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Violeta (2022)
Ha caído la noche y puedo disfrutar de la suave brisa que entra por la ventana de mi habitación. Al mirar el reloj que reposa en la mesilla me doy cuenta de la hora que es, agarro la mochila con mis cosas y la llave de la moto para salir corriendo. El ambiente en la calle es animado, sábado a las nueve de la noche. Todo el mundo sale de fiesta y yo soy de las desgraciadas que tiene que trabajar. Las luces de las farolas alumbran la calzada y con un golpe de muñeca hago rugir a mi pequeña gran monstruo. Un grupo de chicos se giran para observar el alboroto que estoy creando, allí es donde la veo a ella. Una reina entre su colmena de abejorros obreros, rodeada de fanfarrones, riéndonos las gracias, Tara Arribes. La gobernadora de la Rúa Mayor. Ella se gira para ver que tiene a todos tan obnubilados, mi moto.
- ¿Quién es ese pavo? -Espeta uno molesto cuando vuelvo hacer rugir el motor. Tara ríe, sé que me ha reconocido.
- ¡Violeta Arbuaz!, quiero una gran copa cuando llegue. - Grita alto para que pueda escucharla, después con un pestañeo de ojos la luz parpadea. El color verde aparece y yo desaparezco entre los coches. El tumulto de gente hace que me cueste avanzar, aun así, dejo aparcada la moto y avanzo hasta la puerta principal.
-¿Ya está aquí lo más bonito del lugar? -Sonrió cuando escucho la voz de Gorka, que se encuentra abriéndome la puerta para que pueda pasar.
-¿Cómo se presenta la noche? - Él sonríe antes de que me adentre en el interior.
-Ahora que has llegado tú mejor. - Revuelve mi pelo con una de sus grandes manos, antes de marcharme, deposito un beso en su mejilla.
-Eres un zalamero, sabes que conmigo eso no te sirve. - Sus ojos se ven oscuros con esta escasa luz, pero con todo lo grande que es y sus dos metros de alto, su ternura es infinita.
-Vete, ya, como se dé cuenta de que no has llegado, tendrás turno doble. - Esta vez el tono que emplea es de preocupación. Asiento, mientras la música me envuelve en el interior, el sonido está excesivamente alto, ya no hay más espacio para más gente en el establecimiento y el calor es asfixiante. Me sumerjo en el ambiente y camino directa a la barra, únicamente me retiro la chaqueta y la guardo junto a la mochila.
- Unos mojitos por aquí. -Me claman en el mostrador golpeando con ritmo sobre él.
-¿Cuántos? - Levanto la cabeza para ver quién es. Un tipo de ojos azules y no más alto que yo me sonríe al otro lado.
- Cinco... -Se muerde el labio mientras me observa y baila al ritmo de la música, eso me tiene nerviosa. Me evado y escucho la letra, Arson de JHope, me mantiene tranquila.
-¿Llevas mucho tiempo trabajando aquí? - Alzo una ceja ante esa pregunta.
- Sí, soy la encargada. ¿Por qué? -Espero su respuesta mientras agitó la coctelera.
-¿Sabes...? Tengo un perro verde. - Susurra más cerca de mí.
-¿Am? ¿Sí? - No me lo puedo creer, me río con sorna antes de contestar.
-¿Y lo sacas con collar a juego? - Él se acerca más a mí antes de contestar.
-De diamantes y rubíes. - Término de mezclar la bebida, coloco las pajitas y se los acerco.
-Los baños del fondo, segunda puerta a la derecha. La puerta que está con candado, toca un par de veces y pregunta por "El morsa". -Mi voz se pierde entre el ruido, él afirma. Antes de marcharme me deja un billete de 50 euros sobre la mesa.
- Reservado cinco, déjalos allí. - Cuando le pierdo la pista, la alocada Jazmín llega con su bandeja. Mi compañera es todo lo que yo no soy. Luz, felicidad y energía. Le señaló donde debe llevar el pedido y yo continúo atendiendo en la barra. De repente algo sujeta mi cintura por detrás para girarme, el rostro enfadado de Claid me mira. Sus ojos grises me observan con detalle, sus brazos están cruzados y su postura es de defensa.
-Olet, llegas tarde. -Mi jefe no relaja el ceño, se expresa como si hubiera cometido un gran pecado.
-Odio que me llames así, lo sabes. Solo han sido quince minutos. Hago más horas muchos días y por eso no te enfadas tanto. -Suelta un gruñido que provoca que me eche hacia atrás.
