Inesperado
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Capítulo VIII: Inesperado
El amargo sabor de la derrota no era algo a lo que Jannis estuviese habituado, pero conforme las horas fueron pasando sin noticias del extraño forastero, tuvo que masticar su frustración y dejar la posada de mala gana. Por supuesto que eso no significaba que se estuviera dando por vencido, ¡claro que no! Aquello no era más que un pequeño contratiempo, algo que resolvería al día siguiente o al siguiente de ese, de ser necesario.
La idea de volver a su residencia de soltero con las manos vacías, le fastidiaba más de lo que estaba dispuesto a admitir. Había sido paciente durante mucho tiempo, había aprendido a fuerza de voluntad a poner un alto a su deseo desde que era poco más que un muchacho escapando de su tutor y topándose por primera vez con una mujer hermosa. Pero eso no podía continuar del mismo modo, ya era lo bastante adulto como para admitir sus sentimientos y cuando la ocasión llegase —porque llegaría—, no iba a aceptar el rechazo sin presentar batalla.
Aquella resolución lo había mantenido vivo mientras luchaba por su patria en el frente. El saber que volvería a verla fue el único motor que mantuvo su cuerpo lo bastante fuerte como para seguir adelante. Y no estaba listo para renunciar, había esperado lo suficiente como para darse por vencido a metros de la llegada.
Al instante en que ese pensamiento tocó su mente, notó la extraña figura encapuchada que caminaba furtivamente hacía él y por un largo segundo, no supo cómo reaccionar. Pero entonces la mujer dio un pequeño tirón de su capucha, al tiempo que elevaba el rostro para cruzar sus miradas y enfrentarlo con gesto decidido. Jannis hizo un alto en su avance y así mismo lo hizo ella, quedando a una distancia de casi dos metros de él.
No que necesitara tenerla más cerca, la había reconocido ni bien aquellos ojos verdes fueron iluminados por las farolas de la calle.
—Miss Amira —dijo con una leve inclinación de su cabeza, tras recuperarse del inicial estupor.
—Señor Bell —saludó con voz pequeña.
Jannis sonrió con suavidad, la chica era la criatura más tímida que el creador había puesto en la tierra. Nunca alcanzaba a decirle más que un par de palabras, antes de que ella se tornara completamente roja y vacilante.
—¿Se dirige a la posada? —inquirió, al ver que ella no daba muestras de continuar la conversación.
Amira Clemens echó una rápida mirada más allá de él, estudiando la posada como si súbitamente se diera cuenta de dónde se encontraba.
—Ah... no —respondió, bajando sus ojos al suelo. Jannis frunció el ceño ligeramente, miró también la posada sin comprender del todo su actitud y luego volvió su atención hacia la chica.
—¿A dónde va?
Ella se balanceó sobre sus talones como si estuviese midiendo sus posibilidades de huir sin tener que responderle, pero tras un calculado segundo de vacilación le devolvió el escrutinio con renovada resolución.
—¿Va a su casa?
Jannis parpadeó ante el nada sutil cambio de tema.
—Mm... sí, ¿us...?
—Le acompaño —lo cortó ella, dando un elocuente paso hacia al costado para invitarlo a seguirla. Jannis no se movió.
—Miss Amira, ¿no sería más adecuado que yo la acompañara a usted? No creo que sea conveniente que una mujer camine sola a estas horas.
—Todavía es temprano.
Jannis estudió el cielo con un ligero elevamiento de su cabeza. Hacía al menos media hora que el sol se había ocultado por completo, a esas horas las personas estaban afanosas por llegar a sus casas o ya estaban allí, disfrutando de la cena y preparándose para algún evento nocturno de ser posible.
—La acompañaré —dijo con firmeza, dejando en claro que no iba a tomarse la molestia de discutir por ese asunto. Ella vaciló, deslizó sus ojos hacia la posada como si intentara encontrar una respuesta allí y una vez más volvió a mirarlo con ese pequeño gestillo de rebeldía que parecía haber escogido para esa noche.
—No voy a mi casa —explicó a toda prisa. Jannis la escrutó con intensidad, intentando comprender qué diantres le estaba pasando a esa chica. Por regla general, Amira Clemens no contradecía a nadie y mucho menos a él, jamás siquiera le decía más de cinco frases seguidas sin comenzar a tartamudear. No comprendía y eso era algo que estaba comenzando a picar su curiosidad—. Yo... esto...
—¿A dónde va? —volvió a insistir.
Ella hizo una exagerada pausa para tragar.
