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Capítulo 42 Todo

Esa es la chica del molino y tan linda, tan linda se hizo, que quisiera yo ser el pendiente
que en la oreja le tiembla: pues, oculto en sus bucles noche y día, rozaría su cuello tibio y blanco.

- Alfred Lord Tennyson

Los líderes de escuadrón se habían reunido dentro de la sala de crisis alrededor de una mesa redonda. La concejal Dagmar se encontraba sentada en un extremo. Hank observó el monitor ubicado en el centro de la habitación. ¿Podremos detener una posible crisis? Pensó sobresaltado. ¿Seremos capaces de detener una posible guerra?

Hiroshi tocó su hombro y preguntó: — ¿Hay alguna noticia sobre el estado de Silvana?

— Estamos en medio de una crisis, y sólo te preocupas por Silvana. Verónica se encuentra con ella — respondió, aunque nada podía estar más lejos de mejorar. Observo el monitor — sólo me pregunto si podremos lidiar con esta nueva crisis sin el apoyo de Eckard o Silvana.

Hiroshi se encogió de hombros.

— Supongo que podremos resolverlo nosotros mismos.

— Imagino que ustedes dos están aprovechando el mejor momento para ponerse al día — respondió Annika lanzando una mirada acusatoria.

— ¿No es cierto? — repuso Hiroshi con una leve carcajada que sonó a un resoplido.

— ¡En serio! son unos pesados.

— Sólo estamos evaluando las opciones — respondió Hank mientras daba un codazo en las costillas de Hiroshi.

— ¡Me alegra que se estén divirtiendo en este momento de crisis! — exclamó la concejal Dagmar, dando un golpe sobre la mesa.

Hank se encogió de hombros.

— Si no hay nada más que agregar daremos por terminado esta reunión — repuso la concejal Dagmar. — Hank, antes de que te retires hay algo de que debo de hablar contigo.

— ¿Sobre qué quiere hablarme?

— Es sobre Merick.

Hank miró atentamente a la concejal Dagmar, se acercó a ella; había algo de incredulidad en su mirada.

— Tal vez el saber esta información sobre Merick te ayudará a comprenderlo mejor — contestó e hizo una breve pausa — no siempre fue malo; al perder a su prometida y a su hija, se convirtió en ese ser malvado que es ahora, sin embargo, el rechazo de su familia por nacer maldito también contribuyó.

— No logró comprender lo que intenta decir señora concejal ¿a qué maldición se refiere?

— Hablo de su habilidad de controlar la mente y la realidad.

— ¿Qué relación guarda conmigo? — preguntó Hank con rostro de incredulidad.

— Más de la que tu puedas creer, tú naciste dentro de la antigua orden de Providencia, dejaste a la persona que más amaste para asumir la identidad de Hank, y a Merick le arrebataron lo que más amaba, pero el sólo busca venganza.

— Yo no deseaba asumir la identidad de Hank — murmuró.

— Sabes, Hank es más que solo un nombre, Hank es un símbolo de esperanza— contestó la concejal Dagmar echándole una mirada — cualquiera puede ser Hank, tú o yo, puede haber uno bueno o uno malo.

Hank continúo observando en silencio.

— Tal vez te estés preguntando por qué te estoy diciendo todo esto; para ganar esta guerra será necesario que hagas el sacrificio más grande que hayas echo.

— Está sugiriendo que deje de ser Hank — repuso.

— Estoy sugiriendo que busques un nuevo reemplazo cuando debas de retirarte, pero hoy más que nunca necesitamos de ti y de tú guía, me temo que se vienen momentos obscuros sobre Providencia y las demás naciones.

Hank percibió la intranquilidad de la concejal Dagmar, un silenció se instaló en la habitación. La puerta se abrió produciendo un chirrido metálico, después de abrirse el oficial Kant entró a la habitación su expresión era rígida: — Disculpe que la interrumpe señora concejal, más tropas se están asentando en las afueras de la nación de Guseo.

— Gracias por informarme, en seguida iré.

Las preguntas inundaron la mente de la concejal Dagmar, mientras que la habitación volvía a quedar en completo silencio. ¿Cómo detendremos a sus tropas? se preguntó. ¿Merick sería capaz de provocar otra guerra? Sintió una oleada de miedo.

— Será mejor que vaya a prepararme, debemos darnos prisa, Merick nos está tomando ventaja — respondió Hank.

