🌌~28~🌌
Apenas han pasado unos minutos, que parecen una eternidad. El argentino me mira desconfiado, es normal, hasta hace poco pertenecía a lo que consideraba la competencia. No solo mis cuestionables actos me llevan a estar frente al hombre más peligroso de Madrid en estos momentos, sino mi incapacidad para pensar con claridad. El móvil continúa sonando, Hernán insiste en hablar conmigo y yo no dejo de silenciar el teléfono.
—Podés atender la llamada, no tengo apuro. ¿Vos sí? —trago con fuerza, incómoda me levanto tomando su palabra y descolgando el móvil.
—Ahora no es un buen momento. Estoy ocupada. — su respiración se escucha al otro lado.
—Tenemos que hablar, sé que he sido brusco y he reaccional mal por lo ocurrido en el turno. Pero, comprende que no es fácil sabiendo a lo que te dedicabas. — solo oigo escusas y reclamos. Quiero colgarle y tomarme una copa bien cargada. Sin embargo, eso acabaría conmigo, me convertiría en la viva imagen de mi madre.
—La semana que viene tengo unos días libres. Hasta la fecha del examen, podré descansar. — no sé cómo tomarme el sonido que suelta de repente. Parece molesto, pero tampoco me importa. —Ya hablaremos cuando vuelva. —cuelgo, no doy tiempo a que conteste. Después, sin pensarlo dos veces, apagó el teléfono y me giro hacia el hombre que sigue en la habitación.
—Si ya terminaste podemos continuar. —golpea el sillón para que vuelva a sentarme. Y no duda en servir dos vasos de cristal con algún tipo de licor de olor fuerte y desagradable.
—Lo siento, debo rechazar esto. Ya he bebido suficiente, he traído la moto. — aparto la copa, dejándola cerca de él.
—Un pequeño brindis, así celebremos la tregua. Estoy dispuesto a dejarte ser parte de mi club. — él da un gran sorbo de su bebida, un poco de carraspera sale de su garganta e incluso arruga el entrecejo por el sabor fuerte que debe amargar su boca.
—Ya tengo un trabajo, no necesito tu supuesta caridad. — sueno arrogante, pero me da lo mismo. No estoy dispuesta a ser ninguneada por este tipo. De pronto, se acerca más a mí. Sus ojos se posan sobre los míos y su mandíbula se tensa.
— Escuché rumores, de que sos muy buena atrayendo al público. — la pausa que hace es irritante. —Nadie se niega a un negocio conmigo minita.
—Qué gran honor ser la primera. Ya te he dicho que no me interesa.
—Entonces... ¿Qué haces aquí? — sus nudillos comienzan a bailar sobre la madera de la mesa.
—No sabía que el local había cambiado de dueño, Claiden y yo... Dejamos de hablar. — me asusto al escuchar su sonora risa de repente.
—Eso sí que me extraña, Claiden abandonando a su perrita faldera. —asqueada, aprieto el puño encima de la tela del sofá por su falta de respeto.
—No te equivoques, no soy la perra de nadie. — clavo las uñas sobre el curso del sillón, haciéndome daño por la presión que ejerzo. Las manos del argentino sujetan mi mentón, mientras una sonrisa de triunfo se dibuja en su cara.
— Escúchame bien piba, Si me entero, que vos tuviste algo que ver con la desaparición de mi hermano. Vas a ser la protagonista de una novela muy interesante. — me niego una vez más. Entonces, observó como la pantalla de televisión que ahí al otro lado de la sala se enciende. En ella hay dos hombres colgados cabeza abajo. Con cuidado observó como ambos están conectados a un par de tubos de goma. Y a su vez, a un gran bidón con una advertencia de inflamable. — Si me entero, que tuviste algo que ver en la desaparición de mi hermano. Serás la protagonista de esta novela tan interesante. — tenso la mandíbula, incluso haciendo daño en los músculos de mi cara. Me sujeto con fuerza al asiento e intento no parecer asustada. Cuando en realidad podría orinarme encima.
