El día
¡Hola! Los extrañé, espero que ustedes a mí también. No puedo decir mucho, solo que mi inspiración estuvo en el dibujo (si me siguen en Instagram habrán visto, por cierto mi IG: tammytfaraoz y el IG de mis chicas: lectoraslapp síganos y no los vamos a defraudar, o sí pero no se van a dar cuenta jaja)
Sin nada más que decir, hoy me levanté inspirada y salió cap. Espero les guste y lean toda la historia para recordar dónde estábamos (yo la tuve que leer) :/
Capítulo XII: El día
—Bien, el plan es simple. —Amira observó a Emma, esperando impaciente esa simple explicación—. Yo acompaño a Bell y cuando estemos cerca del sujeto y Maia, me deshago de él.
—¿A qué te refieres con "deshacerte" de él? —inquirió con un pequeño sobresalto, recordando súbitamente que su hermana aún cargaba un arma consigo.
Emma le ofreció una sonrisa torcida, probablemente adivinando el rumbo que estaban tomando sus pensamientos en ese instante.
—No voy a matarlo, Ami —la calmó, sin dejar de sonreír burlonamente—. Soy la primera en admitir la inutilidad del género masculino, pero eso no justifica matarlos. —Amira no tuvo idea de cómo responder a aquella aseveración, algo que Emma pareció percibir en su pétrea expresión—. Solo le daré alguna excusa y me encargaré de trae a Maia y a Lucky conmigo.
En teoría aquel plan sonaba bien, desgraciadamente Amira ya había estado presente durante la planeación del secuestro que Emma había orquestado y todos sabíamos cómo había terminado aquello, ¿verdad? Ami no podía dejar que la historia volviera a repetirse. No, esta vez ella debía imponerse a su hermana —mayor por solo un puñado de minutos— y ofrecer una alternativa sensata para su accionar. Algo que preferentemente no involucrara armas, trajes de hombres o trabar amistad con caballeros de cuestionable reputación.
—No lo sé... —murmuró sin poder evitar que sus ojos viajaran a Jannis, quien las esperaba con una envidiable paciencia a la vera del camino. No podía solo olvidar que en esta ecuación debía de incluir al hombre que hacía revolotear su corazón sin siquiera proponérselo—. Tú a veces... puedes ser un tanto impulsiva y necesitamos tener al señor Bell de nuestro lado.
—¿Qué propones? ¿Le decimos la verdad?
Claramente esa no era una opción y Emma ni siquiera estaba dando pie a debatir aquello, pero el sarcasmo formaba parte de su vocabulario habitual y Ami ya ni se molestaba en sorprenderse.
—Por supuesto que no, pero tal vez sea mejor que yo vaya con él y tú...
—Ah, ya entiendo —la cortó su hermana con una sutil risilla—. Quieres ir con él para cerrar el trato y finalmente convertirte en la señora Bell. Comprendo.
—¡Emma! —Amira sintió sus mejillas arder ante la simple enunciación de esas palabras. ¿Qué tal si Jannis la oía? Sería incapaz de volver a tratarlo o siquiera dirigirle la mirada, algo que evidentemente no importaba en lo más mínimo a su hermana—. ¿Podrías no decir eso?
—¿Y por qué no? —le lanzó sin dignarse a modular su tono—. ¿Acaso no es para eso que quieres ir con él? —Antes de que Ami pudiera responder, Emma continuó—: Él no me agrada para ti, pero los mendigos no estamos en posición de escoger. —Entonces su hermana soltó un suspiro dramático, mirando solo un segundo a Jannis antes de regresar su vista hacia ella—. De acuerdo, ve con él...
Había algo extraño en esa rápida capitulación, pero Ami no estaba preparada para ir sobre ello. Tenía la oportunidad de acompañar a Jannis, podría planear mejor cómo ponerlo de su lado y conseguir que encontrara a Maia sin sospechar que esas eran sus verdaderas intenciones.
—¿Estás segura? —inquirió, sin poder deshacerse de la vieja costumbre de buscar su aprobación. Sin importar qué, Emma era su otra mitad y por mucho que cuestionara alguna de sus decisiones, la respetaba por encima de todo.
—Sí —aceptó su hermana sin hacer aspavientos—. Yo me quedaré en Andover esperando noticias de ya sabes quién. —Su contacto, claro—. Y tú te encargas de esto.
Parecía demasiado bueno para ser verdad, Emma no solía darle la derecha tan fácilmente, ¿pero es que acaso importaba?
—Pero no te distraigas —añadió su gemela, cortando el hilo de sus pensamientos de un bandazo. Amira la observó, seria—. Sé que te gusta y quieres confiar en él, pero es hombre.