Después de abrirse paso por el pasillo, Hank se ubicó justo en la puerta que coincidía con la habitación de Silvana, guardo silencio. La tristeza lo abordo al revivir esos breves momentos en los que Verónica lloraba en el pasillo, la puerta de la habitación, se abrió y Verónica observó en silenció el rostro de Hank quien a un continuaba parado delante de la puerta.

— ¿Como va todo? — preguntó Verónica mientras lo tocaba del hombro.

— Merick movilizó más tropas hacia la nación de Guseo, partiré dentro de una hora.

— ¿Podrás detener su avance?

— Nuestro objetivo principal es evitar que dañen a la familia del gobernante Belmont.

— ¿Necesitas de mi ayuda?

— Aceptaría tu oferta, pero Silvana te necesita más — Murmuró Hank.

Pero en realidad era él quien necesitaba de Verónica.

Los ojos de Verónica y Hank se cruzaron, con su mano acarició su cabello y continuó su trayecto hasta detenerse en su mejilla. Al mirarlo atentamente Verónica se dio cuenta de que había algo oculto en sus palabras. Hank la rodeó con sus brazos y besó su frente.

— ¿Hay algo de lo que debas hablarme? — preguntó Verónica.

— No es algo de lo que debas preocuparte.

Verónica sintió que el corazón subía por su garganta, sus manos comenzaron a sudar. Hizo un esfuerzo por caminar detrás de Hank, tenía un extraño presentimiento de que quizás sucedería algo malo en la nación de Guseo. Caroline se encontraba sentada a un costado de la cama de Silvana observándola, como si de algún modo estuviera leyendo los pensamientos de Verónica.

— Ve con Hank si deseas acompañarlo, él te necesita — respondió.

— Él no... — comenzó Verónica, pero luego se detuvo con un suspiro de frustración — Hank no me permitiría que lo acompañará, él creé que me pone en peligro cuando estamos juntos, pero hay algo que me está ocultando.

Caroline hizo una pausa antes de responder. No quería interrumpir.

— ¿Estás segura de eso? — hizo una pausa esperando una intervención de Verónica, pero no la hubo — no sé qué clase de relación tengas con Hank, si de algún modo fuera mi caso preferiría estar el mayor tiempo a su lado, no todos los días puedes recuperar al amor de tu vida.

— Hank intenta protegerme, pero no se lo perdonaría si me llegará a ocurrir algo — masculló Verónica.

Verónica caminó hacia la mesita de noche; un destello que provenía del cajón le provocó curiosidad, el PDA de Silvana se encontraba sonando. Verónica observó a Caroline.

Caroline se encogió de hombros.

Dong-Sun, habla Verónica.

Imagino que si has contestado el PDA de Silvana, significa que le ha ocurrido algo grave.

Un extraño silencio se apoderó de la enfermería, Verónica no conocía el porqué, pero la situación la inquietaba.

Trataré de ser breve: tenemos informes sobre un agente infiltrado de Merick, en la guardia de seguridad del Gobernante Belmont. Iré a la nación de Guseo para impedir algún ataque hacía la familia del gobernante, sé que están por partir a la nación, por lo que me gustaría contar con su apoyo.

Caroline se inclinó hacia Verónica todo lo que pudo, esperando poder escuchar la conversación.

De una manera brusca Verónica terminó la conversación.

— Ve, Silvana continuará aquí cuando regreses — Caroline le dio un ligero codazo sobre las costillas.

Verónica quería creer que tenía las agallas suficientes, cualquier respuesta que tuviera había quedado olvidada, continuó caminado por el pasillo.

Hank se encontraba parado delante del Falcón, echó una ojeada por el reflejo del parabrisas.

Debe ser Gustav Bradbury, pensó.

— ¿Qué te ha traído por aquí? — preguntó.

Una puerta se abrió detrás de ellos: eran Armin y Conrad que venían del campo de entrenamiento. Los dos parecían agotados. Al verlos recordó de inmediato a Verónica, sentada en el pasillo observando una vieja fotografía.

— Diablos...

— Hay algo que debas contarme, hermano.

Hank volvió a poner una expresión de indiferencia.

— Ya te han dado los suficientes detalles sobre la misión que vamos a realizar — masculló.

Ambos guardaron silencio, un extraño golpe sordo se escuchó en el hangar, un montacargas se encontraba realizando maniobras. La puerta se abrió con un fuerte chirrido, Hank se inclinó hacia adelante para poder dar un vistazo, una nube de polvo que había levantado el montacargas le impedía ver quién cruzaba por la puerta.

