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🌌~23~🌌

Claiden

Quién me iba a decir que echaría de menos España. Sobre todo, la comida, no llevo en los Ángeles ni veinticuatro horas y estoy agotado. Y si digo que no extraño a Violeta sería mentira. De camino a la oficina que me han adjudicado, para conocer al personal y el trabajo, he dejado a un lado mi viejo teléfono. A penas he visto el loft, grande, solitario, frío y más de lo que realmente necesito. Había olvidado que las cosas aquí son mucho más ostentosas que a lo que estoy acostumbrado. Todo ello sumado al ir al trabajo en el coche de empresa, con chofer. 

Tantos años al lado de Olet, me habían cambiado demasiado. Ya que este alto nivel de vida, siempre fue el habitual desde que tengo uso de razón. He estado tentado, a llamar a la castaña, ansió escuchar su voz. Pero eso no ayudaría para despejar mi mente. Ya no queda nada para llegar ante el edificio de la empresa, Empire Pharmaceutical Moore. Puedo leer las enormes letras de tono dorado en la cabecera del edificio, las cristaleras opacas y las grandes puertas giratorias. 

—Señor Moore, hemos llegado. —El acento cerrado de mi chofer, me sugiere que puede ser de Texas, no estoy muy seguro. Tener la mente entre ambos países, me mantiene aun pensando en los dos idiomas. Al bajarme de la limusina, avanzo con paso firme hasta la entrada principal, donde mi padre me espera con el equipo directivo. 

—William, Bienvenido, hijo mío. — me recibe con los brazos abiertos, y llamándome por el nombre que mi abuelo paterno decidió. Odio cualquier referencia a ese hombre. Un monstruo dañino y perturbado que jodió mi vida por cada golpe que me daba. —Tienes que ser un hombre William, así te harás más fuerte. —puedo escuchar su áspera voz retumbar en mi mente, amargos recuerdos de los veranos que me obligó a vivir mi padre con mis abuelos. Al enterarse de las palizas a las que me sometía mi abuelo, mis padres me alejaron de ellos, mandándome a estudiar al extranjero. Por eso acabé en Madrid, cambiando mi vida por completo. 

—Padre. —me da un apretón de manos, frío y común. Continuamos la charla arriba en la sala de reuniones, donde todo se media para organizar los trabajos, horarios y personal. La semana que viene se abrirían las puertas de la farmacéutica para comenzar con la elaboración. En un mes tendríamos que estar con la venta al público.

 El laboratorio Moore está preparado para empezar. Es entonces cuando sucede y la veo, estatura por encima de la media, no mucho, pero veo como unos tacones de aguja estilizan su figura. Curvas marcadas por el traje de dos piezas que lleva y una media melena ondulada de un tono castaño claro. Instintivamente, me acerco hasta ella, su olor es distinto, pero físicamente es ella. 

— ¿Olet?— en su cara, refleja duda. Pero yo sigo viendo a Violeta en ella. Sus ojos verdes, las pocas pecas que adornan su nariz, sus labios pequeños y gruesos al mismo tiempo. 

—Señor Moore. —saluda ella con mucha educación. 

—Mi nombre es Lilith Smith, su secretaria. — Entonces parece que mi mente colapsa, resquebrajándose. En un cambio brusco en mi actitud, sujeto la muñeca de la chica con fuerza, sin ejercer demasiada presión. —¿Señor Moore? ¿Qué ocurre? — en sus ojos puedo ver miedo, como teme lo que pueda estar pasando por mi mente. Arrinconada contra mi escritorio, con el pulso acelerado, un ligero temblor en su labio inferior y un acúmulo de lágrimas en sus ojos. Creo desconcierto al separarme, frotar mi cabello con frustración y observarla en silencio. De pronto busco en mi cartera, sacando un fajo de billetes de cien dólares, golpeando con ellos la mesa. 

—Solo lo diré una vez, si quieres conservar tu puesto de trabajo, vete ahora a un salón de belleza y vuelve mañana con el cambio realizado. — espetó con brusquedad. 

—Y que... —intenta responder con pequeños tartamudeos. 

—Tíñete el pelo, un rubio o negro estaría bien. Tapa las pecas con maquillaje, ponte, lentillas de otro color y extensiones. —Hablo deprisa, estoy nervioso. Ella asiente, pero no dice nada más. — Si no estás de acuerdo, entrega tu carga de renuncia. 