No sé en qué momento el hombre se ha levantado para posicionarse detrás de mí. Su voz es gruesa e imponente, susurra en mi oído la amenaza sin tartamudear. Por otra parte, no puedo evitar quitar la mirada de la pantalla. Él vuelve a tocarme, girando de nuevo mi rostro.
—No me toques. — suelto con rabia. El asco y la incomodidad me inunda. De un manotazo lo aparto, sin querer volver a notar su tacto.
—Tranquila, no te voy a retener más. Pero no te olvidés que cumplo mi palabra y que te voy a seguir muy de cerca chica de las rosas. — sin pensarlo dos veces, salgo con rapidez por la puerta. Quiero alejarme de allí y no volver a meter tanto la pata. Y es que cuando intento arreglar algo, consigo hundirme más en el pozo de miseria que es mi vida.
En la calle ha empezado a llover, no pierdo más el tiempo y arranco la moto de vuelta a casa. Las avenidas están abarrotadas, el tráfico, el sonido de los coches y el bullicio de la gente me molestan. Intento pasar cuanto antes y dejar todo atrás, tengo que entender que lo que me hago a mí misma no es bueno. Estoy empeñada en dañarme más que las relaciones que me obligó en continuar teniendo. Así que intento por un momento llegar con la mente en blanco a casa.
***
He metido y sacado cuatro veces las cosas de mi pequeña mochila de viaje. No sé si quiero ir al pueblo tantos días o si es real que me ayudará a desintoxicarme de la ciudad. Madrid en este tiempo es caótica y con mi personalidad más aún. Incluso el neceser se hace algo difícil de preparar. He metido los botes de la medicación y me he dado cuenta de que tienen aún el precinto de seguridad puesto. ¿Cuánto llevo sin tomarlas? Me siento más débil ahora, pero al mismo tiempo más lúcida. Así que no lo pienso más e intento terminar cuanto antes.
Al salir por la puerta, dejo una nota en la nevera para que la lean las chicas. Un poco de intimidad las vendrá bien. Incluso la compañía a mi madre también, tanto tiempo sola, me preocupa. Quiero confiar en que su problema con la bebida no es algo en lo que haya recaído. Necesito saber que está bien.
No tardo en ponerme en la carretera. No he avisado a mi madre de mi llegada, ni siquiera he encendido el teléfono desde hace unas horas. No he dormido, ni me he querido duchar. Diría que he salido huyendo como una cobarde de todo. El trabajo, Hernán, el argentino y mi propia capacidad de recaer en mis conductas dañinas.
No tardó en llegar a Ciempozuelos, no está lejos de la capital. Callejeo un poco antes de estar frente a la pequeña casa de planta baja donde me críe. El tono blanco de la fachada ha desaparecido tras un gris por la suciedad. Incluso el metal de las ventanas ha sido corrompido por el sol. La madera de la puerta es lo que peor se conserva, me da rabia saber que todo el dinero que le envié se va por el retrete con cada una de sus resacas y mal estar de estómago. Ni siquiera tiene candada la entrada, no llamo al timbre, accedo sin problema.
—¿Mamá? —nadie contesta, pero un hedor a alcohol, tabaco y suciedad me hacen abrir las ventanas que voy encontrando. —Qué asco, ¿Dónde se habrá metido? ¿¡MAMÁ!?
—No grites que me duele la cabeza. ¿Qué haces aquí? — antes de contestarla, busco una bolsa de basura y comienzo a tirar cada botella, lata y recipiente que tiene decorando la casa como si de una exposición se tratase.
—Prefiero preguntar yo. ¿Has vuelto a las reuniones?
—No son necesarias, estoy bien.
—¿El trabajo? ¿Cuánto hace que te despidieron? — me dejó caer sobre una silla, golpeando mi frente y negándome a creer cualquiera de sus mentiras. —Ayúdame a limpiar todo esto, saldremos después a la farmacia a por lo que te receto el médico.
—¿Has venido para sermonearme? Solo es una mala racha, deja de sentirte mal por lo que hago. Vete a continuar con tu vida, saca la carrera y siéntete orgullosa de tener algo mejor de lo que yo hice. — en este momento me arrepiento de haber venido.