— ¡Hank! creí que ya te habías marchado — comentó Verónica.

— Silvana ¿se encuentra bien?

— Claro que se encuentra bien, decidí venir a acompañarte.

— No quiero... — Verónica llevó su dedo sobre la boca de Hank, mientras agregaba — ¡Shh! quiero venir contigo, sé que quieres protegerme, y te amo, pero déjame ayudarte.

Hank estaba sumergido en los ojos color miel de Verónica, bajo la luz de la lampara lucían claros y destellantes, sintió que el corazón le daba un brinco, ese silencio inquietante que había en la habitación de pronto parecía reconfortante. En los ojos de Verónica había encontrado la calma que incesantemente había buscado.

— ¿No te negarás en recibir mi ayuda? — repuso Verónica.

— No me negaré de ninguna manera — Hank miró hacia abajo y después volvió a observarla.

Verónica arrugó su frente.

— ¿Estás seguro de ello? — contestó enojada. Parecía no creer una palabra de lo que Hank le decía.

¿Por qué pensará que puede engañarme? se preguntó. Luego sostuvo su mirada sin alterarse y contestó: — Si piensas que debo quedarme entonces lo haré, ¿si es lo que deseas?

— Deseo que vengas conmigo — Murmuró Hank.

— Odio ser quien acabe bruscamente tan conmovedora conversación, ¿pero se han preguntado cómo podemos ingresar a la nación de Guseo sin ser vistos? — interrumpió Gustav Bradbury.

— Usaremos el tren, hay una estación antes de llegar a la nación no es una zona vigilada.

Gustav Bradbury esperaba una explicación de Hank, pero lo único que hizo fue quedarse quieto jugando su insignia sobre sus dedos. Sintió intranquilidad ante el profundo silencio de Hank. Se oyó un chirrido de ruedas, en la distancia el suelo tembló bajo sus pies, observó con nerviosismo el tren mientras éste se detenía en el andén y abría sus puertas.

— Esperas una invitación para abordar el tren — respondió Hank.

— ¿Cuál es el problema? — le preguntó Verónica a Gustav Bradbury.

Gustav Bradbury, se acercó hacía el andén para abordar el tren.

El tren había dejado la base, las miradas de Hank y Gustav Bradbury estaban fijas sobre un plano de la nación de Guseo. Verónica se encontraba durmiendo, su pecho subía y bajaba al compás de su respiración.

— ¿Puedo saber cómo entraremos a la nación de Guseo sin ser vistos? — preguntó de nuevo Gustav Bradbury, sintiéndose desfallecer.

— Entraremos por la estación abandonada que está por las afueras — respondió Hank mientras señalaba la estación en el plano.

Antes de que Gustav Bradbury pronunciará alguna otra frase, el tren se detuvo de golpe. Se sobresaltó y cayó hacia atrás. Hank no se movió y Verónica se incorporó de golpe. Gustav Bradbury intentó tragar saliva, pero su boca estaba demasiado seca, giro los ojos hacia arriba y luego se arrodilló en el piso, dejando caer una nota.

Hank se acercó para tomar la nota de papel y leyó las nítidas letras de tinta negra garabateadas sobre el papel: Estación central, siete treinta.

— ¿Quién se reunirá contigo en la estación central? — preguntó Hank.

Gustav Bradbury frunció el ceño y esbozó una dura sonrisa que demostraba no estar de buen humor.

— Tengo a un colega que en estos momentos se está dirigiendo a la nación de Guseo, me reuniré con él a esa hora en la estación, su nombre es Dong-Sun.

Verónica continúo observando a Gustav Bradbury, sus ojos parecían dos enormes platos, titubeó si debía preguntar, esperaba que su voz no delatara sus dudas:

— ¿Qué relación mantienes con Dong-Sun?

— Realizamos una misión de campo.

— Esta bien — murmuró Verónica.

— Si ya han quedado las cosas claras, ya podremos continuar con el resto del viaje a pie — comentó Hank.

Ambos se fueron caminando por las vías del tren, algunos habitantes del área comenzaron a hacer preguntas y esparcir sus teorías de quienes eran. Verónica observó en silencio. No era la única que sentía esa extraña sensación. Pero ¿qué era? se encontraba confundida, sus miradas de acusación sólo la hicieron sentir a un peor. Como si de algún modo pudiera leer sus pensamientos, Hank se acercó y la tomó del hombro.

