🌌~10~🌌
Bajo las escaleras corriendo, se suponía que esto no iba a continuar. Decido ser la inmadura en este momento e irme antes de llegar más tarde, tras mi espalda la puerta suena de la fuerza con la que cierro.
—¿Te llevo?—me sigue mientras bajo las escaleras de dos en dos.
—Sé ir sola, gracias.—soy cortante, no me apetece nada verle y es una perdida de tiempo seguir con algo que no llegará a nada.
—Solo quiero saber que estás bien. —noto su agarre, tira hacia atrás para que pueda mirarme.
—De puta madre, llegó tarde.—continuo bajando.
—¿Te importa si voy esta noche contigo? Me gustaría ver que tal sale todo, controlar desde fuera.—freno en seco el paso y cojo aire antes de darme la vuelta para darle una bofetada. Le cruzó la mirada y al verme retrocede unos pasos.—No me malinterpretes, Violeta.
—¿Cómo dices? ¿Qué soy tu conejillo de indias? Abstente no tengo tiempo para gilipolleces... «Ni gilipollas»—Susurro.
—Tranquilízate, déjame que me exprese. Sé que el otro día...— continuaba hablando y yo le ignoraba. Me sigue hasta la moto y aun así prefiero ignorarlo. Coloco el casco y me subo sobre mi preciosa yegua de color fucsia. Se queda de pie justo enfrente para impedirme que me vaya.
—Quítate de en medio, no creo que quieras enfadarme.—es inútil lo que le diga.
—No eres capaz de nada, Violeta.
—No me subestimes, no me conoces.—Sonrió con maldad. En ese momento arrancó la moto y aceleró con suavidad. Mi preciosidad de dos ruedas ronronea con sutileza y él se asusta.—La siguiente no será un aviso, adjunto Hernán.
Y me da rabia mientras le miró, el alza los brazos en señal de rendición y a mí me dan ganas de pegarme cuando mis pensamientos se desvían. Regreso a esa parte de los recuerdos, donde su cuerpo y el mío se fundían en uno solo. Donde sus cálidos besos y sus delicadas caricias me mimaban.
Finalmente, agitó la cabeza para borrar todo lo que acaba de arrasar mi mente, me marcho y le esquivo para dejarle atrás.
No tardo en llegar y estacionar, entro a toda velocidad sin saludar a nadie. Los vestuarios están prácticamente desiertos y en la sala de adjuntos ya están saliendo los últimos compañeros.
—¡Por fin llega señorita Arbuaz! La compañera a cargo con usted en consultas tuvo que marcharse a una urgencia. —Me temo lo peor.
—¿Con quién estaré hoy? ¿Con usted?—el hombre niega con la cabeza.
—Carlos Hernán no tardará en llegar, ya le conoces de otras veces y no tendréis problemas. —me maldigo por dentro, esto tiene que ser cosa suya. Esto tiene que ser una broma, estiro con los dedos mi labio inferior y deseo en este momento darme de cabezazos contra una pared.
—Gracias, continuaré entonces con las consultas en lo que llega.— con decisión recojo las hojas con los pacientes y voy encendiendo el ordenador. Para que no tenga motivos para enfadarse, coloco las historias y voy leyendo de que se trata.
Y me doy cuenta de que es mi cuerpo quien reacciona, deseo que venga. Por algún motivo su despreciable comportamiento no es suficiente para apartarlo, y es cuando reflexionó y pienso en sí todos los problemas con mi padre se están viendo reflejados ahora.
Me juzgo a mi misma, atacándome con mi pasado y revolviéndome por creer que un arte marcial me salvaría en vez de un psicólogo. Ni el mejor de los tratamientos me ayudaría, pero si lo que tenía más a mano era un médico, lo aprovecharía.
Sumida en las extrañas y a típicas historias de algunos de los pacientes, no me percató cuando llega.
—Buenos días.—Sus pasos llegan hasta mí, esperando justo detrás de mí.
—Buenos días.—digo devolviéndole el saludo. Su presencia está más cerca, tanto que siento su aliento en la oreja.
—No te libras de mí, tendrás que aguantarme hasta las tres de la tarde.—siento su risa, el sonido de la lengua humedecido, sus labios y sus manos masajeando mis hombros.
Quiero ser dura y no caer, su comportamiento me aviso que él no quiere nada serio. Tengo que ser yo decidir en esta montaña rusa, si monto o no.
—Esta chica viene por migraña crónica, tras varios episodios, los cuales no remiten con la medicación. —dejo caer la carpeta y abro él historia en la pantalla. Hernán se sienta a mi lado, y comienza a leer detenidamente.
Me quedo encandilada viendo lo serio que se pone y como se lo toma en serio. Lo bien que le queda la bata blanca e incluso las gafas redondas de color negro.
Agitó la cabeza y olvido lo que danzaba en el interior de mi mente. No le importó, solo le llamó la atención por mis desmayos y visiones extrañas.
