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🌌~27~🌌

Camino de un lado a otro de la habitación, la llamada entra una y otra vez, pero en la línea el pitido continuo me avisa que Gorka cuelga. Cuando intento comunicarme con Claid, el tono ni siquiera se escucha. Frustrada, un alarido ahogado sale de mi garganta de manera involuntaria. Lanzo el teléfono y es cuando reflexionó. Decidiendo que tal vez, ya sea hora de continuar con mi vida y dejar a un lado todo aquel indeseado mundo al que me resisto a abandonar. Tras varias horas antes del cambio de turno me preparo, he estado la mañana escribiendo en el ordenador. Me quiero dar cuenta, ya paso el tiempo y tengo que irme al trabajo.

Con el portátil en la mochila, las llaves y el casco colgado de mi antebrazo, salgo en dirección al hospital. Han aumentado el número de guardias, pero no me importa. Sé que a final de mes tendré un plus en la nómina.

En el salón me encuentro a mis compañeras de piso acarameladas en el sofá, puedo notar como se me pican las muelas por el exceso de azúcar. También debo reconocer que me dan envidia, mi relación con Hernán no va mal, pero ninguno de los dos somos así de cariñosos.

—¡Oh! Cuanto amor, qué asco dais. — agarro un cojín que uso para lanzárselo a ambas.

—Lo dice la enamorada de su sugar el médico, cuidado que cuando envejecen necesitan mantenimiento. — me indigno con su comentario, aun así, nos reímos juntas. Después, me despido de ellas con una peineta.

***

Cambiada y caminando hacia el despacho del adjunto, espero que sea una guardia tranquila. No conozco al médico a cargo, así que mientras llega me mantengo frente al ordenador. Pasada casi una hora y todavía sola, me doy cuenta de que he escrito más de veinte páginas contando la historia de Hugo. Entonces la puerta se escucha, es Hernán quien se asoma.

—¿Todo bien? ¿Qué haces? — él pasa y se acerca a mí, mientras de forma inconsciente comienzo a cerrar el portátil.

—Nada, escribiendo algo. —mi contestación es rápida y seca. Sobre mi piel, siento sus labios que dejan un beso en la frente, luego me hago a un lado para que se pueda sentar.

—Parece que hoy será tranquilo, podemos ir al dormitorio. — sugiere con picardía. Cuando se levanta, me animo para sujetar la manga de su bata y contarle mi decisión sobre el club.

—Claiden ha vendido el pub, y ya finalizó cualquier contacto conmigo. — es extraño como cuando se dirige a mí con su mirada, el brillo de la misma cambia. Incluso su actitud es otra.

—Mejor, una excusa para que dejes de una vez esa mierda. — su mano sujeta mi barbilla, alzando mi rostro hacia él. Un sentimiento de rabia recorre mi cuerpo, él lo nota. Pero eso no le impide reforzar el agarre para estar por encima de mí. El odio y rechazo siguen, pidiendo salir de manera impulsiva de mi cuerpo. Me detengo y respiro, quiero evitar una pelea innecesaria. Si expresión cambia, se relame por la victoria. — Voy al servicio, si te apetece vamos a tomar un café. — Al separarse, mi primer instinto es limpiar el contacto que hemos mantenido. Entonces dudo de que esto que tenemos vaya a salir bien. ¿Una buena química sexual nos ayudará en lo demás? Sé que no, pero me aferro a eso.

—Vale, voy a fumar un cigarro y nos vemos fuera. — dejo un pequeño beso sobre sus labios y me marcho. Al llegar al exterior, me doy cuenta de que se me ha olvidado el paquete de tabaco en la mochila, en mi despacho. Así que regreso, encontrando la puerta del lugar entornada. Hernán se encuentra de pies, frente al portátil. Observo como lee aquella parte de mi vida, sea real o imaginaria, que no termino de descubrir, violando mi intimidad.

No quiero darle importancia, más allá de la curiosidad que él pueda tener. Es cuando una de sus acciones hace que las alarmas de mi cerebro salten. Observó cómo aprovechar para sacar las fotos del archivo, y después eliminar el documento que he creado por la mañana. Es el momento exacto, interrumpo lo que está haciendo.

—¿Aún sigues aquí? — me parece gracioso ver qué se sobresalta.

—¿Eh? Sí, estaba leyendo mi correo electrónico. — me quedo con un detalle que hace, en demasiadas ocasiones, ajustarse las gafas cuando sus palabras no son del todo sinceras. —¿Y tú? ¿Ya has fumado? —niego.

—Me he dejado el tabaco. — muestro el paquete que sacó del bolsillo pequeño de la mochila.

