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Medias verdades

Sé que nadie esperaba esto, que muchos ya me daban por desaparecida pero volví... 

No voy a decir mucho al respecto, solo gracias a las personas que me escribieron preocupados por mí. La verdad es que hasta me daba vergüenza entrar y ver sus mensajes porque sabía que no podía decir qué me pasaba, simplemente no sentía que tuviera nada para transmitir. Mis palabras parecían huecas y sin sentido, así que me alejé de todo porque quería creer que era una cosa pasajera. Y parece que sí se me pasó. 

Bueno, bla, bla... si aún queda alguien del otro lado leyéndome, gracias. No me los merezco, pero ya que están acá los dejo con un pedacito más de esta historia. 

Gracias y perdón. Solo eso me sale decir ahora. 

Capítulo XV: Medias verdades

—¿Tuvo suerte? —Jannis enarcó una ceja hacia los intensos ojos verdes que lo escrutaban impacientes, ella suspiró con fastidio antes de rectificarse—: ¿Tuviste suerte?

Una pequeña sonrisa triunfante surcó sus labios. Amira era tan reacia a ser informal con él, como él era reacio a mantener una distancia que le parecía absurda. La conocía de toda la vida, por Dios del cielo, podía ser su hermana. E incluso entonces, se sentía más cercano a todas las hermanas Clemens que aquellas con las que compartía sangre y apellido.

—La verdad es que no. —Los hombros de Amira cayeron unos cinco centímetros tras oírlo—. Me parece extraño.

—¿Qué cosa?

—No hay tantos caminos que tomar, alguien tendría que haber visto algo y sin embargo... —No se molestó en completar la frase, mientras dejaba que su mente divagara en la poca información que Amira y Emma habían compartido con él. Claramente le estaban ocultando algo, pues no habría otro motivo para la insistencia de ambas a dejar que una lo acompañara en la búsqueda. Y él podría intentar sonsacárselo a Amira sin mucho esfuerzo por su parte, pero se negaba a jugar sucio con alguien inocente. Al menos de momento, después de todo la paciencia de un hombre solo podía llegar hasta cierto punto.

—¿Y si él estuviese evitando los caminos? —Jannis la observó de soslayo sin decir nada, logrando que ella se sacudiera incomoda sobre sus pies y clavara los ojos en el punto más apartado de los suyos—. Digo... bueno... después de todo, él ha... ¡Oh deja de mirarme así!

Jannis parpadeó, confuso.

—¿Así cómo?

—Así como si... estuvieses hurgando en mi alma en busca de mentiras. —Inconscientemente la chica cruzó uno de sus brazos frente a su pecho de manera protectora—. No me gusta, no lo hagas.

Él no supo si sonreír o molestarse por el significado que subyacía tras aquella protesta. Amira acababa de hacer evidente el hecho de que le estaba mintiendo, o al menos que le ocultaba algo.

—¿Acaso tienes algo que ocultar? —le lanzó sin pensárselo, logrando que la mujer reculara un paso ante el peso de su escrutinio—. ¿Qué no me estás diciendo?

—Nada —masculló ella al instante, demasiado rápido para ser justos.

—Amira —insistió, avanzando el paso que ella había retrocedido.

—Dije que nada —repitió, aunque la confianza en su timbre decayó considerablemente.

Por supuesto que Jannis no le creía y el método aprendido en la guerra para sacarle información no iba a serle útil; aunque también contaba con su segundo gran método —aprendido en lugares mucho más sórdidos que la guerra—, pero al menos que estuviese dispuesto a seducir a una joven que probablemente todavía no había recibido su primer beso, iba a tener que dejarlo correr. Solo conocía una forma de hacer que las mujeres fueran honestas con él y definitivamente, ni en sus sueños más locos, pensaría en hacer eso con Amira.

—Como sea —musitó al cabo de un breve silencio, haciéndole un gesto con su mano para que lo siguiera—. Nos conseguí un cuarto en la posada para pasar la noche. Probablemente no es a lo que estés acostumbrada, pero es mejor que la intemperie.

—¿Un cuarto? —Él se detuvo al escucharla, volviéndose lo suficiente como para ofrecerle un rápido asentimiento—. ¿Un cuarto?

Jannis se volvió por completo, percatándose de la evidente nota de rigidez en su voz.

—¿Hay algún problema con ello? —Amira sacudió la cabeza de un modo poco convincente, a lo cual él no pudo más que sonreír—. Debes saber que en esta época hay mucho movimiento, las posadas están al tope. Tuvimos suerte de conseguir un cuarto.

—Claro... —susurró ella en acuerdo, mirando al suelo en uno de sus gestos predilectos—. Suerte, sí.

