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🌌~17~🌌


Desayunando de lo más relajada, mientras paso los canales de la televisión sin saber qué ver. Una noticia de última hora salta como un aviso urgente en la pantalla, desde aquel año de pandemia que algo así no sucede y eso que a día de hoy todavía llevamos las mascarillas en algunos lugares. 

Continúa en busca y captura uno de los delincuentes más conocidos del país. Su nombre Manuel Andrés Pereyra Silva, de origen argentino. Un narcotraficante muy peligroso que a día de hoy falto a la revisión de su condicional, por tráfico de drogas y trata de blancas. Regenta un club de ocio nocturno y una sala de fiestas, donde se han llegado a encontrar menores de edad trabajando para servicios de alto contenido sexual. Se pide la colaboración de los ciudadanos para encontrarlo, si lo ha visto, llame a las autoridades pertinentes. — No puedo evitar reírme antes de dar otro trago a mi café, justo después el telediario muestra su foto, con un recorrido de números bajo su horrible rostro. Mientras camino a mi habitación, recuerdo los días que he dejado rápido atrás. 

Un mes de lo más relajado, trabajando como siempre en el club, sin ver a Hernán, el cual agradezco que pidiera un permiso y mantuviera la distancia. La relación con Claid está mejor que antes, estos días me he centrado en estudiar y los he visto poco, no he querido descentrarme y dejar a un lado la tesis. A unos meses de acabar la residencia, no quiero estropearlo todo, marcha demasiado bien. Por otro lado, mi sueño guiado en el hospital fue reducido a dos sesiones al mes. Por extraño que parezca, todo se ha mantenido estable y aunque los sueños no han desaparecido del todo, la posibilidad de vivir como un vegetal se ha paralizado. De momento, como me aviso el especialista. Hoy sería el último día del mes que me toca ir, ya el siguiente comenzaríamos con los dos consecutivos, por precaución. Así que prepare lo que me iba a llevar y baje en busca de la moto, con el casco en un brazo y el bolso en la otra. Para mi sorpresa, Hernán se encontraba en el portal, apoyado en su coche con el rostro serio. Arrugo el entrecejo y camino hasta él.

—¿Qué haces aquí? —pregunto con curiosidad. 

—Evitar que me sigas ignorando, tenemos que hablar. — tiene los brazos y las piernas cruzadas. —¿Vienes? 

—No, lo siento, pero tengo prisa. —presiono mis dientes, la mandíbula se me tensa y una presión en mi sien comienza a aparecer. Antes de darme la vuelta, Hernán se coloca frente a mí, sus ojos pasan de la furia al arrepentimiento en cuestión de según. 

—Seré breve, no te robaré mucho tiempo. —froto mi sien, asiento finalmente, con tal de que me deje tranquila. Nos sentamos en el interior de una pequeña cafetería cerca de mi casa, el silencio nos rodea, una tensión incómoda que no se rompe. 

—Bien, habla. —suelto con resentimiento en mi voz, él inhala y exhala con tranquilidad, observo como la camarera se acerca para coger la comanda. Es un poco mayor que yo, pero no mucho más. 

—Me incorporo en un par de días, no sé si sabías, que soy tu tutor en prácticas. — lo escucho. 

—Sí, me enteré al poco de comenzar en tu consulta. —Bien, pues, he solicitado un traslado. —entendí que no venía para nada bueno. No dejo que continué. 

—No tienes por qué hacer eso, no intercederé en tu trabajo, no soy ninguna estúpida para meterme más de lo debía. —contesto molesto. Él intenta continuar, presiona su tabique con los dedos y sé que el estrés se instaura en su interior. 

—Déjame terminar. —continúa él. —No tienes que explicar nada, te vas. Fue divertido... 

—¡No podemos estar juntos en el mismo hospital! ¡Soy tu tutor! — me interrumpe, levantando la voz y consiguiendo que todo el mundo nos mire. Entonces, me levanto para marcharme, ya he tenido suficiente. —No, Violeta. Espera. — sé que viene detrás de mí, escucho sus pasos. ¡Mierda! —susurra.

 Salgo sin preocuparme más, voy en busca de la moto y olvido que lo he visto y que hemos tenido esta conversación. No quiero admitir, que, sin previo aviso, he comenzado a sentir algo más fuerte por él. Unas lágrimas se derraman, las limpio asqueadas conmigo misma. De pronto, alguien me sujeta, obligándome a darme la vuelta. Me encuentro con sus ojos, aquellos que dependiendo de la luz se ven de un verde más intenso o el marrón predomina cuando la luz se esconde. Brillan, se intensifican por las emociones del médico. 

