
CAPÍTULO TRES
EVAN
Según Sarah, la mejor manera de conservar la carne es haciéndola tiras y secarla al sol, por lo que decidimos colgar al animal unas horas y después comenzaremos a filetear.
Voy a la camioneta y busco una cuerda. En silencio, amarramos las patas traseras del animal y escogemos el árbol más cercano. Necesito de dos intentos para lograr cruzar la cuerda por encima de la rama a unos tres metros de altura y sin romper la dulce melodía del mutismo, subimos al animal hasta el tope y amarramos el otro extremo de la cuerda a un árbol cercano.
—Bueno, ahora a esperar —anuncio tomando mi arma y preparándome para vigilar.
—Evan... —susurra Sarah a mis espaldas y sé lo que dirá —. Debo pedirte una disculpa —estoy a punto de preguntar ¿por qué?, pero yo sé muy bien a qué se refiere, así que me quedo callado. Debo admitir que estoy algo molesto con todos ellos. Con Sarah por sedarme y con Emmanuel y Jacobo por retenerme, tanto que ayer luche contra ellos y los lastimé. Pero también soy consciente de que mis intentos por rescatarla habrían sido inútiles. Perdí el control, no fui objetivo, caí en su juego —. Debes saber que yo no quería sedarte, yo no quería dejarle — y es ahí cuando su voz se quiebra y los sollozos comienzan —. Siento lo de tu papá, que tu mamá esté allá y lo... lo de Lexa. Es solo que no supe qué hacer, tú... tú estabas tan mal, y comenzaron a rodearnos, amenazaban con matarla y no parabas de golpear a Emmanuel y Jacobo... —se detiene a punto de un ataque, pero me abstengo de voltear. Mis manos comienzan a temblar gracias a la impotencia que el recuerdo genera.
—¿Cómo sabes que aún no está muerta? —pregunto con la esperanza de que me dé paz su respuesta. Sarah se recupera cuanto puede y se coloca enfrente de mí.
—¿De verdad crees que serán tan piadosos? Quieren sus genes, tejido, todo, cada célula que conforma su cuerpo y la información. ¡No la mataran! O al menos aún no —quiero contradecirla, pero no puedo, Sarah se dobla en dos y comienza a llorar. Eso es suficiente para que el coraje sea sustituido por un terror que busca invadir cada centímetro de mi cuerpo, que busca destruirme. Atraigo a Sarah hacia mí y le susurro.
—Has dicho algo clave —le animo aferrándome a la mínima esperanza que me queda, lo que hace que ella levante su rostro demacrado y me observe con atención —. No la matarán aún —pronunciar eso en voz alta hace que todo se vuelva más real y mi estómago lo sabe —. Es decir, que aún tenemos tiempo para sacarla de ahí y también a mi madre.
—Jacobo dijo lo mismo —solloza. Saber eso me reconforta un poco.
—Bueno, en ese caso deberías de tener un poquito de optimismo —le digo mientras el nudo en mi garganta se va aligerando.
Una hora más tarde llegan Emmanuel y Jacobo con un galón de agua, dos cazuelas algo deterioradas, una bolsa de tela y leña.
—Hay un arroyo a un kilómetro de aquí —explica Emmanuel ante nuestras miradas confundidas —. Pero no llevábamos nada en que recolectarla, así que fuimos a la ciudad y logramos encontrar estas cazuelas—las cuales deja caer a sus pies —. Y también durante el camino de regreso encontramos esto —dice levantando el bolso —. Y un árbol seco del que pudimos tomar estas ramas.
Sarah corta un pedazo de carne para trocearlo en pequeños cubos que vierte en una de las cazuelas. Jacobo se dedica a encender la fogata y Emmanuel lava lo que parecen ser papas demasiado pequeñas. Yo monto guardia.
—¡Ya encendió! —anuncia Jacobo mientras coloca alrededor de la fogata tres piedras de la misma altura lo más juntas posible entre sí. Sarah agrega agua a la cazuela con carne y la acomoda entre las rocas que colocó previamente Jacobo, dejando que la llama le dé directo en el centro. En cuanto la carne termina de cocerse, Emmanuel hace lo mismo con sus vegetales.
—Es lo mejor que se puede hacer en estas condiciones —anuncia Sarah a modo de disculpa mientras coloca ambas cazuelas a un lado de la fogata.