—¡Mamá! Siempre pudiste sacar la carrera, no fue así porque te casaste con un monstruo que te encerró para ser su sirvienta y te negaste a salir de ese pozo sin fondo. — quiero poder animarla, pero esto es siempre lo mismo y ya estoy cansada. Me siento tan hipócrita, soy igual a ella. Me aferro a ese horrible destino que escribo cada día. Y es lo que he elegido, aun así con todo lo que pase, me obligó a seguir en él. No me siento para darle lecciones de vida a la mujer que me la dio. No después de saber todo lo que sufrió.
—Violeta, solo disfrutemos de tu visita. Por favor. — su mirada me rompe.
—Hagamos eso. Limpiemos y luego saldremos, tenemos unos días por delante.
Y nos ponemos manos a la obra, en un par de horas la casa se ve limpia y recogida. Al disponernos a salir por la puerta y seguir compartiendo otro rato más juntas, una sombra grande se interpone en nuestro camino. Alzó la mirada y me sorprendo al ver a mi padre frente a mí.
—¡Joder mamá! No entiendo por qué lo avisas.
Él intenta sujetar mis hombros, quiere que hagamos contacto visual. Yo me niego a compartir el mismo aire que él.
—Hablemos hija, necesito que me escuches. Solo quiero conseguir tu perdón antes de que me vaya para siempre. — y me mofo frente a él, me parece una burla que necesite limpiar su conciencia. Empecé trabajando con Claid por sus putas deudas de juego, las que acumuló en los bares por su alcoholismo y las que acabo provocando después con los viajes con su amante y las tarjetas de crédito. Haciendo que mi madre cayera en una depresión y no pudiese levantarse de la cama. Al final ella también fue en picado y una copa, tras otra... La hizo presa del mismo problema.
Eso acabo repercutiendo en que mi deuda con Claid y por qué tenía que pedir más y más adelantos. Estaba dejando en el olvido una amistad que empezó de una manera muy diferente. Yo no quería su dinero, ni una relación romántica, lo que me brindaba era mejor que cualquier otra cosa y lo perdí. Pero cada suceso me hizo dejar la ilusión y género que me volviera más materialista. Mis padres me enseñaron la crueldad de la vida y Claid el poder del dinero. Haciéndome partícipe de su mundo y cautivándome con billetes para asegurarse que nunca huiría del club.
Jamás me arrepentiré del pasado que he ido escribiendo sobre la historia que es mi vida, creo que de alguna manera es la fortaleza que me mantiene aún en pie. Observando a los ojos a mi padre, siento odio, abandono y un dolor que se hace aún más grande por el rencor de una vida de sufrimiento.
—Quiero que te marches. Y que olvides que tienes una hija, total, ambos sabemos que no eres mi padre biológico. — la secuencia de amargura por mi agria declaración se ve a cámara lenta. Sé que padece del corazón hace años, una patología que se suma a la necesidad de la muerte por arrastrarlo al infierno. Y es que me doy, cuenta de que soy un reflejo de estas lastimeras personas. No dudo en cerrar la puerta frente a él, dejando a mi madre sorprendida por mi actitud.
—Te vas a arrepentir, Violeta. — susurra a mi espalda.
—Debiste haberlo hecho tú hace tiempo....— dejando a mi madre con la palabra en la boca, me encierro en mi antiguo dormitorio. Se mantiene exactamente igual, a excepción de la capa de polvo en los muebles.
Es repentino cuando un fuerte dolor de cabeza se instaura para provocar que me retuerza. Sujeta a la silla del escritorio, con un gran mareo, busco entre el neceser en la mochila las pastillas que Claid dejo hace tiempo para mí. Necesito descansar, y sé que eso me aliviará durante unas horas. Ahogada en sudor, con la vista borrosa, rebusco en el bote de plástico.
—Solo queda una. — dudo por un momento si tomarla o tirarla. Pero la sensación empeora y el dolor aumenta. Al final, sin nada para beber, la trago con dificultad. La oscuridad es como un manto frío que me arropa y me sumerge en lo profundo de mi mente. Caminando por un lúgubre pasillo que me lleva hasta una calidad luz que me recibe.
