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🌌~9~🌌

—¿Tú que quieres arruinarme? Acabo de hacer un trato con ella y tú solo piensas en joderme con todo.—enfadado, golpea la mesa. —¿Ya no necesitas dinero para la carrera? ¿Las deudas ya están resueltas?—levanta una de sus dejas mientras usa ese tonto tono irónico que tanto me irrita.

—¿Por qué no te mueres y nos haces un favor a todos?—Al terminar la última palabra me doy cuenta de lo que acabo de decir. Llevamos días sin hablarnos y contestarle de ese modo, solo aviva el rencor que lleva días acumulando.

—Si no me necesitas ya, ¿Qué mierdas haces aquí? ¡MÁRCHATE!—grita apuntando hacia la puerta.—Podemos lidiar sin ti.

—¡Qué te follen! — Golpeo la mesa al dejar el abridor y el mandil. Sus ojos son un cóctel de odio y dolor, acompañados de unas lágrimas retenidas. Frunce el labio sin ser capaz de contestar. Después, me marcho dando un portazo a la puerta. Él da un grito con el cual se desgarra la garganta, pero no me doy la vuelta. Subo arriba a recoger mis cosas y sin despedirme de nadie me marcho a casa.

Y en ese momento me da tiempo a pensar, lloro por la rabia que me consume desde dentro, por los momentos vividos al lado de ese monstruo que me empeño en llamar amigo. Eso me duele y quema en el centro de mi pecho, siempre ha sido alguien importante en mi vida.  Aunque me pese lo que hace.

Al cruzar el umbral del que me cueste llamar hogar, unas risas y jadeos salen de la puerta de Eiden. En este momento solo se me ocurre para distraerme hablar con Laia. La sorpresa me la llevó cuando no la encuentro por casa, habrá salido a tomar algo. Llega un momento que el escándalo en la habitación contigua es tan extremo, que prefiero ponerme unos tapones para los oídos. «Menuda tortura... y que envidia al mismo tiempo».

El sueño no llega y a pesar de estar cansada mis ojos se mantienen abiertos. Lo que comienza a vibrar es mi teléfono, dándome cuenta de varias notificaciones. Entre ellas hay varios mensajes de Claid.

*[Claid]: ¿Dónde estás?*

  *¿Estás bien?*

Estoy tan cansada que no quiero contestarle, apago la luz y cierro los ojos.

***

Lo que queda de noche ha pasado despacio, el despertador cambia de hora nuevamente y continuo con los ojos abiertos. Me escuecen y los tengo resecos.

Con el cuerpo dolorido y sin ganas de nada me retuerzo para no morirme en mi propio sufrimiento. Camino hasta el cuarto de baño por el angosto y oscuro pasillo. Al pasar por la habitación de Laia, esta continúa vacía. Eso era extraño.

Ya en el cuarto de baño hago la ducha más larga de mi vida, el agua caliente moja mi cabeza, cubriéndome por completo. Intento dejar en blanco mi mente y concentrarme en estar más tranquila. Es agotador mantener una vida con estos altibajos y es cuando me planteo volver a casa, pero no quiero destrozar todo por lo que he luchado. Los años intensivos de carrera, estudiando día y noche. Mientras al mismo tiempo empalmaba trabajos basura, comía y dormía mal. Y en este momento siento que estoy en un bucle y que no he salido de esa situación.

Por unos segundos mis pensamientos se disipan y puedo estar como una hoja en blanco. Unas risas agudas en el pasillo explotan la burbuja que había creado. Puedo reconocer ahora con más nitidez a Eiden y Laia, compartiendo un momento bastante divertido por lo que escucho.

La puerta se abre en el momento justo que me cubro con una toalla, las dos chicas me observan confundidas.

—¿No deberías de estar en la cama?—suena como un reproche por parte de Eiden.

—No he dormido nada, necesitaba despejarme.

—¿No has trabajado a noche? —es Laia la que pregunta ahora.

—Ya no voy a ir más, discutí con Claid y él me dijo que me marchará...

—¿Y...? —sueltan al unísono.

—¿Aquí estoy no? He dejado el trabajo.—veo como sus mandíbulas caen con la gravedad.

—¿Qué piensas hacer ahora?—antes de contestar, avanzo por el pasillo para llegar hasta a mi habitación.

—Dormir todo el día. —Camino como un alma en pena, sin ganas de continuar.

—¿Qué te pasa? Estás muy rara últimamente.—me río sin ganas por sus palabras.

Cierro con un portazo y dejo que me abrace el edredón fusionándome con la ropa de cama. El cansancio llega tarde y aun así despacio me desplaza hasta el país de los sueños, sumiéndome en la oscuridad.

"De vuelta en el piso, el pesado de Agustín se ha presentado aquí, sin avisar, «una vez más».
Sé que querrá pedirme uno de los tantos favores que algún día acabarán matándonos, todo por su mala cabeza. Mientras me aseguro de guardar lo que he traído de casa y guardo todo, él se encarga de desarmar la cama.

—Huguito...—pone hasta voz tierna el cabrón.

—Uy... Miedo me das.

—Escucha, tengo que llevar unas cosas a las afueras. ¿Me llevas? —me giro para cruzar la vista.—Será rápido.

—¿Cuándo piensas arreglar tu puto coche, tío? No soy tu chófer.—Espeto al mismo tiempo que retuerzo la ropa, que acaba arrugada en un cajón.

—Me lo gasté todo en el proyecto, ya lo sabes. Hasta que no obtenga beneficios, no puedo gastar en nada más.—trato de ignorarlo, llevo meses intentando hacerle entrar en razón. A pesar del dinero que obtenga, esto no va a salir bien. Tengo un presentimiento. No sé si es por la situación, o las amistades que últimamente nos rondan a ambos.