 —¿¡Qué demonios quieres!?—grito entre sollozos. 

—A ti...— musita, aquellas dos palabras se escapan de su boca, provocando una estampida en mi corazón. —Quiero intentarlo, estar contigo fuera de aquellos muros que nos separan Violeta. — me rio, porque por un momento me creo la sarta de mentiras que está diciendo. Sus manos sujetan mi rostro, alzando mi mentón, manteniendo nuestras miradas. 

—¿Qué te hace pensar que yo quiero lo mismo? —mi boca sugiere lo que mi cerebro manda, pero en mi pecho, algo más fuerte se contradice. Hernán coloca su mano sobre mi corazón. 

—Aquí lo sé. — Su boca se abalanza sobre la mí, demandante y ansiosa. Mi respiración se vuelve irregular, envuelvo su cuello entre mis brazos, entrelazando mis manos. Y le devuelvo el beso con la misma intensidad. Sus manos acarician mi rostro, su lengua se abre paso entre mis labios encontrándose con la mía. Sintiendo como el calor de su cuerpo me atrae, creyendo de verdad sus palabras. Me separo de su agarre, nos miramos antes de decir nada y comenzamos a reírnos como dos idiotas. 

—Tenemos que ir a trabajar, doctor Hernán. —yo me monto en mi pequeña rugidora, él camina hasta su coche y en el aparcamiento nos encontramos como dos compañeros más. Jugamos con nuestras miradas, avanzamos por separado. En la entrada los chicos de seguridad me saludan muy animados, ambos sonríen y hablan con más trabajadores. Por un momento Carlos se ha disipado entre el resto de la gente. Me adentro en la planta menos uno, directamente a los vestuarios, donde saludo a más compañeros que entran al turno al igual que nosotros. Hoy me toca consultas en la planta, pero también guardia para completar las horas restantes. Debido a que luego tengo que dormir en la unidad del sueño, la pude cambiar para mañana. No entiendo donde ha ido Hernán, él aún no tendría que incorporarse, o eso ha dicho hace un rato. Los pasillos se encuentran abarrotados de personas que caminan con prisa, unos suben en los ascensores y otros continúan por aquellos pulcros pasillos de color blanco. Paso diferentes puertas de gran tamaño y tonos azulados, donde la mayoría hay que empujarlas para poder continuar. Al llegar a la sala del personal donde nos encontramos los residentes, me fijo en el corcho. 

—Consulta 2, Adjunto Victor Sandoval Gutiérrez. — musito. No sé quién es, todavía no he coincidido con él. Voy a por las listas de pacientes y a colocar las historias. Entro al despacho, no pregunto si hay alguien, normalmente suelo entrar primero. Para mi sorpresa, un hombre de pelo moreno, piel clara con lunares y ojos verdes se encuentra allí. 

—Muy buenas, debes de ser la señorita Arbuaz, pasa y coge asiento. No tardaremos en comenzar. —al dejar los folios sobre la mesa, me percato que él ya tiene una copia, las historias colocadas por orden y el ordenador encendido. Es el primer médico que no deja esas tareas para los residentes, es algo que pocas veces voy a presenciar. 

—Buenos días, Adjunto Sandoval, junto a él, veo como me tiende la historia que estaba leyendo. 

—Primero haremos pasar a este paciente, me parece algo urgente y me gustaría ver cómo te desenvuelves con las malas noticias. — Al coger la carpeta comienzo a leer, el hombre tiene un avanzado cáncer cerebral y me quedo paralizada. Levanto la mirada, observo al adjunto, este se muerde la base de uno de sus dedos, de brazos cruzados y sin quitarme la mirada. Arrugo la frente y rechazo por completo está tarea, aún no es mi cometido y debe ser quien diga el último diagnóstico, más aún uno tan horrible. 

—Creo que ese es su trabajo, una residente no debe informar sobre el último diagnóstico. —le entrego la carpeta y alzo la cabeza imponiéndome ante él. Él la recoge de vuelta, se ríe y me aplaude, no sé por qué intuyo, que esto es algún tipo de lección. 

