8. Recuerdos del pasado
8. Recuerdos del pasado
Evan se estaba dando cabezazos contra la pared. Descubrir que Alice tenía novia le había afectado mucho. Al menos psicológicamente hablando. Se le veía abatido, completamente deprimido y sin ganas de vivir. A mí me parecía que estaba exagerando.
-Míralo por el lado positivo; ahora sabes por qué no hacía más que rechazarte.- me fulminó con la mirada y se revolvió el pelo. Había descubierto que cuando se revolvía el pelo significaba que estaba confuso. Una manía extraña, lo sé.
-Pero ahora no tengo ni una sola oportunidad con ella- susurró.
-Pero hay muchas otras golosinas en la bolsa. O peces en el mar, lo que prefieras. Seguro que encuentras una chica que te guste tanto como Alice y que te corresponda- elevó las cejas. Por un momento pareció ilusionado, aunque esa emoción fue rápidamente borrada de su rostro y sustituida por una mueca de "Voy a vomitar".
Alice y la chica pelirroja venían hacia nosotros acompañadas de su primo. Oh Oh
...
Evan's POV
Casi no podía mirar a Sky a los ojos. A ella también le había mentido, como al resto del instituto. En verdad ella me agradaba. Es una chica amable y persuasiva, que hace todo lo que puede para conseguir lo que quiere y que no se rinde hasta que lo consigue.
Creo que le gusto. Es decir, ¿qué otra explicación podría tener el que se me hubiese acercado tan de repente y casi haberme forzado a ser su amigo? Pero a mí no me interesaba de esa manera en absoluto. Sí, debía admitir que era guapa y que tenía una gran personalidad, pero es que Alice...
Ni siquiera sabía cuánto tiempo llevaba suspirando por ella. Tampoco sabía por qué en el instituto me consideraban "el Playboy". Nunca jamás había salido con una chica y tampoco me había acostado con nadie. Supongo que la gente me consideraba guapo, y me tachaban de Playboy. Me había acabado creyéndolo y mi actitud había acabado cambiando con el tiempo.
Pero no había sido completamente mi culpa.
Antes no estudiaba en este instituto. Mis padres y yo vivíamos en una casa a las afueras de Londres. El colegio al que iba allí, por la simple razón de que era el más cercano a nuestra casa, era uno de los más problemáticos de Inglaterra. Yo era un niño bastante gordito, con los dientes torcidos, el pelo a lo paje y muy inocente. Los niños de allí eran más crueles que los normales, y decidieron que yo era el blanco perfecto para todas sus bromas.
Mentía a mis padres. Les decía que llegaba tarde a casa y con moretones porque me quedaba jugando con mis amigos en el parque y, que me había caído del tobogán o alguna excusa parecido. Yo era muy torpe, así que no se extrañaban. Lo aguanté dos cursos enteros, hasta que exploté. Se lo dije a los profesores, que no hicieron otra cosa que ignorarme completamente. Mi madre se pasaba todo el día fuera. Era neurocirujana y siempre tenía que estar en el hospital. En los pocos momentos que estaba en casa siempre estaba de guardia, a la espera de una llamada que la llevaría corriendo al hospital por algún tipo de emergencia. Así que decidí contárselo a mi padre.
¿Su reacción? Me dio una paliza. Me llamó cobarde, gordo y estúpido. Me dijo que no se merecía tener un hijo como yo, por lo que no me consideraba su hijo. Los moretones y las heridas desaparecieron, pero la huella que dejaron en mí esas palabras nunca lo hizo.
A partir de ese día, cada vez que mi padre veía que tenía algún tipo de herida o moretón me pegaba. Se había vuelto una costumbre. Pero un día, mi madre llegó a casa antes de tiempo y se empeñó en que tuviéramos una cena en familia en condiciones.
Mientras comíamos, me remangué la chaqueta para no mancharla. Mi madre soltó un grito ahogado y señaló los moretones.
-Cariño, ¿cómo te has hecho eso?- miré a mi padre. Me daba miedo contarle la verdad a mi madre, ¿y si le hacía a ella lo mismo que me hizo a mí? No. Tenía que ser valiente, así que me armé de valor y lo solté.
-Querrás decir cómo me ha hecho esto- susurré, sujetándole la mirada a mi padre. Mamá abrió los ojos espantada. Se le llenaron los ojos de lágrimas y le señaló acusatoriamente.
-¡Monstruo!- gritó.
-¿No irás a creer a este mocoso mentiroso antes que a mí, no? Mírale. Te está mintiendo porque es un puto cobarde que lo único que quiere es alejarte de mí.
