🌌~14~🌌
—¡¿Qué, qué cojones es esto, Claid?!—grito sin control, la gente que pasea a nuestro alrededor, o comparte terraza en el bar nos miran por semejante escándalo.
—Baja el tono, ¿te has vuelto loca? —susurra él. —Déjame que te explique, luego podrás criticarme todo lo que quieras.
—Tienes que tener una buena explicación, porque no entiendo nada. — intento controlar mis nervios, respirar profundo y no volverme loca. —Vamos a casa, que, si te quiero pegar, aquí hay demasiada gente. — espeto. Claid se ríe, y yo le miro con repudio una vez más. El jodido Claiden camina callado a mi lado, en varias ocasiones se toma el atrevimiento de rozar mi mano, él diría que es producto de ir uno al lado del otro, pero sé que es intencionado. La tensión se recupera como hace tan solo un par de horas, la incomodidad y el silencio nos rodean y ninguno nos atrevemos a romperlo. No tardamos en llegar al gran portón donde se encuentra mi casa, y hasta que no cierro la puerta principal y nos aseguramos de que estamos solos en la vivienda, no se arranca a hablar. Veo como mi amigo se tira en el sofá del salón, comienza a frotarse la barbilla, sé que está buscando las palabras indicadas. Molesta lanzo el sobre a su lado, quiero explicaciones ya.
—Me estás empezando a sacar de quicio, Claiden. — me mira aturdido, su mirada tiembla y sabe que cuando uso su nombre completo, es porque no estoy nada contenta.
—No me jodas con el nombrecito.
—Pues habla de una puta vez, tío. ¿Qué es esto? — señalo el sobre.
—Necesito que esta noche vayas al club del argentino, yo tengo que salir fuera por unos negocios. Y seamos honesto Olet, no confió en nadie más que tú. —expone sus necesidades, habla rápido y gesticula exagerando sus gestos.
—¿Será una broma? —sujeto mis mejillas, con los ojos abierto y sin dar crédito a sus ocurrencias. — ¿Me piensas mandar sola donde ese psicópata? —grito finalmente.
—¡Claro que no! No soy idiota, Olet. Gorka y Vicente irán contigo. — recojo él sobre una vez más, observo el dinero, pienso en mi madre, en las deudas y froto mi frente con frustración.
—Vale, cuéntame de que se trata. —sugiero mientras me siento a su lado, al mismo tiempo que saco el arma para comprobar que tipo es, si está cargada y con el seguro protegido. Manejo la pistola en mis manos, la acaricio y me hago a ella. Después la dejo a un lado y me detengo en mirar a Claid a los ojos.
—El argentino quiere colaborar en una carga que traen en unos días, quiere ayuda de los chicos. Ha prometido a la gente que trae el cargamento que podrían probar mis polvos de hada, a cambio de traer cargamento extra de una nueva droga asiática. Él no sabe que yo me reuniré en la otra punta con los orientales, para hacer negocios. Mi producto en sus calles y el suyo en las mías. Quiero que lo distraigas, que le endulces la situación y lo saques de mi campo de visión. Que no sospeche que estamos en medio. — quiero matarlo yo por imbécil. ¡Se cree que estamos en una jodida película! — ¿No piensas contestarme? — suspiro antes de decirle nada. Entonces le golpeo en la nariz creando una pinza con mi dedo gordo y anular, él se queja acariciándose la zona donde le he dado.
—¿Eres tonto? Solo dime, quiero que mueras, vete a la boca del lobo mientras huyo...—le imito molesta.
—Jamás diría eso, si te lo pido a ti, es porque sé que puedes con él sin esfuerzo. —él intenta acercarse a mí para consolarme. —Te pagaré diez veces más si esto sale bien, todas las deudas de tu madre fuera, tus estudios, la moto nueva que querías... —y ya está ahí de nuevo, ese endiablado pepito grillo que sabe cómo seducirme para su propio interés.
—Después de esta, ni una más. — lo señalo con mi dedo índice, repitiendo mis últimas palabras. Asiente, aceptando mi decisión, después su mano acaricia mi mejilla y sonríe victorioso. Me siento incómoda de manera repentina, un sofoco angustioso y unas ganas locas de salir corriendo me asaltan. Claid acorta la distancia y yo doy un salto dirigiéndome hacia la puerta. —Voy a por agua. Claid achica los ojos, me mira juzgando esa extraña decisión y después comienza a reírse.