—¿Eso que significa?
—Que por naturaleza ellos están diseñados para traicionar.
—Emma... —comenzó a protestar, a lo cual su hermana solo sonrió con su típica insolencia. Cualquiera que la escuchara pensaría que era una viuda amargada, o peor aún, una amante despechada. Pero Emma nunca llegaría a acercarse a un hombre lo suficiente como para sentir algo remotamente similar al afecto, era una persona muy constante cuando se trataba de guardar rencor.
—Solo no te olvides a qué vas. —En esa ocasión Emma sostuvo sus manos con firmeza, bajando la voz al nivel de un susurro—. No puedes volver sin Maia, Ami.
—No lo haré —replicó seriamente, devolviéndole el apretón—. Sé que piensas que no puedo... —hizo una pausa para pasar saliva—, pero soy más fuerte de lo que ustedes creen.
Desde la muerte de sus padres, sus hermanas habían cuidado de ella como si no pudiera valerse por sí misma y en parte aquello había sido su responsabilidad, toda su vida se había ocultado tras la fortaleza de Emma o la tenacidad de Maia, sin tomar grandes riesgos ni grandes decisiones. Pero ella también era una Clemens y demostraría que era digna de llevar ese apellido como cualquiera de sus hermanas.
—Lo harás bien.
Amira sonrió tímidamente, dejando que sus ojos revolotearan hacia Jannis.
—Puedo manejarlo —musitó sin sonar en lo absoluto confiada. Emma rio entre dientes.
—Claro que puedes manejarlo, solo recuerda lo que te enseñé sobre el coqueteo.
—¿Qué parte? ¿La de que los hombres son visuales o que le dé algunas sonrisitas bobas?
—Ambas —zanjó Emma sin notar o decidiendo no notar, la ironía en sus preguntas—. Solo recuerda que él... —apuntó a Jannis con un ademan—, es tan inmune como cualquier otro.
Ami fue a preguntar cuál era esa inmunidad común a todos los hombres, pero el evidente carraspeo del objeto de su discusión la hizo perder aquella oportunidad. Y sin saber cuál era la debilidad masculina de la que podría asirse en caso de ser necesario, Amira medio caminó medio cojeó hacia Jannis, resuelta a solucionar aquel problema de una buena vez.
—¡Ami! —Ella se volvió para darle una breve mirada a su hermana, Emma le ofreció un guiño—. Aprovecha la oportunidad —le dijo con voz apenas audible, Ami negó sin comprender a que se refería. Entonces Emma señaló suavemente con su cabeza a Jannis que estaba unos pasos detrás de ella—. Dile... —articuló su hermana para luego regalarle una brillante sonrisa. Ami negó afanosamente, Emma respondió con un firme asentimiento y ante otra contundente negación suya, su hermana rodó los ojos formulando una única palabra al aire—. Cobarde.
***
Maia se sacudió inquieta en su catre, esperando con cierta ansiedad a que Ihan volviera de dónde fuera se había marchado. Llevaba más de una hora despierta, ponderando sus opciones mientras anticipaba su regreso. Ese día daría uno de los primeros pasos para recuperar su libertad; sabía que él la dejaba sola por largos periodos de tiempo, porque consideraba que estaba demasiado débil como para intentar marcharse por su cuenta. Y tenía razón, hasta el día anterior Maia no se sentía con fuerza ni para caminar hasta el urinal, algo que no impidió que lo hiciera de todos modos, claro. Pero esa mañana, por algún motivo, esa mañana su cuerpo estaba inquieto y por primera vez desde que hubo sido herida, comenzó a reparar en su aspecto.
La vanidad era un pecado, todo buen cristiano lo sabía y ella podía asegurar que nunca había sufrido de tal defecto. Al menos no hasta esa mañana en la que finalmente pudo darse una mirada critica en el reflejo que se proyectaba en una de las sucias ventanas. Sabía que gran parte de esa mugre no pertenecía a la ventana e intentar desentenderse de ello era una falta de respeto hacia ella y hacia su anfitrión. Estaba hecha un asco.
Tenía sangre seca en los brazos, cuello y abdomen, su cabello parecía paja seca y su rostro lucía un color cetrino, muy similar al que adquirían los enfermos de cólera. Limpiarse como era debido se había vuelto una prioridad desde que había abierto los ojos y ese día no se iría a la cama hasta conseguir ver la piel que se escondía bajo la mugre que cargaba.
