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🌌~15~🌌[+18]

Estamos en el furgón de Gorka, Vicente está detrás manteniéndome despierta. El ambiente es tenso y ambos están claramente nerviosos. 

—Hay que ir a un hospital, se va a morir. —sugiere Vicente. 

—No digas bobadas. —susurro. 

—¡Joder Violeta! Que hemos salido vivos de puto milagro. Y tú estás muy jodida, tía. —grita Gorka enfadado. 

—Dame mi móvil. —con dificultad busco el número de Hernán, no lo pienso y marco para llamada. Con mucho dolor y ganas de cerrar los ojos, espero escuchando el tono, una y otra vez. Se corta, pero insisto, tiene que cogerme el teléfono. Ambos esperan atentos, esperan saber cuál es mi decisión, pero por si acaso, el grandullón ha arrancado el vehículo, por si los hombres del argentino nos siguen. Y es que mi locura, es la que ocasiono que todo se saliese de control, mi mal humor y mi falta de calma fueron grandes detonadores en la situación pasada. Con el móvil de la mano y en la otra sujetando un trapo empapado en mi sangre, espero que Hernán me conteste. Al final y como se suele decir, a la tercera va la vencida y el adjunto, descuelga. 

—¿Violeta? ¿Pasa algo? — su tono es bajo, acabo de despertarle. 

—Necesito que me ayudes, es importante. No acudiría a ti si no lo fuera. —escucho su respiración, necesito saber que estará ahí, lo necesito. 

—¿Estás llorando? — no quiero contestar, son un cúmulo de cosas. Y es que ni siquiera he hablado con Claid, no coge el maldito teléfono. 

—Solo, ayúdame, por favor. No preguntes. — resopla, pero cede. 

—Te paso la ubicación de mi casa. 

—Gracias. — cuelgo y me meto en el chat con su nombre, donde enseguida está la dirección donde encontrarle. —Gorka, llévame ahí. 

 —Estamos a media hora Violeta, queda en la otra punta. —su voz suena, apenada. 

—Aguantaré, pisa el acelerador y no pienses más. —sollozo. 

—El jefe sigue sin contestar. —comenta Vicente. — Y es que esto ha sido un desastre, no sabemos si las cosas en el club marchan bien, si el argentino tomo represarías con Jazmín y sin tener claro que Claid continué vivo. El camino lo hacemos en silencio, nadie es capaz de romperlo. Seguimos sin respuesta y vagamos entre los focos de las farolas, a las afueras de Madrid, hoy, todo es tranquilidad. Y eso jamás es así. Entramos rápido en la autovía y enseguida vemos él desvió hacia Ciempozuelos, donde se encuentra Hernán. 

Cuando Gorka aparca en la puerta me asombro al ver el chalet donde vive el médico, grande, de una fría estructura de hormigón, —como su corazón. —supongo. En la entrada principal, con una leve luz cálida, espera de pies mi llegada. Los chicos me ayudan a bajar de la furgoneta y me llevan hasta él. 

—Sé que me has dicho que pregunte, pero esto no es un hospital. — su característico gesto. Pellizca el puente de la nariz, frustrado da paso al interior. —Vamos arriba, allí podré ver la gravedad de la herida. Caminamos detrás de él, Gorka acaba cargándome en brazos por las escaleras. Mientras subimos, Hernán acelera el paso, pasando justo al lado de una habitación, donde cierra la puerta y continúa.  —Al fondo a la derecha. — dice mientras señala el lugar. Oso, me deja sobre la cama, me coloco con dificultad del lado contrario y retiro el trapo para que pueda apreciar los daños ocasionados. Parece que ha dejado de sangrar. —Un segundo, voy a buscar algo. —No tarda nada, enseguida trae suero para lavar y muchas gasas. Así puede ver mejor el alcance que tiene la herida. Limpia con cuidado, los chicos miran detrás de él, y es que Vicente arruga el entrecejo y Gorka está blanco. 

—¿Todo bien? —comento entre molestia por el tacto de las gasas. 

—Si parece que es a nivel dérmico, no es profunda, irregular y aparatosa por la zona. Pero, nada más preocupante. — se levanta para ir a por más cosas, se prepara en la mesa de al lado, colocándose un campo desechable, material de sutura y guantes estériles. 

—Adjunto, parece que sí que tenemos un hospital después de todo. — rio mientras me quejo de dolor.

—Y parece que aún tienes ganas de hacer chistes, eso es que estás bien. — Con las manos ocupadas cargando la anestesia en la jeringuilla, al clavarla en la zona, Gorka cae al suelo. — ¿Está bien tu amigo? — pregunta Hernán a Vicente. Este asiente, observando a oso desde el suelo. —De ahí, ya no pasa. Coge aire Violeta. — así lo hago. No tarda en suturar toda la zona, curar los puntos y tapar la zona. Después me deja tapada con las sábanas y me pasa un vaso con una pastilla. Lo que parece un analgésico. 

— ¿Y ahora? ¿Te quedas aquí? — Vicente se siente a los pies de la cama, mirando al médico desconfiando. 

