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Parte VII

La comunicación no verbal es muy reveladora, y más teniendo en cuenta que significa alrededor del setenta por ciento de lo que transmitimos. La supervivencia me ha versado en descifrarla, cuando distorsionar mis rasgos faciales no ha sido suficiente para evitar amenazas. Pasar desapercibida no es más que una barrera primaria, inútil cuando me meto de lleno en líos, como en los de estos últimos días.

Aun así, tras haber observado a esta gente desde que estoy aquí, resulta difícil cerciorarse de sus verdaderas intenciones. Ha llegado ese momento de gris, donde no sé si son buenos, malos o peores. Se ven tranquilos y seguros, sin intenciones evidentes de torturarme, aunque con especial atención en mi persona. Me siento como en una película de miedo de serie B, en la que el personaje principal es tratado con una amabilidad perturbadora antes de acabar degollado en un sacrificio satánico. Qué gracioso, igual pasa. Al fin y al cabo, sería un gran ejemplo de lo mismo de siempre: cometer crímenes por motivos egoístas, desentendiéndose de las consecuencias. Y resulta que luego usan las disculpas para lavarse las manos, pero la crueldad no tiene escusa.

Todavía no he tirado la toalla, estoy dispuesta a luchar hasta el final. Eso de ser atrapada y todo lo demás es repetitivo hasta para mí. Y lo que se me ocurre se chafa, pues el tipo de la bienvenida se me adelanta tomando él la iniciativa de charlar.

—¿Qué tal el viaje? Estarás cansada y con hambre —va diciendo con familiaridad, mientras nos dirigimos a los bancos de una esquina lejana al altar.

—Se me ha pasado volando.

Se ríe de la ironía y me ofrece una bandeja de lo que parecen empanadillas y una botella de agua. Dudo al principio, pero ya qué más da. Cojo la botella y un par de empanadillas que saben a rayos, claro que de todos modos sirven para llenar el estómago. El sabor nauseabundo se junta al dolor de espalda que me está creando el asiento, porque digamos que los bancos de una iglesia no son el súmmun de la comodidad.

—¿Sabes quién soy? —pregunta con gran interés—. ¿O quiénes somos y lo que es todo esto?

—Pasapalabra.

—Mejor, aunque no ha servido para nada —se lamenta—. Resulta que éramos el plan B. Y digo éramos porque jodiste el plan en el último segundo. Claro, tú qué ibas a saber...

—Lo retiro, prefiero el comodín de la llamada —continuo, comenzando a a irritarme por su comentario pasivo-agresivo.

—Mónica, esto no es la UGG. Nosotros estamos contigo.

Lo que afirma es la gota que colma el vaso. Me traen a escondidas, con alto secretismo y anulan mis habilidades estando aquí. Debe de creer que soy idiota y que me voy a tragar el cuento del héroe que tira un gato y lo recoge para que todos le vean salvarlo. Porque eso es precisamente lo que están haciendo conmigo.

—Tú y tu secta podéis iros al carajo, ¡encima reclamando! —exclamo crispada—. Tenía mi propio plan, sé apañármelas por mí misma —recalco.

—He montado todo esto por ti y ni siquiera me reconoces —se apena repentinamente.

—Corta el numerito, es patético. Que te crees que puedes hacerte la víctima con todos tus privilegios de Sapiens cuando nadie te ha pedido nada.

—Renuncié a mis privilegios cuando perdí a mi hermana —responde, agravando tanto la voz que me cuesta entender lo último que dice—. Por lo menos estás bien...

La tensión carga el ambiente. Él está reclinado hacia delante, con los codos apoyados en sus rodillas. La tenuidad de la luz destaca los músculos de su afilada mandíbula, que palpitan al mismo ritmo que aprieta sus manos entrelazadas. Me reclino sobre el respaldo y separo las piernas, hastiada de la posición, la situación y estar sin poder hacer nada útil. Con la paciencia expirada, lo único que impide que me levante es que de pronto descubre su cuello y su brazo derecho, mostrando unos lunares muy particulares.

Las marcas de nacimiento que adornan su piel son únicas, las conozco perfectamente. Las recuerdo muy bien. En cambio, desconozco el cuerpo que tengo delante. El shock ralentiza la actividad de mis neuronas cuando intento procesar la información, pero, repentinamente, se acelera en cuanto logro reconocer al dueño de esas singulares pecas. Esa imagen en mi cabeza me hiela la sangre y de nuevo se me forma un nudo en la garganta, que únicamente me permite musitar su nombre.


—Gervs...

Tras escucharme, vuelve a parecer el niño pequeño desconsolado que lloraba como si le estuvieran robando el alma. Excepto que ahora, es mucho menos escandaloso. No hay duda de que es mi hermano pequeño Gervasio, solo que ya es un hombre, que además está sollozando.

