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🌌~22~🌌[+18]

Violeta

He salido despavorida, lo sé. Pero no sabía como actuar en este momento con Claid, ha sido un momento demasiado incómodo para ambos. Sumado a que se va, tan fácil como eso. No puedo ir ahora donde Hernán, no me siento bien para continuar mi día con tanta normalidad.

Subo en la moto y vuelvo a casa, necesito con urgencia un consejo de las chicas. Ellas de alguna manera saben reconfortarme con sinceridad. Y es que comienzo a agobiarme cuando el tráfico se pone en mi contra, ni con mi pequeña rugidora soy capaz de colarme entre las calles. Avanzo a duras penas, escuchando todo tipo de insultos acompañado del sonido de cláxones.

De la nada un coche frena a mi lado, cuando intento moverme para adelantar por la izquierda. La ventanilla se baja y un tipo en el asiento del copiloto me observa poniendo mucho detalle.

—Podías montarte en otro sitio mejor, esa moto te queda demasiado grande ricura.— me rio por dentro por tal nivel de idiotez de machito. Extiendo mi mano gesticulando una peineta para que la vea. Le veo reírse con sorna, mientras sube de nuevo la ventanilla. Cuando el semáforo se cambia a verde y los coches parecen moverse, consigo salir del embotellamiento que se formó en las carreteras de la ciudad.

Parece que hoy todo se pone en mi contra, y dando vueltas por todas las calles sigo sin conseguir un aparcamiento donde dejar la moto. El móvil no para de vibrar en mi bolsillo, alterándome cada vez más. Y cuando por fin consigo un sitio, las llaves desaparecen en las profundidades de mi bolso y es que como una serie de catastróficas desdichas, que vienen juntas agarradas de la mano, todo parece ponerse en mi contra.

Harta de buscar y no encontrarlas en ninguno de los bolsillos, llamo al telefonillo. Nadie contesta, insisto y me agobio por la ansiedad que esta situación enlazada me provoca. Froto mi rostro por los nervios, el teléfono continúa vibrando y el sonido de la ciudad de fondo es aún peor.

La puerta se abre, dejando paso a uno de mis vecinos y aprovecho la oportunidad para subir, encontrando en el ascensor por fin las llaves.

—A buenas horas...—musitó haciendo chirriar mi dentadura.

Al intentar abrir la puerta principal de casa, la cerradura parece resistirse, como si de alguna manera la vida me obligase a retroceder y cambiar mis planes. De manera asombrosa el piso está en silencio, o eso creo cuando un chillido que procede del dormitorio de Eiden llama mi atención. En este momento no pienso en nada más, me apresuro en ir a ver qué ocurre.

—¿Estás bien? He oído un...—me quedo muda al ver que aquellos alaridos no eran de dolor. Algo bajo en el edredón, enredado entre sus piernas, es el causante de sus placenteros gemidos.—Perdón, perdón, perdón...—repitiéndome en bucle.

No es la primera vez que algo así sucede en casa, las tres tenemos tendencia a no llamar a la puerta. Esta vez prefiero golpear para precisar a mi otra compañera de qué quiero entrar, pero nadie responde.

Mi frustración es mayor, y tengo la extraña y ansiosa necesidad de poder desahogarme con alguien. Eso me lleva a pensar en mis compañeros del club, quienes desgraciadamente trabajan para el idiota de Claid.

Movida por un impulso y antes de dejar las cosas en alguna parte de mi desordenada habitación, vuelvo a salir a las calles de Madrid. Para acabar en la autovía en dirección a las afueras.

Sin ningún juicio voy en busca de lo que por algún motivo y de manera inconsciente, hoy quiero evitar. Carlos Hernán, una relación que aún no comprendo y a pesar de estar juntos, tengo muchos prejuicios hacia él y lo que realmente esconde. Sé que me oculta más de lo que deja ver a los ojos de los demás, pero aun así tengo una extraña atracción hacia él.

Aparcada frente a la acera, delante de la puerta de su casa. Me paro a ver quién continúa llamando de manera tan insistente a mi teléfono.

—¿Qué ocurre?— uso un tono de juego.

—¿Vas a venir? Te estoy esperando.

—Abre la puerta y cállate.—rio, mientras cuelgo el teléfono. Y así lo hace, porque enseguida la entrada se abre, mostrando su oscura mirada a través de la poca luz que aporta el interior de la vivienda.

Es entonces, que no pienso, solo actuó. Me acerco de manera brusca, abrazando su cuello para atraerlo a mí. Capturando sus labios con los míos, en un caluroso e impulsivo contacto de pasión y deseo. Donde solo dejó que mis más devoradoras intenciones sean satisfechas.

