CAPÍTULO DIEZ
EVAN
—¡Evan, levántate! Tenemos diez minutos para hacer lo que necesites e ir a cubrir al equipo dos, ¡muévete! —Jacobo me despierta con la delicadeza de siempre. Me sorprende ver que los rayos de sol entran por cada fisura de la bodega. Me incorporo y me percato de que he dormido toda la noche lo que hace que me sienta avergonzado. Se quedan para ayudarme y yo me dedico a dormir. Me levanto y voy hacia mi equipo que se dispone a ir al baño para alistarse e ir a cubrir al grupo dos que se encuentra en los francotiradores.
Tomo una camisa limpia de mi mochila así como mi cepillo dental y pasta que las chicas pensaron en proporcionarnos, eso me hace reír. Jacobo, Sarah, Emmanuel y Liz se dirigen hacia el baño y yo los sigo en la retaguardia. En el baño cada quien toma su lugar. Me quito las armas y las dejo sobre el lavabo al igual que el chaleco y mi camisa sucia. El agua está más fría que ayer, pero sin pensar demasiado en eso, me lavo la cara y me humedezco el cabello. Cuando miro mi reflejo en el espejo me encuentro con los ojos de Liz puestos en mí. Está sentada a unos tres metros detrás. Cuando se percata de que la estoy viendo baja la mirada y se dedica a amarrar la cinta de su bota al tiempo que se sonroja. Me pongo mi camisa limpia y escucho que susurra.
—Lo siento.
—No te preocupes no pasa nada.
—¿Qué es la marca de tu hombro? —me pregunta mientras me pongo el chaleco.
—Es la marca que representa mi puntaje.
—Ya.
Liz se levanta y se coloca a mi lado en los lavabos. Se ha quitado el uniforme gris y lo sustituyó por un pantalón táctico azul marino y una playera de tirantes gris. Se inclina en un intento de ser atractiva y mostrar su escote. No me gusta sonar como un cretino pero he visto demasiados escotes, no le funcionará. No digo que no sea guapa, pero no tengo trece años ya.
—Deberías ponerte un chaleco, al menos de que quieras bailar con la muerte —le recomiendo de la manera más gentil, pero no puedo evitar reír, me parece que se está esforzando demasiado. Tomo mis armas y salgo del baño donde me encuentro con Sarah, y Jacobo que está aferrado a su cintura como si su vida dependiera de ello, eso me hace pensar en el temor que deben sentir el uno por el otro y eso me lleva a recordar a Sullivan. <<Sullivan>>
Jacobo y Sarah se percatan de mi presencia y se separan justo cuando Emmanuel y Liz salen del baño. Ya en la bodega, Richard nos dirige a la azotea y relevamos al equipo dos para que coman y descansen. El aire es fresco y el sol es cálido pero no sofocante. Desde aquí se puede ver parte de la ciudad, mientras que al frente se visualiza una gran extensión de matorral. Mi reloj marca las 9:30 de la mañana, se supone que en estos momentos mi madre y Lexa deben estar esperando el momento oportuno para salir de la ciudad, pero no ha habido comunicación con el infiltrado de Richard y eso agranda la preocupación en mi pecho.
Hay cinco francotiradores, Alán, Sarah, Emmanuel, Jacobo y yo tomamos uno. Liz vigila con los binoculares; Richard y Rogelio se encuentran abajo acomodando a los demás y por mi auricular escucho como intenta establecer comunicación en la ciudad.
—¿Qué creen que este pasando en la ciudad? —pregunta de pronto Emmanuel.
—¿A qué te refieres? —dice Jacobo.
—¿Creen que ya hayan reanudado el ingreso a la academia? O ¿Qué estén secuestrando a todos para su laboratorio? ¿nuestros compañeros estarán bien?
—No sabemos nada de eso Emmanuel, pero te puedo asegurar que haremos lo posible por ayudarlos —le aseguro y él asiente.
—¿Tú de qué fraccionamiento eras? —le pregunta Emmanuel a Liz.
—Yo no provengo de allá —eso llama la atención de todos, incluso la mía, a pesar de que su pregunta por mi marca me había dejado claro que no pertenecía a la ciudad, aunque hago lo mejor que puedo por disimularlo.
—Mi madre venía de las montañas, pero no sabía que estaba embarazada. Nací aquí, en la Caverna.
