Parte VI
El suelo, formado por piedras de múltiples tonos marrones, tan normal como ver llover, hace destacar una estructura poligonal hecha de pizarra. Apenas medirá tres metros de altura y tiene toda la pinta de ser la entrada subterránea de las instalaciones. Ha resultado sospechosamente sencillo salir fuera. Es más, ni siquiera hay una razón aparente para ello, contando que somos los únicos que estamos aquí. Como sea otro extraño complot de la presidenta para localizar Uxton, haré una bufanda con sus lamentaciones. Nadie va a tocar ese planeta mientras haya gente viva.
Uxton. Un nombre inventado, por supuesto. Es como los humanos Provectus decidimos llamarlo, su nombre científico chafaba el escondite. Ava, Aurora y Philippe nos lo mostraron.
Las gemelas albinas se ocuparon de compartir telepáticamente los conocimientos del francés.
Phil, que había trabajado muchos años en la ESA (Agencia Espacial Europea) tiempo antes de las mutaciones, haciéndose un gran experto, sabía que ese planeta era perfecto para nosotros. Aunque la verdadera salvación residía en las paranoias y teorías conspirativas que le habían llevado a trabajar allí.
El viaje no sería nada fácil, como no lo fue organizarlo durante cuatro años. Cada uno de nosotros debíamos funcionar como las piezas de un reloj. Nuestras habilidades nos permitían la posibilidad de realizar tal viaje. Unos se encargaban de las reservas nutritivas, otros de construir una nave resistente y algunos permitían su habitabilidad. Unos pocos, no obstante, no poseían ningún talento útil. Para nada en la vida, en verdad. Quizás por eso el primer intento fue fallido. En total se invirtieron seis años y tres naves. Finalmente, tuvimos éxito pese a sufrir demasiadas lamentaciones.
Johnny se encargaba de dos aspectos con sus habilidades calóricas. Adecuaba la temperatura de la estructura para que resistiera al roce de la atmósfera y al frío espacial, mientras dentro mantenía condiciones aptas para la vida. También estaban quienes se dedicaron a su transporte, que se enfrentaron a años luz de distancia en escasas horas. En principio, que estos últimos pudieran manipular el espacio hizo viable el plan de la mudanza.
Todavía me resquebrajan tus intentos de convicción. Pero sabías perfectamente que tenía que quedarme. Aún arriesgaría mi vida sabiendo que seguiréis vivos, que tú sobrevives, frente a disfrutar unos minutos más contigo. Os oculté, así he continuado desde entonces y por eso, saber que ahora estoy fracasando, me rompe el alma.
—Mirad, estoy cansada, no somos amigos y blablabla —comienzo—, así que id al grano y acabamos antes.
—Tenemos que darnos prisa, Mónica —dice el escocés, conciso y serio.
Los reflejos de su sobrina se adelantan a mi lengua para contestarle. Eso o me ha leído la mente y lo más sensato para ella ha sido amordazarme con sus brazos. El doctor aprovecha a revertir el gusanobot, dejándome vulnerable una vez más. Así, cual recluso, me llevan hasta detrás de unos arbustos. Descubro que descansa un lujoso Alfa Romeo verde, con detalles dorados. Me meten detrás, quedándose ella conmigo y su tío conduciendo.
—¿De qué va esto? —insisto, me puede el flipe— ¿Me vais a llevar a Disney...?
—Cierra la boca y no me pierdas de vista —amenaza.
—Ciérramela tú, guapa —la reto con sequedad.
A partir de ese punto, reina el silencio. Cuando se me ocurre abrir la puerta y tirarme en marcha, diviso un helicóptero a lo lejos. Estoy a un bigote de ser la nueva figura del surrealismo.
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A la vista de lo que deja ver la espesa niebla, que parece formar parte del lugar, se divisan los picos de una catedral. La imagen es verdaderamente tenebrosa y lúgubre. Me encanta.
Nos bajamos del helicóptero, que ha pilotado la sobrina de Dómhnal, antes de llegar a la verja que rodea la antigua edificación de piedras y atravesar el portón metálico de la primera. Ahora soy capaz de distinguir mejor ciertos detalles que definen su estilo gótico. El aspecto de abandono es la guindilla del pastel de este ambiente oscuro y perturbador, a la par que bello.
Después de lo que sucedió, su estado no es tan malo. Incluso me sorprende que siga en pie tan entera, porque digamos que las iglesias ya no son lo que eran. Pero su declive no fue más que el auge de una gran cantidad de creencias nuevas y ateísmo. Se trata de un campo donde las aguas no se han calmado, si bien ya estaban revueltas antes de la guerra contra nosotros. Eso sí, los que ya eran creyentes no podían estar más aferrados a su fe.
El frío que hace me congela los pensamientos. Y el no poder forrarme de pelaje, más la humedad que cala hasta los huesos, me convierten en un cubito de hielo andante y tembloroso. Ante mi estado, el doctor me coloca su chaqueta sobre mis hombros. Es un generoso gesto por su parte, aunque demuestra su decepción ignorándome. No le culpo, no es nuestro mejor momento.
—Gracias, no la necesito —comento, devolviéndole la prenda. Lo último que quiero ahora mismo es caridad, no estoy de humor.
El portón de la catedral se abre cuando nos separa un metro de distancia. De pronto, tan rápido como me atraviesa una oleada de calor tibio, se forma un nudo en mi garganta y se me acelera desenfrenadamente el corazón.
El conjunto de todo me provoca un escalofrío. Al contrario que yo, Owens se precipita al interior con una actitud novedosa en ella, algo así como risueña. Por lo que su tío me empuja amablemente a seguirla, apoyando su mano en lo alto de mi espalda, bajo mi hombro.
En cuanto estamos dentro y la entrada se cierra, me voy acostumbrando al lugar, manteniendo las mismas sensaciones internas. Comienzo a escuchar susurros y ver lo bien acompañados que estamos, una vez se adapta la vista a las tenues luces que se proyectan desde las gruesas columnas de piedra. Hay bastante gente, personas aparentemente corrientes y nada hostiles, en absoluto lo que imaginaba encontrar. Lo más chocante, sin embargo, no son las sonrisas ni ojos llenos de esperanza, sino la presencia de las mismas bestias de las que había huido horas antes, pero que ahora son mansas. Es obvio que están domesticadas.
—Sabía que lo lograríais—se escucha una voz masculina acercándose—. ¡Os lo dije!
—Te echaba de menos... —suspira la soldado, lanzándose al cuello del tipo que acababa de hablar, para besarlo apasionadamente.
Y yo que me creía con el cupo de asombros a rebosar, me topo con una Owens romántica y cariñosa con una persona.
—Ava, amor mío... Yo también te he extrañado —asevera él con idéntico sentimiento.
Por el Santo Sacramento, ¿dónde narices me han metido y qué van a hacer conmigo...?
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