— ¿Nunca habías visto este lugar? — le preguntó.

— No aparece en el mapa, parece un pueblo fantasma.

— Está es una zona olvidada de la nación de Guseo, cuando comenzó a crecer el distrito oeste quedó olvidado — comentó Gustav Bradbury.

Verónica sacudió la cabeza y volteó hacia Hank.

— Algo anda mal. Debemos ocultarnos.

Verónica pensó que nadie había escuchado, pero el tono de su voz no presagiaba nada bueno. Luego los dos se escondieron entre los arbustos y se sintieron aliviados al ver que abordaban a Gustav Bradbury.

— ¡Estás algo lejos para ser un turista! — exclamó un oficial.

— Sólo venía de paseo.

— Acaso te estás burlando, forajido.

— Disculpe a mi compañero, oficial, no sabe cómo guardar la compostura — interrumpió Hank mientras salía de los arbustos.

— Soy el oficial Blaz — se presentó mientras extendía su mano.

— Soy Hank.

— Y el mío es Verónica — respondió mientras salía detrás de Hank.

— Son de la resistencia, ¿pueden acompañarme? — contestó. El oficial Blaz estaba seguro de que en el aire había algún tipo de fragancia, respiró profundamente el olor fresco de las plantas y de la tierra, le atrajo algún tipo de recuerdo, mientras continuaba mirando hacia los arbustos una sonrisa se le dibujo en el rostro.

Las palabras del oficial Blaz provocaron una corriente de pánico en Verónica y el destello de esperanza que le había traído el comenzar la misión se apagó en su interior.

Verónica lo miró y levantó la ceja: — ¿Puedo ver su placa?

El oficial Blaz tomó otra bocanada de aire, dejó a un lado sus pensamientos oscuros. De cualquier manera, no había lugar a donde huir. Sacó de su bolsillo su placa y su identificación: — Aquí tiene mi placa e identificación, ¿es todo lo que necesitas?

— Es todo, ya puede relajarse, voy a revisar que no sean falsas sus identificaciones.

Con el PDA en su mano, tecleó en el buscador los números de identificación del oficial Blaz. Estaba segura de que eran falsas, los números en su placa no coincidían en la base de datos.

— ¿Por qué la tardanza? Necesitas una fotografía mía.

Verónica ignoró el sarcasmo y continúo buscando en la base de datos.

— No tengo nada más que comprobar, tus identificaciones son falsas — respondió mientras apuntaba con su arma al oficial.

Gustav Bradbury puso sus ojos en blanco, mientras dejaba en claro lo confundido que se encontraba.

— ¡Deberías bajar tu arma! — exclamó Hank.

— Estás seguro de ponerte de lado de un oficial que apenas conocemos y que apareció de la nada sin haberse identificado o estarás de mi parte ¿por qué no revisas mi PDA?

Verónica sintió que ese era el mejor momento para revelar la verdadera identidad del oficial Blaz. Con su mano libre lanzó el PDA hacia la dirección de Hank.

Hank se quedó helado. Al comprobar que la acusación de Verónica no era falsa, levantó su mirada y desenfundó su arma.

— No hagas ningún movimiento, será mejor que bajes tu arma — respondió. Ambos sostenían su arma en dirección hacia el oficial Blaz quien contemplaba todo en silencio. Las acusaciones recibidas no eran falsas.

— Es de la raíz, lo sé porque tiene tatuado debajo de su oído izquierdo una garra de una bestia Grimen.

— ¿Estás segura de eso? — insistió Gustav Bradbury.

— ¡Por qué no lo compruebas por ti mismo! — exclamó Verónica.

Las acusaciones de Verónica no revelaban más información. No era el único que tenía esa extraña sensación. Ya se encontraba totalmente confundido, Gustav Bradbury se acercó hacía el oficial Blaz y comprobó que debajo de su oído izquierdo se encontraba el tatuaje de la garra de una bestia Grimen y respondió: — Parece estar ahí, creo que tus acusaciones son ciertas.

Miró hacía el oficial Blaz, sorprendido de su extraño movimiento. Sacó de manera instintiva su arma, se dio cuenta de que no se trataba de una situación normal.

— No hagas otro movimiento — advirtió Verónica.

Finalmente, Gustav Bradbury se encaminó hacía el oficial Blaz para tomar su arma. Verónica aun continuaba vigilándolo, con su mano libre le colocó las esposas y pregunto: — ¿Tienes alguna otra arma?