Cuando esa resolución calaba en su mente, la puerta se abrió con un suave chirrido como si la persona del otro lado estuviera midiendo cada uno de sus movimientos. Maia sonrió para sus adentros, no se atrevía a decirle que sin importar cuánto intentara disimular sus pasos, ella lo escuchaba incluso antes de que pusiera una bota en el primer escalón del pórtico. Su sueño siempre había sido ligero, pero él no tenía porqué saber aquel detalle. A Maia la entretenía escucharlo u observarlo por entre las pestañas cuando la creía dormida.
—Regresó —dijo, ni bien sus ojos dorados se encontraron con los de ella. Ese día no iba a pretender dormir, ese día necesitaba salir y para ello, lo necesitaba a él.
—Veo que ya despertaste —musitó con una breve sonrisa, antes de dejar el atado que traía en sus manos sobre la mesa—. ¿Cómo te sientes?
—Bien —respondió a toda prisa, ansiosa por ir al punto.
—Desayunaremos en un momento. —Maia sacudió la cabeza, pero Ihan no consiguió ver aquel gesto, ya que se encontraba volviéndose hacia la chimenea donde se disponía a calentar agua.
—¿Milord? —El hombre le envió una mirada atenta por sobre el hombro—. ¿Puedo hacerle una pregunta? —Como toda respuesta recibió un corto asentimiento. Maia intentó sentarse más erguida, sabiendo que el tema a tratar era delicado y como dama debía cuidar los modos fuera cual fuese la situación—. Me preguntaba...
Ihan elevó las cejas en modo interrogante.
—¿Qué cosa?
—Usted... claramente se ve mucho más... aseado... —lo señaló con la mano como si eso la ayudara a encontrar las palabras adecuadas.
—Que cuando estaba con ustedes —sugirió él, dejando que una de la comisura de sus labios se arqueara juguetonamente. Maia asintió.
—Me preguntaba cómo... usted... —No podía simplemente preguntarle cómo había conseguido bañarse, era una pregunta demasiado impúdica e íntima. La gente correcta no hablaba sobre los baños de las demás personas, mucho menos lo haría una dama.
—¿Quieres saber dónde me he bañado? —Sus mejillas se pusieron rojas al escucharlo, pero de algún modo se las ingenió para asentir. Él suspiró sin dejar de medio sonreírle, como si estuviera tratando con una niña revoltosa. Algo que Maia encontró particularmente molesto—. ¿Quieres bañarte también? —Ella volvió a asentir, incapaz de pronunciar palabra. Ihan la observó un largo instante antes de sacudir la cabeza en una tenue negación—. No es buena idea.
—¿Por qué no? —replicó mucho más osada de lo que había previsto.
No solía ser una persona obstinada, pero tampoco era la clase de persona que estuviese acostumbrada a escuchar la palabra "no". Se valía de sí misma desde hacía mucho tiempo como para estar esperando su permiso.
—No es ningún bonito lugar con caldera y bañera de cobre, Maia.
—No he pedido una caldera y bañera de cobre, milord —repuso ella con el mismo tono despectivo que él había utilizado.
Ihan le sonrió abiertamente.
—No soportarías el frío, muchacha. Es un estanque donde el agua apenas si cubre la cintura, está tan fría como el alma de mi padre y...
—¿El alma de su padre está fría? —inquirió, interrumpiéndolo ante esa inusual afirmación. La sonrisa de Ihan se volvió una pequeña carcajada.
—No se conmueve con mis sonrisas —explicó con un breve encogimiento de hombros—, así que sí, yo diría que su alma es fría. El caso es que el estanque no es un lugar para una mujer y mucho menos para una mujer que acaba de salir de su lecho de muerte.
—Pero, milord, estoy sucia —sentenció, dejando que la sinceridad trepara a su boca—. Nunca en mi vida he estado tan sucia, necesito limpiarme.
—Te traeré un trapo húmedo, podrás...
—No —lo cortó, decidida. Ahora que sabía de la existencia de ese estanque, no descansaría hasta conseguir que él la llevara allí—. Un trapo no alcanzará, necesito un baño.
—Mujer... —gruñó entre dientes, dándole a entender que la discusión comenzaba a cansarlo. Aun y con esa creciente molestia, Ihan logró esgrimir un esbozo de sonrisa. Maia lo miró con fijeza, aguardando a que se pronunciara. Le gustara o no admitirlo, necesitaba que él accediera pues sería incapaz de hacerlo por sí misma. Él suspiró—. Si mueres... —Ella comenzó a sonreír, él negó con vehemencia y la apuntó con el índice—. No sonrías, condenada, porque si mueres no creas que me encargaré de ti. Dejaré que te coman los animales salvajes o una condenada oveja... —Asintió como si la repentina idea le gustara—. Sí, una oveja. Serás devorada por ovejas, ¿me escuchas?