—Tráeme algo a mí. —guiña un ojo, mientras desaparezco, poniendo tierra de por medio entre nosotros. En la pequeña intimidad que me permite tener en la cocina, respiro mientras me quedo observando el chorro de agua que cae del grifo. Bebo de golpe y después me mojo la cara. Intento pensar bien lo que se me viene encima y hablar con Gorka y Vicente, para asegurarme que todo sale bien. Alcanzo al fondo de la vieja nevera e increíble, aún servible, una Coca-Cola. Busco el contacto de ambos compañeros, y llamo primero a Gorka, mientras me acerco hasta el salón para dejarle el refresco a Claid. Él está estirado sobre el sofá, antes de volver a la cocina, le sonrió de manera fugaz.
—Pero qué agradable llamada, hola, preciosa. — me saluda Gorka muy animado.
—¡Oso! Te extrañaba, ¿Cómo estás? — respondo de la misma manera.
—¿Ya hablaste con el jefe? — ahí está su parte inteligente. Era obvio que Claid se había encargado de hablar con los dos. Me aseguraba no tener que explicar todo.
—Aja, necesito que Vicente y tú, vengáis a verme a casa. —solo escucho su respiración al otro lado de la línea.
—En una hora estaremos allí. —De pronto, una mano se posó sobre la mí y oreja, arrebatándome el teléfono móvil, cortando la llamada y dejándolo a un lado de la encimera. Despacio y sin esperarme que de repente apareciese atrás de mí, mi amigo me mira con una mirada dominante.
—¡Qué susto, Claid! No seas tan...— no termino la frase, él es más rápido, sujetándome por la cintura y alzándome sobre la barra. Sus manos me arropan, acercándome más a él. —¡qué demonios! — pensé, abriendo los ojos por la sorpresa. Su boca arremete contra la mía y yo me quedo paralizada. Su lengua se abre camino, separando los labios para invadir el interior de mi boca.
Sin entender las consecuencias de mis propios actos, cedo y acepto su deseoso contacto. Una de sus manos pasa a mi costado, acariciando la piel que está expuesta y creando un camino de caricias hasta mi pecho. El beso se intensifica, alargamos el camino y provocamos olas de calor que nos rodean. Su presencia siempre ha sido la misma encarnación del mal y su físico, envidiable por los ojos de los otros y anhelado al mismo tiempo. Es entonces cuando me doy cuenta, y es que esto no puede continuar, ni volver a pasar. Nuestra amistad vale más que otro estúpido revolcón. Así que, decidida, le separo de mí, obligándole a hacer contacto visual. Él se muestra confundido, y es por no haber parado esto antes.
—Claid, ... Estoy con...— él acaricia con su pulgar mis labios, obligándome a callar al mismo tiempo.
—Shh, no digas nada. — se apoya sobre la barra trasera, le veo despeinar su rubio cabello y chistar entre murmuros.— Me voy a marchar, tengo que hacer la maleta, espero que podáis controlar estos días el club. Volveré el lunes.
—Ten cuidado...—alza la mirada tenso y dolido al mismo tiempo.
—Eso debería de decirlo yo. —acercándose de nuevo, alza mi mentón para hablarme a los ojos. —Nada de involucrarse de más, ni con el argentino. Huye si ves algo raro y mantente alerta. Deja a los chicos que hagan su trabajo, y lo más importante. —baja la voz, baja la mano, posándola sobre la piel de mi cuello. —Te quiero. —sus ojos están vidriosos, las lágrimas son retenidas en el interior de los mismos y veo como su nuez de Adán sube y baja al tragar saliva. Cierro los ojos cuando besa mi frente, de fondo escucho sus pasos irse y acto seguido la puerta al golpear el marco. Un leve sollozo me invade, y el simple recuerdo de todo lo que hemos vivido hasta ahora duele. Siempre ha sido ese gran amigo que se aferra a mí, negándose a soltar mi mano tras cada caída. Y aceptar este favor, es la manera de devolvérselo, pero también de dejar de depender de él. Cuando todos mis problemas sean resueltos, podré dejar de llorar por algo de su dinero sucio...