No contamos con platos, ni cubiertos, pero en este momento, eso da igual. Aunque es curioso que eso sea lo que cruza mi mente cuando mi estómago ruge sin parar ante el olor a comida. Emmanuel reparte todo en cuatro porciones y cada una abarca la mitad de cada cazuela. Una cazuela contiene la comida de Emmanuel y Sarah y otra la de Jacobo y la mía. Nadie dice nada, solo comemos lo más despacio posible que se puede cuando se tiene hambre. Al inicio la comida me sabe bien para lo poco con lo que contamos, pero conforme mi estómago se va llenando, se vuelve más insulsa. Sin embargo me la termino y agradezco.
Una vez todos hemos terminado, me ofrezco para montar guardia y Emmanuel me hace compañía, para que Jacobo y Sarah descansen un rato.
El resto de la tarde Emmanuel y yo nos turnamos para filetear la carne y vigilar. Una vez que toda la carne se convierte en tiras, mi compañero de vigilancia extrae un pedazo de alambre de una de las mochilas y con él atraviesa la parte superior de cada filete, los acomoda con un pequeño espacio entre cada uno y sujeta cada extremos del alambre a un árbol, por lo que al final tenemos alrededor de veinte metros de carne tendida.
Los minutos se arrastran y después de lo que parece una hora, carraspeo y atraigo la atención de Emmanuel. Tiene un hematoma en el pómulo derecho, un corte sobre la ceja izquierda y otro en el labio superior, eso sin contar los que debe tener bajo la ropa, todos de mi autoría. Trago saliva y me concentro en lo que estoy por decir.
—Todo está tranquilo, no hay razón para que te quedes. ¡Ve a descansar! —me es complicado hablar con gentileza, estoy acostumbrado a ordenar, a ser un líder, así que no estoy seguro si lo que acabo de decir se escuchó como una sugerencia, orden, rechazo o que estoy pidiendo un favor.
—Negativo, señor —bueno, ahí está mi respuesta. Se escuchó como una orden, sin embargo, me sonríe y vuelve a hablar —. Pido permiso para hablar, señor —me solicita sonriendo desde su lugar y no puedo evitar regresarle la sonrisa.
—Adelante, soldado.
—Se ha equivocado, señor. Sí hay algo por hacer. Aún no se le ha informado sobre nuestro almacén, señor —maldición, eso es cierto, no pregunte, ni siquiera me acordé de checar nuestro equipo. Enserio me encuentro muy distraído y eso hace que la sonrisa de mi rostro se vuelva una línea recta.
—Infórmeme, soldado —digo esta vez de una manera más seria.
—Ayer por la noche me puse a desempacar todas las mochilas menos las personales —me informa de una manera menos rígida —. Y sumando lo que ustedes extrajeron de la casa de Jacobo y lo que nosotros conseguimos en la academia, obtuve los siguientes resultados —saca un pedazo de hoja y comienza a informarme —. Víveres: doce manzanas, diez naranjas, cinco litros de agua, una bolsa de frijol, una de lentejas, una de chicharos, una de garbanzos y una de arroz, eso sumado con la carne seca de hoy debería de darnos para algunos días.
—¡Espera! —lo interrumpo, porque quiero saber de dónde sacaron eso, pero parece que la pregunta está muy clara en mi rostros, por lo que no me permite siquiera hacerla, solo la responde.
—Fue idea de las chicas, ellas sabían que ustedes estarían concentrados en las armas, así que optamos por buscar un botiquín y alimentos además de productos de higiene personal. En casa de Lexa encontramos mucha comida pero no teníamos en que traerla sin levantar sospechas, así que decidimos que en la mochila de Lexa -que llevaría Sarah- amaríamos un botiquín. Sarah y yo buscaríamos víveres en la academia cuando fuéramos por las armas y así lo hicimos. Esto fue lo que pudimos encontrar, el resto se encontraba empaquetado o en putrefacción —termina su explicación y agradezco que así sea porque lo único que pregunté fue de donde lo sacaron. Asiento y el reanuda la exposición de su informe —. Botiquín: veinte pastillas de paracetamol, un frasco de morfina, uno de penicilina, uno de ceftriaxona, una de sedante, veinte jeringas, cinco vendas chichas, siete vendas medianas y cuatro grandes; veinticinco gasas, un frasco de solución dérmico, hilo y agujas para suturar, alcohol, algodón, unas pinzas y cinta blanca. Por último en armas tenemos doce fusiles de asalto, nueve armas compactas, cuatro francotiradores, diez cuchillos, siete cascos, ocho chalecos antibalas, once granadas y cinco granadas de fragmentación; dos ametralladoras y dos binoculares, unos con visión nocturna, además de algunas cobijas y sacos para dormir. Ese es todo nuestro almacén. Bueno y los dos galones de gasolina para esa hermosa bestia —dice señalando la camioneta.
