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🌌~13~🌌

Llevo demasiado rato mirando la pantalla, intentando comprender como aquella oscuridad sigue creciendo en mi cabeza. Pero al ver las imágenes guardadas, la actividad cerebral aumenta sin control mientras me mantengo dormida. 

—¿Qué me ocurre? — Susurro, mientras mordisqueo el lateral de mis uñas. 

—Te estás apagando, solo se activa mientras duermes. O, mejor dicho, cuando sueñas. —Señala justo el momento que se manifiesta la actividad en la pantalla, la observo con detenimiento. —Ves, es tan grande que cuando dejas de soñar, todo se detiene. Pero la mancha ha aumentado. 

—Pero, ¿y qué pasará si cubre la mitad de mi cerebro? —Pregunto con preocupación. El especialista me mira con temor, su respuesta está escrita en sus ojos. Es un claro reflejo de lo que no sabe cómo contestar. 

—Estoy seguro de que sabes la respuesta, no necesitas que nadie más te lo diga. — de pronto, unos golpes en la puerta, llaman nuestra atención. Una enfermera del equipo de la unidad del sueño, asoma su cabellera rubia por el umbral de la puerta. Antes de hablar, carraspea un poco. 

—Doctor, buscan a la paciente. Su acompañante pregunta si puede pasar. 

—¿Acompañante? —me extraña. —He venido sola. — la chica se encoge de hombros. — la chica sale, escucho un murmuro en los que la otra parte insiste en pasar. 

—¿Entonces qué hago? ¿Le dejo pasar? El hombre, insiste, dice ser compañero del complejo. Viene del Hospital General. — no quiero comprometer más a la joven, sé que es Hernán quien está al otro lado. 

—Ahora salgo, que espere fuera. —Por mucho que quiera pasar, me niego, a ceder a sus caprichos. Fue el quién no llego a tiempo esta mañana. Y es que por algo que no llego a entender, cada vez que nuestro contacto se hace más cercano, él sale corriendo.Compruebo una vez más la pantalla, me quedo absorta en las líneas de colores vivos que aparecen en la pantalla del ordenador. Las corrientes eléctricas de mi cerebro me mantienen distraídas. 

 —Señorita Arbuaz, debería de quedarse ingresada. — las palabras del doctor son como un jarro de agua fría, no quiero permanecer aquí aislada de todo. —No es algo que deba de pensar mucho, no sabemos si podrá despertar la próxima vez. —trago saliva. Es una verdad cierta y dolorosa, sé que debería de escucharle. En tan solo unas horas, mi vida se había modificado y podría perderlo todo con cerrar los ojos. 

—Deme unos días, estoy en mi último año de residencia. Con algunos exámenes pendientes y un trabajo nocturno. — hablo con rapidez, nerviosa por este atropello de posibilidades. 

—Hagamos una cosa, venga dos días a la semana a dormir aquí. La controlaremos así al principio. — asiento, acepto la opción que me brindan y acto seguido salgo por la puerta contraria para cambiarme y recoger mis cosas. 


En la habitación, en el pequeño rincón, espera Hernán. Me quedo en la puerta, manteniendo la distancia, me quedo observando como levanta la cabeza despacio para mirarme. Me percato de la preocupación en su mirada, la claridad de sus ojos se pierde en un gris amargo y doloroso. 

—Yo... Lo siento. Es que...— alzo la mano y cierro el puño, para acallarle. Como un director de orquesta, dejando caer el brazo, reposando en el lateral de mi cuerpo. 

—No me apetece escuchar excusas. — replico caminando hacia la mochila, para revisar el móvil. Entonces veo las llamadas perdidas, los mensajes que ignoro. Abro el chat donde está el nombre de Claid. 