Me encuentro en esa contradicción que es mi vida en este mismo instante, pienso en cada una de mis acciones y me juzgo a mí misma. La dureza de mis pensamientos y los poderosos valores que mi madre siempre intento inculcarme, se enfrentan en una sangrienta batalla dentro de mi mente. Y es que, necesito descansar. Pero, el simple hecho de no volver a despertarme es una alerta para mantenerme despierta, aguantando todo lo que se echa sobre mí, asfixiándome, controlando el aire que entra en mi pecho y permitiéndome seguir con vida, después de todo. En la oscuridad que me concede mi dormitorio, busco con la calidad luz de mi mesilla de noche, la ropa que voy a usar esta noche. Algo atrevido, que llame la atención y se vea sexy al envolver las curvas de mi cuerpo. Por otro lado, cómodo, que pueda salir corriendo sin torcerme un tobillo o quede parte de mi anatomía al descubierto. Antes de empezar a vestirme, y sin haber elegido la ropa, suena el timbre de abajo. Esperando a que suban ambos hombres, saco algo de beber y una libreta. La estridente melodía me avisa de que mis compañeros de fatigas y psicopatías están aquí.
—¡Preciosa! — sonríe con los brazos abiertos. Vicente, por otro lado, solo alza el mentón como saludo.
—Pasad, hasta la cocina. —me rio. —Tenemos mucho que organizar, espero que no tengáis nada que hacer.
***
—Entonces, ¿Tenéis todo claro? — caminamos hacia la entrada de La selva negra, el club del argentino. Llevamos horas detallando cada movimiento, nuestras propias relaciones y cómo actuar en caso de absoluto caos. Por decisión propia, solo dialogaré yo, ellos se centrarán en lo que mejor saben hacer. Imponer respeto. Con decisión y firmeza en nuestros pasos, encabezo esta locura de trío que hemos formado. A mi derecha, el enorme y adorable Gorka, que todo lo que tiene de achuchable, también de perverso. Y al izquierdo, Vicente, cada poro de su piel rezuma odio y peligrosidad.
Sé que, al lado de ambos, no me puede pasar nada malo. Los porteros del club, nos dejan pasar sin pedir explicaciones. Él, que tiene peor pinta, es quien nos escolta hasta los reservados del fondo, donde un tipo de un dorado moreno y cabello negro, nos recibe. Sus ojos brillan al verme, el corte de la ceja enmarca su mirada, haciéndolo parecer más duro y justo donde la intensidad de su azul se oscurece y puedo ver como muerde sus labios al mirarme de arriba a abajo. Entonces me siento satisfecha, sé que he elegido a la perfección mi atuendo. El vestido, de color blanco con brillos que reflejan la luz, se adhiere perfectamente. En el lateral, se puede apreciar una apertura, que muestra parte de mi muslo y un tatuaje bastante colorido. Realzando mi figura, opte por unas finas sandalias de tacón con tiras que suben por la pantorrilla.
Sin preguntar me acerco a él, que se levanta para saludarme y recibirme en su local con amabilidad y dulces palabras. Ambos nos sentamos en los sillones de cuero negro, donde él muestra su osadía, alzando su brazo por la parte superior del sillón, rodeando mi espalda.
—Qué gusto conocerla al final, señorita Arbuaz. Ese inglés no para de hablar de vos, veo que tiene buen gusto, el maldito. — he de reconocer que su acento argentino es de lo más delicioso que he escuchado.
—Los buenos amigos siempre tienen bonitas palabras, ¿no? — deslizo nuestra relación para que le quede claro quién es Claid para mí.
—¿Amigos? —con picardía levanta una ceja. —Interesante. — susurra lamiendo sus labios. Entonces con comienzo a ejecutar en mi mente cada paso del plan que tenemos para esta noche. Él ha sido mi propia señal, aviso a los chicos de una forma recatada, retirando el pelo que hay sobre mi rostro, detrás de la oreja. Alzo la mirada despacio, pestañeo, dándole la opción de seguir con sus ojos sobre mí.