- Cuando esto se despeje sube al despacho, tenemos que hablar. -Antes de que pueda parpadear, Claid se ha marchado. Cuando decidí coger este trabajo fue porque él insistió en que podíamos formar un gran equipo. Cuando me vio en la plaza de las universidades, se abalanzó como un perro en celo. Pero como a cualquier animal que vive en exceso, se le castra. Eso es lo que le ocurrió cuando pudo conocerme, mi lengua era mi mayor arma. Y a pesar de aceptar que fuera mi jefe, podía manejarlo perfectamente. Una vez que sintió mi confianza se abrió a mí, contándome su mayor secreto. El negocio que de verdad le daba el dinero, mi puesto, guiar a la gente sin dejar de servir copas. Ellos decían la contraseña, los redirigía y contestaban correctamente. Después pasaban con "El Morsa", un mocoso de apenas 19 años que se escondía en el retrete truncado. Allí estaba el almacén con la Apirioxzina, una mutación de la Piridoxina. No sé cómo lo hace Claid, ni quiero la verdad. Solo sé que cuando la consumes revives cada una de tus vidas pasadas. Es tal la novedad de esta droga moderna, que son infinidad de personas las que me reclaman por el local.
En el lugar soy conocida como la chica de las rosas. Solo tenían que buscar la gran enredadera que envolvía mi brazo, una manga con colores apagados cubierta con flores marchitas. Un regalo de Claid, del cual me arrepiento. Fue la obligada razón de que aceptará ser su "lacaya", que su tatuador me marcará y aceptar su ayuda. Nuestra historia va mucho más allá de trabajador y empresario. Hace solamente dos años cuando le conocí éramos ambos estudiantes universitarios, él farmacia y yo medicina. En esa época a penas nos dirigimos el uno al otro, un simple "hola" era lo máximo que nuestras bocas cruzaban. Yo no era más que una chica común que acababa de salir de su pueblo y él un niño rico que estaba aquí gracias al dinero de sus padres. Grandes empresarios de una multinacional en Londres, de nacionalidad inglesa, rostro angelical de ojos claros, pelo rubio oscuro y mente perversa. Así era Claiden Sayer William Moore, lo detestaba de cualquier manera y aun así sigo en deuda con él. A dos años de acabar la carrera, por mucho que trabaja todos los días, es el quién paga todos mis gastos. Y me siento una idiota, por eso, no quiero seguir así. Me siento abrumada de repente recordando el pasado, no me doy cuenta de que estoy sirviendo cañas como un robot hasta que el grifo rebosa y el líquido dorado se derrama fuera del vaso.
-Joder Violeta, lo tiras todo. -Jazmín se encuentra justo a mi lado. -¿Te encuentras bien? No tienes buena cara. -Se expresa ella.
-¿Eh? Sí, voy un momento al almacén, faltan varias cosas que pueden hacer falta. Cúbreme aquí un momento. -Ella se coloca en mi posición y comienza a atender a los clientes más exigentes. Andando con pesadez en los pies avanzo hasta el final del pasillo, la luz apenas puede iluminar el pegajoso suelo sucio por el alcohol que se cae de los vasos. Antes de llegar al cuarto me percató de la luz que se encuentra encendida y agarro lo primero que encuentro a mano. Una escoba vieja con el palo bastante astillado. Coloco mi mano despacio antes de abrir la puerta, el pulso me tiembla y el corazón me va acelerado. Siento que en cualquier momento abandona mi pecho, saliendo por la boca. De pronto la imagen que tengo ante mí me horroriza, asqueada, agarro un rollo de papel higiénico a mi derecha y se lo lanzó a ambos. Gari otro de los seguratas de la discoteca, está con los pantalones por los tobillos, mientras que Susi, la camarera de la parte de arriba, se encuentra con la falda levantada y las piernas apoyadas en las estanterías.
-¡Qué asco, esta noche voy a tener pesadillas! -Ellos se ríen, no se toman por mi intromisión.
-Puedes unirte, a mí no me importa. - Fanfarronea, el moreno. Susi golpea su hombro y yo me río mientras cierro la puerta.
-¡Tus ganas! - Suelto antes de marcharme. Antes les doy tiempo para vestirse. - Tenéis cinco minutos, tengo que entrar. Si no será Claid quien venga, creo que os sobra tiempo siendo Carlos. Aprovecho para salir al callejón y tomar el aire, fuera sujeto una pequeña caja de metal que me dio mi madre hace tiempo y la hago bailar en mis manos. Dudoso juego la tapadera, sin saber si abrirla o no, golpeando con ella mi frente y enfadándome conmigo misma. El estrés volvía aparecer, la ansiedad consumía mi pecho y los dientes, las puntas de mis dedos. Las lágrimas empañan mis ojos y suelto todo lo que me rompe desde dentro, no escucho la puerta cuando el habla.
-¿Otra vez aquí? Has vuelto a tomar la medicación por lo que veo. -Es Gorka, su áspera voz resuena en esa minúscula parte de la calle. Yo observo mis manos ante su apreciación.
-No, solo me recuerda que soy más fuerte que todo lo que venga. -Me justificó y él asiente.
-Lo eres, por favor Arbuaz vete de aquí. Ese imbécil te debe más de lo que tú a él. - Limpio mi rostro y me río por su comentario.
