego permitirle dormir tanto como le apeteciera.
Sin dejar de observarlo por el rabillo del ojo, Maia tomó la servilleta que su hermana había colocado en la bandeja y la sumergió en el vaso de agua; una vez que se aseguró de escurrir bien la improvisada compresa, tomó asiento a su lado en el colchón y colocó la servilleta húmeda sobre las heridas. Él no se movió, ni siquiera mostró una mísera reacción ante el frío del paño y ella simplemente continuó limpiando la sangre que se había secado bajo el peso de las cadenas; espiándolo por entre las pestañas cada pocos segundos, incapaz de no sentirse algo azorada por lo bien que le sentaba la barba de días cubriendo sus mejillas. Se veía más masculino, mucho más adulto e intimidante de lo que se había visto a su llegada. Se veía más guapo, decidió Maia con una breve sonrisa bailando en sus labios, al tiempo que se volvía hacia la bandeja para embeber la servilleta una vez más.
Pero ella nunca consiguió llegar tan lejos, porque en ese breve y casi insignificante segundo en que le dio la espalda, él despertó. Repentinamente Maia se encontró confinada en el interior de un abrazo de acero, mientras una de las manos masculina serpenteaba por su hombro y cruzaba por su cuello de modo que la cadena se cerrara entorno a su garganta.
Maia jadeó con desesperación, intentando alejar el pesado brazo pero su respuesta fue tardía, él había conseguido ponerse en una posición ventajosa en menos de un parpadeo.
—No grites —lo oyó sisear junto a su oído, al tiempo que apretaba su espalda contra su pecho—. No voy a lastimarte, solo dame la llave. —Ella negó sin detenerse a pensarlo, él chasqueó la lengua y jaló de la cadena lo suficiente como para Maia pudiese experimentar la sensación de quedarse sin aire. Entonces la aflojó—. Una vez más, dame la llave. No quiero matarte, pero tampoco me importa si vives o mueres. Así que piensa bien tu respuesta.
Maia cerró los ojos considerando sus palabras. Podía darle la llave y confiar en que él se iría sin buscar venganza, pero lo veía poco probable. En los pasados días había visto pequeños vislumbres de verdadero rencor en la mirada de ese hombre, él no se marcharía sin más.
—El tiempo pasa... —le recordó con voz baja y amenazante.
Maia se estremeció de forma involuntaria y finalmente tomó su decisión. Comenzó a bajar su mano hacia el bolsillo de su gastado pantalón, causando que él se sobresaltara un breve instante antes de notar que estaba por darle la llave. Eso era todo, pensó ella desarmada. No podía luchar con él, no tenía la fuerza suficiente como para liberarse y todo era su culpa, lidiaría con las consecuencias luego. Sí, luego.
Acababa de cerrar los dedos entorno a la llave, cuando un jadeó hizo que ambos volvieran su atención hacia la puerta. Maia pudo descubrir en los ojos que la observaban debajo de la gorra de lana que se trataba de Amira y no pasaron más de dos segundos para que Emma se uniera a ella en el umbral. Fue un tenso minuto donde los cuatro solo se midieron en silencio, él la tenía atrapada contra su cuerpo y amenazaba su vida con la presión de la cadena. No había mucho que se pudiera hacer, algo que claramente no desalentó a Emma cuando de la parte frontal de sus pantalones sacó una pesada pistola que elevó en dirección a ellos. Maia parpadeó, estupefacta, ¿de dónde había sacado un arma Emma?
El hombre también reaccionó ante la visión de la pistola y automáticamente cerró su mano sobre su pecho izquierdo, aprisionándola incluso más cerca de su cuerpo. Maia palideció, Amira dio un brusco jadeo y Emma abrió los ojos como plato; el hombre por su parte, rió.
—Tenía mis sospechas, pero nunca sobra una confirmación —dijo él con tono divertido.
Emma rumió, entrando en el cuarto con la pistola apuntando directo a la cabeza de él.
—¡Quita tus sucias manos de encima de ella! —le espetó con rabia.