*El sonido de risas me hace saber que no estoy sola, incluso la sensación en mi cuerpo me avisa que no soy Violeta en este momento. El pasado como Hugo regresa, la amplitud de una habitación envejecida, con las paredes en color crema y las manchas de gotelé que dan relieve al muro. Sentando en el sofá, observó como mis amigos pelean por la última patata de la bolsa.
—Eres una mierda, no has dejado ni una. Qué ansia. — Agus no duda en propinar una colleja al otro idiota pasado de drogas. Vivo por y para la marihuana y ya parece que no le quedan neuronas en esa vacía cabeza suya.
—Estaros quietos, par de mandriles. Os tengo que comentar una cosa. — ambos me miran con curiosidad. —Sam estuvo ayer aquí. Vino a contarme algo y necesito hablarlo con alguien.
—¡Está preña! — el colgado no deja de reírse con un tono de voz grave y sonoro. Cuando ven que yo me río sus ojos se abren y ambos tragan saliva para seguir escuchando.
—¿No me jodas? ¿Es eso? — asiento continuando liando otro cigarro que llevarme a la boca. Agustín pasa la mirada a ambos lados, incrédulo. —¿Sabe de quién es? — arrugó el entrecejo por esa pregunta, pensé que ellos creerían que es mío. Y que se molesten en indagar más hace saltar mis alarmas.
—Nunca me he acostado con Samantha. Lo intentamos, el día que nos conocimos ella llamó mi atención. Pero al empezar a relacionarnos y estar más tiempo con Sami, supe que no pasaría de una amistad. Siempre ha sido una amiga que necesitaba apoyo, no hemos ido más allá más de unos besos. Al final decidimos zanjar todo y ser amigos. Pero.... Vosotros sí, ¿O me equivoco? — Agustín se levanta incómodo, se suaviza la barbilla limpiando la comisura de sus labios.
—Esto, y...— no es capaz de contestar.
—Tú también te la has tirado, ¡hijo de puta! — y es que por muy colocado que esté, todo se le ha pasado de golpe.
—¡Pero use preservativo, estoy seguro de que estaba bien! ¡Lo comprobé joder! — los gritos aumentan y yo quiero matarlos a los dos. Ninguno va a ser un buen padre.
—¡Hostias! Yo no me acuerdo. — la situación se vuelve más incómoda. — Pero ¿Lo va a tener?
—¡Claro! Y si el padre no está, ese bebé tendrá a su tío Hugo para lo que necesite.
—¡Estás loco! ¿Vas a hacerte cargo de ese niño? Los porros te están afectando. — ambos esperan expectantes.
—No, seré un buen amigo para Sam.— Agustín camina nervioso, marchándose a la cocina. Al regresar trae un pack con seis cervezas bien frías.
—¿Desde cuándo eres tan ñoño, Hugo? Aún estoy alucinado de que estés dispuesto a criar de algún modo a ese bebé. — oigo el chasquido de la lata al abrirse, mientras mi amigo da el primer sorbo.
—Si es mío, yo me haré cargo. — Agustín y yo miramos al Enchis con los ojos abiertos por la impresión.
—No pienses que Sami va a dejar que te acerques a ese niño, si continúas consumiendo a este ritmo. — sé que eso le da igual, y también sé que no va a cambiar su forma de vivir ni por ese bebé, ni por Sam.
—No le hagas caso, no ves que es del ciego que tiene. Dejaros de gilipolleces y que ella hable con quién sea. Saca los mandos de play y juguemos unas partidas al FIFA. — intento no pensar más en ello, quiero ayudarla, sin embargo, es cierto que no deseo complicarme la vida. Desde un principio supe que no era mío, pero por un momento me hubiera gustado que Sami fuera esa persona de la que enamorarme.
El timbre suena de forma repentina, soy el que se encuentra más sereno de los tres, así que opto por ser yo quien abra la puerta. Mi madre está en la entrada con un montón de bolsas de compra, a su lado mi hermana sonríe al verme.