—Voy al parque... —musitó dudosa—. Al parque a... ver a mi hermana.
—¿Miss Maia? —inquirió súbitamente. Amira negó, bajando la mirada.
—No, voy a ver a Emma. —Ella mentía. No había que ser un experto en interrogatorios para saber que ella le estaba mintiendo de forma descarada. Y él no comprendía porqué, pero lo averiguaría—. Veré a Emma en el parque.
—¿A estas horas?
—Sí.
Él asintió; a pesar de que ella estuviese mintiéndole Jannis estaba dispuesto a darle algo de crédito, era la primera vez que hablaban tanto luego del tonto incidente en la iglesia cuando eran unos jovencillos. Amira había quedado tan avergonzada después de ello, que prácticamente huía cada vez que sus miradas se encontraban. Jannis había querido decirle cientos de veces que no era la gran cosa, pero ella nunca le dio la oportunidad. En ese momento solo podía esperar que los años y la madurez la hubiesen ayudado a dejar atrás aquel insignificante momento.
—¿Vamos? —Le ofreció su brazo como correspondía y ella lo tomó, no sin antes estudiar su oferta con cierta desconfianza. Quizás, después de todo, ella no había superado el incidente por completo—. En realidad esta es una situación muy afortunada —comentó, tratando de quitarle algo de tensión al encuentro. Ella elevó sus inocentes ojos verdes hacia él—. Las he estado buscando estos últimos días.
—¿A nosotras?
Jannis asintió. Aunque lo más justo habría sido decirle que solo buscaba a una de ellas, pero eso vendría después se dijo para sí.
—Sí, me enteré de la venta de su casa y...
—No es un tema del que desee hablar —lo interrumpió, llevando su mirada hacia el frente con gesto tozudo. Jannis enarcó ambas cejas sin esperarse tal cosa de ella, mucho menos de ella de entre todas las personas.
—Comprendo que no sea un tema agradable —se excusó, sin ánimos de dejar pasar aquella oportunidad de saber lo que necesitaba—. Pero somos amigos, miss Amira, no me mueve más que el deseo de ser de ayuda para ustedes.
—Se lo agradezco —susurró la muchacha, dándole una vacilante media sonrisa—. Pero no hay nada que usted pueda hacer.
—Discrepo.
—Señor Bell. —En esa ocasión su sonrisa fue completa, pero sin un misero rastro de verdadera felicidad—. Agradezco su preocupación por nuestra familia, pero no creo que sea conveniente...pa... para usted involucrarse.
—¿Por qué? —pidió saber.
Ella suspiró ruidosamente, en un claro intento por dejarle ver su incomodidad.
—Es mejor evitar conflictos.
—¿A qué se refiere? —insistió, aunque sabía bien a lo que se refería: su padre. Después de todo era la única fuente de conflictos reinante en su casa.
—No tengo deseos de ponerlo a usted en una situación incomoda frente a su familia. —Jannis fue a responder pero ella lo acalló con un rápido ademán—. Estoy segura de que no echarán de menos tenernos de vecinas.
—Se equivoca.
—Señor Bell. —Ella se detuvo, obligándolo a pararse en el proceso. La miró de mala gana, deseando que dejara de llamarlo señor Bell como si fueran desconocidos—. No es ningún secreto que la relación entre nuestras familias siempre fue algo tirante y aún en el caso de que su padre accediera ayudarnos, nosotras declinaríamos esa ayuda. No me malinterprete, por favor, pero no quiero que usted tenga problemas por nuestra causa.
—No necesito dinero de mi padre —le espetó, sintiéndose ligeramente molesto por la insinuación—. Soy un hombre con una carrera, miss Clemens, tengo mi propio dinero y me importa un rábano si mi padre aprueba o no mis decisiones, yo lo uso como quiero y cuando quiero.
—Se ha enfadado —susurró ella, volviendo a ponerse en movimiento.
Jannis carraspeó. Sí se había enfadado, pero no con ella sino con la naturaleza de sus argumentos. Al parecer no importaba mucho qué hiciera por su cuenta, pues todavía parecía ser un polluelo que vivía bajo el ala de su padre.
—No me he enfadado —musitó tras un breve silencio, para luego esbozar una sonrisa en dirección de la chica—. Me encuentro algo sorprendido, eso sin duda.
—¿Por qué?
Él le dio un pequeño golpecito con el índice en la punta de la nariz.