—¿Y tu madre? -cuestiona Sarah.
—Falleció junto con otras nueve personas. Yo tenía cinco años, no sé muy bien lo qué les pasó, pero según la poca información que nos dieron, ella y otro compañero trataban de salir de la ciudad, al parecer alguien los había ayudado, pero en la periferia los acribillaron —Jacobo intercambia una mirada conmigo y sé que piensa lo mismo que yo. Nuestro padre. Él los ayudó, o al menos su historia encaja perfecto con la que nos contó mi padre en el patio de nuestra casa hace ¿qué?, ¿tres días?, parece que han pasado meses. Mi padre, un hombre honesto, leal a sus principios, solidarios, y ¿cómo acabó?, asesinado por una lluvia de balas.
—Hay movimiento a un kilómetro y medio —nos informa Liz.
Tomo los binoculares de sus manos y observo. Hay tres camionetas que vienen hacia acá. Enciendo mi micrófono e intento contactar con Richard.
—¡Richard, hay movimiento a mil trescientos metros, tres camioneta, posiblemente entre dieciocho y veinticuatro personas!
—¡Enterado. El equipo dos va para allá, a ustedes los necesito aquí!
—¡Entendido! —les informo que nuestros relevos vienen para acá.
—¡Richard, hay problemas! —escucho que suena una voz en mi oído y puedo jurar que es del infiltrado en la ciudad. La mirada de Jacobo comprueba mis sospechas y mi respiración se acelera.
—¡¿Qué pasa?! —se apresura a responder Richard.
—¡Entré en casa de los Johnson, no había nada, la casa se encontraba vacía. Al parecer cambiaron de base, se trasladaron!
—¡¿Qué hay de la chica?!
—¡Ayer había demasiado movimiento, al parecer enviaron dos camionetas a tu encuentro y hoy otras tres, por lo que no pude hacer nada; además ayer la chica estaba demasiado débil, le han hecho estudio, tras estudio, dudo que tan siquiera logre caminar. Parece que tienen prisa por matarla!
—¡Necesito que la saques ya, me escuchaste. Hay tres camionetas a poca distancia aquí, intentaremos resistir y darte tiempo!
—¡Bien, dejaré el micrófono abierto para que estén al tanto. Me encuentro a tres pasillos de ella! —Jacobo me observa atentamente y mi cuerpo actúa de manera automática porque no soy consciente de lo que pasa hasta que me encuentro en el estacionamiento con las camionetas a cincuenta metros. Trato de concentrarme en lo que escucho que sucede en la ciudad y en lo que yo tengo por hacer aquí, pero los nervios y excitación que esto me provoca hacen que mi respiración sea acelerada y con ellos mi impotencia aumente. Entonces una gran explosión retumba en mi oído e instintivamente Jacobo y yo soltamos un gemido y nos llevamos la mano al auricular. Un pitido agudo amenaza con taladrarme la cabeza.
—¡Mario! ¡¿Qué ha pasado?! —escucho que grita Richard. Se escucha un gemido de dolor seguido de un ataque de toz
—¡Ha habido una explosión! —dice en un gemido.
—¡¿Dónde?! —pregunta Richard alarmado. Comienzo a sentir que me ahogo y me recargo en la pared. De la camioneta bajan dos hombres de negro con las manos en alto.
—¡En el cubículo de la chica y el contiguo! —comienzo a marearme.
—¡¿Estás seguro? ¿Ella estaba ahí?! —exige Richard. Todo lo que se escucha es un caos, personas corriendo, gritando, tosiendo, llorando... Yo no soy capaz de decir nada, siento que alguien me toma por los hombros y me trae a la realidad de nuevo, es Jacobo.
—¡Richard, es ella. Hay dos cuerpos y uno de ellos cumple con su descripción! —dice en un gemido —. Lo siento.
La realidad me golpea. Lexa. La hermosa chica de ojos ardientes. A la que le prometí no dejarla sola y que volvería con ella se encuentra muerta. Las lágrimas ruedan por mi rostro y solo deseo quedarme ahí, que me lleven y morir.