—¡Tato! — se lanza a mis brazos y yo la aupó para abrazarla.
—¿Qué pasa pequeñaja? ¿Mama? — no dudan en pasar, no quiero ni pensar los reproches por la suciedad de la casa o el posible mal olor.
—¡Hola cielo! Hemos venido a traer unos tupper y a verte antes de ir al dentista con tu hermana. — pasa directamente a la cocina, justo después de depositar un beso en mi mejilla. — ¡Dios santo! ¿No limpiáis nunca chicos? — ahí está, esos reclamos que después de todo echo de menos.
—No hacía falta que trajeras nada, mama.
—A saberse de qué clase de bazofia estáis alimentados Agustín y tú. Estoy segura de que la señora Rosa hace lo mismo. — puedo ver como las aletas de la nariz de mi madre se expanden molesta.
—Buenas tardes, Candela. — Agustín se acerca para darle un abrazo a mí a la mujer que lucho por sacarnos de la miseria. — Diga que sí, que su comida es bien recibida. — él muy pelota hace con que la ayuda, solo para mirar dentro de las bolsas.
—¿A qué huele aquí? Por dios, abrir las ventanas. Esto es una cochiquera. Ni la pocilga del abuelo estaba tan sucia.
La verdad, dejo que haga lo que quiera. Ese poder de madre sobre protectora es lo que define a la mujer que ha dado todo por nosotros. Capaz de tener tres trabajos y hacer de madre y padre. Antes de que pueda negarse y me rechace el dinero, voy hasta mi habitación para ir a buscarlo. Mientras mi hermana juega con el pelo del Enchis que esté medio dormido en el sofá, me acerco a ella y le dio el dinero del aparato.
—Mamá, toma. Usa esto para la niña. — susurro mientras entrego un sobre cerrado en sus manos.
—Otra vez no, Hugo. No es necesario que gastes lo de la carrera. — sé que esto la hace sentir mal, pero es en lo que puedo ayudarla en este momento.
—Mamá, trabaje en un proyecto y lo gane con gusto para ayudarte. — su mano pasa acariciar mi rostro. Los ojos se le humedecen y no duda en darme un fuerte abrazo.
—Eres un buen hijo, estoy tan orgullosa de en quien te has convertido. Ojalá te viera tu padre, me recuerdas tanto a él. Sé que ambos lo echan de menos. — no puede estar más equivocada, ella sigue tapando lo que siempre supe, que nos abandonó antes de que la muerte le llegase. Pero no puedo negarle esa protección, es mejor mantener el recuerdo que Sofía tiene de él.
—¡Ey! Sofí, cuando salgáis podemos ir a comer una hamburguesa. — Ella grita de felicidad. *
La luz regresa, el dolor de cabeza se ha disipado y puedo volver a incorporarme. Unos golpes en la puerta han ayudado a que vuelva a la realidad. Mi madre se asoma y con los ojos rojos de llorar y oliendo una vez más alcohol. Antes de revisar y vaciar la casa de cualquier tipo de botella etílica la obligo a entrar en el cuarto de baño, allí con ella intento darle algún tipo de ánimo. Ver a mi padre aún le duele, el daño que le hizo aún continúa arraigado en su corazón y eso nos perturba a ambas.
Entonces los recuerdos pasados regresan a mi mente, Berto el amigo de Hugo. ¿Es mi padre biológico? O tal vez es su compañero de piso, ¿Agustín? El asesino de Hugo. Son tantas las incógnitas que el dolor de cabeza regresa.
—¿Mama? — ella alza la mirada.
—Nunca me has hablado de Hugo, necesito saber qué tiene que ver conmigo. — no puedo evitar contarle todos los sueños que perturban mi descanso, y lo que he ido descubriendo. Tras revelar aquella violenta muerte, ella se lleva las manos a la boca sorprendida. Ha escuchado expectante cada detalle que le cuento y es entonces cuando por fin articula una palabra.
—No sé qué pensar, o como puede ser eso posible. Pero es momento. Hablemos de Hugo.
A.
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