—Bueno, pues te espero en la cafetería. ¿O vienes ya? — su mirada parece de súplica, pero algo dentro de mí no es capaz de confiar en él.

En el bar del hospital hay un grupo de compañeros ya sentados en la mesa, continuamos guardando las apariencias. Y no sé si detestar esa actitud o aceptar que es lo mejor para ambos. Hay momentos en que estoy muy a gusto junto a Carlos, pero otros en el que no puedo evitar aborrecer la actitud tan negativa que muestra.

Pasamos un rato tranquilo y gratificante con nuestros colegas, incluso con aquellos que vienen del congreso que han impartido hoy en la universidad. Es entonces, cuando los buscas de los adjuntos comienzan a sonar. Un pitido intenso que no cesa.

—¿Qué ocurre? — oigo a una de mis compañeras al fondo.

Código naranja, una llegada masiva de pacientes por la rea de urgencias. — Hernán desaparece, antes de que nos pongamos en pie, está corriendo hacia el área principal.

No da lugar a preguntas, cada camilla que entra es para movilizar a los equipos de toda la unidad. Observó como un chico que no aparenta a simple vista ser mayor de edad, pasa en la camilla inconsciente. Me percató de la espuma en sus labios y la pupila dilatada sin reacción a la luz.

Mi corazón parece que se va a escapar por la boca, cuando busco el pulso. Actuó al sentir algo muy débil bajo mi tacto.

—¡Rápido, monitorearlo! ¡Este chico va a entrar en parada! — el equipo completo no tarda en cogerle las constantes. — ¡PREPARANDO LO NECESARIO PARA PODER ENTUBARLO! — escucho como él urgiéndolo da los pasos a seguir. Entonces levanta la mirada y se dirige a mí. — Necesito que realices la documentación para las pruebas neurológicas que requieras. Es un caso parecido al de la joven de la última vez. — asiento y me marcho a cualquiera de las consultas de la unidad. Allí preparo lo necesario para un TAC.

No dudo que el nuevo dueño del club está haciéndose con el mercado de la piridoxina, una misma sustancia modificada. Mis sentidos me avisan, se encuentra la situación fuera de control. Porque las ocho personas con posible sobredosis, no van a sobrevivir.

Me acerco al control del equipo de enfermería y allí solicito que cuando llegue el paciente esté listo sea enviado a rayos.

— Doctora Arbuaz, tardaremos un rato. Todos sus compañeros están pidiendo las mismas pruebas. Iremos por orden, no queremos colapsar la unidad de radiodiagnóstico. — los pitidos del monitor principal se escuchan descontrolados. De golpe, la REA se ha llenado con pacientes que se encuentran en un coma sin retorno.

A lo lejos, un Carlos Hernán muy metido en su profesión se acerca con furia hasta mí. Agarrándome del brazo con fuerza y obligándome a seguirle.

—Cuando llegue la policía vas a contar lo que sepas, porque los ocho son menores de edad jugando a ser mayores. Se han metido la mierda que tu amiguito vende y ahora será posible que tengamos que certificar sus muertes. — me suelto con brusquedad, no me gusta la imposición que quiere marcar sobre mí.

—No te atrevas a ponerme una mano encima, mi amiguito, como tú dices, ya no trafica con nada. Estoy segura de que no es ni la misma droga. —sus ojos se han vuelto oscuros y el gesto es de auténtica rabia.

—¿No te das cuenta de la situación?

—¡Claro que lo veo! Pero yo ya no tengo la culpa. — su rencor por mi pasado le nubla y no ve más allá de los nuevos acontecimientos. Se obceca en verme como la culpable.

—Tu guardia de hoy será rotada al siguiente. En cuanto acabe el turno, márchate a casa. — al respirar con profundidad las aletas de la nariz se expande y yo deseo tirarle algo a la cabeza. No me queda más remedio que obedecer a mi superior.

Todo pasa despacio y me da tiempo a ver los resultados del TAC. Me sorprendo al ver la sobre estimulación del cerebro del joven, trabajando al cien por cien. Eso parece irreal. Puedo escuchar a los demás compañeros, murmurar como los otros siete pacientes se encuentran en un estado similar, la única diferencia a mis síntomas con la piridoxina, es que el corazón cada vez le cuesta más bombear. Se están apagando poco a poco, ya que el motor principal no permitirá que continúen viviendo.

Descubriendo que, dentro de su coma, siguen despierto en el interior de su cabeza. Me parece algo horrible. No dudo en salir sumida en el miedo y la desesperación, marcando al mismo tiempo el teléfono de Gorka.