—¿Amira? —Jannis aguardó pacientemente, pero ella no pareció oírlo—. Si lo que te preocupa es tu reputación, déjame decirte que ya me encargué del asunto.

Aquello sí bastó para hacerlo acreedor de su atención.

—¿A qué te refieres?

Jannis sonrió abiertamente.

—Le dije al posadero que acabamos de casarnos y que me avergonzaba mucho tener que hacerte pasar tu noche de bodas en el camino.

Ella parpadeó, claramente tomada por sorpresa.

—¿Por...? ¿Por qué... le dirías algo así?

De ser posible su sonrisa creció incluso más ante la contemplación de su arrobo.

—¿No esperabas que dijese la verdad o si?

Los ojos de Amira destellaron con una emoción difícil de descifrar, para un momento después retomar su habitual y distante dignidad.

—Por supuesto que no —aseveró, al tiempo que avanzaba decididamente hacia la posada—. Pero te tocará explicarle porqué dormirás en los establos esta noche.

Jannis bufó, colocándose detrás de ella.

—Eso jamás me ha pasado a mí —se jactó con altivez. Las mujeres nunca lo echaban de sus habitaciones, en todo caso, se apresuraban a meterlo dentro y no dejarlo salir.

—Presuntuoso —lo acusó ella, deteniéndose para enviarle una miradita sobre el hombro. Jannis se inclinó un tanto equiparando sus alturas.

—Realista —la corrigió.

Amira no le respondió, limitándose a volverle el rostro como si él no hubiese pronunciado palabra. Jannis rio entre dientes siguiéndola al interior de la posada con paso sopesado, alcanzándola en el momento justo en que tomaba las llaves de las manos del posadero.

—Mi esposo dormirá en los establos —le indicó al hombre quien la observaba curioso. Jannis negó a sus espaldas, incapaz de no sonreír al verla por un momento enfocada en algo más que no fuese la desaparición del caballo.

—¿Señora? —instó el posadero, pasando la mirada de uno a otro sin comprender lo que ocurría.

—Procure guardarle el lugar más tibio junto a los animales. —Ella mordió su labio para no sonreír y agregó—: Dice que quiere reencontrarse con la naturaleza.

El hombre finalmente se dignó a dirigirse hacia él.

—¿Señor?

Jannis se encogió de hombros.

—Supongo que la dama ha hablado —musitó compartiendo una mirada cómplice con el posadero.

—Oh... oh, sí comprendo. —El hombre se volvió hacia Amira, sonriente—. La habitación está arriba, al final del pasillo.

—Gracias gentil hombre.

Ella se fue con las llaves y con la satisfacción de creerse vencedora. Jannis suspiró por lo bajo.

—Mujeres.

El posadero le palmeó el hombro amigablemente.

—Tengo una de esas en casa —le apuntó, al tiempo que recogía un manojo de llaves de una caja de madera y comenzaba a separar la número siete del gran montón—. Mi hija vende flores en la entrada del pueblo, quizás quiera ir a verla antes de subir.

Jannis tomó el sabio consejo del hombre con un respetuoso silencio, guardándose la llave número siete en el bolsillo interno de su chaleco. Le gustara o no la idea a Amira, esa noche dormirían bajo el mismo techo y en la mañana... en la mañana lograría que se sincerara con él de una vez por todas.

***

Él había estado extrañamente silencioso y calmo luego de haber compartido el dibujo con ella, casi como si se arrepintiera de dejarla ver una parte más personal de sí mismo. Y aquello solo había conseguido hacerla sentir incómoda y demasiado consciente de su persona; se había encontrado pensando en él cada vez más y eso no podía ser nada bueno. ¿En qué momento le había permitido inmiscuirse de ese modo en su mente? Su principal y única preocupación debería ser salir de allí y regresar cuanto antes con sus hermanas. Si para ello debía engañarlo y jugar el papel de víctima, ¿entonces qué? ¡Lo haría!

Desde la prematura muerte de sus padres ella había sido una sobreviviente y si bien nunca había recurrido a artimañas bajas para salirse con la suya, ella comprendía que estaba en una situación particular. Y esperaba que el Señor también supiera comprenderlo, pues estaba casi segura que había quebrantado más de una ley divina en los pasados días.

Maia elevó la mirada al techo y sin emitir sonido pidió por su alma pecadora.

—¿Qué haces? —Ella dio un pequeño respingo, apenas observándolo por el rabillo del ojo.

—Pienso.

—¿En qué piensas? —inquirió curioso, adquiriendo aquel brillo burlón en sus bonitos ojos dorados.

Maia sacudió la cabeza, empujando esos pensamientos. ¿Bonitos? ¿Es que acaso había perdido la razón? Si Emma hubiese estado allí la habría abofeteado y ella ni habría podido protestar por ello.