—Completaré el cambio. —afirma finalmente ella marchándose sobre sus talones. La frustración se adueña de mí, ese aumento de ira que me caracteriza cuando de pronto golpeó el escritorio, llegando a astilla una parte del mismo. Termino de revisar unos documentos que mi padre insistió que mirara, para después salir para fumarme un cigarrillo. Las horas pasan, escuchando una y otra vez reuniones para que se pueda comenzar a vender a nivel nacional e internacional los medicamentos creados en los laboratorios de la empresa. 

Me aburro en exceso, esta vida nunca ha sido la deseada para mí. Provocando que eche de menos España, el club y de nuevo a ella. En cuanto puedo, me encierro en el despacho que me han asignado, dejando atrás a todo el agobio que supone ser el director principal en la empresa. Compruebo el teléfono, observando las redes sociales, Violeta lleva días sin subir nada a su perfil. Es entonces cuando me maldigo a mí mismo y dejo de golpe el teléfono sobre el escritorio. Recordando que debo dejar de ver sus malditas fotos. Iluso por mi propia voluntad, recaigo. Agarro de nuevo ese maldito aparato y reviso sus historias. No entiendo por qué me autoflagelo de esta manera. Sale ella dándole la mano a alguien, es obvio que aquel medicucho está junto a ella. Ocultando que están en una relación por su puesto como su superior. Me altera la sangre pensar que pueda tocarla, besarla o el simple hecho de tenerla cerca de él. Hay algo en el que detesto con todas mis fuerzas. 

Unos estridentes golpes en la puerta hacen que deje lo que estoy viendo, finalizando sola la historia. Al mirar al frente, un chico más o menos de mi edad espera a que se le permita pasar. 

—Disculpe, señor, no vi a su secretaria y me tome el atrevimiento de entrar. —su disculpa viene acompañada de un poco de temor al final de sus oraciones, con la voz entumecida y la espalda encorvada. — Le traigo los archivos que pidió en la última reunión. — observo como hace danzar las carpetas ante mis ojos. Con un gesto de cabeza le pido que se acerque y así poder recoger los papeles. Paso las páginas observo por encima y después me percato que el chico sigue ahí. 

—Puedes retirarte. —pienso por un momento si me podrá ayudar en algo más. Cojo una hoja y un bolígrafo para pasárselo a él. —Pareces eficiente, apunta tu nombre y apellidos, junto a tu teléfono. Puedo percatarme de la gran sonrisa que se le forma. 

—Aquí tiene señor. — después sale por donde entro. 

—Elijah Hunt, interesante. — Solo espero que la secretaria sea igual de eficiente y venga mañana convertida en otra persona. 


 Mato el tiempo revisando correos electrónicos, encontrándome con uno reciente desde España. Gorka es quien lo envía, con archivos cargados, entre ellos fotografías. En ellas puedo ver que son de hace más de veinticinco años, puedo ver a varios chicos riendo y consumiendo algún tipo de droga. Con ellos un par de chicas, y llama en particular mi atención una que podría ser Violeta. Es demasiado extraño, por eso no pierdo el tiempo y comienzo a verificar los documentos enviados. —No entiendo nada. —comienzo a producir todo tipo de insultos al ver que nada tiene sentido, está todo mezclado, con nombres incomprensibles para mí y algo que tiene que ver con protección de testigos. 


 *** 


Tumbado sobre mi cama, me quedo observando las sombras que se forman por la escasa claridad que entra del exterior. El poli tono de Back to me, de The Rose comienza a sonar. Está entrando una llamada en mi móvil y al ver el nombre de la pantalla decido cortar y dejarlo apagado. 

Fuck. — me siento contrariado, no sé si quería hacer eso realmente. Arrepentido lo vuelvo a coger para encenderlo, pero vuelvo a dejarlo sobre la mesilla. Así que me levanto para ir hasta la amplia ducha que hay en el baño de mi dormitorio. Al encender la luz me ciego, el color azul de mis ojos se ve perjudicado y parpadeo demasiadas veces hasta que se adapta mi vista. 

