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CAPÍTULO TREINTA

LEXA

Me siento como una estúpida, está claro que es así como todos me ven en estos momentos. No me informé, solo actué dejándome llevar por el pánico, por el temor tal cual dijo Richard. Me he vuelto una cobarde. Acabo de llegar a esté grupo y yo misma me he cerrado las puertas, ahora estoy en el asiento del copiloto de la camioneta, sola.

Sarah me ha dicho que debo tranquilizarme, que todo está bien y que no permitirán que me lastimen. Agradezco su intento de ayudar, no obstante por dentro ardía de ganas por gritarle que se callará, que no tenía miedo, porque no lo tengo o al menos trato de convencerme de eso.

Veo una silueta que vine hacia mí, y rápidamente la reconozco, es David.

—Está helando —me informa al tiempo que abre la puerta del conductor y se sienta frente al volante —. ¿Quieres hablar? —pregunta cauteloso.

—¿Puedo ser una cobarde contigo por dos minutos?

—Uno, dos, tres... —Eso me hace reír y que mis ojos se humedezcan, pero me controlo.

—Tengo miedo, estoy aterrada de solo pensar que puedo perder todo lo que me queda.

—¿Hablas de tu hermano y Evan?

Asiento.

—Liz es una chica dulce y pura, yo en cambio no soy dulce y ni de lejos soy una buena persona. Eso sin contar que quedarnos aquí es retar a la muerte, no quiero que les pase algo —murmuro sin poder controlar las lágrimas —. Me he vuelto una cobarde. Me estoy desboronando y no quiero.

—Cuando te saqué de aquella celda no podías mantener los ojos abiertos ni por cinco minutos seguidos, sin embargo lo intentabas y lo lograste. No podías caminar, más te arrastrabas para poder avanzar, porque necesitabas encontrarlos. Le exigiste a tu cuerpo y mente más de lo que podían brindarte en aquellos momentos y condiciones, y ¿sabes lo que lograste? —lo miro fijamente mientras me toma por la barbilla —. Te fortaleciste. Linda, esa niña Liz es una bonita chica, pero tú eres espectacular y ahora estás aquí llorando por algo sin sentido porque a) Hasta un ciego puede ver que Evan te ama a ti y b) Tú no te desmoronas, eres titanio, solo estás liberando presión, eso es indispensable para cualquier humano. Lexa, no dudes de ti, eres no solo hermosa, sino inteligente, tú dominas tu escenario.

Me da un beso en la frente y me atrae hacia él.

—¿Crees que somos los buenos? —inquiero. David se queda pensando un momento, ordenando sus ideas para responder.

—Creo que no existen los buenos ya. Todos estamos contaminados por el dolor y eso nos ha hecho malos, no obstante la diferencia radica en qué tanto se esfuerza el malo por hacer lo más cercano a lo bueno. Y entonces sí, si somos los más cercanos a lo bueno.

Medito sus palabras y nos quedamos en silencio durante un tiempo que no sé distinguir como magnitud, al menos hasta que vemos cómo Evan sale de la casa y se dirige a la camioneta, momento en que David se despide y baja de la camioneta donde lo saluda con un movimiento de cabeza y se va.

Evan sube a la camioneta y cierra la puerta, pero deja que el silencio nos envuelva antes de hablar.

—Lexa, no puedo ir a ningún lado...

—Evan yo... —comienzo a interrumpirlo, sin embargo alza su mano derecha para que me calle.

—Déjame hablar primero y después yo escucharé lo que tengas que decir —asiento y él continúa —. Te amo intensamente, como jamás he amado a nadie, y me volví loco cuando creí que te había perdido, sin embargo —sigue diciendo con la voz ronca por las lágrimas que piden a gritos que las libere, en cambio aprieta los puños tanto como puede —. No puedo ir contigo. Mi hermano y mis padres dieron la vida por esto, no puedo darles la espalda, merecen que vengue su muerte y eso hare. No te pediré que te quedes conmigo, acepto tu decisión y... —su pecho comienza a subir muy rápido en un intento de poder terminar la frase —. Y por ello te dejo ir, porque te amo, porque quiero que seas feliz.