-¡Estás loco! Es nuestro hijo, ¡nuestro hijo!- mi madre agarró mi brazo y tiró de mí para llevarme fuera de la cocina.
-Oh vamos cariño...- siguió diciendo él. Mi madre me cubrió los oídos con sus manos, y me hizo prometer que no lo escucharía nunca más.
Vi como mamá cogía el dinero que guardaba en una gran cartera debajo de la cama, el que era solo para emergencias. Sacó una maleta gris del armario y abrió rápidamente la cremallera. Metió algo de ropa a toda prisa, el dinero y su teléfono móvil. Mientras que ella seguía guardando cosas, me hizo ir a mi cuarto a por ropa para mí. Yo no comprendía del todo lo que estaba pasando.
Ayudé a mi madre a bajar la maleta por las escaleras. Mi padre nos miró hecho una furia mientras esperaba sentado apoyado en la barandilla de la escalera. Esbozaba una sonrisa frisa, como la de los villanos de las películas de superhéroes. Nunca pasé tanto miedo como en ese momento.
Cogió un jarrón blanco con estampados azules que había en la mesita de madera de la entrada. Estaba demasiado en shock como para predecir el siguiente movimiento. Mi padre arrojó el jarrón con fuerza hacia nosotros, que pasó rozándome por la derecha y se rompió en miles de pedazos al impactar con la pared del fondo. Pero mi padre no se paró ahí. Estaba demasiado furioso como para frenar.
Aprovechando nuestra confusión, cogió un bol de cerámica que nos habíamos dejado en la mesa donde habíamos cenado y nos lo lanzó directamente. Yo me había convertido en un niño bastante ágil y había sido forzado a tener buenos reflejos, así que logré esquivarlo sin ningún problema. Pero mi madre no tuvo tanta suerte.
El bol le impactó en la cabeza y se rompió en grandes piezas de cerámica. Mi padre miró horrorizado como mamá se desplomaba en el suelo.
-¡Tú! ¡Monstruo! La he matado por tu culpa, todo es culpa tuya- Y claro, un Evan de 9 años se lo creyó. Comencé a llorar en silencio. ¿Que qué hizo mi padre? Se largó. Literalmente abrió la puerta, arrancó el coche y se fue. Yo, sin saber qué más podía hacer, corrí a coger el teléfono fijo para marcar el teléfono de emergencias. En seguida descolgaron y traté de explicar que creía que mi madre estaba inconsciente o muerta. Me hicieron un montón de preguntas, pero yo solo contestaba que mi madre necesitaba ayuda urgente y que necesitaba médicos ya.
La ambulancia no tardó tanto en venir como a mí me lo había parecido. Colocaron a mi madre en una camilla metálica y la subieron a bordo, donde había un montón de médicos más. Y a mí me dieron una manta. Me hicieron un interrogatorio en toda regla. Ni palabras de ánimo, ni algo de cariño, nada. Me dieron una jodida manta.
Aquella noche la pasé en el hospital. Estaba tan preocupado por mi madre que ni siquiera conseguí dormirme, y eso es algo muy raro para un niño de 9 años, creedme. Mamá salió de la consulta a media mañana del día siguiente. Los médicos le habían hecho toda clase de pruebas y habían llegado a la conclusión de que no tenía ninguna lesión interna grave. Solo iba a tener un gran chichón. Ojalá hubiese sido así.
Esa misma noche mi madre y yo nos quedamos en un hotel y nos pusimos a buscar un piso en el que vivir, lejos de nuestra anterior casa. Le conté como papá había huido, y ella me dijo que no pasaba nada. Que era como Calamardo, el de Bob Esponja, y que no le daba ninguna pena no volverlo a ver en su vida. Yo me había reído y me había quedado dormido en su regazo.
Poco tiempo después, ya nos habíamos mudado al centro de la ciudad. A mamá la habían ascendido y ya no tenía que pasar tantas horas en el hospital. Teníamos mucho más tiempo para estar juntos. Éramos una familia pequeña, pero muy feliz. Llevaba unos meses estudiando en casa. La señorita Henderson, una profesora licenciada, venía a explicármelo todo y a mí me iba muy bien. Cuando mamá no estaba, ella se quedaba cuidándome, así que nunca estaba completamente solo. No tenía que tener amigos porque tenía a mi madre y con eso me bastaba.
Los médicos me habían recomendado ir a terapia, por el shock y todo eso. Tras unos mese de terapia, a la psicóloga se le había ocurrido la brillante idea de que necesitaba relacionarme con otros niños, así que mi madre me inscribió al colegio más cercano. De aquella debía de haber cumplido ya los 10 años.
