2. Tenemos un trato
2. Tenemos un trato
—¿Evan Wilson? ¡¿Te has vuelto loca?!— la voz de Amy me llegaba algo distorsionada por el altavoz del móvil. Lo aparté un poco de mi oreja; gritaba demasiado.
—No, no estoy loca, ¡y deja de gritar de una vez! Mira, sólo digo que Evan es muy influenciable y manipulable. Podría funcionar— casi podía verla rodando los ojos sentada en su cama.
—Sí, claro que sí. ¿Por qué no? Cogemos al chico más popular del instituto y lo transformamos en un fanboy... ¡Pan comido!— el tono notoriamente sarcástico con el que habló me molestó. ¿Creía que no seríamos capaces?
—Tu carencia de fe resulta molesta— Amy soltó una especie de bufido-resoplido muy parecido al de un jabalí y en seguida cortó la llamada.
Sentí como la pierna se me iba quedando dormida. Suspiré y estiré las piernas. Y entonces me di cuenta de la gran mancha roja que había en el edredón.
—Mierda— susurré. Mi amigo Andrés, el que viene cada mes, había decidido que ese era el momento oportuno para venir de visita. Cómo no. Nada podía salir mejor.
Me levanté de un salto de la cama y corrí hacia el baño. Will levantó la mirada extrañado de la pantalla de su portátil al verme correr por el pasillo como histérica. Maldito suertudo sin ovarios.
Abrí el último cajón en un busca de una compresa y... ¡Sorpresa! No estaban. Maldije entre dientes. Este era el único lugar de toda la casa en el que había, y si aquí no estaban pues... Bueno, a joderse.
Bajé lentamente las escaleras andando como pingüino tratando de no resbalar. Mi tío se acercó a mí. Dejó la taza de café que estaba bebiendo en la mesa y frunció el ceño.
—¿Qué pasó, cielo?— preguntó, aunque seguro que ya lo sabia. Desde mi punto de vista, las palabras que los hombres más temen que les digan las mujeres son; (después de estoy embarazada), tengo la regla. Sí, ellos piensan que nosotras no menstruamos, sino que monstruamos.
—El primo Andrés vino de visita— frunció aún más el ceño, y me miró extrañado. Estaba intentado recordar al "primo Andrés"— No tienes ningún primo llamado... Oh. Ya entiendo.
Me hubiera encantado tener uno de esos timbres de los concurso de la tele, para que sonara el "Ding Ding Ding" que te indica que respondiste correctamente. Pero, por desgracia, no lo tenía. Así que me limité a negar mientras subía a mi cuarto a por mi chaqueta. Y luego dicen que los hombres son tan inteligentes como las mujeres... Menos mal que existen las excepciones.
...
Una palabra: frío. Mucho frío. Yo no era Elsa, y a mí el frío sí que me molestaba.
Vi cómo los copos de nieve comenzaban a arremolinarse sobre el cristal. Parecía a punto de convertirse en ventisca. Y es que claro, haciendo unos 7 grados en el centro de Chicago, no se podía esperar más.
En cuanto mi tío aparcó, corrí lo más rápido que pude hacia el supermercado. Y aún así, eso no evitó que entrara al establecimiento temblando y con la nariz roja del frío.
La señora de la caja me miró muy mal, y yo ni siquiera sé por qué. Es decir, ¡no la he visto en mi vida! Y aún así me está deseando una muerte lenta y dolorosa con la mirada. Y sí, eso es posible. No sólo rayita sabe hacerlo. Aquella señora era la prueba de ello.
Caminé hacia el tercer pasillo. De no haber sido por el fuerte olor a colonia masculina que me mareó por unos segundos, no me habría dado cuenta de que Evan tampoco había estado allí. Si Evan se hubiera olvidado de echarse colonia, nada de esto hubiera pasado... Y entonces no habría historia.
Pero, menos mal, el chico tenía buena memoria.
Me di la vuelta sorprendida. Al verle estirar el brazo hacia una crema que ponía "Crema depilatoria para hombres", no puedo aguantarme y me eché a reír como una loca. Evan se giró rápidamente con los ojos muy abiertos por la sorpresa. Al verme frunció el ceño.
—Tú— me dijo, como si me acusara— Te vi ayer, en la fiesta.
Enarqué las cejas.