—Sí, es mejor que no se mueva mucho y descanse. Yo me encargaré de ella. —sugiere Hernán. —Está bien, me llevaré al grandullón entonces. — Se acerca a Gorka para despertarle. 

— ¡Eh! ¡Colega! Es hora de irnos. — se despeja rápido, así que ambos se despiden de mí y se marchan. Mientras el médico los acompaña, compruebo el móvil donde se refleja un mensaje entrante. 

—*[Claid]: Todo bien, no te preocupes. Gracias por la ayuda, espero que vuestra misión haya ido bien. Mañana te llamo.]* 

Hernán vuelve y deja algo de ropa sobre la cama. 

—Póntelo, estarás más cómoda. —Al desenvolverlo, es una camiseta XL. Con cuidado, me la pongo. No quiero contestarle, dejo el teléfono a un lado y me tumbo para descansar. Apago la luz estirando el brazo e intento cerrar los ojos. A la vez que tengo temor porque mi condición, no me permita volver a despertar. 


*** 


Con los ojos aún cerrados, me percato de una respiración en el rincón de la habitación, el sonido de un filo metálico arrancar la pared y unas pisadas acercarse. ¿Estoy despierta realmente? Me niego a creer que esto es real. Gotas que caen, esparciéndose por el suelo y voces que vuelan por los alrededores sin decir nada. 

—Hugo, tenemos que salir. — Maldita sea, otra vez él. Esta vez es distinto. Soy yo al mismo tiempo que vivo su realidad. ¿Qué me ocurre? Me decido a abrir los ojos y ver el rostro de Agus, quien me mira con miedo.

—¿Dónde? —pregunto con otro rostro y voz. 

—Al exterior, si nos encuentran aquí, seremos comida de perro. —responde con la voz temblorosa. Un destello pasa por mis ojos, parpadeos que me impiden ver con claridad y me doy cuenta de que no estoy en el mismo lugar. Una joven corre hacia mí, su olor me es familiar, hasta el tono de su cabello. ¿Sigo siendo Hugo? Cuando voy a ver el rostro de la mujer, el sol me lo impide. De fondo, alguien más se acerca, Agus se coloca a mi lado. 

—¡Violeta! — parece que me habla directamente. —Despierta por favor. — me llama un par de veces más. El sol consume todo y no sé dónde me encuentro. 

 Al abrir los ojos es Hernán quien me habla, después de todo ha sido otro de esos sueños que se escapan a mi entendimiento. Veo como su mano acaricia mi frente, comprobando que no tengo fiebre, parece preocupado y siento que le importo. Me ayuda a incorporarme, para después acercarme el vaso de agua. 

—Te saque un par de tubos, los llevaré al hospital, tengo guardia esta noche, así sabremos si has perdido mucha sangre o no. —comenta para mantenerme al tanto. 

—A mí me toca guardia mañana con el Doctor Martínez. — observa mis gestos y me parece verlo molesto. 

—Pasado mañana vuelvo, cámbiala. Así puedo cuidarte. —sonríe, pero no sé por qué, creo que se trata más de controlar con quien estoy, que de velar por mi seguridad. 

—Ya veremos, lo mismo pido unos días de permiso. —intento levantarme, pero tener los puntos me dificulta bastante el moverme. Él se percata de ello y se acerca para ayudarme. 

 —¿Se puede saber qué estás haciendo? Te vas a abrir la herida. — me regaña y no puedo evitar mirarle y reírme. 

—¿Me ayudas a ir al servicio? — lo miro poniendo ojitos, él intenta esconder media sonrisa y al final me sujeta por la cintura, rodeándome con su brazo para mantenerme en pie. Al llegar al interior del servicio, me deja allí y espera fuera. Lavo mi rostro que se encuentra sudoroso, y después me siento en la taza del váter para orinar. Llevo horas aguantando, así que en este momento es un alivio de lo más placentero. Cuando termino, me lavo las manos y cuando Hernán escucha el grifo pasa. 

—¿Ya? — remoloneo un poco antes de salir fuera, como un juego de niños, es él quien acaba dentro para sujetarme. Pisamos mal y tropezamos con nuestros propios pies. Acabamos en una situación comprometida, donde su boca está a pocos milímetros de la suya, su frente toca la mía y nuestros cuerpos se acorralan contra la encimera del lavabo. Sus manos reposan contra el frío mármol, las mías las acompañan. Su solo roce, me eriza la piel, el contacto que puede ser y se calienta, aumentando la tensión y creando un arremolinamiento de emociones. Provocando el deseo en mí, anhelando cada una de sus caricias y besos. Acabo de olvidar el enfado de ayer, la sensación de vacío que me causo por sus accione y lo malo que pudiese decir. Porque en este momento solo quiero que este dentro de mí, causando miles de corrientes eléctricas al llegar al éxtasis y beber de todo eso que él provoca en mí. 