*[Claid]: Eres una rencorosa. Por una vez podías ser tú la que vinieses a mí, queriendo solucionar las cosas. *

*Vale, puede que me haya pasado un poco, por favor vuelve al club... Estos idiotas no saben ni hacer un pedido en condiciones. *

*Sé que la he cagado, pero podías contestar*—De unos mensajes a otros, hay una diferencia de media hora, y ya se estresa porque no le conteste de inmediato. 

[Violeta]: *Ahora voy a verte, estaba ocupada*— Un pulgar hacia arriba aparece de inmediato.Al otro lado de la habitación, Hernán continúa sentado en completo silencio. Me echo a reír de repente, él me mira con confusión. 

Me visto en su presencia, me mantengo sería, pero juego para llamar su atención. No me apetece nada tener que hablar con él, ni escuchar su voz en este momento me siento muy molesta con él.Observo de reojo, como él me mira desde el sillón, sus gestos son erráticos. Frota su frente, descendiendo por sus ojos hasta su boca. Que mientras frota ambas palmas, muerde su labio inferior y de pronto su mirada recupera ese brillo que me nubla los sentidos cuando él quiere. Haciendo que sucumba a sus más perversos deseos. Me visto despacio, me muevo con delicadeza. Género tensión en la habitación para hacerle ceder a él. Provocando que sus impulsos le hagan acercarse. Me rio por dentro, hago con que me acerco sin llegar a tocarle. Paso a su lado para recoger lo que quede en el armario individual que hay justo a su lado, dejando que la esencia de mi perfume le embauque. Hernán se levanta con decisión, siento su cuerpo cerca y el calor que desprende. Con mayor agilidad y jugando a su mismo juego me separo más, acercándome a la puerta de salida. 

—Hablamos en otro momento, tengo prisa. —suelto con un tono jocoso. Entonces vuelvo a reírme en mi interior, viendo la cara de idiota que con la que acaba de quedarse. 

—¿Estarás de broma? He venido hasta aquí. — contesta, molesto. 

—Haberte quedado en tu casa. — con firmeza sujeta mi antebrazo, girándome para enfrentarme a su dura mirada. 

—No me jodas, Violeta. No estoy para juegos de niñata. — chista, volteando la cara. Es impresionante como sus acciones deben ser justificadas, pero las mías solo son berrinches infantiles para él. Me suelto de golpe, frotando la zona que él ha tocado. —No eres el único, yo no soy un puto clinex. Tu fantasía de follarte a la residente a cargo ya fue concedida, pasa a la siguiente. Yo también me he cansado de tus comportamientos adolescentes. —No doy opción a que conteste, ya que enseguida me coloco la chaqueta y el casco para salir volando con la moto. En la recepción recojo la ficha de las citas, comprobando que en tres días volveré. Detrás de mí, Hernán acelera el paso. 

Ardida, avanzo con decisión hasta mi pequeña bicha de dos ruedas y la hago ronronear antes de levantar los pies y dejar allí al adjunto haciendo otra pataleta a la entrada del viejo hospital.Aprovecho este momento para desahogarme, las lágrimas caen y la ansiedad anida en mi pecho. El resquemor y la molestia por ceder ante alguien más me recuerda que solo yo soy la culpable de estas decisiones, siempre accedo a dejar que los demás me pisoteen y debo aprender de estos errores. Lo único que se me ocurre para sacar todo este odio acumulado, es ir a golpear el saco al gimnasio. Así que antes de ir allí, conduzco hasta casa. Agradeciendo que las chicas no estén en este momento. El camino ha sido de lo más renovador, relajando parte de mis músculos y llegando mucho más tranquila.Dejando una mochila y recogiendo la bolsa, opto por caminar hasta el gimnasio. Y aprovechando el camino para escribir a Claid, que espera mi llegada a su casa. 

*[Violeta]: Señor simpático, voy al gimnasio. Si quieres verme, te espero allí. *— No tarda en aparecer la palabra, escribiendo. 