Ella movió la cabeza afirmativamente, aceptando de buen grado todos los escenarios posibles de muerte que él le ofrecía mientras cargaba cosas en sus brazos y se preparaban para salir. Ihan resultó mucho más imaginativo de lo que Maia se había esperado, para cuando llegaron al tan renombrado estanque ya había hecho que la matara el frío, ovejas, osos, buitres e incluso un tren descarrilado que de alguna forma terminaría pasando por el estanque mientras ella estuviese dentro.
—Entonces no creas que tendrás un servicio religioso, la gente como tú... —continuó, sin inmutarse por estar cargando todas las cosas y arrastrar con el peso de ella en su brazo libre—. Esos que quieren morir, mueren sin que nadie los llore. Y sin Dios.
—¿Aquí es el estanque? —instó sin inmutarse una vez que él hubo concluido con sus ridículas amenazas.
Ihan asintió con brusquedad, claramente renuente a dejarla hacer su voluntad y conseguir un baño.
—Si te ahogas no pidas por mí porque no iré en tu rescate —le advirtió, soltándola para darle el atado donde había colocado una toalla, pastillas de jabón y ropa limpia.
—Dudo que vaya a ahogarme en treinta centímetros de agua, milord.
Él no respondió a su broma, se limitó a mirarla con toda la frustración que podían conjurar aquellos ojos dorados y tras un interminable minuto de batalla silenciosa, Ihan se dio la vuelta y salió del pequeño claro mascullando lo molesto que eran las mujeres y que, si de él dependiera habría dado todas sus costillas para que Dios hubiese creado a la mujer con algo de sensatez.
Maia lo observó sonriendo hasta que su silueta se perdió detrás de unos arbustos y cuando se supo completamente sola, enfrentó el estanque con determinación. No era muy grande, estaba medio escondido detrás de unos setos que habían crecido libres y el agua parecía correr gracias a la más diminuta de las cascadas que se colaba entre unas rocas sobre la colina. Aquellos detalles poco le importaron, en ese instante ese estanque era su salvador. Su medio para recuperar algo de su humanidad.
O al menos eso había pensado hasta que puso un pie dentro del agua increíblemente helada que la aguardaba. Maia desconocía al padre de Ihan y tenía incluso menos idea sobre su alma, pero si estaba así de fría se compadecía del pobre hombre.
Con los dientes castañeándole fieramente, ella se apresuró a limpiar cuanto fue capaz con la pastilla de jabón que Ihan le había proporcionado. Sus manos se movían frenéticas tratando de quitar toda la sangre seca que sentía adherida como una segunda piel, antes de cayera hecha un cubo de hielo en el piso. En la cabaña había estado bien protegida del exterior, cubierta con varias mantas y al resguardo del fuego que Ihan no dejaba morir en la chimenea. Aquel contraste era sobrecogedor y la hizo consciente de lo mucho que le debía a ese hombre.
Le tomó cerca de quince interminables minutos llevar a cabo su tarea, pero no conseguía quedar conforme con el estado de su cabello. Podía lavarlo mejor, ella lo sabía, solo debía soportar el frío un momento más y entonces sería capaz de hundir la cabeza y...
Maia se tambaleó sin apenas darse cuenta, sus piernas cedieron bajo su peso mientras se acuclillaba a por el agua y de un momento a otro, el mundo se tornó tan negro como la entrada al infierno. Solo logró articular el nombre de Ihan en un breve quejido antes de ser arrastrada por la oscuridad.
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Ihan: Esto no es una dedicatoria en sí porque solo yo voy a hablar, así que no se emocionen mucho. Los demás no están invitados, no quiero nada de comentarios del tipo "Neil hazme tuya" o "Jace te amo" o "Cameron apaga mi incendio" ni "Lucas púleme la joya". Las conozco, señoritas, las cosas que dicen pueden hacer sonrojar a un marinero. En fin, solo quería darle las gracias a DayMurzi...
Dimo: ¿Mi Daymar?
Ihan: ¡Dije que no podían hablar!
Neil: Déjalo, que Erin se entere que anda reclamando a una tal Daymar...
Ihan: ¡Silencio! ... ¿milord?
Iker: Voy por la espada.
Ihan: Gracias. En fin, Daymar y Mavy, les damos las gracias por preguntar por nosotros, por tenernos presente y meterle presión a la escritora. Yo sobre todo, porque quiero que ustedes sepan cómo termina mi historia.
Dimo: Yo ya sé, no es tan emocionante como la mía.
Ihan: ¬¬
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