—¿Ya no quieres dormir? —Niego. —Y... ¿Puedo hacer algo más por ti? —esta vez asiento. Entonces sus manos pasan a mi cuerpo, rodean mis caderas y amasan mis nalgas. Abro la boca, boqueo inhalando algo de oxígeno. Mis manos acarician su torso, descendiendo hasta el bajo de la camiseta para retirársela. Comienzo a besar sus pectorales, dejando un camino de besos hasta llegar hasta aquellos dulces flexores de la cadera. Donde sin perder el tiempo le retiro el pantalón del pijama, dejando al descubierto la cúspide de todas mis fantasías. Erguida dispuesta a hacerme feliz, la sujeto por la base para adentrarla en mi boca. La húmeda en mi bajo vientre se arremolina, un látigo de excitación que hace que la lujuria carezca y doy paso a que se recree conmigo. Mi cabeza se mueve al ritmo de sus embestidas, su mano sujeta mi cabello, recogiéndolo en una coleta improvisada. Mientras paseo la lengua por todo el largo de su extensión. Él jadea, yo suspiro y el calor nos mantiene envueltos en una burbuja de sensualidad. 

De pronto él para la agitación, ayudando a levantarme con cuidado por mis recientes puntos. Me coloca con mucho cuidado sobre la cómoda que ahí en el servicio, detrás de mí un espejo que detalla una visión lasciva de nuestras fantasías. Sus manos comienzan a recorrer mi cuerpo, generando una serie de caricias que me desarman y desatan cualquier muestra de control. Entonces da paso a los besos, que deposita volviendo sobre sus pasos. Haciendo volar mi cabeza, acelerando mi corazón y arrancando pequeños gemidos, que acalla posando su mano sobre la mía. Muerdo su piel, anhelo que continuara con lo que está haciendo. Me sorprende cuando coloca mis piernas hacia arriba. Me felicito por haberme retirado la ropa al acostarme antes, llevando únicamente la camiseta que él me dejo con anterioridad. Expuesta ante él, retirando hacia un lado la lencería que llevo puesta. Invade con su lengua la humedad que me consume, inhalando mi propia esencia. Alzando un poco las caderas, me quita las bragas. Arrugándolas en su malo, llevándolas hasta su nariz para recrearse con lo que él ha provocado. 

 —Viejo pervertido. —sonrió. Él, me besa con desesperación, mordiendo mis labios e incitando a mi lengua a bailar con la suya. Al mismo tiempo escucho como abre uno de los cajones, rebusca en su interior para coger algo. Observo como abre un preservativo y se lo coloca con facilidad, para sin previo aviso hundirse en mi interior. Comienza suave, en movimientos lentos, apretando hasta llegar al final. Su boca devora la mía, entonces acelera el ritmo. Gimo, cuanto más aumenta él, más altos son mis gritos. Tapa mi boca nuevamente. —¿por qué? —pienso. Cuando vuelve a aumentar el ritmo, olvido lo anterior, muerdo y paso la lengua por su pulgar. Observo la excitación en su mirada, como el lame mis labios y sonríe.

—Hernán...—susurro su nombre cuando siento la presión agolpase bajo mi vientre. 

—Dilo otra vez. —súplica con determinación.

 —Hernán...—complazco su deseo. Sin saber cómo ni porque, agarra mis nalgas, me alza en brazos sin salirse de mi interior y continua con intensidad. Acabamos sentando, estoy por encima de él y doy paso a los movimientos. Suponiendo en continuar hasta el final, pero la explosión llega, un hormigueo que hace que mis piernas flaqueen, creando espasmo cuando mi orgasmo llega. Con la última sacudida y el golpe de caderas de Hernán, él acaba y ambos soltamos un último alarido de placer. Su rostro descansa sobre mi pecho y mi mentón sobre su cabeza. Siento como sonrió como una idiota, entonces me doy cuenta de que he olvidado por un momento los sucesos anteriores, mi herida y a Claid. 

—Si es por esto, ven a verme de madrugada más a menudo. —ambos no echamos a reír. Después, cargada en sus brazos, nos acostamos otro rato más. No sé cuándo me he dormido, y no recuerdo haber soñado. 


***


El sexo con Hernán me ha dejado tan relajada, que no he tenido preocupaciones. Intento levantarme, el dolor ha vuelto, pero aun así me pongo en pie y camino hasta la puerta. Me asomo para toparme en un pasillo, blanco, pulcro y silencioso. Así que como si fuese mi casa, salgo, para recorrerlo y encontrar a Carlos. Vuelvo a reírme en mi mente, llamarle por su nombre, hasta en mis pensamientos es extraño. Al llegar a otro pasillo, escucho unas voces. Me asomo, no quiero parecer entrometida y entonces veo al médico hablar con alguien saliendo de otro dormitorio. Arrugo el entrecejo, no sabía que viviera con alguien. Cuando los veo bajar, las escaleras, en la puerta principal, se despiden y la mujer deja un beso sobre sus labios. Fugaz, pero real. Él sonríe y después cierra la puerta. Al azar la vista para volver a las escaleras, nuestras miradas se cruzan y noto como se paraliza quedando en silencio frente a mí.   



A.

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