Los tonos neutros de grises y blancos adornan el lugar, con el negro sobre la grifería. Retiro la ropa interior y me relajo bajo la caída del agua sobre mi cabeza. Suspiro cuando los chorros de los laterales se alternan entre el calor del infierno y el más gélido ártico. Esto me permite olvidarme de todo o por lo menos intentarlo, ya que no dejo de darle vueltas a los documentos que me envió Gorka. Agotado me dejo caer en el sofá para cenar viendo algunos de los programas que emiten en la televisión local de aquí, el sillón parece abrazarme, quedando dormido por el cansancio.


 *** 


El peor despertar de la historia es escuchar una alarma a las cuatro de la madrugada, no sé en qué momento decidí madrugar tanto. Con los ojos aún pegados, me pongo unos pantalones cortos para salir a correr. Me estoy arrepintiendo demasiado. Como es de esperar, a estas horas no hay nadie por la calle. Y a partir de eso procedo a ducharme, desayunar y volver a la oficina. La tarjeta pasa abriendo el ascensor del garaje para subir al despacho.

Veo pasar las plantas despacio, como la gente que monta conmigo en el ascensor baja con su peor cara para ir a un puesto de trabajo que no les hace felices. Camino mirando hacia delante cuando llego a la planta indicada, serio, con la espalda recta y la profesionalidad que nunca mostré. Y allí está ella, aquella media melena castaña, aquellos ojos verdes, el tono claro de su piel adornado por aquel mar de pecas en su rostro. 

Violeta parece seguirme donde quiera que voy, a excepción, de que no es ella. Así que en este momento no sé cómo sentirme, enfadado, sí. Conmigo misma por no saberme controlar. Retrocedo unos pasos para poderla observar con mayor detenimiento. Sujeto su mentón para alzarlo y obligarla a mirarme. 

— ¿Qué mierdas es esto? — espeto en inglés, enfatizando las palabras para que se note mi enfado. —Te pedí que solucionaras esto si querías mantener tu puesto de trabajo. —explico subiendo el tono de mi voz. Ella aparta mi mano, poniéndose en pie para encararme. 

—Mire, con mucho respeto le aclaro que yo no soy una lacaya que sucumbe a sus extraños gustos. Yo soy así y no pienso modificar nada, puede proceder a despedirme entonces. — con frustración, froto el puente de mi nariz. Respiro hondo y analizo que tal vez no he comenzado bien con mi secretaria. Apretando los puños y conteniendo todos los sentimientos cruzados que se pasan por mi cabeza, acepto que el problema es mío. 

 —Disculpa...—señalo, solicitando su nombre. 

—Lilith Smith... 

—Eso, señorita Smith. No tienes que modificar nada, puedes seguir con tu trabajo. —ella me cede un sobre pequeño de color marrón. Alzo la ceja sin entender qué ocurre. —El dinero que me entrego, es suyo. —explico la chica. 

—Quédeselo por mi grosería y las molestias de tener que lidiar conmigo. —digo con una falsa sonrisa de incomodidad. Ella niega y me lo vuelve a entregar. 

—Guárdelo, no lo quiero. Me gano el mío con esfuerzo. —no puedo hacer otra cosa que asentir. La veo como se sienta de nuevo, volviendo a las pilas de archivadores que se amontonan en su escritorio. En la pantalla del ordenador están abiertas un sin fin de ventanas con diferentes proyectos y Excel con las cuentas y facturas de los diferentes químicos. 

—Cuando pueda tráigame un café solo y los documentos de la reunión de las diez. — comento. —Ahora mismo, Señor Moore. — cómo me rechina ese nombre. 

—Por favor señorita Smith, el señor Moore es mi padre. Llámeme William si lo prefiere. — le cedo el segundo nombre, me niego a escuchar el Claiden salir de sus labios. 

Me distraigo con una pequeña vibración en el bolsillo del pantalón, donde otro correo electrónico de Gorka llega. En él puedo leer una empresa ya muerta, algo sobre un jardín o algo llamado El Prado. Y el nombre de un tal Agustín. Paso las páginas del documento en PDF, donde solo veo facturas de compra y venta de plantas exóticas y otras más comunes. Arrugo el entrecejo extrañado, no entiendo que tiene que ver con el médico. Todo este tema que le rodea me está volviendo loco, creando confusión a mi alrededor. Sin pensarlo más envió un mensaje a Olet. 

—*[Claid]: No te fíes de nadie, ni del medicucho. *   



A.

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