CAPÍTULO VEINTICUATRO
EVAN
—¿A cuántas personas has matado? —pregunta Liz nerviosa a mi lado.
—No lo sé —respondo cortante. Asiente y su respiración se acelera, es claro que le he provocado miedo.
—¿Y no sientes nada? —pregunta sorprendida.
—¡A eso vas a la academia, a aprender a controlar tus emociones y no permitir que los de la presa influyan en ti, además no pensaba dejar que lastimara a más gente! —le suelto exaltado.
—¿De quiénes eran esos cuerpos? —por la forma en que me lo pregunta sé que ya sabe la respuesta y mi silencio se lo confirma. Asiente lentamente mientras sus ojos se cristalizan. Saco los objetos personales que recolectamos y antes de que toquen sus manos las lágrimas surcan su rostro.
—Lo siento —es lo único que soy capaz de decir.
Cuando calculo que estamos a unos cuarenta kilómetros del grupo, abro mi micrófono para hablar con Richard.
—¡Richard, ¿Me escuchas?!
—¡¿Qué pasa?! —sabe que algo está mal, de lo contrario no me estaría comunicando, ya estaría fuera de alcance y sería Jacobo quien estaría regresando.
—Hay un problema, no podemos ir hacia ese lugar, hubo un incidente...
—¡¿Todos está bien?! —pregunta alarmado.
—Nosotros sí.
—¿A qué te refieres con <<nosotros>>?
—Estamos a poco tiempo de llegar, llevamos una patrulla. No disparen.
—¡¿Qué carajos pasó?! —exige saber Richard.
—En seguida llegamos —con eso tajo el asunto.
No hay respuesta, así que lo tomo como un <<entendido>>. No quiero hablar por radio, está claro que nuestra información se está filtrando, no quiero ser desprevenido. Pasados diez minutos vislumbro al grupo caminando a nuestro encuentro. Estaciono la camioneta y Jacobo se queda justo atrás. Le pido a Liz los objetos de los difuntos y bajo de la camioneta. Nadie me sigue.
—¡Explícame!
—A seiscientos metros de la periferia de la ciudad se encontraba el camión que mandaste. Por el estado de los cuerpos puedo asegurar que fueron asesinados el mismo día en que partieron —le entrego los objetos personales —. Había un francotirador esperándonos. El resto del pelotón ya estaban muertos, pero fueron ellos los responsables de la masacre.
—¿Y el francotirador?
—Muerto.
—¿Estás seguro?
—Yo mismo me encargué —asiente. En la parte trasera del grupo un sujeto de algunos treinta años es el primero en gritar.
—¡Todo esto es su culpa! —dice mientras me señala —. ¡De no ser por él todavía estaríamos en la caverna con nuestras familias¡ —no digo nada, en parte porque es cierto, pero yo no soy responsable de todo esto. Yo también he perdido y para ser claro, lo he perdido todo. El odio recorre el grupo.
—¡En ese camión iba mi hermana, maldito! —grita un hombre desquiciado por el dolor. Toma su arma y me apunta al pecho. Escucho como baja alguien de la patrulla y por el ruido de sus pasos, sé que se trata de Jacobo que apunta con su arma al sujeto.
—¡Baja el arma Joe, no cometas una tontería. Él no es el culpable, él ha perdido tanto como tú. El verdadero culpable está en esa ciudad burlándose de nosotros! —dice Richard con precaución. Miro al hombre fijamente a los ojos y no aparto la vista, por un momento una idea atraviesa mi cabeza <<dispara por favor>>, pero el hombre cae de rodilla y el arma cae al suelo. El aire sale de mis pulmones y me siento más ligero y raramente decepcionado. Jacobo suspira y escucho como baja el arma. Las chicas bajan de las camionetas y se unen a nosotros. Liz e Isabel tienen los ojos rojos e hinchados por las lágrimas, mientras que Sarah y Emmanuel mantienen su distancia conmigo <<buena elección>>.
—Es tarde, no podemos seguir avanzando o la oscuridad no nos dejará instalarnos —opina Alan.
—Sí, tienes razón —acepta Richard mientras se masajea el puente de la nariz —. ¡Instalémonos!
La carretera por la que hemos viajado es de cuatro carriles con vegetación a los lados, así que colocamos una camioneta de manera horizontal en frente y la otra atrás instalando el campamento en medio. Solo armamos lo básico, no queremos batallar por la mañana para subir todo.
—¡Evan! ¡Richard! —grita Jacobo que viene corriendo, llamando la atención del resto del grupo —. ¡Tienen que oír esto! —dice al tiempo que me tiende una radio.
—¡Capitán Murillo ¿me copia? Solicito avances, ¿dio con el blanco?! — es la voz de la coronel, ahora ya General Johnson.
—¡Sabrá que algo pasó cuando nadie le responda, debemos movernos! —nos apremia Jacobo.