—Volví a Andover esperando encontrar a mi adorada miss Amira y sin embargo... —Se silenció esperando que ella tomara la iniciativa desde allí.
—¿Sin embargo qué? —Y por supuesto que la chica no lo decepcionó.
—Sin embargo me he encontrado a una dama de opiniones claras y actitud esquiva.
Ella presionó los ojos brevemente, estudiando su aseveración.
—No comprendo.
Jannis sonrió hacia la oscuridad de la noche, mientras tomaban el primer sendero del parque.
—Ha crecido.
—Es inevitable. —Él asintió en silencio. Amira había cambiado, Emma había cambiado, Jannis no podía evitar preguntarse qué tanto había cambiado Maia en esos años. ¿Lo seguiría considerando su pequeño vecino risueño? ¿Siquiera se voltearía a mirarlo en esta ocasión?—. Me gustaría preguntarle algo.
Él parpadeó, volviendo su mente al presente.
—Dígame, tiene mi completa atención.
—Bueno... —Ella perfiló su cincelado rostro hacia el frente, dándole una agradable visión de sus delicados rasgos. En efecto había crecido, haciendo más evidente la belleza que reinaba en el rostro de cada hermana—. Me preguntaba... usted tuvo que aprender muchas cosas para volverse capitán. —Él asintió, a pesar de que ella no estaba preguntándoselo precisamente—. Como disparar o usar un cuchillo... ¿o rastrear?
Jannis le envió una mirada especulativa. Ciertamente aquel no era un tema que se sacara muy a menudo entre un caballero y una dama, por lo que estaba ansioso por ver dónde desembocaría aquel particular enfoque.
—Sí, tuve entrenamiento para todas esas cosas.
—¿Y era bueno en ello?
Parpadeó. Podía mentirle y decirle que era la envidia de todo su regimiento, o podía ser honesto y admitir que su puntería había sido largo tema de debate durante las noches de campaña. En las cuales sus compañeros aseguraban que Jannis fallaría el disparo, incluso si estuviera apuntándose a sí mismo.
—No era malo —musitó, decidiendo dar una versión intermedia de los hechos—. ¿Por qué?
—Oh... —Ella deslizó la mirada hacia la oscuridad, en un gesto que solo logró avivar la intriga de Jannis—. Creo que son atributos admirables.
—¿Eso cree?
Amira le regaló una rápida sonrisa.
—En efecto. Un hombre que puede valerse de esos recursos, sin duda es digno de admiración.
Él fue a responder, pero entonces tuvo que hacer una pausa para repetirse sus palabras una vez más. ¿Ella acababa de hacerle un cumplido? ¿Después de tantos años ella volvía hacerle un cumplido? Eso sí que era digno de admiración.
—¿Eso fue un cumplido? —Le sonrió con picardía—. ¿Acaso intenta coquetear conmigo? —Amira alzó el rostro de sopetón, observándolo con enormes ojos de cervatillo aturdido. Estaba claro que ella no buscaba tal cosa y el hecho de que él lo hubiese siquiera sugerido, claramente la había avergonzado. Jannis quiso patearse internamente por su impertinencia—. Lo siento.
—No pasa nada —musitó con sus mejillas ardiendo en contradicción.
—Miss Amira, le he dicho muchas veces que no es necesario andar de puntas de pies a mi alrededor. —Ella lo observó de soslayo entre curiosa y apenada, y él decidió en ese instante quitarle algo de seriedad a la situación. El mundo sabía bien que Jannis y la seriedad tenían poco trato, sobre todo cuando había damas involucradas—. Lo que pasó fue hace muchos años...
—Realmente no quiero hablar de eso.
—Y en verdad me sentí muy honrado por sus palabras —continuó él, haciendo caso omiso de su interrupción—. Nunca pensé que fuera digno de...
—Señor Bell —intentó acallarlo, mirándolo con reprobación.
Jannis sonrió abiertamente.
—De tantas alabanzas, la verdad es que jamás se me habría ocurrido que mis pestañas incluso pudieran suscitar suspiros pero...
—¡Johannes Bell, basta!
Jannis estalló en risas al oírla tan enfadada, algo que solo logró que el ceño de la dama se profundizara en rotunda advertencia. Él luchó por controlar su diversión, devolviéndole una solemne mirada de respeto.
—Me disculpo, eso fue muy desagradable por mi parte. —Aunque no se arrepentía, claro estaba—. Pero en verdad no entiendo por qué le avergüenza...