El oficial Blaz frunció el ceño y negó con su cabeza.

En el sector, se encontraba construcciones de graneros y animales de granja, no olía tan bien como en la zona donde se encontraban antes. Verónica dejó a un lado los pensamientos siniestros que tenía y se dedicó a observar. Algunos habitantes mantenían con limpieza el lugar.

— ¿Qué haremos con nuestro prisionero? no podemos llevarlo con nosotros seríamos descubiertos — comentó Verónica mientras se encaminaba hacia Hank.

— Podemos dejarlo en este lugar o matarlo.

Gustav Bradbury se dirigió hacia un muro de árboles verdes que se erguían sobre una colina, mientras caminaba lo sorprendió el extraño sonido que producían sus pasos, seguido de un sonido metálico. Observó hacia abajo y vio el reflejo del sol. Se encontraba apenas tres metros de distancia cuando vio frente a él un estrecho túnel que conducía hacia otra zona. La atmósfera que tenía era de un color verde oscuro, como si la luz no alcanzara a llegar hasta la franja de árboles. Verónica se acercó hasta allí. Gustav Bradbury había desaparecido entre los árboles, como si nunca hubiera existido.

— ¡Gustav! — exclamó Verónica. Las palabras brotaron naturalmente de sus labios, como si ya formara parte de Hunter.

Un chasquido de una rama se escuchó delante, hizo levantar su linterna en esa dirección. Trató de mantenerse inmóvil mientras escuchaba. Sonó otro ruido más fuerte como si hubieran partido una rama con una bota.

— Por fin te he encontrado — respondió Hank mientras tocaba su hombro, el miedo recorrió su espalda. Sin pensarlo dos veces giró su cabeza hacía donde provenía el ruido. Verónica entornó los ojos, esforzándose para ver ante la creciente oscuridad.

— Me has asustado — se sintió más calmada, ya que el ruido provenía de Hank.

— ¿Que estás haciendo en este lugar?

— Es por Gustav Bradbury — respondió Verónica. Apuntando su linterna hacia el otro extremo del túnel, el lugar era pequeño estaba rodeado por maleza densa que crecía del suelo. Sobre el piso había varias varas de madera clavadas torpemente.

— ¿Has decidido qué hacer con nuestro prisionero? — preguntó Hank con un tono severo.

— No podemos llevarlo con nosotros, estaríamos en peligro — hizo Verónica una mueca y sacudió la cabeza.

— Entonces debo imaginar que dejarlo a su suerte es la mejor opción.

— Estoy completamente convencida de ello — Verónica observó a su alrededor y contempló el rostro atemorizado del oficial Blaz, el destello dorado de su hebilla llamó su atención, mientras agregaba — repasemos lo que pasará a continuación: cuando te encuentren tus compañeros fingirás que te han secuestrado y que de algún modo has logrado huir hacia este lugar. ¿Seguramente te preguntarás como creerán tu versión?, te daré un golpe con mi arma sobre tu cabeza y te dejaré inconsciente, pero antes de eso recuerda que sabemos quién eres y que podemos encontrarte si haces algo que de algún modo atraiga nuestra atención considérate muerto, te prometo que ni la raíz te protegerá de nosotros.

La tierra parecía firme, el bosque era húmedo. Parecía que el ruido había desaparecido; los insectos apenas se percibían. Se inclinó Verónica con el arma en su mano, el oficial Blaz lanzó un grito ahogado cuando la culata del arma impactó su cien dejándolo inerte sobre el suelo. Verónica se abrió paso empujando ramas, ya no se preocupaba por ser sigilosa, caminaba tan rápido como podía apartando las ramas de su rostro, de repente no pudo evitar tropezar con una gruesa raíz que sobre salía del suelo. En su caída hacia el suelo Hank la tomó del brazo balanceándola hacía adelante hasta que pudo recuperar el equilibrio.

— Has tardado demasiado — respondió Gustav Bradbury mirándola fijamente.

— Tuve que encargarme de un asunto pendiente.

— Creo que a ambos les alegrará saber que ya nos encontramos en la nación de Guseo. Sin embargo, temo decir que sólo es el inicio de nuestro viaje, hay demasiada seguridad en este lugar, tienen cámaras por todas partes, podrían ver hacia donde voló un insecto si así lo quisieran — comentó Gustav Bradbury.

