Parte II
Sus atentos gestos me llevan a pensar que la amabilidad es mi mejor baza por ahora. Observo las notas en las que constaban mis datos y señalo la fecha de nacimiento con el índice.
— Quince de Noviembre de 1993 —corrijo, él vacila medio segundo.
— Gracias —sonríe agradecido.
— Parece que sabe todo sobre mí, pero no sé quién es usted —fijo la mirada en sus orbes, agrandadas tras los cristales de sus lentes.
— Soy el Doctor Dòmhnall o... —dubitativo, peina con la punta de sus dedos sus espesas y perfectamente recortadas patillas— Dommy, se pronuncia mejor.
— Dommy, ¿vas a matarme? —cuestiono directa, puede que demasiado.
— Santo cielo, por supuesto que no —niega rotundamente, aterrorizado—. Mi trabajo es estudiar, analizar y... No es asunto tuyo —recoloca sus gafas y se aleja, toqueteando algunos cachivaches médicos.
— Nada de lo que puedan hacerme será peor de lo que ya han hecho —afirmo seria—. Si no es usted, otro me matará...
— No puedo hablar sobre ello —asegura, bajando el tono de voz—. Me limito a trabajar, no a hacer daño.
Agarra una mesilla metálica, con ruedas, que arrastra hacia mí. Encima de ésta hay una bandeja con varios artilugios dorados, de brillo mate, de los cuales reconozco unos pocos como pinzas, jeringas y un bisturí. Me estremezco cuando se me hace imposible crear una barrera cutánea ante cualquier corte en la piel. Ese chisme debe de estar activado de nuevo.
— Creo que sí va a hacerme daño —digo con la voz temblorosa, esperando que fingiendo temor su piedad despertaría.
— Es necesario —articula con escasa convicción.
— Le propongo una alternativa menos violenta—me adelanto—. Hagamos turnos de preguntas, respondiendo con sinceridad. Es justo.
Toma asiento frente a mí, bajo, puesto que la camilla donde estoy se encuentra a varios centímetros del suelo más alta que su taburete. Carraspea y responde.
— ¿Cómo sé que puedo fiarme de ti?
— Bueno... —realizo un gesto que hace referencia al gusano espacial que cubre mi columna—, además, puede llamar a los guardias. No es precisamente el lugar más seguro para mí. Y ya que he respondido, es mi turno.
— Adelante —se resigna.
— ¿Qué es esto? —descubro mis hombros, dejando ver la parte superior del dispositivo que adorna el centro de mi espalda.
— Es un inhibidor.
— Obviamente. Por lo tanto, esa no es una respuesta —alego. Dommy resopla, cruzándose de brazos.
— Se trata de un exoesqueleto adaptativo contra defensas, diseñado para ti. Por así decirlo, engaña a tus poderes, los utiliza en tu contra de tal modo que los neutraliza. No intentes luchar contra él, es imposible —advierte.
— Eso está mejor —digo satisfecha—. Dispara.
— ¿Cómo lo haces, quiero decir, es automático?
— Suele ser automático, al principio lo era. No obstante, he aprendido a controlarlo conscientemente.
— Interesante... Enormemente interesante —repite, concentrado en tomar apuntes de mi última contestación—. Parece el sistema inmune perfecto, podría salvar millones de vidas...
— Me toca —sonrio—. ¿Cuál es esa parte de su trabajo que no ha contado antes y exige O'Sullivan para mañana? Porque intuyo que se trata de lo mismo.
— A eso ya no puedo contestar —ladea la cabeza, limpia sus lentes con la corbata—. Haz otra pregunta.
— Soy la perdedora... Responda a eso y prometo que le contaré cuanto necesite, sin turnos ni trampas —pido contundente, estudiando la expresión en su rostro. Sus facciones revelan que le supera el ansia de conocimiento.
— De acuerdo —toma aire, yergue su espalda y se dispone a contestar—. En resumen, he de descifrar tu ADN, que es lo que compatibiliza los genes mejorados con los naturales humanos. En definitiva, posibilitar su producción —concluye.
Su explicación me crea aún más interrogantes. Fionna estaba en medio, eso es evidente, pero como presidenta de la UGG sus planes debían relacionarse con la destrucción del material genético provectus. Relacionarlo todo me conduce a pensar que soy tanto una llave como una bala. Albergaba la clave para sus propósitos y sería utilizada como un arma, y nada podía enfadarme más que ser utilizada contra los míos. Si tan solo supiera cómo quitarme el maldito inhibidor, tendría una oportunidad.
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Ante tal panorama, cumplir mi palabra era lo más acertado. De esa forma, Dommy y yo pasamos las horas conversando y experimentando, es decir, yo hablaba y mostraba todo lo básico que sé hacer mientras él tomaba apuntes y muestras. Tonta no soy, he de guardarme algún que otro truco en la manga. Y bien sé que él había hecho igual no diciendo todo en su última respuesta.
— Es casi la hora, ¿te apetece algo para desayunar?
— Lo mismo que vayas a tomar, Dommy —acepté.
Toda una noche junto a alguien, aunque se trate de un científico en el bando del enemigo, une bastante. A decir verdad, he llegado a confirmar que se trata de un buen hombre. Su gran fascinación por la genética no es más que una muestra de amor por las personas. En todo momento ha indicado preocupación por mi bienestar, tratándome como a una humana cualquiera, dentro de las circunstancias. También extrapolaba la posibilidades que tendrían mis habilidades, y las de otros caídos que estudió previamente, en pro de la salud de las personas. En un universo alternativo, le tendría cariño.
— Tazón de avena con leche y café sólo —avisa.
— Suena exquisito.
Peores cosas habían entrado por mi boca, de lo malo malo eso era comida. Inquietantemente, ha terminado por gustarme de verdad, el resultado pringoso de esta mezcla es una pasada pero es aún mejor añadiendo también el café. Tan anonadado como gratamente asombrado, Dommy imita mi acción y en breve hemos saciado el hambre.
— Cuarenta años con el mismo desayuno y no se me había ocurrido.
— ¿Has visto? —chasqueo los dedos, triunfante.
— Hora de prepararte, Mónica —cambia el tono y ajusta su corbata.
— ¿Por qué haces esto? —inquiero, me consta que no quiere hacerlo y también sé, por experiencia, que no hay peor sentimiento que traicionar tus ideales y principios—. Podrías estar ahí fuera ayudando a los que más lo necesitan...
— Ojalá fuera todo tan fácil.
— Debería serlo —nos apenamos los dos, tan solo unos segundos pues la puerta se abre dejando que se asome una cara conocida.
— La presidenta os espera —comunica la soldado Owens.
— Dame dos minutos —pide con énfasis imperativo—. Y, Olivia, cierra la puerta, por favor.
Obedece excepto en la parte implícita de quedarse fuera. No nos quitamos los ojos de encima mientras el doctor me ata a la silla de ruedas habilitada para mí, sin dejar una sola extremidad libre. Al hacerlo, aprovecha la cercanía en uno de los momentos para susurrar una palabra a mi oído. Al separarse, su barba y mi cabello tienen un efecto velcro que le lleva a utilizar la mano de tal forma que Owens lo malinterpreta. Así es como termino inmovilizada y con un arma apuntandome a la cabeza.
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