—Soltera, felizmente soltera. —sonrió, con delicadeza y atrevimiento me muevo despacio y pensando lo que hago. Observo a los hombres que se encargan de vigilarle, también las posibles salidas y todos los movimientos que puedo realizar con agilidad. En un segundo de distracción, el hombre con osadía se atrevió a rozar la piel de mi pierna que se encuentra al descubierto. —Venimos a negociar, ¿no? Exponga lo que desea. — continuo con el filtreo de manera obvia, el argentino se muestra claramente excitado y yo, con el plan en mente, intento no salirme de mi papel. De pronto una chica de cabello rojo como el fuego se acerca con una bandeja, no logro ver su rostro, pero diría que esa furia roja es conocida para mí.
—¿Jazmín? — Al levantar el rostro, está asustada, sus ojos parecen salirse de su lugar y abre la boca por la sorpresa de encontrarme aquí.
—Hola Violeta— intenta agilizar su trabajo, dejando las copas y sirviendo la bebida con rapidez, trastabilla un poco, sus manos tiemblan y esquiva mi mirada.
—¿Qué haces trabajando aquí? ¿El club? —antes de que pueda responderme, el argentino roza su mano, sonriendo. Él quiere hacer como que le trasmite paz y tranquilidad, en mi caso es una señal de superioridad, como dos perros, está marcando su territorio y Jazmín ahora es de su propiedad. Así trabajan en este submundo de corrupción.
—El inglés la despidió, según él, era incompetente. —sus palabras van cargadas de maldad, un veneno que lanza para descuadrarme aún más.
—No me digas más, eres el buen samaritano que decidió rescatarla de aquel malvado verdugo...— ambos jugamos el mismo juego, puedo ser igual o más viperina que él. Se acerca más a mí, acaricia el tatuaje de las rosas que decora todo el largo de mi extremidad y posa aquel mar de persuasión sobre mis ojos.
—Dios, si no fuera porque tengo unas ganas locas de follarte, cagaría esa insolente boca a palos. —entonces nació la repulsión, un ser que había conseguido sacar lo peor de mí, deseando en mi caso vaciar el cargador de mí 9 mm sobre su pecho. —Jazmín, reina. Puedes retirarte. —su mano se alzó, gesticulando con superioridad. Acto seguido su mano asciende por mi clavícula, creando círculos que hacen que me sienta asqueada. —Eres divina. No tengas miedo por la minita, la cuidaré bien. Igual que a vos, si se deja...
—Continuemos a lo que he venido realmente, negocios. —el argentino ríe, cambie la posición y frota sus manos. Su temperamento ha cambiado drásticamente.
—Che, Dale... hablemos. — toma un sorbo de su copa, degusta el champán que nos han servido y piensa bien lo que va a decir después. Produce una serie de gestos que delatan su malestar, ya no está tan meloso como hace un rato. — Lo que me pregunto es, porque Claiden te manda a ti y no viene el mismo. Esas excusas de enfermedad familiar, no me lo creo. Ustedes me quieren ver la cara de idiota a mí. Así es como empezó mi bloqueo, en el momento que no supe trabajar con la posibilidad que algo podía salir mal. Hay dos escenarios, que él solo sospeche, calmarlo y continuar con la distracción. O que lo sepa todo y que Jazmín esté aquí, me mantiene alerta. Callada, espero que sea el quién del primer paso, error. Se abre paso entre mis piernas, rozando su aliente con mi oreja, sintiendo incomodidad, escalofríos y temor al mismo tiempo.
—¿Quieres ver como muere tu amigo por su traición? — actuó por impulso, le muevo con brusquedad, sujetando con mi antebrazo su cuello, ejerciendo la presión justa para qué continué respirando y respondiendo a mis preguntas. A horcajadas sobre él, mis piernas responden como un cepo, creando un agarre con los gemelos. Entonces, con la mano libre, saco el arma y apunto a la frente.
—Si Claiden muere, tú mueres con él. —sus hombres y los chicos se mueven al compás de mis palabras en perfecta armonía, jugando al gato y el ratón, escuchando el sonido de las armas en posición y las respiraciones irregulares en el aire.