—Esto es justo lo que me faltaba...

Me aproximo para rodearle con los brazos, recuperando brevemente esa vieja costumbre de dar cariño. Tiembla entre mis brazos y me humedece la mejilla con sus lágrimas. Al final, consigue conmocionarme, por provocar que antiguos recuerdos revoloteen por mi cabeza, arrancándome una lágrima que inunda mi corazón.

No habría podido, ni me apetece, haber aguantado más tiempo, por lo que me agrada un poco la interrupción nerviosa del doctor. De hecho, tiene pinta de estar bastante preocupado y no es difícil adivinar la razón, que no me gusta nada.

—Está en todos los canales, se ha adelantado y —se detiene cuando sus ojos se topan conmigo.

En este instante sólo existen dos cosas: el suelo y mis pies. Ni siquiera me percato de la fila de bancos que encuentro de por medio en la carrera. No tardo en enfrentarme a la pantalla del televisor, la gente se aparta silenciosa y las voces del noticiario roban toda mi atención. El corazón late con fuerza dentro de mi pecho y en los golpes de mis piernas. Sin embargo, el verdadero dolor ataca la totalidad de mi cuerpo al escuchar lo cerca que están mil tres vidas de perecer, mil tres personas de ser fríamente asesinadas. ¿Y todo por qué? Porque he sido inútil, porque yo sola no he podido con la terquedad y soberbia de los Sapiens inmerecedores de denominarse humanos.

Mi primer impulso es destruir la pantalla con mis manos, como si eso fuera a solucionar el inminente genocidio que se va a cometer. No obstante, una fuerza conocida me aprisiona hasta inmovilizarme. Me ha amordazado pero no va a enmudecerme.

—¡Dejadme! ¡Van a morir mil tres personas y todos sois culpables! ¡Vosotros habéis permitido todo esto! ¡Asesinos! —grito enfurecida, frustrada, deseando saber qué hacer, deseando dar mi vida por salvarles.

—Lo sabemos, pero ya es tarde. No hay nada...

—¡No te atrevas a hablar! Vosotros me habéis traído aquí, alejándome de la maldita psicópata que va a arrasar todo cuanto me importaba... —me ahogo en el llanto que me hace difícil continuar–. ¿Por qué? ¿Por qué tiene que pasar esto...? ¡Dejadme ir! —pido por última vez, retorciéndome entre los musculosos brazos de la soldado.

Entonces me fallan las fuerzas y por fin me suelta. No obstante, mis piernas no responden y del mismo modo que se desvanecia la fuerza de mis extremidades, lo hacía mi esperanza.

—Está bien, ¿dónde quieres ir? —accede el jóven, pero no sé qué contestar.

—Tienes razón —empieza a hablar la sobrina de Domhnall—, somos todos culpables, incluida yo. Puede incluso que la que más.

Miro a la chica, cuya piel oscura suaviza su expresión. El chico toma la mano de ella con firmeza. El doctor y el resto de personas permanecen de pie detrás de la pareja, algo inquietos. Yo sólo puedo mirar y escuchar, algo que odio y más sin poder moverme, aunque no tengo más remedio.

—No eres la única que se quedó aquí —prosigue, dejándome confusa—. Dejé a mi querida hermana y a los demás en el último momento.

Ava. Es esa Ava. ¿Cómo es posible? ¿Qué es lo que intenta decir?

—Sé que tienes preguntas, pero es evidente que no hay tiempo, así que espero ser breve —comunica antes de empezar a explicarse—. Soy Ava y este cuerpo pertenece a la sobrina de Dommy, que era soldado de la UGG. Él, Olivia y Gervy trabajaban para la presidenta, experimentando bajo sus órdenes... El caso es que dimos con la manera de evitar que fuera invencible, como pretende ser.

—Sí, desarrollé una especie de vacuna que nos permitía ser inmune a algunas de sus nuevas habilidades cuando descubrimos sus maquinaciones —continuó explicando su pareja—. Como dije antes, eramos el plan B con el que pretendíamos robar la información e inutilizar su sistema de "limpieza". Pero, tenemos un plan A. Sólo hay un inconveniente.

—No lo hay —asevera el escocés—. Dejadla tranquila y empecemos inmediatamente.

Su seriedad es chocante, aunque es obvio que se trata de pura fachada, noto el miedo en sus ojos. También hay tristeza, reflejada por igual en la mirada de los dos enamorados. Ante los efectos anestésicos, sólo me queda gemir, demandando respuesta.

—Ya te daremos más detalles, pero, por favor, ayúdanos. Necesitamos tu protección —rogó Ava, con la misma calma la había caracterizado siempre.

Ladeo la cabeza, aceptando.

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