—Por supuesto que no lo comprende —masculló ella, deslizando su brazo fuera de su amarre. Jannis la estudió, curioso—. Para usted es gracioso pero para mí no lo fue y desearía que dejara de hablar de ese tema, que se olvidara por completo de lo que escuchó aquella vez y que hiciera de cuenta que nunca pasó.
Él asintió, por primera vez sintiendo que perdía sus ganas de sonreír.
—Lamento haberla incomodado.
Ella le devolvió el asentimiento un poco más calmada.
—Lo disculparé con una condición. —Jannis entornó los ojos hacia ella, a lo cual miss Amira elevó la barbilla—. Enséñeme lo que sabe sobre rastreo.
De entre todas las cosas que podría haber dicho, eso sin duda entraba en una lista que Jannis ni siquiera se habría atrevido a confeccionar. ¿De aquí a cuándo a las mujeres les interesaba saber rastrear? ¿Es que se había alejado tanto de la sociedad inglesa como para estar tan desfasado en los temas de conversación?
—¿Por qué? —Él no podía hacerse a una idea de porque una dama necesitaría tal información, mucho menos Amira Clemens de entre todas ellas.
La muchacha vaciló un largo segundo.
—Bueno... porque... verá, pienso que... —Jannis la apremió con un leve movimiento de su mano, esto era algo que él necesitaba saber—. A los hombres les interesan esos temas.
Él presionó los ojos con suspicacia.
—¿Y eso qué?
—Bueno... pensé que si supiera más sobre eso...
—¿Entonces podría impresionar a algún caballero? —completó él, tratando de seguir su lógica. Amira asintió efusivamente, Jannis frunció el ceño con una súbita sensación de molestia presionando su pecho. ¿Qué demonios...?—. ¿A quién quiere impresionar?
—Preferiría no tener que dar esa información. —Él fue a negarse en redondo, pero ella se le anticipó antes de que pudiera articular palabra—. Y puesto que usted ha pedido mi perdón, solo se lo concederé si me ayuda con esto y no hace preguntas al respecto.
—¿No es una tarifa un poco alta para mi transgresión?
Ella se cruzó de brazos, sacudiendo la cabeza en una negación contundente.
—Su ofensa realmente me lastimó.
Jannis negó, incapaz de no sonreír ante la exageración que impregnaba su voz. La chica se la estaba jugando de un modo magistral y a juzgar por el brillo en sus ojos verdes, lo estaba disfrutando.
—Está bien —accedió, más divertido que molesto por estar siendo coaccionado de un modo tan descarado—. Le hablaré de lo que desea, pero a cambio quiero escuchar de nuevo el poema que escribió sobre mí.
Miss Amira tomó una profunda bocanada de aire al recibir su respuesta, antes de atravesarlo con una mirada de hielo. Jannis sonrió con inocencia, dejándole en claro que nunca olvidaría que en su adolescencia ella había tenido un gran enamoramiento por él. Después de todo, un hombre de verdad jamás olvidaba el primer poema dedicado a su persona.
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Dimo: Muy bien, milord, ignoremos todo lo que pasó en el capítulo y vayamos a la dedicatoria.
Lucas: ¿Ya ven por qué deben recontratarme? Él no tiene sentimiento, no hace que la gente se interiorice con la historia. ¡Hagamos esto democraticamente!
Neil: No sé... como que me gusta este nuevo régimen sin rubios al poder.
Dimo: ¡Ya silencio ustedes dos! Dejen hablar al hombre.
Owen: Gracias, señor Stepanov. Pues bien, aunque nos hemos pasado un poco de la fecha quería saludar a la señorita bleucolibri que ha cumplido años el pasado 7 de abril. Espero que lo haya pasado bien y atendiendo a su pedido, lo dejo con el siguiente orador.
Junior *oculto en el cuello de Owen*
Owen: Dile felicidades, Ryan y te daré una galleta de chocolate.
Junior: ¿cocolate?
Owen: Sí...
Junior *tímido*: peliz pumpleaños.
Bastian *orgulloso*: Tiene un apego particular por las "p" pero verdad que es inteligente??
Todos: ¡Sí, claro!
Neil: Como ven, los niños gozan de inmunidad diplomática aquí.
Owen: Un saludo para la cumpleañera y otro para el resto de lectores que siguen esta historia, esperamos que la estén disfrutando.
Bastian: Dejaré una foto de Junior para que vean lo bien que está creciendo. Claramente lo guapo lo heredó de su papá.
Owen y Valen: ¡Y de sus tíos!
Bastian: Tsss ya quisieran.
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