*[Claid]: Mira que eres zorra. Si no fuera porque te quiero, estarías en la puta calle. *

*[Violeta]: Qué gran honor. Lo capullo no te lo quita nadie. *

Guardo el móvil y cojo una bocanada de aire antes de cruzar, esquivando la gente que camina a mi alrededor. El local no está lejos de mi casa, me alegra poder volver a soltar unos puñetazos al aire y engrasar todas mis extremidades entumecidas. Intento pasar desapercibida, colocándome al final del gimnasio, en el saco más alejado de los demás.Ricky, el dueño del gimnasio y viejo amigo. Me observa callado unos sacos más allá, él sabe cuándo mi carácter no es digno de la presencia de nadie. Sabiendo respetar mi soledad. Es lo que hizo ganarse mi respeto. 

 Me siento en un banco para prepararme, retiro los pantalones de corchetes, quedando con los ligeros shorts que me permiten crear movimientos más certeros y también me quito la sudadera para quedar con un ligero top de deporte. Antes de nada, me quito el calzado y preparo mis manos, masajeando primero con una crema y después colocando las protecciones, cintas y guantes. Trabajo en mi respiración, mantengo una posición correcta y estiro la espalda para no provocar desgarros. Ante no haber ejercitado con estiramientos antes me arriesgo a hacerme daño. Pero me da igual. Necesito soltar algún golpe ya. Comienzo suave, originando una serie de repeticiones que me mantiene distraída. En mi mente la repito una y otra vez, para no olvidarla. —puño, puño, esquivo, patada...—pienso. Entonces la campana de la entrada suena, y el rubio de ojos azules entra con su burlona sonrisa. Camina con chulería, dejando que las pocas mujeres que hay se endulcen con la visión de él pasando por su lado.

Contoneándose como un gallo en el corral, se dirige hasta Ricky para saludarlo. Chocan sus manos, abrazando uno de sus hombros para golpear después sus espaldas. El dueño del local le dice algo mientras me señala alzando el mentón. Claid mueve sus manos riéndose, mostrando su perfecta sonrisa sin importancia. Y despidiéndose para acercarse a mí. Dejó de mirarle para aumentar la intensidad de mis golpes, pegando con fuerza el saco que cuelga frente a mí. —puño, puño, esquivo, ...— Claid está casi a mi lado. — patada, patada, puño, puño...— me descontrolo y cuando siento su respiración a mi lado continúo peleando sin control. Él se interpone, me separa para fijarse en como las lágrimas se amontonan en mis ojos, sin llegar a pasear por mis mejillas. 

—¡Para! ¡Para! Bruta, te harás daño. — Es ahí cuando me derrumbo y comienzo a llorar abrazada a su pecho. Y no es solo por lo ocurrido con Hernán, es un cúmulo de situaciones que me rompen. Jamás me gusto pelear con mi amigo, porque a pesar de ser un idiota, siempre está para ayudarme. Aceptando cada uno de mis berrinches y sacudidas de mal humor. No puedo mentir y decir que estos días no eche de menos al inglés de gustos peculiares. Sin preguntar nada, se mantiene a mi lado. Acaricia mi cabeza y me reconforta con suaves palabras de cariño. Me comienzo a reír, recordando como quería golpearle hace un momento por haberme dejado a un lado todo este tiempo. 

Era la primera vez desde que le conocí que se comportaba así. Él se separa confundido, limpia ese mar de sollozos que he creado y sonríe para crear esa aura de calma que, por mucho que lo niegue, provoca en mí. Después me gira para colocarme frente al saco y guiar mis movimientos hacia el saco. Pero sin que lo vea venir, hago lo contrario y comienzo a golpearle a él con suavidad. Nos ejercitamos al ritmo de la música, moviéndonos con el ritmo de lo que suena en este momento en todos los rincones de gimnasio. Alone de Alan Walker y Ava Max.