—Estamos a cinco kilómetros de la ruta que ellos tomaron, no nos verán, pero si por alguna razón, enviaran a alguien para revisar la zona, estaremos al pendientes y listos —le asegura Richard. Jacobo suelta un bufido de exasperación y lo comprendo, estamos en la boca del lobo, si nos encuentran estamos perdidos.
Para las 20:00 horas ya estamos instalados y optamos por no encender una fogata como precaución, de cualquier forma hay luna llena y su luz deja ver perfectamente nuestro alrededor. Después de la cena decido tomarme un respiro, por lo que me levanto y me dirijo al capo de la camioneta. El cielo estrellado es hermoso, me permito contemplarlo por unos minutos, hasta que el ruido de pisadas acercándose rompe mi momento de paz. Me incorporo para encontrarme con Liz, otra vez. Su presencia comienza a molestarme, no quiero lastimarla, es una gran persona, pero no sé cómo hacerle entender que no me interesa. Bajo del capo y ella se recarga en la camioneta a mi lado.
—¿Estás bien? —le pregunto con cautela al ver su semblante triste.
—Toda la gente con la que crecí está muerta.
<<Más estúpido no puedo ser, ¿cierto?>>
—Lo siento mucho.
—Tranquilo, yo sé que no es tu culpa —guardo silencio porque no estoy tan seguro de eso. A pesar de que no siento el peso de esas muertes en mis hombros soy consciente de que si yo no hubiera llegado a la caverna, ellos no tendrían que haberse ido y quizás, no estarían muertos —. Evan, lamento lo de la otra noche. Es solo que mis sentimientos por ti... —me incorporo y me pongo frente a Liz.
—Eres una hermosa mujer —le aseguro cortando su explicación —. Pero, no soy bueno para ti Liz, tú aun eres dulce e inocente. Yo, no soy una buena persona, mi alma se encuentra corrompida por el odio y dolor, no quiero contagiarte.
—Evan, yo sé que no eres malo.
—¿Acaso no recuerdas lo que pasó hace rato? Vi el miedo en tus ojos Liz. Pero este soy yo, llevo sangre en mis manos de muchas personas y te aseguro que ese hombre no será el último. Esta es mi vida, para eso fui entrenado, es lo que soy. Somos de mundos muy distintos.
—Eso no importa, sé que...
—Liz, escúchame —suspiro —. No soy lo que necesitas —Liz se acerca a mí en busca de mis labios, pero la detengo a centímetros de ellos; sus ojos se humedecen. Entonces escucho que dicen mi nombre, pero no es eso lo que hace que sienta un nudo en el estómago, sino que podría jurar que es Lexa quien lo ha pronunciado. <<Me estoy volviendo loco>> Escucho pasos a mis espaldas y me volteo rápidamente con mi arma en alto justo cuando vuelvo a escuchar mi nombre. Mi respiración se para y comienzo a sentir que me ahogo. El agarre de mi arma se afloja. ¿Realmente he perdido la cabeza? Liz sale detrás de mí intrigada por la situación. Rápidamente el grupo comienza a acercarse con las armas en alto.
Lleva el cabello suelto y enredado. Sus ojeras son muy pronunciadas. Viste un pantalón y chaqueta táctica algunas tallas más grandes que las suyas. Solo lleva un cuchillo en su mano y su vista va de mí a Liz. En sus ojos hay confusión y dolor. Yo sigo en shock y lo primero que me ordeno hacer es acercarme y asegurarme que no estoy alucinando, pero en cuanto doy un paso hacia el frente, mis rodillas ceden ocasionando que caiga. Coloco mis manos a lado de mi cabeza y me ordeno volver a la realidad.
—Evan —escucho que dice la voz de Lexa en un gemido lastimero. Es Alán quien hace que todo se vuelva real.
—¡LEXA! —grita tan fuerte como su voz quebrada por las lágrimas le permite. Corre hacia su hermana y la estrecha entre sus brazos con tanta fuerza que podría jurar que piensa que en cualquier momento se desvanecerá.
—¡Eres tú, de verdad eres tú. Pensamos que habías muerto! —dice atragantándose por los sollozos.
Comienzo a atragantarme con mi propia respiración cuando unas manos toman mi rostro y me obligan a mirar el rostro de Jacobo. Atrás de él hay una silueta desconocida, un joven de piel clara y cabello oscuro lleva un arma compacta que le retira Rogelio.
—¡EVAN! —grita buscando que sus palabras penetre en mi cabeza.
—¡Me estoy volviendo loco! ¡Ahora he comenzado a verla Jacobo! Yo...Yo —comienzo a ahogarme por los sollozos.
—¡Evan, ella está viva! —dice Jacobo sonriendo mientras sus ojos se humedecen. Esa única frase hace que comience a marearme.
Soy incapaz de moverme, pero mis ojos la buscan desesperadamente porque aún temo que se trate de un sueño. Pero no, no es un sueño, ella me observa con lágrimas en su rostro dos metros más allá.
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