Mi corazón se rompe en mil pedazos al tiempo que lagrimas surcan su rostro, rápidamente se lleva las manos para eliminarlas. Hace diez minutos que decidí no irme y él está aquí aceptando mi partida.

—No iré a ningún lado, Evan —aclaro, y esa pequeña frase hace que me mire con atención —. Me quedaré aquí a pelear, contigo.

—Lexa si...

—Calla —hago lo posible por acercarme, pero mi pierna reclama. Evan se acerca a mí, toma mi rostro entre sus manos y me observa —. Lo siento, sé que hoy he sido una verdadera estúpida y lo lamento, es solo que no soporté la idea de pensar por un momento que algo podía ocurrirte y para colmo por culpa de esa niña que te coquetea en cada oportunidad que tiene...

—Tranquila —me dice sonriendo —. No pasó nada y esa niña no significa nada para mí. Tú en cambio eres mí todo, eres lo que me mantiene cuerdo en este océano de locos. Y estoy feliz de que no te vayas. Te prometo que cuando todo termine, nos iremos lejos de aquí, donde solo estemos nosotros sin fronteras.

—Eso me agrada, pero mientras estamos aquí, hazle saber a Liz que por su bien, no me provoque, porque para la siguiente yo soy la que la meterá en cintura.

—Creo que eso ya le ha quedado claro —afirma sonriendo.

Sus labios son cálidos en comparación con los míos, eso hace que un escalofrió me recorra el cuerpo.

—Será mejor que entremos, tienes que cenar y descansar.

—¿Crees que me acepten? No encajo con ellos...

—Cariño, quien dijo que tenías que encajar, tú estás en este mundo para destacar y ¡vaya que lo haces! —me dice riendo.

Sonrió y mi pecho recupera su calor. Evan baja de la camioneta y rodea por la parte de enfrente para abrir mi puerta. Coloca un brazo bajo mis rodillas y otro en mi cintura, yo rodeo su cuello. Una vez en el interior de la casa, me coloca en un escalón que da al pasillo de las habitaciones.

—Espera aquí, te traeré de cenar —me comenta al tiempo que se levanta y va hacia la chimenea.

Observo que el equipo de Richard se turnan para cenar mientras otros montan guardia. No hay rastros de mi equipo en la sala, así que supongo que ya se encuentran acostados lo que me hace mirar mi reloj; si tan solo lo tuviera puesto. <<Nota: Buscar mi reloj en la mochila>> Por la oscuridad yo diría que son pasadas las 20:00 horas.

Evan regresa con arroz, garbanzos, algo de carne, aunque desconozco su procedencia y un vaso con agua.

Tengo hambre así que me como todo, es hasta que termino que hago la pregunta que ha estado chocando dentro de mi cabeza mientras paseaba uno de los huesos del pedazo de carne por mi boca.

—¿De qué era la carne?

Mi pregunta hace sonreír a Evan. ¡Carajo! Cómo fue posible que desperdiciáramos un día por algo que solucionamos en poco tiempo.

—De conejo, Emmanuel, Sarah y Rogelio encontraron una madriguera y consiguieron cazar cinco.

—¡Vaya! Está muy rico.

—Es el hambre —sentencia riéndose —. ¡Anda! Es hora de descansar —me apremia al tiempo que me ayuda a levantarme.

Subo las escaleras porque no quiero que él también se lastime cargándome. Es un pasillo angosto y largo con dos puertas a cada lado; Evan abre la que está al fondo a nuestra derecha y me hace ademán para que pase. Prende una linterna de mano y me doy cuenta de que la habitación tiene una cama con cobijas llenas de hongos por la humedad. Evan las arroja a una esquina y coloca sobre el colchón dos cobijas. De pronto chasquea los dedos a modo de recordatorio y me pide que espere ahí.

—¿Puedo pasar? —es mi hermano.

—Claro.

—¿Cómo estás?

—Bien —¿en qué momento nos volvimos tan distantes? —. ¿Cómo está tu clavícula?

—Richard dice que no es nada grave, pero no puedo hacer casi nada.

—Ya —un silencio corto y vuelvo a hablar —. Espero que te recuperes pronto —. ¡Carajo! Eso no es lo que diría una hermana.

—Gracias —me dice sonriendo —. Evan me ha dicho que no te irás.

—Así es.

