Capítulo 4 - Reponer fuerzas.
Me adelanto y os subo el capítulo de la semana ya.
Espero que os guste :D
No me gustaba en lo absoluto la forma en la que él la miraba, como si su interés por protegerla hubiese cambiado, y me gustaba menos la forma en la que ella le devolvía esta, como si sintiese curiosidad por su actitud. Ser empujado de un tren en marcha me molesto terriblemente, que ese estúpido robot se tomase tales atrevimientos y encima abrazó a Sarah para tirarse con ella al río.
- ¿Estás loco? – me quejé, sofocado, tosiendo sin parar, nadando con todas mis fuerzas para llegar a la orilla - ¡Podrías habernos matado! – grité, empezando a dar pie, gateando por las rocas hasta llegar a la orilla - ¡Peor aún, moriremos congelados!
- El monasterio de San Bernardino está a tan sólo treinta minutos de aquí – vocalizó, mientras yo abría la boca, sin dar crédito. ¿Cómo era posible que lo tuviese todo tan bien calculado? Las risas de Sarah me hicieron salir de mis pensamientos, volver a la realidad – podemos reponer fuerzas antes de seguir nuestro camino – tenía ganas de golpear a aquel idiota, que parecía estar llevándose todos los puntos con la chica. De ninguna manera iba a dejar que se quedase con ella, más siendo sólo una máquina. Aunque... en aquel momento ya no estaba seguro de lo que era – Vamos – le ofreció la mano y esta la agarró sin pensárselo, mientras yo me moría de celos, resoplando, molesto.
El camino se me estaba haciendo cuesta arriba, y no sólo por la pendiente, ver a ese idiota allí, no poder decir lo que era sin que estuviésemos en peligro, apreciar como Sarah se sentía atraída por él, mientras yo sólo podía observarlos de lejos.
¡Dios! Él sólo era un robot, no tenía derechos.
- ¿Queda mucho? – pregunté, tras un rato, cansado de aquella caminata, al igual que Sarah.
- Si tienes frío puedo darte un abrazo para calentarte – bromeó, dejándome aún más perdido que hace un momento. Abrí mucho los ojos, intentando comprender la situación. Quizás lo había dicho en serio, quizás no estaba lanzando una broma. Era meramente imposible que fuese de verdad, ya que... los robots no pueden bromear - ¿no quieres? – visualicé el monasterio a lo lejos y di una carrera dejándolos atrás, no quería contestar a aquel idiota, me sentía demasiado patético en ese momento - ¿he dicho algo malo?
Los monjes lucían sorprendidos de vernos allí, frente a su puerta empapados, pero nos dejaron entrar y nos ofrecieron algo de comer, ropa seca y hasta un lugar donde quedarnos.
Comimos en el más absoluto silencio. Y digo comimos, en plural, porque el magnus también comió. Aquello ya se pasaba de castaño oscuro.
Cuando quise darme cuenta Sarah y el padre Damián mantenían una conversación sobre nuestra travesía hasta allí, y yo aproveché para hablar con esa máquina.
- ¿Qué estás haciendo? – levantó la vista del plato y miró hacia mí, sin comprender – Tú no comes, ¿recuerdas? Los robots no pueden comer.
- No – contestó – pero ... ¿no crees que será sospechoso si sigo sin ingerir nada frente a ella? – él tenía razón, debía pretender que lo hacía para pasar por un humano cualquiera. Aun así, no iba a aceptar que tenía razón. Me caía pésimo, no había más.
- Tampoco puedes bromear – volvió a prestarme atención.
- ¿No puedo? – quiso saber, negué con la cabeza - ¿por qué no puedo?
- Los robots no tienen sentido del humor.
- ¿Qué delimita exactamente lo que puedo de lo que no puedo hacer? – me quedé mudo, porque no tenía una respuesta formada que darle. Y por culpa de eso, perdí la oportunidad, pues Sarah se giró y miró hacia él.
- Tengo una pregunta – comenzó - ¿por qué no duermes? – me atraganté con la comida y comencé a toser, sofocado, haciendo que ella me mirase con cara de malas pulgas.
- Sí que duermo – contestó. Eso me sorprendió, porque esa información no la conocía – pero no necesito dormir tantas horas como tú para reponer fuerzas.
- Deberíamos irnos a dormir – comencé, después de dar un largo sorbo al agua, agarrando su mano para tirar de ella hacia nuestras habitaciones. El magnus nos observó, antes de levantarse él también, despedirse del monje y llevar nuestros platos a la cocina.
¡Dios!
Estaba de los nervios.
Dormir en una cama me sentó bien, pero al despertar me di cuenta de que la pesadilla continuaba, aún no era el final de aquella historia, y debíamos seguir hasta llegar al refugio, el lugar en el que vivían sus abuelos. El lugar más seguro del mundo.
Repusimos fuerzas y desayunamos algo caliente antes de seguir nuestro camino.
- Sé lo que pretendes – me quejé, antes de que ella hubiese salido. Me miró, sin comprender – no tienes ninguna posibilidad con ella – me estudió con la mirada, extrañado, pero ni siquiera tuvo oportunidad de contestar, pues Sarah llegó justo entonces.