-No es tan fácil, lo he intentado. Pero me quedo sin terminar los estudios como me marche y mi madre ya tiene muchas deudas por culpa de mi padre. - El que es mi amigo desde que comenzamos a trabajar juntos me intenta consolarla, me acuna entre sus brazos arropándome para sentirme a salvo. -Gracias.
-Vamos dentro, anda, harás que Claid salga a buscarte. - Ambos volvemos al alboroto de dentro, en el almacén todo vuelve a estar en calma, así que cargo con lo necesario y vuelvo a mi sitio en la barra.
-¿Dónde estaba el Almacén? ¿En el local de al lado? - Me echo a reír cuando sin previo aviso choco mi carta con la suya y la muevo del sitio.
-Anda tira a los reservados. Circulando pelirroja. - Ella se pone a reír mientras se marcha con bandeja en mano.
La noche continúa, los borrachos siguen viniendo y el trabajo no cesa.
-Doctora Arbuaz, qué bella está esta noche. - Me giro hacia el susodicho, cruzando con una mirada oscura y una melena castaña. Gael Urza, el novio de Tara y mi compañero de facultad.
-Buenas noches, ¿Qué desea tomar? - Contestó suspicaz mientras espero que haga su pedido, al mismo tiempo limpio la barra haciéndole creer que estoy ocupada.
-Diez chupitos de Jägermeister al reservado seis. Llévalo tú, Claid quiere que vayas. - Miro asqueada, antes de que pueda contestar se marcha.
-¡Ostias! - Pateo una de las cámaras, provocando que la gente que está cerca sé dé la vuelta para mirarme.
-¡Para bruta! Te vas a hacer daño. - Es Jazmín quiero sujeta mis brazos para calmarme.
-¿Qué ocurre?
-Claid, siempre es Claid. - Sujeto la bandeja coloco los diez vasos de chupito completamente congelados y agarro la botella.
-Quédate, voy yo al reservado. - La pelirroja no se queja, una vez más se coloca en mi puesto y sigue con el trabajo. Camino con paso firme entre la multitud, el Dj juega con la música y consigue que la gente baile y aclame por más del poder de su mesa de mezclas. Me abro a empujones hasta llegar al reservado número 6. Dejo con delicadeza la bandeja en la mesa y sirvo la bebida con la atenta mirada de todos. Al levantar la vista me topo con los ojos verdes de Tara que me miran, miran súplica mientras golpea el asiento libre junto a ella. Observo a los demás y me doy cuenta, son nueve personas las que están.
-¿Claid? - Pregunto molesta alzando la ceja. -
Olet, siéntate. Tomate un pequeño descanso y bebe con nosotros. - Como odio a este jodido cabrón, si no fuera por mí este negocio se hundiría.
-Alguien tiene que trabajar, si no hay nada importante, vuelvo a la barra. - Algo impide que me marche, me doy cuenta de que la delicada mano de Tara me sujeta. Su mirada me deja paralizada, no puedo salir y romper el contacto con ella.
-Violeta, quédate un rato conmigo. Por favor. -Suspiro, sabiendo que ante eso no puedo luchar. Dejo la bandeja sobre la mesa y me dejo caer a su lado en el sofá. Eso genera que Claid haga su movimiento y se pega más a mí.
-Tu chupito, Olet. - Agarro el vaso y bebo la amarga bebida del tirón. El líquido me quema la garganta, gesticulo asqueada por la sensación. El moreno ríe al ver mi rostro y después sirve otra ronda más.
—Brindemos por el negocio, que no puede ir mejor.—Tara mira de reojo a Claid y este continúa. —¡Ah! No se me puede olvidar, por mi nueva socia y la droga modificada que ha hecho llegar a mis manos. - Todos aplauden y es cuando yo solo espero para saber qué es lo que hago realmente allí.
—¿Ya tenéis nombre? —Es Gael junto Al resto de sus amigos quienes esperan expectante la respuesta.
—Aún no, de eso se va a encargar otra persona.— Claid y Tara me miran al mismo tiempo con una lasciva mirada en sus rostros.
—¿Yo? - Me señaló con un dedo, riéndome por lo ridículo que suena. —Si no sé dé que se trata, que hace o los efectos que tiene. - Me quejo alzando la voz para que me escuchen.
—Tranquila... Tranquila... Vas a tener el pack completo, pequeña.— Mi estúpido jefe saca de su bolsillo una fina jeringuilla de color dorado, acaricia con el tapón que protege la aguja, el brazo con la manga de rosas. Es su forma de obligarme sin utilizar palabras.—Olet vas a disfrutar y te despertarás como nueva. Del otro lado Tara comienza hacer cosquillas en mi muslo, al llevar la mirada a su lugar, sus ojos vuelven a tener esa súplica engañosa que te hipnotiza para atraparte. De pronto, arrebata la droga de las manos del moreno y la pasa por mi rostro, la mueve con cuidado.
—¿Qué me dices Violeta? - De su pequeño bolso de mano saca una jeringa, es idéntica a la que me está cediendo. —¿Este viaje lo hacemos juntas?
A.
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