— Descuida, estamos preparados ¿Hank, qué opinas sobre usar los drones para tener una mejor visión del área?, y que Himeko se encargue de las cámaras.

— Aguarden un momento ¿usaran drones? y ¿quién es Himeko? — miró perplejo Gustav Bradbury, se veía incómodo.

— El usar drones nos dará una mejor visión, creo que es una buena estrategia para estos casos y Himeko es nuestro Hacker, de hecho, nuestros trajes tienen una especie de cámaras que transmiten imagen y sonido, hacia la base así que podría decirte sonríele a la cámara — explicó Verónica mientras apuntaba hacia la mini cámara ubicada en su hombro derecho.

Una especie de insecto con cuatro hélices flotaba por el aire, un destello plateado llamó la atención de Gustav Bradbury. Era distinto a los drones que estaba habituado a observar. Miró a su alrededor y vio que había dos guardias cerca de un cruce, completamente atraído por la curiosidad observó sobre el hombro de Verónica, que sostenía su tableta en su mano.

— ¡Ya tenemos imagen! — exclamó. Miró a lo largo sobre el panel de la tableta. El alivio invadió su cuerpo. Los guardias se movían del lugar.

— Ya pueden salir del túnel, las cámaras están desactivadas — comentó Himeko por el comunicador con voz calmada.

Verónica levantó la vista, Hank caminó con dificultad; hizo un esfuerzo por no hacer ruido, apretó los ojos ante la luz enceguecedora del sol. Apoyó con cuidado su mano sobre una rama y dijo: — ¡Vamos, salgamos!

Al poco rato, ya se encontraban en el centro del distrito de Guwon de la nación de Gunam. A pesar de la dura mañana que habían tenido, estaban entusiasmados con la idea de detener una posible guerra. Algunos peatones caminaban por la calle, los autos que circulaban hacían sonar sus cláxones.

— Gustav ¿me estás escuchando? — dijo Verónica mientras tocaba su hombro.

— Perdona, estaba revisando el área.

Algo de estática se escuchó por el comunicador, Verónica volvió a prestar atención a Dong-Sun, que se estaba comunicando a través del radio: — Estoy sentado en una banca a espaldas de su ubicación, no volteen, continúen en su posición y traten de parecer normal ¿los han seguido?

— Descuida, nos aseguramos de ello — repuso Verónica mientras observaba a Gustav Bradbury.

Gustav Bradbury se encogió de hombros.

— Una caravana llevará a la esposa del Gobernante Belmont hacia el auditorio Wellington, hay algo que deben saber... Eros y Tanatos también se encuentran aquí, son unos mercenarios y ex miembros de las fuerzas especiales DEG, fueron contratados por Merick.

— Creo que las cosas se pondrán peor de lo que pensé — intervino Gustav Bradbury, quien cerró los ojos, trató de ahuyentar sus pensamientos y continúo hojeando su revista.

— Es todo por el momento, trataré de obtener más información, traje algunos miembros del escuadrón Adammeo y de la oficialía concejal conmigo, estamos en una casa de seguridad, dentro de una hora les enviaré las coordenadas — explicó Dong-Sun mientras se levantaba de la banca.

Gustav Bradbury levantó la vista buscando en la cafetería a Verónica y Hank, pero una camarera los había tapado. A Hank le dolía la cabeza y el cuerpo le reclamaba el no haber dormido. Sobre la mesa había dos platos de huevos fritos, jugo de naranja y sandwiches. El pan era grueso y tostado. El estómago de Gustav Bradbury rugía y la acidez de su estómago lo estaba matando, se abalanzó sobre los sándwiches y comenzó a devorarlos.

— Gustav Bradbury, ¿Dong-Sun les dio alguna información que nos pueda servir? — Hank empleó su nombre a propósito.

— Prefiero terminar mi desayuno — masculló Gustav Bradbury con la boca llena — al menos la comida es buena.

Gustav Bradbury pudo terminar de comer sin que le hicieran alguna pregunta. Y tuvo suerte de que Hank y Verónica no tuvieran ganas de conversar, a pesar de lo raro que había sucedido momento atrás. Con el estómago lleno y la energía recobrada, decidió Gustav Bradbury que era momento de enfrentar los hechos después de su último bocado y limpiándose la boca con una servilleta, comento: — Las cosas están peor de lo que creí; están en este lugar Eros y Tanatos ambos ex miembros de las fuerzas especiales DEG y activos mercenarios, al parecer están infiltrados como agentes.