Él volvió a reír con suavidad junto a su oído, hizo amago de mover su mano hacia su otro pecho pero en cambio la bajó y la sostuvo de la cintura. Maia no quería estar agradecida con él por nada, pero mentalmente le agradeció que incluso en esa situación decidiera comportarse como un caballero.
—La llave, preciosa, no tengo paciencia para esto.
—Voy a volarte la cabeza, lo juro —apuntaló su hermana sin recular. Él la miró por sobre su hombro y luego ocultó el rostro detrás de su cabeza.
—Espero que tu puntería sea buena, porque sería triste que volaras su cabeza por error. —Su atención se posó en Amira—. Tú, suéltame.
—Em... —Antes de que pudiera terminar de decir el nombre de su hermana, Maia negó efusivamente.
—Yo lo haré —dijo con voz pequeña, él la observó brevemente de soslayo.
—No, tú te quedarás así hasta que no haya cadenas sobre mi cuerpo. —Volvió a mirar a Amira—. Libérame o lo hago... —tiró de la cadena que sostenía sobre su cuello, Maia apretó los dientes dispuesta a soportar el dolor sin emitir sonido—. No me importa que sea mujer, no me importa que sea la mismísima reina de Inglaterra. Voy a salir de este lugar hoy, ¿me oyeron?
Maia se sacudió con impotencia ante la fuerza de las cadenas lastimando su cuello, entonces él volvió a aflojar el amarre solo lo suficiente como para que pudiera respirar.
—Está bien. —Amira avanzó a pesar de que Emma intentó impedirlo y sin mediar más palabras, comenzó en lento proceso de quitar cada una de las cadenas que tan diligentemente habían colocado para mantenerlo cautivo.
Al momento en que su hermana soltó sus manos, él hizo un manojo con las cadenas dentro de su puño asegurándose de mantener una alrededor de su cuello y entonces la instó a ponerse de pie. Fue algo difícil dado que él estaba apoyado contra su espalda, casi colgado de sus hombros y Emma no dejaba de apuntarles con la pistola como si solo estuviese esperando el momento preciso. Algo que claramente él no estaba dispuesto a otorgarle.
—Tendrás que llevarme un poco, cariño, mis piernas llevan días sin ser usadas como es debido. —Ella asintió tragando con dificultad. No le importaba tener que soportar su peso si eso supondría que no la mataría una vez que lo guiara hacia la salida.
Maia oyó la pequeña maldición que escapó de los labios de Emma, mientras ambos retrocedían su camino hacia la puerta y él la mantenía de cara al arma que tenía su hermana. En ningún momento apartó los ojos de ellas, notando el grado de preocupación, miedo e impotencia que veía reflejado en sus miradas. Estaban aterradas y todo era su culpa.
—¿Tienen un caballo? —inquirió él tras cruzar el umbral de la puerta principal.
—¿Si te damos un caballo la dejarás ir? —le regresó Emma, manteniéndose siempre a una distancia de un brazo de ellos.
—Eso no será tan fácil.
—¿A qué te refieres? —le lanzó Amira en esa ocasión.
—Hm... —murmuró el hombre en tono reflexivo—. Pienso que en cuanto monte el caballo, ella... —Apuntó hacia Emma con su índice—... jugará tiro al blanco con mi espalda.
—Y yo que creía que los hombres no pensaban.
—Y yo que pensaban que las damas no secuestraban hombres.
—¿Quién dijo que somos damas? —contraatacó su hermana en tono ácido.
—Solo dame el caballo —zanjó él.
Emma capituló sin saber qué otra cosa hacer y le indicó a Amira que cumpliera el pedido. Por un segundo Maia deseó que su hermana simplemente se retrasara o mintiera que no tenían un caballo, pero para su desgracia eso no ocurrió. Pasaron solo un puñado de minutos hasta que ellos estuvieron de pie junto al único caballo que habían conseguido conservar de los buenos tiempos, el caballo de su padre el cual irónicamente se llamaba Lucky.