—¡ EVAN! —me grita Jacobo mientras me toma por los hombros y me gira hacia la puerta del estacionamiento, donde me encuentro con mi madre a cincuenta metros. Eso basta para hacer que me concentre en el presente, ya tendré tiempo de asimilar todo o moriré en el intento. Mi madre lleva la ropa que le vi puesta la última vez en el almuerzo, se ve bien salvo por sus ojos hinchado de tanto llorar. Verla así me destroza el alma y le quiero decir que lo siento, lamento mucho que esté ahí y todo por mi culpa, debí traerla conmigo, debí hacer algo. La mujer de corazón noble se encuentra frente a mí con el cañón de un arma en su cabeza.
—¡Cadete Evan! —grita el sujeto a lado de mi madre —. Hemos sido enviados por la General Johnson con el fin de llegar a un acuerdo. ¡Entréguese y liberaremos a su madre. Si se resiste, ella morirá aquí mismo al igual que ustedes! —mi corazón se divide entre el dolor y el odio. Doy un paso al frente y siento las manos de Jacobo que me aferran.
—¡No, no te dejaré!
—Aún puedo salvar a mi madre —digo mientras mi voz se quiebra. Por nuestros oídos escuchamos que el equipo uno informa que tiene a los sujetos en la mira, pero sería un suicido disparar, tan solo desde donde estoy cuento quince personas apuntando hacia nosotros y mi madre está en medio de ellas. Me coloco en la puerta con las manos en alto para que las vean, en ese momento mi madre rompe a llorar y niega con la cabeza. Doy un paso y ella comienza a hablar mucho más claro de lo que esperaba.
—Te amo cariño.
—Lo siento, de verdad lamento mucho esto —digo con voz quebrada y apenas entendible.
—¡Shhh! Prométeme que harás lo correcto —eso hace que me detenga en seco, parece una despedida. Así que sabe que una vez me entregue no volverá a verme, o es que, ¿acaso apoya el plan a base de mí y de Lexa? la respuesta llega rápido; en un abrir y cerrar de ojos mi madre corta la garganta del hombre que apunta a su cabeza, en ese momento tomo mi arma y corro hacia ella en el preciso momento que el caos se desata, mi madre tiembla y tres impactos en su torso hacen que su blusa blanca se convierte en carmesí.
—¡MAMÁ! —grito a todo pulmón, pero no importa qué tan rápido corra, llegaré tarde. Escucho gritos muy lejanos, gritan mi nombre, pero no me detengo. Un segundo más tarde Jacobo se encuentra a mi lado. Los francotiradores derriban la última fila y el equipo uno de la periferia acaba con las filas de los costados; Jacobo dispara sin dudar a las cabezas que tiene a su alcance y yo hago lo mismo. A tan solo cinco metros de mi madre, un hombre me taclea haciendo que mi fusil salga de mi alcance. Intento tomar mi arma compacta pero un golpe en mi mandíbula me desestabiliza. Rápidamente golpe su garganta y me pongo en pie. Sin pensarlo mucho aprovecho su falta de aliento y corro en su dirección para caer sobre él donde golpeo sin parar su rostro hasta que nuestras sangres se mezclan y es ahí donde con un ágil movimiento tomo mi cuchillo y rebano su garganta.
Tomo mi fusil y sigo disparando a cualquiera que apunte su arma a mí. Jacobo acaba con el último sujeto que se interpone entre nuestra madre y nosotros. Llegamos a su cuerpo y yo caigo de rodillas a su lado. Me inclino sobre ella y limpio sus lágrimas a medio camino, hasta que me doy cuenta que se han fusionado con las mías. La tomo entre mis brazos y la acuno en mi pecho. Su respiración es entrecortada y veo el miedo y dolor en su rostro, pero es inútil, las balas han atravesado su cuerpo a la altura del corazón. <<Lo siento, lamento causar tanto dolor>> Si yo hubiera sabido que lastimaría a tanta gente, me habría entregado desde un inicio. Sus ojos se van vaciando, al igual que hicieron los de Gerardo entre mis brazos también. Escucho que Jacobo grita y golpea la camioneta sin cesar. Su grito corta el aire y llena de dolor el viento. Ambos hemos perdido a nuestros padres, pero esta hermosa mujer que yace en mis brazos nos brindó cobijo a los tres sujetos que amo como sus hijos a pesar de las preocupaciones y del dolor de cabeza que le hacíamos pasar.
Mi madre ha muerto y estuve a treinta metros de salvarla, y yo que era el blanco de todos eso fusiles, estoy aquí, con vida.
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