Las cosas no mejoraron mucho respecto al otro colegio. Los niños se metían conmigo porque no tenía padre. Yo los ignoraba y me olvidaba de ellos y, con el tiempo, ellos acabaron ignorándome y olvidándome a mi también. Nadie me hacía caso, excepto los profesores, pero solo porque su obligación era atenderme.
Se lo dije a mi madre poco tiempo después. Me sacó de aquel instituto y volvió a contratar a la señora Henderson como profesora particular, ya que nunca había dejado de cuidarme por las tardes cuando mamá no estaba y yo volví a ser feliz.
Dos meses después, comenzó el verano; lo que significaba vacaciones. Una noche mamá volvió a casa muy triste. Dijo que la señora Henderson y su marido se habían muerto en un accidente de tráfico y que ella había intentado salvarles, pero que al final sus intentos habían sido en vano. Era la primera vez que perdía a un paciente y se la veía frustrada y enfadada consigo misma. Estuvo dos semanas algo deprimida, hasta que un día llegó con unos papeles en la mano esbozando una radiante sonrisa.
-Cariño, ¿qué piensas de tener una hermana?- no me desmayé de milagro. Puede que mi madre interpretase mi confusión y estupefacción como una señal de que quería, pero no era así. Para nada. Estábamos bien solos, ¿no le bastaba solo conmigo?- La señora Henderson tenía una sobrina que vivía con ella y su marido. Esa niña no tiene a nadie que la pueda cuidar. Está sola en el mundo; todos sus familiares están muertos. Sólo es dos años menor que tú...- Podía ver por dónde iba esta conversación- ¿Qué te parece?
Lo pensé por un segundo. Tener una hermana sería como tener una mejor amiga que estuviera siempre contigo. Y yo era un niño que, aunque no lo admitiera, necesitaba amigos, así que acabé diciendo que me parecía una idea estupenda. Nunca había visto a mi madre tan feliz. Como cumplía todos los requisitos para adoptar, no tardaron en darle la custodia de Evelyn Holly Henderson.
El día en que la vi por primera vez fue el más feliz de mi vida. Llevaba el, supongo, uniforme del orfanato y el pelo recogido en dos trenzas castañas. La miré y le sonreí. Ella me sonrió de vuelta y corrió a abrazarme. Yo estaba algo sorprendido por tanto afecto, pero me pareció muy adorable. Desde aquel día fuimos inseparables.
En realidad, era dos años mayor que Eve, pero como solo teníamos un solo profesor particular al que mamá había contratado al final del verano, a ella también le enseñaron los conceptos propios de mi edad. Lo comprendía todo sin necesidad de explicación y, casi siempre antes que yo. Era muy inteligente, cosa que a veces me hacía envidiarla.
Luego descubrieron que ella era en verdad superdotada y, poco después, tuvimos una charla sobre lo guay que sería ir al instituto juntos, a la misma clase. Queríamos tener unas taquillas, yo quería unirme al equipo de fútbol y Eve quería unirse al equipo de animadoras para cargárselo desde dentro y acabar con todas ellas. Sí, ya estaba perturbada desde niña.
Al final, decidimos contarle nuestra opinión a nuestra madre. Ella sonrió y nos abrazó mientras asentía con la cabeza. Dos semanas después estábamos dando clase en el instituto más cercano a nuestro barrio.
A mí ya se me habían corregido los dientes y ya no estaba gordito como antes. Había perdido mucho peso, probablemente por mi entrada a la pubertad. Eve me hizo un corte de pelo justo el día antes de empezar y, por muy mal y horrible que suene, eso me ayudó a integrarme. La gente quería ser mi amiga, solo por mi físico. Pero yo era feliz, ya que al menos tenía gente con quien hablar a parte de Eve. Nadie veía raro que mi hermana fuese mi mejor amiga, y si alguien lo hacía nunca dijo nada.
Un curso después le encontraron a mi madre un tumor cerebral. Llevaba varias semanas encontrándose mal, con vómitos, mareos y grandes bajadas de tensión. Había ido a hacerse unas pruebas y análisis y eso era lo que le habían diagnosticado. Eve y yo estábamos furiosos. Furiosos con el mundo, por cómo había tratado a nuestra madre. Furiosos con mi padre, por abandonarme. Y furiosos con nosotros mimos, por no poder hacer nada para ayudarla. Así que nos habíamos puesto a romper papeles. Demasiado agresivo, ¿verdad?
A mí madre le daban cuatro años de vida, los justos para que yo fuera mayor de edad. Los mejores médicos estaban en Estados Unidos, así que menos de dos meses después nos mudamos allí. Mamá no estaba segura de querer mudarse, pero Eve y yo acabamos convenciéndola.