- No te fíes mucho de él – susurré, justo cuando él se despedía de los monjes y aceptaba la mochila con provisiones que le daban. Lo cierto es que lo adoraban, seguro porque no sabía que era un robot, si no ni siquiera se atreverían a acercarse. Pero no podía reprochárselos, el magnus 7 se había portado realmente bien con ellos, les ayudó a recoger los platos de la cena, rezó con ellos a primera hora de la mañana, e incluso les hizo preguntas sobre la vida en el monasterio, realmente fascinado con todo lo que aquellos hombres le contaban – ni siquiera le conoces...
- Mi padre confía en él – contestó, molesta con mi atrevimiento. No era para menos, me estaba comportando como un imbécil, un maldito celoso de mierda.
Los pájaros cantaban en aquella triste mañana, mientras abandonábamos el monasterio, siguiendo nuestro camino atravesando el bosque que rodeaba Muscoy, con temor a que las carreteras estuviesen siendo vigiladas por los rebeldes. Cualquier precaución era poca para ese tipo de situación.
Teníamos suficientes víveres para una semana, pero esperábamos encontrar más comida antes de eso. Las nubes amenazaban tormenta, pronto comenzaría a nevar en aquella fría parte del mundo, mientras seguíamos caminando, sin cese, dejando bosques atrás, y nuestras huellas en la nieve que nos rodeaba.
- Deberíamos parar – sugerí, agotado, después de dos horas caminando sin cese, el magnus me observó con caras de pocos amigos. Estaba próximo a pegarle una patada a ese capullo. ¿Cómo se atrevía una máquina a mirarme de esa forma?
- Yo también estoy agotada, creo que necesito tomar otro bocadillo antes de ... - comenzó Sarah, apoyándome, cosa que agradecí.
Un tiro resonó en aquella explanada, haciendo que una bandada de aves saliese volando, espantada, y el robot nos hacía señales para que guardásemos silencio.
Cazadores. Los vimos en seguida, con rifles en mano, en un enorme cuatro por cuatro. Nos escondimos detrás de los árboles y sugirió salir a la carretera, dar un rodeo para evitarlos. No era seguro confiar en nadie en aquellos días.
Decidí empezar con mi monólogo para molestar a aquel idiota, a ver si así cogía mis indirectas y dejaba de acercarse tanto a Sarah. Pero de nada servía, ella seguía a su lado y le observaba como si fuese el único hombre en el mundo.
¡Porras! Me sacaba de quicio.
El pueblo que rodeábamos estaba completamente nevado, había nieve en sus tejados.
- ¿Has visto alguna vez a un robot de verdad? – comenzó ella, mientras yo los seguía de cerca, con cara de haber chupado un limón – una vez vi uno – no me sorprendió en lo absoluto, por la era que corríamos, no era difícil – no hablo de una de esas máquinas que usan en la guerra – tragué saliva, aunque sabía que el magnus 7 no iba a contestar – el tercer prototipo de un Magnus 5 - ¡Vaya! Esa sí que no me la esperaba.
- ¿Qué aspecto tenía? – quiso saber. Lucía preocupado, lo que me extrañó incluso más. ¿Preocupado? ¿Cómo podía un robot tener sentimientos? – nunca he visto a ningún robot de verdad.
- ¿No? – él negó, y ella lució sorprendida – Se supone que al ser un estudiante de robótica ...
- La teoría y la práctica son dos cosas distintas. Mucha teoría y poca práctica – asintió, como si le entendiese a la perfección - ¿qué aspecto tenía ese robot?
- Tenía la apariencia de una niña, pero sus manos eran de metal – asintió.
- Aún no estaba recubierto – dijo. Así era como funcionaba. Nosotros teníamos huesos y ellos una estructura de metal debajo de la piel - ¿tenía conciencia? – quiso saber. Le observé, sin comprender, porque su pregunta era una locura. Parecía que Sarah estaba tan sorprendida como lo estaba yo.
- Un robot no tiene conciencia – contestó. Sonreí, al darme cuenta de que ella jamás se fijaría en él si supiese lo que era. Eso sólo aumentó mis ganas de contárselo – Ellos no sienten, no tienen sentido del deber, no se ríen, no pueden bromear, y no saben distinguir lo que está bien de ...
- ¿y si pudieran? – preguntó, dejándonos algo desorientados - ¿no sería un gran descubrimiento si ellos tuviesen alma?
¿Alma? ¿De qué mierdas estaba hablando ese robot? Era meramente imposible lo que proponía, aunque... quizás al ser un híbrido... ¿Pero de qué demonios estoy hablando? Era imposible. Sólo los seres humanos tenemos conciencia.
- Los robots no tienen alma – contestó, tirando por tierra sus esperanzas – no están vivos como los seres humanos, tan sólo han sido creados, existen.
- ¿Qué pasó con esa niña? – quise saber, metiéndome en la conversación, haciendo que ambos se percatasen de que estaba allí, escuchando.
- Fue destruida – él tragó saliva, algo triste al escuchar aquello, yo me calmé, pues era de esa forma como actuaban cuando un activo dejaba de ser útil – intentó matar a un humano – ¡Oh, eso no me lo esperaba! – a mí.
- ¿Se sintió amenazada? – quiso saber.
- Se molestó al saber que el doctor Cooper era mi padre, y que yo era humana, no era como ella.
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