Él hizo amago de subirla, a lo cual Emma reaccionó con una fuerte exclamación.
—No puedes...
El hombre los giró a ambos de modo que volvieran a mirar a su hermana.
—Si no me disparas —le dijo con una voz mucho más calmada de lo que todo su cuerpo se sentía—, prometo que la dejaré más adelante en el camino.
Los ojos de su hermana se posaron en ella, ansiosos, dudosos, recubiertos por una fina capa de lágrimas. Maia tragó luchando para que su voz no temblara.
—Está bien —les aseguró a ambas, sin dejar de mirarlas de hito en hito—. Volveré pronto... —No tengan miedo, quiso agregar pero decidió que esa muestra de debilidad era innecesaria—. Está bien. —Giró el rostro lo bastante como para mirarlo a él—. Vamos.
Él asintió, volviendo un instante la mirada hacia Emma.
—Si me disparas —volvió a recordarle—, la llevaré conmigo al infierno.
Emma no replicó, Amira ni siquiera parpadeó mientras él se las arreglaba para subirlos a ambos en el caballo sin dejar de amenazar su vida con la cadena en su cuello. Maia solo pudo darle una última mirada a sus hermanas, justo cuando el hombre espoleó al semental y los alejó de allí con el eco de los cascos del caballo resonando en sus oídos.
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RECUERDEN QUE ESTO NO TIENE QUE VER CON LA HISTORIA Y PUEDEN SEGUIR DE LARGO SI NO QUIEREN LEERLO. SON DEDICATORIAS Y LAS PERSONAS QUE HABLAN SON PERSONAJES DE VIEJAS HISTORIAS MÍAS ¿OK? LOS DEJO CON ELLOS.
Dimo: No puedo creer que sigamos haciendo esto.
Neil: El 90% de nuestros lectores vienen por las dedicatorias, ¿crees que disfrutan la historia? No! Solo vienen para ver a este papasote... hola, nenas, ¿me echaron de menos? ¿Pensaron en mí? Yo pensé en ustedes cuando...
Lucas: Por favor, no sigas.
Neil (ofendido): ¿Por qué? Estaba por contarles lo variado y creativo de mis pensamientos cuando me imagino a una de las chicas de Neil pensándome y...
Lucas: Uno creería que lo prostituto se te quitaría con los años, pero empeora...
Jace: Yo digo que hagamos la dedicatoria.
Bastian: Gracias, señor Di Lauro. Después de pasar un año por aquí empiezo a creer que eres el más cuerdo de todos.
Neil y Lucas: ¡Ja!
Ihan: Concuerdo con mi primo, todavía no le encuentro defectos al hombre. Es educado, inteligente, limpio...
Lucas: Ya, sí, el hombre perfecto. No jodas con eso Tammy, puedes hacer mejor publicidad que esta.
Yo: /_O
Bastian: Entonces la primera dedicatoria de esta historia va para la señorita JuanitaAlborezz que fue la primera en pedirnos a mi primo y a mí. Gracias por pensar en nosotros, nos sentimos verdaderamente honrados.
Ihan: ¿verdad que somos mejores que los tipos actuales? Hace bien en elegirnos, nosotros podemos tener fallas pero nunca dejamos de apreciar a una dama inteligente.
Neil: Veamos cómo te portas cuando las damas de tu historia demuestren su inteligencia contigo...
Ihan: No me intimida una dama inteligente, ese suele ser el caso comúnmente y no me importa admitirlo.
Bastian (orgulloso): Te enseñé bien primo.
Ihan: Por supuesto, primo :D
Dimo: Ash... que aduladores que son. En fin, aquí se acaba la dedicatoria, sean buenos y permanezcan en sus casas o verán... ¬¬
YO DE VUELTA: RECUERDEN QUE EN MI IG (tammytfaraoz) HAY ACTIVO UN SORTEO PARA GANAR UN EJEMPLAR EN PAPEL DE LA HISTORIA DE DIMO "EL ENIGMA DE ERIN" PUEDEN PARTICIPAR HASTA EL 3/4. SALUDOS!!
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