Intento concentrarme y hacerme mi trabajo en el máximo de potencial y superarlo.
A media mañana podemos parar a tomar algo rápido, antes de irme a la cafetería, la puerta suena. Me quedo pasmada al ver a una bellísima chica de ojos azules y pelo rubio, muy bien peinado.
—¿Carlos? ¿Se puede?—Asiente, lo que permite que la joven doctora se adentre al interior.
—Buenas, Natalia, ¿Qué necesitas?—me sorprendo al ver lo agradable que es con ella y como le da su atención.
Pero, más aún, cuando la puerta vuelve a sonar y el jefe de departamento se asoma por el umbral.
—¿Molesto?—Hernán da el visto bueno y él se acerca. De pronto, mi cuerpo se mueve dando un pequeño salto en el asiento. El tacto del médico recorre mi piel cubierta por el pijama del hospital.
Muerdo mis labios, mientras concentro la mente en los historiales médicos. Cuando su roce es más intenso, los ojos parecen cobrar vida, moviéndose sin control.
—Venir ambos a la sala, tomemos un café todos. Así puedo comentar las nuevas listas de los residentes que vengan del R1.
—Si no les es inconveniente, yo me tengo que ir. Estoy de guardia, ya te llamaré Hernán para hablar.—interrumpe la tal Natalia. Es obvio que no quiere tratar el tema delante del superior.
—Si no te importa, te lo agradecería. —Contesta el hombre de pelo canoso y experiencia adherida a los callos en sus dedos por los aparatos que usará.
Los tres la despedimos y Hernán, antes de levantarse para marcharnos, da un apretón en mi pierna. Sus dedos acarician por encima de la ropa, rozando con la punta mi monte de venus. No le aparto, dejo que continúe. Pero todo acaba rápido, nos levantamos para marcharnos a un breve descanso.
El jefe del servicio no deja de hablar, a penas nos da tregua a contestar a todas sus preguntas. Cuando se marcha, la diabólica sonrisa del médico regresa.
—Sé que he dicho cosas imprudentes, que mis actos lo son. No sé qué me has hecho, el estar contigo me hace contradecirme.—solo asiento. Dejo que hable, solo escucho y dejo que lo suelte todo.
—Y tú haces que aunque quiera alejarme, este más cerca. ¿Por qué tienes que ser tan complicado?—se ríe.
—Tú tampoco eres fácil.
—Pero, como experimento, te valgo.— suelto con brusquedad.
—Madre mía, Violeta. —se frota la cara con frustración.—Soy directo, sé lo que quiero y lo que no. Eres tú quien me complica tomar la decisión. Sin embargo, me preocupas.
—Sé cuidarme, no tienes por qué jugar a los niñeros.—me mira confundido.
—Eres exasperante, y aun así me intrigas demasiado. Deseo besarte hasta enrojecer tus labios, acariciar tu piel y recorrerla hasta desgastarla. Observar esa mirada esmeralda y perderme en ella.—trago, saliva, enmudezco ante sus palabras.
—No me gusta que me utilicen, ni que me mientan. Soy muy rencorosa, Carlos.—Era la primera vez que le llamaba por su nombre en el trabajo. Él comienza a reírse, y yo noto el calor subir por mis mejillas.
—¿Cómo me has llamado?
—¡Hernán! —me levanto de golpe, la silla cae formando un gran estruendo. En mi interior agradezco que nadie más esté tomando café. Veo como su mano se levanta a cámara lenta, acaricia mi mejilla despacio y después pasa por mi labio inferior. Lo muerdo movida por el calor que se agolpa en mi bajo vientre, sintiendo como su mano se adentra por bajo mi bata. Siento sus dedos sujetar el bajo de mi espalda, para atraerme despacio a él.
—¿Por qué me vuelves tan loco?—susurra en mi boca.— Deberías de estar con cualquier chico de tu edad.
—Puedo decidir por mi misma. Además, mentalmente no tienes nada que envidiarles, doctor Hernán. —Sonrió con picardía. Él responde de la misma manera. Es de repente cuando su boca ataca a la mía, buscando mis labios con desesperación. Me aferro a la sensación que se desata en mi interior, a esa que me quema y electrifica al mismo tiempo. Sintiéndome deseada y cuidada por alguien más, esperando que esto me lleve a descubrir una experiencia diferente respecto al amor.
El simple roce de su piel acariciando la mía me lleva al límite de mi cordura, sin ningún control me subo a horcajadas sobre sus piernas. Dejando que su boca recorra mi cuello, dejando besos y mordiscos al mismo tiempo.
Acaricio con sutileza sus hombros, para dejar caer la bata que los cubre. Él tira de la chaquetilla del pijama, desabrochando sin problema los corchetes y dejando mis pechos al descubierto. Cuando nos separamos buscando oxígeno, veo una mirada de deseo que me descontrola de nuevo.
—¿Algún fetiche con los hospitales que deba saber?
—Tú.
A.
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