La línea suena, y suena una y otra vez más. Sé que me está negando cualquier contacto, lo siento como un castigo innecesario. Ellos me dirían que lo hacen por mi bien. Creando alguna estúpida ley del hielo, seguro ordenada por el gilipollas de Claid. Al final, decido mandarle un mensaje.

—[Violeta]: No sé qué demonios te pasa, es muy urgente. En el hospital hay ocho chicos con algún tipo de sobredosis y van a fallecer. Son menores. — enviar. Tarda en aparecer, pero puedo leer en línea, y los dos tics azules. Después la palabra escribiendo arriba.

—[Oso: El club se traspasó Violeta, he viajado a LA con Claiden. Olvídate de eso y trabaja para lo que has nacido. El nuevo dueño es quien debe saber qué ocurre. Mi mejor consejo es que dejes que la policía haga su trabajo. Olvida tu pasado, ya enterrado, si continúas escarbando hasta abajo, cavarás tu propia tumba. Sé que te dará igual, pero el jefe te echa de menos. Espero poder verte pronto. 😘

Quiero llorar, buscar un rincón oscuro y hacerme un ovillo para protegerme. Salir a fumar un cigarro es mi momento de descanso y debilidad. He vuelto a la fragilidad que me inunda por mis errores.

***

El piso está vacío, las chicas estarán en el trabajo. Lo que hago es cocinar unos fideos instantáneos y conectar el portátil para continuar con el libro. Lo que Carlos no esperan es que guardaría en la nube, una copia. Los meses se hicieron cortos, al principio, en este momento, son demasiado largos y siento que ninguno de los dos estamos cómodos.

Mientras me embarcó en la escritura, una idea ronda mi cabeza. Bajar al club y ver de qué droga se trata. ¿Qué podría pasar? El dueño actual no me conoce. O que pueda saber sobre el tema.

No tengo un plan, de momento lo único que hago es prepararme. Y antes de que Eiden y Laia vuelvan salgo con el casco de la moto en el brazo. A lo lejos, en la avenida principal, espero que el semáforo se ponga en verde. Un gran cartel luminoso llama la atención y según voy acercándome puedo leer el letrero.

" Rocco's" — ¿Quién es Rocco? — Una vez dejó la moto en el callejón, me aproximo a la entrada. Donde dos armarios empotrados la custodian. Ninguno conocido para mí.

—¿Documento? — muestro mi DNI y acto seguido paso al interior. El lugar está abarrotado y las barras con una gran cola de espera. No tengo que esforzarme en preguntar nada, a mi lado hay chicos que no aparentan más de veinte años pidiendo la carta de cócteles. Eso llama mi atención. Tan solo con una palabra, le muestran una amplia pizarra con nombres peculiares.

—Un par de tragos de la casa. — repiten a mi derecha.

—Claro, tenemos una gran variedad como veis. El Rocco es una mezcla sorpresa y novedosa con la que puedes innovar. Después tienes los más comunes. — La lista es amplia. — Amore Milano, Milkicilin, Penicillin, Milkpunch, NegroniBalestrini, Negroni Vigilante, Cristal del sur, París era una fiesta, Ligero, Doña Flor, Three White Soldiers y, por último, no por eso el peor, Sucio y Seco. — la pareja de chicas se lo piensa.

—¡Sucio y Seco! —gritan ambas.

—¡Marchando entonces! — Puedo ver cómo todo está preparado con anterioridad y no tarda en entregar las bebidas. —Son cuarenta euros. — me sorprendo con lo desorbitada que es la cuenta. Ellas no discuten y pagan con normalidad. Al recogerlas, las chicas, buscan algo bajo el culo de las copas. Despegando unos sobre transparentes o chivatos con algún tipo de pastilla. Ahora entiendo el precio por las consumiciones.

Me acerco para hacer mi pedido y deduzco que el trato de la casa, será lo que busco.

—¡Un trago! — Hazlo la mano y que así el camarero me vea.

—¿Y cuál es tu elección, guapa?

—La especialidad de la casa. — su sonrisa pícara me dice que ando bien encaminada.

—Pues un Rocco's por aquí. — mi petición no se hace esperar y la copa se ve majestuosa y preparada con mucho mimo ante mis ojos. — cincuenta euros. —mi mandíbula cae de golpe, sorprendida por lo excedido que me parece.

— He oído como cobrabas menos a dos chicas por dos copas.

— Has pedido lo más caro de la carta, la especialidad se tiene que pagar, guapa. — No peleó más y saldo la cuenta.