—Ahora mismo la que tienes que perder eres tú y tus muchachos. —alarga la última palabra. Alza las manos, mostrando que no tiene ningún arma con la que atacarme. — Si le mandas un mensaje a tu jefecito, puede, que hoy no muera nadie. Tengo una idea, mis hombres...—alza la voz. — Bajarán sus armas y tú harás lo mismo. Con precaución observo a mi alrededor, y como lo ha pedido se cumple. Aceptando, ilusa de mí, guardo la pistola.
Es en ese momento cuando la basura, que es el argentino, golpea mi rostro de un puñetazo, haciéndome caer sobre la mesa de cristal que había en el reservado. Esta se hace añicos, y yo me clavo algunos cristales. Eso no me impide ponerme en pie, la mirada de odio que se instaura en mi rostro le deja claro que yo no me voy a ir sin luchar. Cuando se posiciona ante mí, para volver a pegarme. Sujeto su puño, alzándolo sobre su cabeza y retorciéndolo tras su espalda. Escucho como un grito gutural se escapa de su garganta. Empujo su cuerpo, aun sujeto por la llave, es rápido y no me espero cuando alza su pierna contra la pared, para llevarme de un aspaviento al otro lado de la habitación. Esquivo su siguiente movimiento, provocando que trastabille con sus pasos y caiga con el sofá. Furioso se levanta, sujeta mi pelo, creando un lazo alrededor de su muñeca. Me atrae hacia su cuerpo, sujetando con la otra mano mi cintura.
—Eres una maldita zorra peleona. Me gusta. — aspira, puedo oler el sudor que le cae de la frente, sentir el calor que emana y su respiración agitada como si fuese un animal rabioso. Empleo de manera ágil un movimiento común, patada en los testículos. Donde él se sujeta la entrepierna, sus piernas fallan y cae. Puedo observar cómo sus rodillas impactan sobre miles de cristales rotos y aprovecho para golpear su rostro de una patada. No puedo reconocer su rostro en este momento, hay sangre decorando cada parte de su cara.
—Llama a quien quiera que vaya donde está Claiden y podré dejarte vivir. — hago rechinar los dientes, le ofrezco el teléfono y obligo a que sus manos lo sujeten. —¡Qué llames ostias! Me enfado más cuando oigo su asquerosa vos burlarse de mí, el muy cabrón aún tiene ganas de seguir bailando, porque consigue ponerse en pie. Quiero destrozarlo, levanto mi puño para dejarlo de nuevo en el suelo. Antes de poder tocarlo, dos de sus hombres me sujetan, al otro lado Gorka y Vicente se encargan de deshacerte de ellos. Disparos, alaridos y los crujidos se escuchan por la habitación.
—Podíamos haberlo pasado muy bien los dos, pero prefieres ser la lacaya de alguien que no te valora. El inglés no sabe pelear sus propias batallas, manda a su fulana para ello. —continúa teniendo valor, no solo por las palabras que emplea, sino porque se acerca a mí, su aliento desprende un hedor a hierro y con dificultad, apenas puede abrir los ojos. Al final, saco de nuevo la pistola, apunto a la cabeza una vez más. La boca del arma choca contra su dura cabeza, oigo como la fricción del acero con su piel suena y él parece un loco que grita sin conocimiento. Parece que va a caer sobre ese mix de cristales, pero es listo y se sujeta a mi vestido. Abraza mi torso y se restriega por la tela, ensuciando la prenda. No lo veo venir, siento el desgarro, la tensión, el dolor y justo después el calor. Victorioso se separa de mí, sonríe de manera perturbadora, entonces veo lo que acaricia. Entre sus manos acuna la deteriorada botella de champán. La cual está rota por el cuello de la misma. De manera inconsciente intento taponar la herida, mis manos sujetan la zona y la sangre sale sin control. La cabeza me da vueltas, las luces son intermitentes y la cara comienzan a ser borrones.
—No me puedo dormir. —susurro.
—Conmigo no se juega, maldita perra. — escucho que me grita, continúa enajenado.
—¡Violeta! — son Gorka y Vicente quien me llaman, puedo sentir como floto, como todo se desconecta y como mi mente que consumida en él vació.
A.
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