Cuadró los hombros. No podía seguir perdiendo el tiempo con pensamientos ilusos sobre ese hombre, debía regresar con sus hermanas, debía afrontar la realidad que la esperaba de regreso en casa. Debía... debía resignarse al hecho de que una vez que volviera a Andover tendrían que tomar sus pocas pertenencias y dejar su hogar, lanzarse a las calles y rogar porque alguien les quisiera tender una mano.

—Hoy... —musitó, incapaz de enfrentarlo mientras dejaba escapar las mentiras de sus labios—. Él...

—¿Él? —Ihan la interrumpió, súbitamente serio. Maia asintió—. ¿El hombre que te pidió hacer esto?

Ella volvió a asentir. No podía volver a contarle esa historia sin delatarse, dejaría que él llenara los vacíos como mejor le apeteciera.

—Se supone que tengo que encontrarme con él... hoy... —añadió con la voz en un susurro. Si lograba que Ihan dejara la cabaña, ella le seguiría un momento después y con suerte, podría alejarlo de su camino el tiempo suficiente como para llegar al coto de caza con sus hermanas.

Era una apuesta difícil, pero al mismo tiempo era su única posibilidad.

—¿Dónde?

Ella parpadeó, un tanto sorprendida por la intensidad de su voz. O bien Ihan realmente quería ayudarla, o solo deseaba darle caza al hombre inexistente que lo había privado de su libertad.

—Braishfield —se escuchó decir, antes de siquiera detenerse a pensarlo.

—¿Braishfield? —repitió, probablemente sin tener idea de que existiese un pueblo por el estilo en Inglaterra.

Maia asintió.

—Braishfield —aseveró con mucha más confianza, esperando que el pueblo de nacimiento de su madre le trajera algo de suerte—. Es un pequeño pueblo en Hampshire.

—¿Qué tan pequeño? Nunca había oído ese nombre.

—Es bastante conocido —mintió con seguridad.

—¿Entre los criminales?

Maia frunció el ceño, rechazando de plano su intento de bromear con ese tema.

—No —masculló—, en realidad gente muy distinguida vive en esa zona.

—Pues no he tenido el enorme placer de ser presentado a la distinguida sociedad de... ¿cómo le dijiste? ¿Butterfield?

—Braishfield —bufó sin devolverle la socarrona sonrisa—. El punto es que teníamos pactado encontrarnos hoy y...

—¿Dar las buenas nuevas? —Él volvió a ponerse serio como cada vez que hablaban de su secuestro o del supuesto responsable—. Comprendo. —Ihan suspiró, empujando su cabello con una de sus manos como si quisiera quitarlo de su camino—. Entonces... ¿por qué Butterfield? ¿Qué hay allí?

—Braishfield —corrigió—. No hay nada particular, simplemente es un pueblo que quedaba a una distancia conveniente.

—¿Del coto de caza?

—Sí.

—¿Y del sitio de donde es él?

—Supongo. —Maia se encogió de hombros sabiendo que, si iba a sacar adelante a esa mentira, no debía dar más información de la necesaria.

—¿Y cómo se va a ese sitio?

—Bueno... —vaciló, mirando alrededor con cuidado—. No estoy segura de dónde estamos, pero si milord puede darme alguna indicación...

—Estamos en Hampshire.

—¿Qué parte?

—No lo sé... —Él también miró a su alrededor, como si eso le ayudara a determinar la zona—. En la propiedad de mi primo, no es como si fuese por la vida preguntando dónde ubican sus casas las personas.

¿La propiedad de su primo? ¿Qué sitio podía ser ese? En las pocas ocasiones que había podido explorar el exterior no había visto más que un polvoriente camino y vegetación, ¿acaso su propiedad era tan extensa?

Maia tragó con dificultad. Mientras más sabía de Ihan, más le atemorizaba lo posibilidad de no poder escapar de él. Era un hombre con recursos claramente, si él se empecinaba en atraparla una vez que descubriera la verdad, no habría forma de esconderse.

—Hampshire tiene más de cien pueblos, milord —le espetó, tratando de no hacer demasiado evidente su impaciencia.

—¿Y qué propone, mi señora? ¿Golpeamos en la casa principal y preguntamos dónde estamos? —instó, sarcástico—. Estoy seguro que no será fácil explicar su presencia aquí... o cómo es que los dos terminamos ocupando la cabaña del jefe de seguridad de la finca.

—¿El jefe de seguridad vive aquí?

Ihan parpadeó sin esperarse la pregunta.

—Bueno... no, esta era la vieja cabaña... pero seguramente el alma del antiguo jefe de seguridad aún permanezca aquí.

Maia entornó los ojos, al tiempo que un pequeño escalofrío bajaba por su columna.