El primer sorbo me parece un regalo del cielo, no voy a negar que son una delicia. Entonces recuerdo por qué he pedido la bebida, hago como aquellas chicas, y busco en el mismo lugar. Ahí está, la pequeña bolsa con unas cápsulas rosa flúor. No quiero probarlas, puede que me mate y mi cerebro en cualquier momento se desconecte. No he vuelto a las revisiones y tampoco a dormir al hospital. Sentirme estable, fue la manera de dejarlo todo a un lado.

Mi siguiente paso es entrar a la zona privada, aquella que en tantas ocasiones cruzaba como si fuera mi propia casa. No es difícil pasar la puerta, con tal tumulto de gente, puedo caminar desapercibida. Me dirijo directamente al antiguo despacho de Claid, allí creo poder encontrar algo.

Escucho a través de la puerta, asegurándome que estaré sola. Cuando estoy segura, la abro muy despacio. Suspiro aliviada al saber que no hay nadie. Mi primer instinto es buscar en los cajones del gran escritorio que mantiene en el centro de la habitación. Sin embargo, me quedo embobada observando cuanto ha cambiado el lugar. Al ver cada detalle en la mesa, me doy cuenta de una fotografía que hay sobre él. Dos chicos que rondarán los quince años, más o menos. Se ven sonrientes. Arrugó el entrecejo, no puedo negar que me suenan ambos. Pero, en este momento, no logro recordar donde los he visto. Entonces la sujeto para observar más cerca, en la parte inferior hay algo escrito.

—Rocco y Micca, Córdoba, Argentina,2009. —— Los nombres no me suenan, pero entonces me doy cuenta de quiénes pueden ser.

—Mierda, Violeta, cómo siempre metiéndote en la boca del lobo. Estúpida. — me insulto a mí misma. Y es que no entiendo la gran ocurrencia de Claid, de hacer el traspaso a este descerebrado. Sin embargo, me doy cuenta de que soy demasiado hipócrita, ya que soy igual o peor que ellos.

La imagen de Rodrigo se mete en mi cabeza, un recuerdo tormentoso que bloquee por un tiempo:

"—¿No querías jugar? Vamos a ello. — sujeto el bisturí con la punta de los dedos, haciendo que baile entre ellos.

Él no puede contestar, una cinta negra de embalar tapa esa enorme bocaza que tiene. Nublada por el odio, no soy consciente de lo que estoy a punto de hacer y sé que eso no justifica las atrocidades que me pasan por la cabeza. El primer corte es diminuto, a penas un roce en la mejilla. Siento que es un filo demasiado pequeño para continuar y camino a la mesa que hay instalada a mi derecha. Entonces veo la sierra, en ese momento soy yo quien frena todo. Esa parte racional que me dice que no soy yo la que está pensando.

—La puerta se abre, Gorka pasa casi sin aliento. Y Claid a su lado, no paro de llorar y me lanzo a por mi amigo. Al cual golpeó mientras grito todo tipo de improperios.

—Tu rabia te pedía que lo hicieras, pero no eres así Olet. Olvida lo de hoy. — sujeta mis brazos para impedir que continúe pegándolo. —Oso, llama a Tatiana. Ella sabrá que hacer, esa rusa es una maestra en esto. Antes de que puedan sacarme de allí, me lanzo contra el argentino. Arremetiendo sobre su rostro. —Saquémosla de aquí.

—Suéltame Gorka, pienso patearte el culo. — sé que se ríe, aunque no logré escucharlo, lo conozco demasiado bien. Forcejeo para que me baje al suelo y cuando llegamos al despacho eso hace.

—Dadme más tiempo. —suplico.

—No digas bobadas, no eres así. Sé que te vas a arrepentir de todo. Te conozco Olet.— la rabia vuelve a mí, deseo pegarle, por intuir que voy a decidir.

Claid se acerca despacio a mí, y cuando quiero darme cuenta la habitación da vueltas y la oscuridad me rodea."

Es todo tan difuso que me parece un sueño. Antes de ser descubierta salgo por la puerta y cierro con cuidado de no hacer ruido. Con el pasillo vacío camino para volver a la pista.

—Cuanto tiempo sin verte, pensé que mi gran amiga Violeta había desaparecido. Ven acércate, platiquemos. Quiero invitarte a unos tragos, bella.

En este momento no sé si salir corriendo o aceptar la invitación. Me siento acorralada y solo me queda disimular, aguantando un poco más para averiguar qué sucede. Este momento iba a llegar y las palabras de Claid regresan a mí, Arrepintiéndome de cada una de mis decisiones. Desde el principio, incluyendo el tiempo que trabaje como una especie de testa ferro. Ahora sé que este momento llegaría. En el bolso de mano que traigo, el teléfono comienza a vibrar. El nombre de Hernán se refleja y el hombre frente a mí, abre las puertas de la oficina.

—Ven siéntate.



A.

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