—¿Me echabas de menos?— colocando mi mano sobre su boca, acalló cualquier cosa que diga y pueda estropear el momento. Aprovecho un momento de acercamiento para saborear la piel de su oreja.

—Shhh, no digas nada.—susurro, rozando su tez, notando como se eriza, siendo el quien se expone ahora a mí.

Sus manos acarician mi espalda, creando círculos que llegan hasta mi pecho. Comenzando un juego sin salida, donde con solo el sentir de su tacto, puedo recrear el estado de locura.

Una corriente fría en forma de escalofríos, recorre cada parte de mi cuerpo. El causante de aquello, es el roce de su lengua y el camino de besos que deja desde mi mentón, hasta la clavícula.

Con dificultad, los ojos empañados y la sensación de embriaguez, apenas me di cuenta de donde estamos y como hemos llegado hasta el sofá de la sala de estar.

La ropa se extiende desde la entrada, hasta donde estamos. Donde las prendas continúan volando alrededor de nosotros.

Sin darnos cuenta, rodamos, cayendo al suelo, sintiendo el suave tacto de la alfombra en mi espalda. Beso, su cuello, dejando pequeños mordiscos y oliendo su perfume, perdiendo mi cordura.

Es rápido cuando termina de rebuscar él en sus pantalones, colocándose el preservativo. En un solo movimiento me levanta para dejarme sobre él, sintiendo como entra en mi interior de golpe.

Un leve gemido de placer escapa de mi garganta, y junto a mí, otro por parte de él. Sus movimientos son suaves, soy yo quien acelera el ritmo al mismo tiempo que mi respiración.

Siento su boca en mis pechos, jugando con ellos a la vez que su cadera comienza a embestir con más dureza.

—Esto no está bien.—susurra de pronto sobre mi boca.

—Paremos.—sugiero con la voz entrecortada y dejando suaves gemidos en el aire.

—No quiero y tú tampoco.—sus manos sujetan mi rostro, su boca se conecta con la mía y yo acompaño esta sensual danza que nuestros cuerpos crean.

Es ágil cuando me mueve y hace conmigo lo que desea. Sé que soy su juguete, pero en este momento solo anhelo que me manipule como quiera.

Es así como me encuentro para él, expuesta. Boca abajo, con mi rostro pegado a la aterciopelada alfombra, las nalgas hacia arriba. Puedo notar sus manos, acariciarlas, sentir el roce de sus manos produciendo delicados masajes.

—Ahh...—gimoteo ante el impacto de su palma contra mi piel. Intensificando los azotes, intercalados con caricias para apaciguar el dolor del impacto. Que empiezo a sentir de lo más excitante.

En la misma posición, colocado tras de mí, besa el largo de mi columna vertebral. La humedad en mí crece, sus dedos juguetean con centro y me mantiene a merced de sus antojos.

—Eres exquisita, un delicado y sexy manjar.—no puedo evitar voltearme para mirarlo por aquella extraña definición.

Sus manos me sujetan con fuerza, atrayéndome más a su cuerpo, sin quitarme la mirada de encima, me observa mientras acerca su rostro a la zona baja de mis caderas, colocándose entre mis piernas.

Puedo sentir el roce de su lengua, pasar por toda mi humedad. Mis manos se aferran a la tela que hay bajo mi cuerpo, puedo notar como mis articulaciones se estiran y una calurosa hoguera se enciende en el centro de mi bajo vientre.

Su boca juega conmigo, me enloquece, sabiendo donde tocar para hacerme llegar hasta el final. Cuando los gritos se intensifican, Carlos me obliga a mirarle, colocándome de nuevo frente a él. Sus piernas se enredan con las mías y sin ningún miramiento se encaja dentro de mí. Despacio, brusco y con soltura, vuelve a llevar las riendas del momento.

Mis piernas se envuelven a su alrededor, sus manos acarician la piel de mis muslos y nuestras bocas se encuentran. Con la misma agresividad y ansia que al principio o que en otro de nuestros encuentros.

Oigo sus jadeos entonados con los míos, creando una excitante melodía que nos lleva al culmen de nuestro placer. No al mismo tiempo, pero sí uno detrás de otro.

Juntos, en el suelo, abrazados y con nuestros labios aún enlazados, nos quedamos dormidos.

***

Un estridente sonido me despierta, mi móvil vibra en la mesilla y el de Hernán no para de sonar. Se despierta con pereza, pero alcanza el teléfono en la mesilla para descolgarlo. Aun desnudo, veo su culo andar, como avanza por el pasillo, hablando muy serio con alguien más.

Hago lo mismo, observó un mensaje en la pantalla. El nombre me sorprende, más sabiendo que acaba de poner distancia entre nosotros.

*[Claid]: No te fíes de nadie, ni del medicucho.*

A.

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