Asiento en forma de agradecimiento y Emmanuel se levanta, va a la camioneta y por un momento pienso que se retira para descansar, pero regresa enseguida con una mochila en su mano derecha y me la entrega.
—Es de Lexa, ahí va el botiquín y algunas de sus cosas.
Extiendo la mano y la tomo. Ver su mochila me hace sentir un dolor en el estómago que se extiende por mi cuello hasta mi mandíbula.
—Gracias —coloco la mochila entre mis piernas y en cuanto el dolor es bastante tolerable como para articular mejor las palabras, lo invito nuevamente a que se retire para descansar, pues necesito un momento a solas y sé que lo nota, porque esta vez no se opone. Se levanta y me ofrece su ayuda si la llego a necesitar y finalmente entra en la camioneta.
Avivo el fuego y me siento en un tronco grueso de frente a la fogata y de espaldas a la camioneta. A la derecha se encuentra la ciudad y a la izquierda un pastizal tragado por la oscuridad llena de estrellas.
Mi corazón se encuentra al borde del colapso. Me pregunto qué estará pasando en estos instantes con mi madre, si sabe que mi padre nos fue arrebatado también. Ella no merecía todo esto. Por un segundo la rabia me invade y deseo con toda mi alma ver a las responsables y ser yo quien las mate, pero pronto es miedo lo que se instala en mi pecho. <<Por favor, no lastimen a mi madre >> Las lágrimas invadidas de terror e impotencia brotan sin control. Muerdo la manga de mi chaqueta con el fin de minimizar el ruido que mis sollozos provocan. <<Lo siento papá, lo siento Gerardo>> es lo único que repito rogando que logren escucharme.
Respiro hondo y me ordeno controlarme, no es el lugar ni el momento para perder otra vez la cabeza. Pasada una hora abro la mochila de Lexa y el olor a antiséptico que despide el botiquín llena el aire a mí alrededor. No pretendo ver sus cosas o invadir su privacidad, solo quiero sentirme cerca de ella, <<la necesito>> y deseo recordarla, pero no con su vestido rasgado y con su pierna herida, quiero que sean los recuerdos de antes de ese fatídico día en que todo se fue a la mierda los que me inunden.
Coloco el botiquín en la bolsa delantera de la mochila y me encuentro con un cuaderno de pastas gastadas color negro. Lo abro y en la primera hoja encuentro un dibujo a lápiz de un perro con manchas en el lomo que se encuentra acostado entre el césped; es un dibujo asombroso, cada detalle realizado con sumo cuidado y perfección. El cuaderno está casi lleno de retratos y paisajes, todos a lápiz. Hay tres en especial que llaman mi atención, el primero es el de una mujer y un hombre de mediana edad tomados de la mano observándose mutuamente, la mujer en hermosa, se parece a Lexa, pero a diferencia de ella, esta mujer del dibujo tiene una mancha en su cuello. En la siguiente foto se aprecia a la misma mujer sonriendo, pero es una sonrisa natural, de esas que se muestran en un chiste o una sorpresa agradable. Y en la última imagen veo nuevamente a la misma mujer, al hombre que le tomaba la mano y a Alan. Todos se muestran caminando juntos pero lo que me llamó la atención es una mancha en el fondo, que después de acercarme a la luz de la fogata pude descifrarla como una silueta sentada en el suelo, pero su rostro no se distingue, lo que me hace preguntarme si es Lexa, si estos dibujos son de ella y así se sintió, sola, abandonada.
Cierro el libro y lo guardo en su lugar, donde un débil brillo me hace meter la mano nuevamente a la mochila para encontrarme con su cadena, la cadena que llevaba puesta el día que cubrió mi espalda sin conocerme. Respiro hondo y le ordeno a mi cerebro y cuerpo controlarse. Pero los pensamientos me asaltan y comienzan a reproducirse en mi cabeza: Lexa, la abandoné, la dejé sola cuando más me necesitaba, cuando le prometí que no volvería a estar sola otra vez. Eso me hace pensar que pronto veré a Alan y tendré que decirle lo que pasó; eso hace que mi respiración se vuelva más pesada, me pidió que no la dejara con esa mujer y fue justo lo que hice, yo la abandoné, yo le prometí que nada le pasaría y le fallé.
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