— Creo que las cosas no pueden empeorar — respondió Verónica, mientras dejaba de jugar con su vaso y soltaba un suspiro.

— Hay algo que tengas que agregar o nos pueda servir — insistió Hank esperando recibir de algún tipo de información que fuera de utilidad.

— Dentro de una hora enviará las coordenadas de una casa de seguridad, también se encuentran miembros del escuadrón Adammeo y de la oficialía concejal.

— Nos reuniremos con ellos hasta que nos envíen las coordenadas — añadió Verónica, quien frustrada desvío su atención hacía la mesa contigua.

Gustav Bradbury se encogió de hombros.

— Creo que sólo nos queda esperar es momento de pagar la cuenta — dijo Hank mientras hacía un gesto con su mano a la camarera.

— Entonces ya es el momento debemos de ir al auditorio Wellington — repuso Gustav Bradbury.

— ¿Que hay en el auditorio Wellington?

— Es donde se dirigirá la caravana de la esposa del Gobernante Belmont. Ahí harán el ataque — respondió Verónica. Tomó una bocanada de aire.

— Tenemos que crear una posible ruta de evacuación en caso de que debamos usarla — dijo Hank, mientras daba un último trago a su jugo de naranja.

— Acabó de recibir la ubicación de Dong-Sun y de su equipo; las coordenadas son de la casa de seguridad ubicada en Belmont B10 distrito Guwom — respondió Gustav Bradbury.

— ¡Es la casa de seguridad Bunkers seis! — exclamó Verónica con gran sobresalto.

Hank salió a la calle sin darle tiempo a Verónica de que lo acompañara. El auditorio Wellington se encontraba a dos calles de la cafetería, los peatones volvían a su rutina usual: cada uno a sus trabajos, las puertas de las cafeterías y de los bancos se abrían y cerraban. Cualquier señal de amenaza parecía no ser cierta. La visita guiada en el auditorio había comenzado, decidieron cruzar por la calle hacia el norte para poder evitar los peatones que caminaban por la acera. Verónica se dirigió a la esquina este, hacia una hilera de gradas. Respiró profundamente disfrutando del paseo. Continuaron caminando hasta llegar a la casa de seguridad. Los olores y los sonidos le resultaban familiar.

— Creo que todas las casas de seguridad lucen bastante familiar — comentó Gustav Bradbury.

— Perdona mi desconfianza ¿pero cómo puedes asegurarnos que realmente Dong-Sun nos está esperando detrás de esta puerta y no es el escuadrón de la muerte? — respondió Verónica.

— Por qué no lo compruebas por ti misma, además si hubiera querido traicionarlos lo hubiera hecho cuando entramos al túnel.

Verónica inclinó su pie sobre el primer escalón. Parecía decidida a derivar la puerta con su mano, el ruido que provocó mientras tocaba se escuchó por toda la cuadra. Miró a su alrededor, Gustav Bradbury y Hank la observaban en silencio. Entrecerró los ojos atraída por la curiosidad. Había unas palabras grabadas sobre la puerta de roble, que parecía algo difícil de leer:

¿Dónde está mi hogar?, si ya no hay un lugar al cual regresar, ¿a qué le podría llamar mi casa si es ahora mi prisión?

Sintió un extraño estremecimiento dentro de su interior, era demasiado crudo para ser verdad, pero estaba disgustada consigo misma por ser tan sumisa y simplista. Había dado un paso, cuando la puerta se abrió de par en par justo delante de ella, se encontraba parado debajo del marco de la puerta Dong-Sun quien la observaba en silenció.

— ¡Supongo que es una sorpresa para ti al ser yo quien te abra la puerta! — exclamó su voz sonó por toda la habitación — lamento decepcionarte en ser quien te reciba y no el escuadrón de la muerte.

Odiaba tener que admitir que su acusación fue exagerada.

En vez de contestar avanzó hacia el recibidor, Hank tocó el hombro de Dong-Sun intentando detener cualquier discusión. Las miradas de Hank y Dong-Sun se cruzaron, parecía dispuesto a enfrentar a Verónica, finalmente respiró profundamente y exclamó: — ¡Pueden pasar, los estábamos esperando!

El pasillo parecía pequeño, sin embargo, tenía todo lo necesario para realizar la vigilancia en el exterior. Un amplio corredor se extendía hacia la habitación contigua. Al ver los monitores y las cámaras de vigilancia, y su disposición familiar algunos recuerdos afloraron en la memoria de Hank.