Cuando ya hemos armado lo suficiente, como dos niños chicos. Entonces, cuando intento dar mi último golpe al saco, mi pie falla. Provocando que ambos caigamos al suelo, quedando encima de Claid. Su olor es fuerte por todo el ejercicio realizado hasta ahora, pero no me molesta. Mi rostro descansa sobre su hombro, sin embargo, cuando intento levantarme, nuestras miradas se cruzan y puedo notar su respiración sobre mi boca. La situación es de lo más incómoda, quiero levantarme, intento ponerme en pie. Claid niega, su mano se posa sobre mi cintura para mantener el contacto. 

Es inevitable quedarme muda, mi amigo cuenta con un envidiable atractivo que no puedo negar. Es lo que en un inicio provoco que nos acercásemos y llegásemos a tener algo muy fugaz.Fui yo, de hecho, quien prefirió dejar esto como una simple amistad. No quería perder lo buena persona que es, por mucho que él quiera negarlo. Con firmeza, agarro su mano para retirarle y poder ponerme en pie. Sus ojos claman con fiereza algo de mi atención, presiento sus pensamientos como una vidente leyendo cada uno de sus gestos y señales. Veo como su pecho sube y baja agitado, el brillo en su mirada y como muerde sus labios con deseo. Dejo caer el guante frente a su rostro, él acepta la mano y tiro de él para ayudarle a levantar. Dejo mi mirada fija en el suelo, esquivándole y dejando pasar el tiempo para que la tensión disminuya. 

—Olet..., tenemos que hablar...— me giro, haciendo como que no lo he escuchado. —Violeta, mírame. —Claid se apoya en mi hombro y me gira, obligándome a prestarle atención. 

—No creo que este sea el lugar. —sugiero. —Vamos entonces algún sitio a tomar un café, cambiémonos. — obedezco, como una fiel servidora. Aunque no está en mi naturaleza, decido comportarme y no montar un escándalo cuando acabamos de solucionar las cosas. —Te espero fuera, voy a ducharme y ponerme la ropa. —asiente y pierdo su silueta cuando se adentra en los vestuarios masculinos. Me sumerjo en el calor del agua, la caída de la misma como en una cascada, adentrándome en los pensamientos más ocultos de mi mente y los recuerdos de una no tan lejana conversación con el doctor. Donde aún no mastico el reciente diagnóstico sobre una extraña patología. Es así como permito romperme, agradecida de que mis sollozos sean silenciados por la ducha y las lágrimas se mezclen entre el líquido bajo mis pies. Alargo el momento, más de lo habitual, me distraigo jugando con la espuma que se crea al lavar mi cabello y después en crear círculos con la crema exfoliante. Me arreglo despacio, coloco la bolsa de deporte y continúo tomándome mi tiempo. Y por más que me pese, finalmente, salgo. Encontrando a mi amigo en la puerta, embriagándome con el olor de su aftersaid

 —¿Y bien? ¿Dónde vamos? — sus manos me ceden el paso, para que elija el sitio donde sentirme más cómoda. Sin pensarlo mucho me dirijo a la acera de en frente, donde nos encontramos con un pequeño bar del barrio. Nos sentamos en una mesa de la terraza, donde Claid comienza a peinarse su cabello rubio hacia atrás, con nervios. Un señor de mediana edad nos toma nota, obstruyendo a que mi amigo pueda comenzar la conversación. Cuando nos sirven las bebidas, él se calma, mientras juega con un cigarro que no llega a encender. Su comportamiento es propio de un niño y no entiendo que es lo que pueda ocurrirle. Aunque me creo mis propias ideas, divagando en situaciones que me ponen los pelos de punta. 

—Violeta, sé que en este momento nuestra relación está un poco tensa. Pero necesito pedirte algo. — es cuando de su bolsa de deporte saca un abultado sobre marrón, me asomo para ver su interior. Dónde me topo con un arma y varios fajos de billetes pequeños. 

—¿Qué demonios es esto, Claid?— aclamo sorprendida.



A.

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