—Parece que el adjunto Hernán le enseño algo después de todo. —alzo las cejas y él se percata de ese gesto. Comenzamos las consultas como cualquier otro día y pasamos la mañana entre revisiones de antiguos pacientes. El médico no parece muy hablador, es metódico y serio en lo que hace, diría que incluso más que Carlos. Cuando terminamos, su actitud ha cambiado, es mucho más amigable. Su teléfono que reposa sobre la mesa suena y un rostro conocido aparece en ella, junto al nombre de Anaís. 

—Un segundo. —pide él saliendo fuera. Mientras, para distraerme me pongo a revisar los casos finalizados, tirar al reciclaje la lista finalizada y pasar a documentar todo al ordenador. La mayoría de los casos de hoy, eran cosas regulares, sin mucha gravedad a excepción de aquel hombre y una mujer que necesitaba una operación con urgencia. La puerta se abre, escucho más de una voz y el Adjunto Sandoval entra con Carlos, quien cuando me ve alza la mirada y sonríe. No puedo evitar mirar a otro lado y disimular, pero de nada sirve, mi tutor de hoy ya se ha dado cuenta. 

—Arbuaz, se puede marchar. —Me levanto, asiento e intento salir en silencio. Me tengo que dar la vuelta y ver en que se me ha enganchado la bata, que frena mi camino sin dejarme marchar. Son las manos de Carlos quien sujeta el bajo de mi uniforme. Me doy cuenta como el otro adjunto se encuentra distraído mirando por la ventana, o por lo menos eso parece. Carlos sujeta mi cintura y me deja un corto beso sobre mis labios, yo me relamo y sonrió. Dejándolos a ambos allí, me bajo a cambiar, con una boba sonrisa en el rostro.

—¡Estás muy contenta hoy! — aquella compañera pesada de otras ocasiones y la cual nunca me digno a aprender su nombre, está a mi lado. — He traído el dinero, con el dosier de lo que tengo empezado. —susurra. Y es que, que la gente se entere de que no haces tus propios trabajos, no habla muy bien de ti como profesional. Nos adentramos en un servicio que está cerca y viendo lo que me entrega, primero cuento el dinero. 

—Vale esta todo. — reviso el encuadernado con poco menos de veinte hojas, a una sola cara. Ni siquiera se ha molestado en buscar un tema fácil ha querido ir a por todas. Me pienso si pedirle más dinero, pero opto por hacer algo básico y hacer eso en otra ocasión. —A final de semana te lo envió al correo electrónico que veo aquí escrito, tú lo imprimes después. —No la oigo rechistar, acepta y se marcha primero. Yo ojeo lo que ha hecho, y me permito reírme por el desastre que pensaba entregar. Y es que un trabajo de esta magnitud necesita mínimo el triple de páginas en ambas caras. Compruebo la hora y aún me da tiempo de ir a casa, ducharme y cambiarme de ropa para ir a la unidad del sueño, no pierdo el tiempo.

 Al llegar a casa me alegro de que todo esté en calma, las chicas aún no hayan llegado del trabajo. Me da tiempo a comer algo después de asearme e ir a comentar aquel trabajo extra. Guardo el dinero y después organizo todo para irme. Por una vez, desde hace mucho tiempo, mi habitación queda recogida y limpia. Viajar por la parte rural de la ciudad, hasta llegar aquel hospital tan apartado me relaja, no te encuentras con el tráfico de Madrid, ni el bullicio de la gente. Como mucho te puedes topar con unas vacas tomando el sol y comiendo pasto o con algún jabalí desorientado que llega hasta la carretera. Dejo la moto al lado de la entrada principal, donde los mismos celadores de todos los días reciben a los pacientes, los trasladan hacia la unidad que los corresponda o simplemente esperan a que entre el siguiente. 

—Buenas tardes, Violeta. ¿Todo bien? —me saludan muy animados, cualquiera diría que están acabando con el turno. Nunca tiene una mala cara, eso se agradece, porque la gran mayoría no venimos con el mismo entusiasmo. No les contesto con palabras, pero si intento mostrar mi mueca más sincera y asiento con ligereza. 

—Que duermas bien entonces. —Comentan ambos. 