— Al ver la expresión que hay sobre tu rostro puedo imaginar que luce bastante familiar a Bunkers dos, también tuve la mima sensación cuando entré a este lugar — dijo Gustav Bradbury — sigamos caminado hacia el interior.

Dong-Sun trajo a la mesa de centro dos planos y un mapa de la ciudad. Sobre el mapa estaba marcada la posible ruta que llevaría la caravana de la esposa del Gobernante Belmont. El agente Baek de la Oficialía concejal colocó un vaso y una botella de ron sobre la mesa.

— Alguíen gusta un trago — agregó, mientras se servía — hay que darle algo de diversión a esta fiesta.

— ¡Agente Baek!, absténgame de recordarle que está en servicio y que alguna actividad negligente por parte suya no será tolerada — repitió con tono severo Dong-Sun.

— Bueno, no podemos desperdiciar este buen ron o no es así Qhawachi — dijo limpiándose con su camiseta la boca.

— Concuerdo con lo que dice el agente Baek.

— Debería levantarles a cada uno de ustedes un reporte — repuso Dong-Sun.

— Lamento interrumpir su entretenida fiesta, pero ¿estamos esperando nuevos invitados? — preguntó el agente Gador.

El agente Baek colocó su vaso sobre la mesa y puso los ojos en blanco dejando escapar un largo y sonoro eructo.

— Agente Baek, si ya terminó su elegante demostración, podría ir junto con el agente Qhawachi a averiguar qué está pasando haya afuera — ordenó Dong-Sung.

— Perdón por no presentarme ustedes, deben de ser los nuevos, soy la agente Gador del escuadrón Adammeo y perdonen mi pregunta ¿antes de venir a este sitio se aseguraron de que no los estuvieran siguiendo?

— Antes de venir aquí nos aseguramos de no ser seguidos — contestó Verónica.

El agente Baek salió a la calle y miró a su alrededor, vio que había una pareja sentada sobre una banca. Un anciano paseando un perro. Un joven con una capucha llamó su atención. Era distinto del resto de las personas que se encontraban en el lugar. Dirigió su brazo delante de su frente, cubriéndose los ojos de la luz que lo enceguecía. Contempló sobre su rostro un tatuaje y grito: — ¡Deténgase! — sujetando su arma. Escuchó un sonido ahogado de un disparó hacia su dirección. Luego sintió una punzada de dolor sobre su pecho, mientras caía al suelo, sólo vio sombras que se movían a su alrededor. No sabía qué había sucedido... una oleada de confusión y pánico nublaron su mente, varias personas se reunían a su alrededor. El miedo aceleró su corazón y el mundo se tornó borroso a su alrededor.

— ¡Baek, mírame, no cierres los ojos, la ayuda viene en camino! — exclamó Qhawachi mientras cubría la herida con su mano.

— Tú eres el que tienes miedo — masculló Baek lanzando una leve carcajada como si acabará de decir algo gracioso.

— Será mejor que no te esfuerces demasiado.

El piso estaba cubierto con la sangre del agente Baek, a unos metros de él se escuchó unos pasos, luego un crujido de una rama que se rompía.

— ¡Quien anda ahí! — gritó Qhawachi su voz sonó por toda la calle.

— Tranquilo, soy Gador. Escuché el disparo y vine a ayudar.

— ¿Sabes quién ha realizado el disparo?

— Dong-Sun y Hank tienen al sospecho detenido dentro de la casa de seguridad.

Qhawachi hizo una mueca y sacudió la cabeza, esperando descifrar lo sucedido.

Una ambulancia con la sirena encendida se acercaba hasta su dirección a toda velocidad, el chirrido de sus llantas se escuchó mientras se detenía. La mirada de Qhawachi se devolvía hacia el agente Baek y exclamo: — ¡ha llegado la ayuda!

— Será mejor que nos dejen espacio, tenemos que subir al herido a la camilla — indicó el paramédico.

Qhawachi levantó la vista buscando de donde proveníala voz. Mientras el agente Baek era subido a la ambulancia, Qhawachi permanecióarrodillado sobre el suelo, quería gritar y patear al tirador que habíadisparado a Baek. Cerró los ojos tratando de ahuyentar sus pensamientos. Gadorpermaneció en silencio observando a la ambulancia mientras se alejaba

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