—No diga eso.

—¿Acaso tienes miedo, Maia? —Ella negó, aunque no pudo evitar observar por sobre su hombro para confirmar que seguían allí solos. Ihan sonrió al verla—. No te preocupes, yo te protegeré... —Antes de que pudiera asimilar sus palabras, él la tomó de un brazo y la jaló decididamente contra su pecho, acunando su cabeza en su cuello como si se tratara de una pequeña niña—. Nunca me he enfrentado a fantasmas, pero no hay vivo ni muerto que esté dispuesto a hacerme daño.

Ella lo empujó para ofrecerle una incrédula mirada.

—¿Cómo lo sabe?

—¿Me has visto, Maia? —La tomó de la barbilla, alzando su rostro para que no pudiera perderse detalle del suyo—. ¿Quién querría arruinar una obra de arte como esta? —Entonces frunció levemente el ceño, presionando el amarre de sus dedos sobre su barbilla con un leve toque de reproche—. Bueno, solo tú y tu grupo fueron capaces de tal atrocidad... nunca antes había sido maltratado de esa manera.

—Quizás le hacía falta —respondió sin dejarse amedrentar por su vago intento de regaño. Ihan estiró los labios en una sonrisa forzada.

—Mi padre y tú se llevarían muy bien.

Ella sonrió involuntariamente, pero al instante se obligó a reprimir el súbito deseo de querer confirmar sus palabras. Cuando, a decir verdad, si la familia de Ihan llegaba a conocerla muy probablemente la enviarían sin escalas al Fleet.

Lo miró por un breve instante, conteniendo un suspiro de derrota; si Ihan descubría la verdad no necesitaría la aprobación de su familia, él mismo se encargaría de que ella recibiese el castigo acorde a sus fechorías. Estaba claro que no era el tipo de hombre que dejaba pasar las cosas con facilidad. Y estaba casi segura que un secuestro eran de esas cosas que uno difícilmente olvida en su vida.

—¿A qué se debe ese gesto tan repentino? —inquirió él tras un breve encuentro de miradas—. Mi padre no es tan malo, a decir verdad, solo está convencido que le tocó el peor hijo de todos los posibles. Y en realidad no puedo culparlo, hasta casi siento pena por él.

Maia frunció el ceño ligeramente, confusa.

—Pensé que se consideraba perfecto, milord.

—Lo soy, pero mi madre me enseñó a fingir humildad de tanto en tanto, como un servicio para los menos afortunados.

—¡Qué magnánimo!

—Lo sé —aceptó con una inclinación de cabeza. Maia rodó los ojos.

—¿Ha oído la historia de Narciso?

Ihan parpadeó, para luego negar.

—Jamás. No me suele interesar aquello que no tenga que ver conmigo.

Muy a su pesar Maia rio, a sabiendas que él intentaba abiertamente cambiarle el humor con sus bromas tontas.

—Milord... —comenzó a decir una vez que recuperó la seriedad. Ihan asintió sin borrar la suave sonrisa de sus labios.

—Lo sé, pero déjame disfrutar de esto unos minutos más y luego iré a tu Butterfield.

—Braishfield —corrigió sin ganas.

—A ese sitio —aceptó él sin dejar de mirarla fijamente, parecía querer decirle algo pero al cabo de unos segundos en que el tiempo se detuvo para ambos, Ihan sólo negó y se puso de pie para dirigirse hacia la puerta—. ¿Dónde específicamente? —inquirió, mientras asía la casaca que despreocupadamente había dejado sobre la vieja mesa de madera.

—En la posada, la única posada que tiene el pueblo.

—Mm... —Sus dedos se detuvieron unos segundos sobre los botones de la casaca como si advirtiera su presencia por primera vez—. ¿Cómo lo reconozco?

—Dígale mi nombre al posadero, él le dará las indicaciones.

—Mm... —Ihan se abrigó de manera metódica, tomándose cada segundo disponible y, finalmente, se volvió desde la puerta para mirarla—. Volveré pronto.

—¿Sabrá cómo llegar?

—Preguntaré en la casa principal.

Maia vaciló en su lugar, sin saber qué más decir pero queriendo decir algo más.

—Yo...

—Espera aquí —sus ojos dorados la sostuvieron en su sitio—, volveré lo antes posible. —Una pausa—. A menos que haya algo más que tenga que saber.

Él aguardó de pie junto a la puerta, ella lo observó sin inmutarse y tras unos eternos segundos de silencio, Ihan le ofreció una corta reverencia y se marchó.

Estaba hecho, era hora de regresar al mundo real.


Traducido como "campo de mantequilla"


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Ni me acordaba mi contraseña para entrar, Dios, pasé como diez minutos tratando de recuperar el coso este xDD

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