—Gracias. — murmuro. Como durante todo este periodo de tiempo, paso a la habitación con mi nombre en la puerta. Me cambio de ropa y me coloco los electrodos. Las compañeras de enfermería me entregan unas pastillas que me puedan ayudar a conciliar el sueño, porque por extraño que parezca, ahora es mucho más complicado para mí dormir. Desde el mes pasado, el insomnio es un problema agregado a mi condición. Antes de tumbarme doy un sorbo más de agua y después intento concentrarme para quedar con la mente en blanco. Pienso en que llevo días sin ver al doctor, nuestras citas se prolongan a una vez al mes, dado que ahora mismo todo se mantiene estable. Después de un rato escucho una voz a través de la megafonía. 

 —¿Todo bien? ¿Necesitas algo más fuerte? —a mi recuerdo viene un bote que me dio hace días Claid, cuando me escucho decir que me costaba coger el sueño estos días. Entonces apareció con algo de su creación, me comento que la base principal era la pirixodina, ya que ejercía de sedante. 

—Tengo unas mías, no hay problema. —retiro los cables un momento para ir hasta el armario y de ahí saco un bote de color naranja con el tapón marrón. En su interior hay un montón de cápsulas de color fucsia y un amarillo muy fuerte. Reposando sobre mi lengua, doy un pequeño sorbo más de agua. Cierro los ojos y dejo la cabeza caer hacia atrás, no sé cuáles son sus efectos y cuando pueden tardar. Pero tengo que ir a la cama rápido, mis piernas fallan y mi cabeza da vueltas. Mis manos gesticulan queriendo tocar el aire, no soy capaz de controlarlas para colocar de nuevo los electrodos. Quiero crear hondas en la nada y muevo los dedos de uno en uno, notando que no siento mis extremidades superiores, ni inferiores. 

Cogerla y tumbarla, coloca los de arriba, yo los del pecho. —oigo muy fugaz las voces, sé que son las enfermeras que me están ayudando. 

¿Qué se ha tomado? Ha caído redonda...—comenta alguien que se aleja. 


 Tirado sobre el sofá se encuentra Agustín dormido, el muy ceporro lleva todo el día planchando el reposabrazos del sofá. Hace meses que su negocio marcha mejor de lo que ambos esperábamos y ya se puede permitir tener a un par de muchachos trabajar para él. Pudo pagarme el trabajo del proyecto que hice para él, así puedo permitirme pagar todos los meses el aparato de Sofía y acabar con las deudas de mi madre. Por una vez en mucho tiempo, me relajaba sin pensar en el dinero. El timbre de la parte de arriba suena, él no se percata y subo yo para ver quien es. Me sorprendo al ver su cabello castaño y sus ojos verdosos. Su rostro está angustiado y no se ve nada contenta. 

—¿Qué haces aquí? 

—No me coges el teléfono de casa, llame a tu madre. — me golpeo la frente, lo que menos me apetece es que en casa sepan que estoy viendo a alguien. 

—Sami. —la noto nerviosa, su voz tiembla y sus ojos están vidriosos. 

—Necesito que hablemos, solo quiero enseñarte algo. — siento como está a punto de llorar, accedo a que pase.

—Sé breve no tienes por qué estar aquí, no es un buen lugar. — no intento ser desagradable, pero es cierto que no es el mejor lugar para venir a buscarme. 

—Tranquilízate, no quería molestarte, es importante. —veo como sus nervios aumentan, y no puedo entender con qué puedo ayudarle. 

—Eh, no pasa nada. Estoy aquí. ¿Sí? —hablo sosegado, acaricio su rostro, para pasar a acurrucarla entre mis brazos. —¿Estás algo más tranquila? — asiente sonriendo, sus mejillas se ruborizan y arruga los labios. 

—Gracias, Hugo. 

Despierto sudorosa, con todas las enfermeras rodeándome. Las pulsaciones están demasiado aceleradas y me cuesta respirar. Estaba encerrada dentro de mi propia mente, bajo una puerta con más de cincuenta cerrojos distintos y sin poder hacer nada más que ver a través de una oxidada mirilla. En aquel sitio, grite llena de rabia, ira y confusión. Estaba viendo a alguien muy especial para mí y no podía decirle que estaba allí. Una vez solo podía hablar, sentir y vivir como aquel extraño, con el nombre de Hugo. Lo peor que pude ver, a mi propia madre. Sufriendo y saliendo junto a él, junto a mí. Samantha Real Galindo, conocida como Sami Galindo. 

¿Qué tenía que ver ella con todo esto?


A.

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