🌌~12~🌌
A las puertas del hospital antiguo, de las a afueras, respiro hondo antes de entrar para ingresar. He venido sola, y a pesar de que fue Carlos quien insistió en acompañarme, no insistí al ver que no llegaba.
La que si está pesada es mi madre, ya son cuatro llamadas las que me llegan. Estoy tan nerviosa que no soy capa a hablar con ella. Sé que me llama porque su intención le dice que alto pasa, siempre acierta y eso a veces me asusta. Decido que lo mejor es mandarle un mensaje para calmarla, y por supuesto omitir donde me encuentro.
*[Violeta]: Mamá, estoy bien tranquila. Mañana te llamo, que estoy trabajando.*
Las letras de escribiendo aparecen en la pantalla, a un así guardo el teléfono. Sé que va a tardar y me cansaré antes de ver el mensaje.
Camino por los pasillos acompañada por un par de celadores, juntos subimos a la cuarta planta de este envejecido edificio. Me entretengo observando su arquitectura, la estropeada pintura y los detalles de piedra en las columnas.
—Hemos llegado, chica.—El hombre de aspecto cansado y pelo cano abre una gran puerta metálica, los arañazos, golpes y picadas de la pintura me dan desconfianza. Dentro el doctor espera, junto al equipo de enfermería completo.
—Señorita Arbuaz pase, cámbiese y pase al fondo del pasillo. Su habitación le espera.—respiro hondo y camino despacio detrás de las enfermeras y técnicos.
Una cristalera bastante gruesa rodea la habitación, cámaras y varios aparatos con cables sirven de decoración y la pieza central es una cama vieja de hierro, individual.
Una vez cambiada, comienzan a explicarme lo que harán. Soy yo quien coloca los electrodos que controlarán las hondas cerebrales y el resto de constantes. Una vez estoy lista, me siento en el borde de la cama, acariciando la colcha y sintiendo su frío bajo el tacto de mis manos.
Con cuidado me tumbo, mis ojos quedan bloqueados ante el tono neutro del techo. Ha pasado de blanco a un tono sucio por el nulo mantenimiento. Espero demasiado por dormir, cierro y abro los parpados esperando que el macabro Morfeo decida estrecharme entre sus brazos.
Una voz profunda suena en la habitación, el doctor habla a través de unos altavoces de la pared. Su tono es serio, pero amigable al final.
—¿Todo bien?
—Sí, creo que los nervios no me permiten dormir.—contesto.
—¿Quieres ayuda farmacológica?—Asiento. Y es entonces cuando una chica aparece con una pastilla y agua. Entonces, repito el proceso.
Me tumbo de nuevo, me arropo y cierro los parpados. Al cabo de un rato, se hace larga la espera. Al final un bostezo decide hacer acto de presencia, los ojos comienzan apagarse y mi mente se desconecta.
"Me despierto en aquel lugar que parece abandonado, las horas parece pasar despacio y pienso que voy a volverme loco. Pero, más a un, no saber donde se encuentra el imbécil que tengo por amigo.
Una luz me ciega, no logro ver quién son esos paso que vienen hasta mí. Es continuo, TAC, TAC, TAC... se escuchan fuerte las pisadas, acompañadas del sonido del agua que humedece el suelo de hormigón.
El frío se adhiere al interior de mi cuerpo, hasta llegar a los huesos. Una respiración agitada avanza junto con otra que suena fuerte y agresiva al mismo tiempo. El forcejeo de dos personas se escucha justo al lado, al final una de las partes cede.
—¡Hazlo!—exige uno de ellos.—¡Vamos!— insiste.—Serás inútil.—Susurra entre dientes la misma persona. Al final un disparo suena, un golpe seco atraviesa mi pecho. Después le sigue un intenso ardor mezclado con el escozor del metal caliente.
—¿Decías? Gilipollas.—Contesta finalmente el otro.
Me desangra poco a poco, el dolor se intensifica. Una mano caliente a porta mi ropa para ver mi herida, una bala ha atravesado mi pecho. Y por la intensidad, el sufrimiento y los sentimientos añadidos, sé que ha atravesado mi corazón.
La cabeza me da vueltas, las sombras quieren arrebatarme la vida y un líquido caliente, espeso y con sabor a hierro inunda mi boca.
Como si de un bucle se tratará, la acción se repite una y otra vez. Marchitándome con cada una de las escenas que se igualan haciendo que me canse de vivir ese horror.
—¿Decías? Gilipollas.—le escucho decir una vez más. Y encerrado en una pesadilla, con un gran bloqueo sin poder avanzar.
La superficie bajo mis pies tiembla, mi cuerpo convulsiona sin control. No sé qué me ocurre.
—Violeta despierta.—Escucho una voz en la lejanía. ¿Quién es Violeta? Al mismo tiempo algo zarandea mi cuerpo, pero no sé que es. Hasta tal punto que siento como caigo al suelo y la oscuridad me cubre."
Al despertarme puedo recordar todo lo que viví como Hugo, pero me llamó la atención como siendo él, olvidaba quien soy ahora. Dejaba de conocer esta parte de mí misma, siendo otra persona. Él.
Parecen flashbacks de otra vida, una que quiere regresar a mí y descubrir quien me asesino. Sin embargo, todo está borroso. No sé si me estoy volviendo loca, o la medicación es demasiado buena. Tanto que me hace viajar a vidas paralelas en otra época.
Mi respiración está agitada, el corazón parece que se me va a salir por la boca. De pronto, cuando mis ojos enfocan, puedo vislumbrar al equipo completo. El doctor es quien me sujeta los hombros, su cara de pánico me alerta.
—¿Qué ocurre? —Suelto asustada.