—No me llamo "Tú". Lo creas o no, yo también tengo un nombre— ahora le tocó a él enarcar las cejas.
—Ayer no llegaste a decirme tu nombre— Dijo, esbozando una sonrisa de lado al final, que parecía gritar soy-guapo-y-lo-sé. Iba a reírme en su cara. ¿En serio pensaba que se lo iba a decir solo por que me sonriera?
—Hoy tampoco—le corté. Señalé el bote que tenía en la mano— Buena suerte con eso.
Y entonces se me ocurrió una idea. Si queríamos que Evan fuera nuestro fanboy, deberíamos tener algo con lo que chantajearle. Por suerte, tenía el móvil en la mano. En unas milésimas de segundo logré desbloquearlo, abrir la cámara, enfocar y ¡Click! Foto hecha.
Evan tardó varios segundos en asimilar la situación. Miró el bote que tenía en la mano, luego a mí, luego el bote de nuevo, y a mí. Algo pareció hacerle "Click". Alargó el brazo tratando de quitarme el móvil. Le pegué un manotazo en la mano y salí de allí corriendo, olvidando el motivo por el que había venido.
Corrí entre los pasillos con Evan, alias el monstruo devora-fangirls, pisándome los talones. En un momento dado, logré despistarle y volver a entrar a por el pasillo de antes, agarrar un paquete de compresas y seguir corriendo. Tuve una genial idea: Se la mandé rápidamente a Amy y frené en seco. Evan casi pasa de largo, pero no tardó en ponerse delante mío.
—Borra esa foto— ordenó, con una voz varías octavas más grave de lo normal. Casi logró asustarme. Casi.
—¿Acaso tienes miedo, rubio de bote? ¿Tienes miedo a que la gente sepa que te depilas?— le dije, burlándome. Ahora es cuando pensaréis. "Eres estúpida, Sky. Evan es un chico que pesará, al menos, veinte quilos más que tú, y que es al menos otros 20 más alto. Y que encima hace ejercicio, no como tú, maldita vaga. Correr por tu vida"
Pues hice todo lo contrario a eso.
Cogí el móvil, y lo enganché al sujetador. Evan me miró perplejo unos segundos, y después comenzó a maldecir por lo bajo.
—Atrévete a intentar recuperar el móvil y te denunciaré por acoso sexual— me miró de una manera tan parecida a la de la cajera, que por un momento me pregunté si serían parientes. Al ver los ojos azules de Evan tan sumamente oscuros por la rabia, me olvidé de eso. Asustaba más que la cajera, os lo aseguro.
Dio un paso hacia mí. Le miré desafiante. Dio otro paso. E hice lo primero que se me ocurrió: darle un gran pisotón.
Evan aulló de dolor. Aproveché el momento para correr hacia la caja, donde mi tío charlaba alegremente con la cajera. Sí, la que me odia. Esa misma. Y, cómo no, al verme volvió a adoptar su expresión de soy-una-vieja-cascarrabias-que-odia-a-los-niños-adorables.
Y cuando pensaba que tenía mucha suerte y que el universo estaba de mi parte, un Evan rojo de furia apareció caminando hacia nosotros. Ya habíamos pagado, llevábamos la bolsa, sólo necesitábamos llegar al coche e irnos: pan comido. Pero, obviamente, algo tenía que pasarnos.
—¡Hola, señor Evans!— le saludó alegremente a mi tío, pareciendo por un momento una persona normal. Pareciendo, no siendo. ¿Qué por qué conoce a mi tío? Sencillo; mi tío es la pesadilla de cualquier adolescente: profesor. Y no cualquier profesor, mí profesor.
—Hola Evan. Deberías estar en casa, hay una nevada terrible ahí fuera— señaló las ventanas. Evan miró al sitio donde señalaba, y por un momento pude verle una expresión de puro pánico. Al segundo ya se había recuperado.
—Odio las ventiscas— dijo, como si estuviera sumido en un trance. Mi tío le miró apenado.
—¿Qué haces aquí, por cierto?
—Mi madre llegó tarde de trabajar y estaba muy cansada. Me ofrecí a hacer yo la cena, pero luego me acordé de que no sé cocinar, así que vine a comprar una pizza— explicó. Mi tío le miró con ternura. Yo miraba mis zapatos, bastante incómoda.
—¿Está muy lejos tu casa?— le preguntó.