—Bueno, me alegro. Lexa sé que no hemos tenido una buena relación en los últimos años, pero eres mi hermana y siempre me he preocupado por ti porque te quiero. Eres todo lo que me queda y no quiero perderte, espero y me permitas remendar mis errores...

—No hay nada que perdonar, Alan. Tú no tienes la culpa de nada, ambos sabemos quién es la verdadera culpable.

—Sí. En fin, solo quería que supieras que si necesitas hablar o algo, aquí estaré, bonita, al igual que cuando papá te castigó por salirte a pasear con nuestro perro por la noche.

Se ríe y yo también lo hago. Recuerdo ese día, yo soñaba con convertirme en una buena soldado y mi hermano me reto a ir por una cajita de metal a una casa abandonada a unas cuadras de la nuestra, era <<mi misión>> pero mi padre nos había ordenado que no saliéramos de casa ya, así que por la madrugada me levanté y el perro no dejó de seguirme, temía que si salía, se pusiera a llorar y despertará a mis padres, por ello lo llevé conmigo. Fui por la cajita y cuando regresé a casa tropecé con la mesa y desperté a mis padres, no pude mentirles. Me castigaron por tres días y mi hermano se colaba a mi cuarto por las noches y me decía que estaba ahí preparándome para mi siguiente misión.

—Descansa, mañana llegaremos a las montañas y te prometo que será mejor —mi hermano sale de la habitación y Evan entra enseguida.

—He traído el gel que te ayudará al dolor de tu pierna —me explica mientras cierra la puerta de la habitación y pone el seguro.

—¿Dónde está el resto del equipo?

—En la habitación de enfrente, quisieron darnos espacio para poder hablar en privado.

—Ya —está claro que no nos dejaron solos para hablar, esto fue idea de Sarah y Jacobo sin duda.

Evan desabrocha mi pantalón, lo desliza por mis piernas con sumo cuidado y los saca por mis pies. Mi pierna se encuentra hinchada y roja a la luz de la linterna. Evan aprieta el tubo y un gel transparente sale para colocarse en sus dedos que pronto entran en contacto con mi piel y me hacen sobresaltar por lo frio que está. Evan mueve sus dedos en círculos suaves y poco a poco siento como la piel bajo sus dedos toma una sensación de frio y adormecimiento.

El atractivo chico frente a mí, saca de mi mochila un short y me ayuda a ponérmelo, es mejor que el pantalón, pues su roce me lastimaba. Me ayuda a acomodarme en la cama, me cobija, apaga la linterna y escucho como deja sus armas al lado de la cama; se quita las botas y se acuesta a mi lado. Siento cómo se mantiene en su lado de la cama, quizás por nuestra reciente reconciliación o por temor a lastimare, así que soy yo quien se acerca a él y busca sus labios, ya hemos desperdiciado mucho tiempo. Mi aliento ha logrado alcanzar las temperaturas de sus labios a pesar del frío en el exterior. Con su mano izquierda acaricia mi espalda y con la derecha hace trazos en mi cintura, para después pasar a mis caderas, pero vuelve a concentrarse y se parta un poco de mí.

—Tu pierna —jadea al tiempo que siento como su cuerpo responde ante mi cercanía.

Es cierto, me duele la pierna, pero el dolor comienza a disminuir y como están las cosas, quizás mañana esté muerta, así que lo único a lo que puedo aferrarme es al ahorita. Busco sus labios nuevamente y sabe que he respondido su pregunta. Pronto las cobijas y ropa comienzan a ser un estorbo y puedo sentir su deseo a flor de piel. Un jadeo se escapa entre mis labios, provocando que él me imite. Pronto lo tengo encima de mí empujando contra mi cuerpo. Con una mano toma mis muñecas por encima de mi cabeza, mientras que con la otra recorre mi cuerpo, provocando que mis ansias de él aumenten. Su lengua recorre ágilmente mi mandíbula, cuello y poco a poco bajan por mi pecho para seguir su camino hacia el sur. Me dejo llevar entre sus caricias, jadeos, besos mientras nuestros cuerpos se unen como dos piezas de un rompecabezas, pero nuestras almas se fusionan y se convierten en una sola. <<Gracias Sarah>> Es lo último que pienso con coherencia antes de perderme por completo en el clímax. 

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