—Tu pulso se aceleró y comenzaste a moverte sin control. Y algo más ocurrió con las hondas cerebrales, eran excesivas. Se salían de la pantalla, necesito hacerte un TAC ahora. Mientras sigues en el rango de sueño.—extrañada, acepte, decidí confiar en el médico.
Bajamos hasta la zona de rayos, una vez más me durmieron con una sedición un poco más floja y después comenzó la sesión. Con tantas drogas en mi sangre, esta vez no me costó nada.
"—¡Tronco! Pásate unos , que te lo estás clavando. —La voz de mi colega, el Enchis me grita desde el otro lado de la habitación. Ya es la tercera noche que duerme en mi sofá, el cabrón no tiene donde caerse muerto.
Hace un año que lo conocí en la carrera, y hay donde lo ves como un auténtico vagabundo, sus padres están podridos de dinero. Eso a él solo le sirve para malgastarlo en litros de cerveza barata y piedras de chocolate.
—Hugo, eres un tío de puta madre. —Enchis intenta ponerse en pie para darme unas palmadas en la espalda, en plan colegueo. Antes de poder estar erguido por completo, cae de nuevo sobre el viejo sillón.
Un golpe seco llama mi atención, la puerta de la entrada golpea contra un paragüero de metal.
—Vaya dos muertos, estáis hechos. —Agustín aparece de sopetón, camina ladeado y se le traba la lengua.
—El que faltaba.— me río cuando se cae al tropezar con algo al acercarse a nosotros.
La sensación de verle derretirse como un helado, al mismo tiempo que se ahoga en sus gritos y renace convertido en gelatina, me fascina. Es un rompecabezas líquido que me deja extasiado. Las carcajadas aumentan, llenando la habitación. Es alucinante lo que puede hacer un poco de marihuana en el sistema de una persona.
Al alzar mi mano me asombro, aumenta y disminuye en extrañas proporciones que no logro identificar. Las risas no cesan y los canutos tampoco.
El timbre suena y con la poca agilidad que me queda y lo que me permite mi cuerpo voy hasta allí. Al abrir un anciano delgaducho y con cara de pocos amigos se encuentra de brazos cruzados. El señor tose antes de que pueda contestar.
—¿Quiere algo?—El hombre carraspea una vez más.
—¿Estáis haciendo obras? —Pregunta con odio en la mirada.
—¿Cómo dice?— me río por la estúpida pregunta que hace.
—He escuchado como el techo me retumbaba y movía todas las paredes. Vais a tirarme la casa abajo, locos. ¡Inconscientes!—Se queja mientras alza los brazos en señal de protesta.
—¿Qué dice? ¿Ha tomado la medicación? —los tres nos reímos por la extraña situación.
—¿Qué Estáis borrachos o drogados? ¡Voy a llamar a la policía! Haciendo reformas en este estado.
—Señor, que me he caído. —Contesta Agustín. —¿No tiene ninguna obra que ver en la calle?
Cierro la puerta sin decir nada más, escuchamos como a través de la madera suelta varios insultos al aire.
—¿Esto ha sido en serio?— todavía anonadado me dejo caer en el sofá riéndome por la situación tan estúpida.
—¿Nos liamos otro porrito?— la sonrisa del Enchis muestra parecido a la del Joker.
Unas horas después los tres estamos demasiado colocados para hacer nada más, nos hemos fumado casi toda la marihuana que teníamos y no somos capaces de levantarnos.
Un estridente sonido me despeja, el timbre suena y un Agus más espabilado es el que abre el portón de abajo.
—¿Quién es?
—La policía, espabilar.— como un loco recoge la mesa con todo lo que hay en su superficie. Como puedo me estiro para abrir la ventana y arropo a Enchis con una manta al ver que se ha quedado dormido.
El timbre suena de nuevo y mi amigo tira del picaporte, en el felpudo hay una pareja de policía local.
—Buenas noches, algún vecino...— «como no».— Han avisado por ruidos y molestias. ¿Están haciendo alguna actividad ilegal?
—Buenas noches, no agente. Estamos viendo la televisión en el sofá.—omitimos contar más.
—¿Tienen algún tipo droga ilegal en el interior? Huele raro, aquí.—Ambos nos miramos, sin darse cuenta Agus se palpa los bolsillos de los pantalones.
—¿Busca algo?—Él niega y yo con él.
—La... la cartera. No la encuentro.—tartamudea.
—¿Puede ser esa? —uno de los agentes señala una billetera sobre la mesa.—Anda, refrescaros un poco y tener cuidado, chavales.
Al cerrar la puerta suspiramos aliviados, Enchis habla en sueños y pide otro canuto.
—Hasta en sueños está colocado, el cabrón. —Ambos nos reímos eliminando la tensión.
—A mí ya se me ha pasado todo de golpe, menudo vecino bueno, eh.—digo molesto.
El timbre vuelve a sonar y los testículos se me suben al nivel de la garganta.
—Ahora abres tú. —dice Agustín. Camino con cautela, por son de nuevo los agentes. Pero no es así, ella está frente a mí. Su pelo castaño está recogido en una coleta, sus ojos verdes me miran con miedo y en su mano tiene una especie de termómetro blanco y rosa. Juguetea con aquel aparato entre los dedos, está nerviosa y apuntó de llorar. —¿Podemos hablar?"
Al despertarme estoy de nuevo sudorosa, la prueba parece haber durado más de lo normal y el calor que me envuelve me marea. Al otro lado de la cristalera el médico me mira con cara de horror, me llama para que me acerque.
Las enfermeras me ayudan a bajar y con el pulso acelerado y temor me acerco hasta el ordenador principal.
—¿Ocurre algo?
—Demasiado, no sé si llamarlo descubrimiento o maldición.—arrugo la frente confundida.
—¿Es muy malo?
—Siéntate señorita Arbuaz.
A.
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