—A unos 10 minutos andando. Tampoco es mucho.
—Sí para un día como hoy. Si vas caminando por la calle con el frío que hace... No quiero ni imaginar el resfriado que tendrás mañana— Algo parecía hacer "Click" en su mente. Nota mental: Cuando algo le hace "Click" a un hombre: corre. Por lo que más quieras, corre. Nunca pasa nada bueno.— ¿Por qué no te quedas en nuestras casa esta noche? Mándale un mensaje a Mary. Estoy seguro de que se quedará más tranquila sabiendo que no vas a tener que ir hasta casa con este frío.
Evan parecía aliviado de verdad. El hecho de que mi tío y sus padres fueran amigos no mejoraba mi opinión sobre él. Tecleó rápidamente un mensaje a su madre, que, para mí mala suerte, no tardó en responder. Y por supuesto, fue un sí.
Otra palabra: Ayuda.
...
Estar 10 minutos encerada en un coche con Evan y mi tío no era, lo que se diga, lo que más me gusta en este mundo. Mi tío le hacía preguntas típicas a Evan, que él contestaba con una encantadora sonrisa. Me encantaría poder saltar al asiento de atrás y arrancarle esos dientes tan sumamente blancos.
Bajamos del coche. Le enseñó a Evan la habitación en la que dormiría, que estaba al lado de la de Will. Además, aprovechó para presentárselo. Mi hermano le miraba como si mirara a una súper estrella. Claro, supongo que no todos los días tienes al chico más popular entre el sexo femenino, un Playboy por excelencia, que te pueda explicar sus trucos para ligar con chicas. Además de que era un chico, y sospecho que mi hermano siempre ha querido tener un hermano en vez de una hermana.
Nada más meterme en mi cuarto y atrancar la puerta colocando una silla enganchada bajo el pomo, me puse el pijama y me metí en la cama en seguida.
No recuerdo haberme quedado dormida, pero supongo que no tardé mucho.
A la mañana siguiente fue cuando todo comenzó a complicarse.
Evan y Noah desayunaban juntos en la cocina. En cuanto entré, empecé a oír risitas de su parte. Les miré extrañada. Vale que mi aspecto no era el mejor por las mañanas, pero al menos no parecía un mapache con pelo afro como mi hermano.
Evan... Evan también dejaba bastante que desear recién levantado. Parecía que se había esforzado en peinarse cada mechón de pelo en una dirección y posición distinta.
Tras 5 minutos de risitas mal disimuladas, no pude aguantar y pregunté:
—¿Qué es tan gracioso? ¿Tengo algo en la cara o qué?— Ambos negaron con la cabeza. Evan cogió su móvil, que había estado todo este tiempo puesto en una esquina de la mesa. Lo desbloqueó y me mostró la que, probablemente, sería la peor foto de mi vida.
Era yo, durmiendo, con la boca abierta y un reguero de baba por mi boca, manchando toda la almohada. Tenía el pelo estilo arbusto (ya sabes, una bola enmarañada muy enredada de pelo negro que me cubría una buena parte de la cara).
Y lo peor, no sé cómo lo habrían hecho sin que me diera cuenta, pero habían cogido al único peluche que conservaba de mi infancia y me habían hecho parecer como si todavía sugiera durmiendo con él.
Tuve ganas de saltar hacia su cara para destrozársela a arañazos, pero me contuve.
—Tu silencio por mi silencio. Tú no le mandas esa foto a nadie, y yo haré lo mismo con esta. Rompe tu promesa y yo romperé la mía y me aseguraré de que todos los estudiantes del instituto la tengan. Es un buen trato, ¿verdad?
Le miré con odio. No me hacía ninguna gracia, pero acabé asintiendo y aceptando.
—Estupendo. Un placer hacer negocios contigo, Algo Evans— acabó, y se fue. Sonreí al ver que todavía no sabia mi nombre.
Saqué mi móvil, y me apresuré a escribirle a Amy:
De Sky:
Tenemos un problema. O mejor dicho, un trato.
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N/A:
¡Hola de nuevo! Pues aquí está el capítulo 2. No voy a escribir más nota de autora, ya que ya casi es la una de la noche aquí en mi país y me tengo que levantar a las 7 so...
Bye!!!
PD: Me equivoqué al escribir el capítulo y cambié los nombres... Sorry. Ya está corregido ;)
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