—Te llevo, pero rápido. He quedado con alguien. —mi amigo sonríe con picardía, suponiendo en cuál será su siguiente mofa.

—¿Quién es?—no tenía ninguna intención de hablar con él.

—¡Qué te importa!

—¿Al menos la conozco?—insiste.

—No.—es mentira, Carolina es compañera de la facultad y aunque nunca habían hablado, sabían de su existencia.—Anda, vámonos antes de que me arrepienta.

Al llegar al lugar no puedo evitar reírme de lo tonto que soy. Estamos en un jodido club abandonado y es que, como siempre, los recados de Agustín no son, ni rápidos, ni sencillos y mucho menos seguros. Y este no iba a ser la excepción, porque mi lado pesimista sabía que algo ocurriría.

Omito tener que preguntarle nada, me dedico a seguir sus pasos bajo la luz de la luna, queriendo distraerme con algo más. Agustín camina agazapado, en la mano lleva una mochila muy pequeña de color verde oliva. Ya frente a una, la puerta, este la empuja. Consiguiendo que un estruendoso sonido mezcla del metal oxidado y la falta de aceite provoca.

—Aquí no hay nadie, ¿estás seguro de que no te has equivocado?—susurra algo inteligible mandándome callar.

—Dejaremos esto y nos iremos, no seas pesado. —no aguanto cuando se pone así de exigente, me cansa tener que aguantar todas sus locas ideas.

Y mi instinto falla, no pasa absolutamente nada. Regresamos en la moto con tranquilidad, en mitad del trayecto unas luces intermitentes de colores apagados quieren que nos detengamos.

Me da mala espina cuando dos tipos vestidos de calle ondean los brazos como locos para llamar nuestra atención. Esto levanta todas mis sospechas y me niego a parar y continuo. Mi amigo palmea mis hombros animándome a que continúe, seguido vuelve a hacer el mismo gesto.

—¡Acelera! ¡Nos están siguiendo!—suelta de golpe. Doy a todo lo que la moto me permite y quemó rueda creando una persecución de película. Detrás de mí escucho un ruido que me parece irreal.

—¿Qué ostias ha sido eso?

—Calla y conduce.—Ordena, pero el ruido vuelve y es más cerca.

—¿Estás disparando? ¿Te has vuelto loco?— Le grito haciendo que mi garganta duela.

—¿Prefieres estar muerto? No sabemos quiénes son, pero ellos nos conocen. —Ahora sí que deseo matarle con todas mis fuerzas, esto aprueba mi teoría de que es un puto desequilibrado.

Mi mente se intenta centrar, es algo que no logro explicar y es que parezco un robot.  Mi cuerpo avanza en automático, aun así en mi cabeza miles de escenarios pasan a cámara lenta. Diferente recreación de lo que podía ocurrir. Siento como la temperatura sube en mi cuerpo, gotas de sudor bajan por mi frente y la condensación se genera en el casco.

—¡Joder! —Se queja mi compañero.

—¿Qué ocurre, Agustín?

—Me he quedado sin balas.—es un desastre hasta para agrandar la montaña en la que nos hemos subido.

—Inútil.—dijo entretienes. Tampoco puede escucharme con el casco. Intento despistarles, pero en una carretera recta en medio de la nada, es imposible.

De pronto, un estruendo a mis espaldas y justo después la moto comienza a tambalearse. Nos han reventado la rueda trasera de un disparo.

—¡Reduce! ¡Qué nos vamos a estrellar!—grita Agustín a mi espalda. Antes de poder reaccionar la moto sé desestabilizar y ambos caemos, por la velocidad el impacto es mayor y siento como la carretera quema mi piel.

—¿Dónde os creíais que ibais? Ambos estáis detenidos.—soy incapaz de discutir, veníamos de dejar un paquete sospechoso y en vez de parar tuve la brillante idea de huir.

—La secreta, tío. La jodida secreta macho.— Susurra Agus mientras nos colocaban los grilletes. Y ahora no podía reprocharle nada, la culpa era de ambos. Respiro agitado, la boca tiene un ligero sabor a hierro y me duele todo el cuerpo. Uno de aquellos hombres me retira el casco para justo después introducirnos en aquel vehículo tintado de negro, incluidos sus cristales."

Me despierto asustada y con el corazón a en la boca. El pecho me duele por la agitación y gotas de sudor baja por mi frente. Estoy empapada y pegajosa, necesito darme una ducha. Confusa sin saber el día y la hora en la que vivo, camino como un zombie hacia la ventana.

Al despejar todo y abrir la ventana, me quedo aún más desorientada.

—¡Ya es de día!—me maldigo por dentro, había perdido un día completo. Como si fuese goma me estiro para atrapar el teléfono que está en la mesilla.—¡Todo el fin de semana!—me sorprendo al leer que son las ocho de la mañana del lunes.

—¡Las consultas!—deseo con todas mis fuerzas sea otro adjunto el que me reciba hoy.  Me organizo y corro al servicio para prepararme, mientras tanto analizó los miles de mensajes que tengo en el móvil. Ninguno es de Claid, y casi que lo prefiero así.

Una vez que estoy lista, agarro mis cosas y las llaves de la moto, para poder ir al hospital. Hoy debía ir a dormir a la unidad del sueño, me iban a monitorizar, pero con lo que había dormido no iba a tener ganas.

—¡Tú! Aquí...— Abro los ojos atónita. Hernán está frente a mí, bien vestido y perfectamente peinado. Y espero una respuesta por su presencia.

A.

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