Al mudarnos, nos matriculamos en el instituto al que vamos ahora. Ese año fue cuando empecé a cambiar. Tenía la atención de todas las chicas, los chicos me adoraban y les caía bien a todos los profesores. En resumen, me había vuelto uno de los chips populares. Los guapos, graciosos y carismáticos. Comencé a hacerle sombra a Eve.
Ella llevaba gafas, tenía granos, era bajita, su pelo era demasiado largo para su altura y no se había depilado las cejas en años. No estaba para nada gorda; tenía un peso completamente normal con su edad y altura, pero ella decía que quería estar delgada como las animadoras. Eve se sentía muy mal consigo misma. Yo le decía que no hiciera caso a los demás, que ella era hermosa, pero no quería ni mirarme. Así que le conté a mi madre lo que le estaba pasando.
Eve comenzó a perder peso drásticamente y siempre que le preguntábamos cambiaba rápidamente el tema de conversación. Hasta que un día la vi metiéndose los dedos en boca para vomitar.
-Eve, ¿estás ahí dentro?- le había preguntado. Era muy tarde, altas horas de la noche, y me había despertado al oír abrir la puerta del baño. De eso hacía más de un cuarto de hora. Seguía dándole golpecitos a la puerta para ver si abría, pero ella no me hacía caso. Corrí hacia la cocina a coger un destornillador de punta plana para abrir el pestillo.
La cerradura del baño era un pestillo muy fácil de abrir si conocías los métodos. Me la encontré agachada sobre la taza del váter, sujetándose el pelo con una pinza y con tres dedos metidos en la boca mientras lloraba desconsoladamente.
-¿Eve?- susurré. Ella corrió a mis brazos y se derrumbó. Llamé a mi madre y nos reunimos todos en mi cuarto. Eve nos contó que hacía un tiempo que lo hacía para adelgazar, porque una chica de nuestro instituto le había dicho que ese era el método más rápido para adelgazar. No quiso decir su nombre, pero a mí solo se me ocurría uno.
Al día siguiente, mi madre llevó a Eve a la peluquería. Le hicieron un corte de pelo y se lo aclararon un poco. Le quedaba muy bien. Eve estaba muy contenta. Mi madre le había dicho que, a cambio de ser fuerte y no volver a caer en la bulimia, la recompensaría con lo que ella quisiera. Eve le pidió que lo que más deseaba en este mundo era que no se rindiera y siguiera luchando contra el cáncer.
Eve ya era feliz de nuevo. Todos los chicos del instituto iban tras ella y yo tenía más trabajo que nunca. Debía asegurarme de que ninguno intentase pasarse con ella, aunque en verdad, Eve era cinturón negro en karate. Sabía defenderse solita. Por mucho maquillaje y ropa de pija que se pusiera nunca dejó de ser quien era: Una sabelotodo superdotada que no se dejaba influenciar por la sociedad.
Al final se cansó de ir vestida como todas las demás chicas así y tuvo una época algo gótica. No gótica del tipo satánico, sino emo del tipo rockero. Ahí fue cuando conocí a Alice. Eve tenía una pandilla de amigos en la que, por cierto, yo no estaba. No porque no me agradecen ellos en general o la música que escuchaban, porque en verdad me encantaba, sino porque ellos me consideraban un popular superficial y nunca me habían dado la oportunidad de unirme a su grupo. Pero Eve era feliz, y por lo tanto o también.
Un día se quedó hasta tarde viendo una película en casa de uno de sus amigos y me llamó para ver si podía ir a buscarla. Alice fue la que me abrió la puerta y al verla pensé que me iba a dar un paro cardiaco. Nunca había visto una chica tan guapa como ella.
-H-hola, soy el hermano de Eve- me cortó la frase y me cerró la puerta en la cara.
-¡Eve! Un tío rubio teñido que dice que es tu hermano quiere que bajes- Gritó. Se escuchó la risa de Eve y pronto abrió la puerta. Me dio un beso en la mejilla y se metió en el coche.
-¿Quién era esa?- le pregunté, con un leve sonrojo en las mejillas.
-Alice Disney, una de mis mejores amigas. Es muy maja, deberías conocerla. Un momento... ¿Eso que veo en tus mejillas es sonrojo? ¿Es que te gusta Alice?
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N/A:
Por fin subí capítulo. Sé que es sumamente largo, (fueron como unas 3000 palabras) pero cuando la inspiración llega es mejor no matarla.
#CapítuloConMuchoDrama
#NuncaMeDejéisEscribirALas3DeLaMañanaPorqueMePongoMuyDramática
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