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CAPÍTULO DIECISÉIS

EVAN

Tres minutos después entra una mujer de algunos veinticinco años, Isabel. En el campamento ya solo hay tres mujeres y las tres dormirán con nosotros.

—Hola, espero no interrumpir. Soy Isabel, se me ha asignado esta tienda para dormir —trae una mochila en su hombro derecho que deja caer en una esquina. Jacobo y yo nos ponemos de pie.

—¿Isabel? —pregunto y ella asiente —. Él es Jacobo y yo soy Evan.

—Un placer —dice al tiempo que nos estrecha la mano. Jacobo se agacha y le hace entrega de un saco para dormir.

—Te daremos espacio para que te instales —le ofrece.

—Gracias.

Salimos de la tienda y nos dirigimos a la fogata. Mi reloj marca las 20:30 así que el sol ya se ha ocultado y un hombre de abdomen voluminoso sirve la cena. Nos dirigimos hacia allá cuando Sarah se nos une junto con Liz, quien no me voltea a ver y eso solo hace crecer mi incomodidad. Estoy consciente de que me he equivocado y eso hace que me sienta realmente mal, jamás quise lastimarla y mucho menos después de todo el apoyo que me ha brindado, pero éste no es lugar para hablar de eso, así que me limito a quedarme callado hasta poder hablar con ella en privado. Para las 21:00 horas, Jacobo y yo nos levantamos y nos dirigimos hacia Alan y Richard.

—Les dije que nos viéramos aquí porque si lo hacíamos en una tienda levantaríamos sospechas, así que escuchen. Dudo mucho que nos den por muertos, no tardarán en seguir nuestras huellas, por ello necesitaba hablar con ustedes —suspira y continua hablando —. No podemos enfrentarlos, somos solo dieciocho, de los cuales seis, incluyendo a Alan y tú, Evan, se encuentran heridos, sería una idiotez, pero tampoco podemos arriesgarnos a seguir en las camionetas. Si son capaces de rastrearnos y seguirnos, podríamos poner en peligro a aquellos que todavía ni siquiera sabemos si nos recibirán. Desde que dejamos la Caverna la comunicación con Mario se cortó, nos encontramos fuera del radio de alcance, no tengo la menor idea de lo que harán.

—¿Dices que debemos seguir a pie? —cuestiono.

—Sería la mejor opción por esa parte, pero las temperaturas comienzan a descender y no me parece prudente. Además aun con camionetas tardaríamos algunos cinco días. No podemos hacer trayectos muy largos, haríamos paradas para la comida, asuntos personales y revisión de heridas, además de que no podemos manejar de noche, todo esto es zona desconocida y la mejor manera de guiarnos sería en el día.

—Bueno, por mí no hay problema, no tengo prisa por llegar —anuncia Jacobo y estoy de acuerdo con él.

—¿Cuál es realmente el plan, Richard? —me atrevo a preguntar ante su semblante tenso.

—Llegar a las montañas y esperar que quieran ayudarnos.

—¿Para qué exactamente? Ni siquiera sabemos si cuentan con armas — acoto.

—Bueno, tendremos que descubrirlo, no podemos dejar al resto de los jóvenes allá, ¿de qué sirve tanta información obtenida y tantas personas caídas si no haremos nada al respecto?

—Vamos a ciegas, entonces —concluye Jacobo.

—Bueno, acepto sugerencias —dice Richard frustrado. Nadie dice nada, pero es momento de hablar, así que opino.

—Mañana podemos alejarnos hasta dar con una carretera o pavimento, ahí será difícil rastrearnos y la mejor opción será llegar a alguna ciudad e instalarnos en alguna casa en buenas condiciones, la temperatura comienza a descender y pronto lloverá, además de que si nos quedamos a la intemperie nos veremos obligados a dejar los rastros de nuestra estancia ahí.

—Me parece buena idea —afirma Alan.

—Bueno, solo nos queda esperar que tengas razón y funcione. Ahora prepárense para dormir, mi equipo montará guardia hoy. Cúbranse bien, la temperatura va a descender un poco más, otra buena razón para buscar un techo bajo el cual dormir —Richard se levanta y nosotros lo imitamos. Cuando llegamos a la tienda, Sarah e Isabel ya se han presentado y entablan una conversación que se ve interrumpida con nuestra presencia.

—Buenas noches, señoritas —saluda Jacobo que solo hace que se rían.

—Buenas noches —saludo yo un poco más serio.

Puesto que los sacos para dormir serán para las mujeres, Jacobo, Emmanuel y yo dormiremos con una cobija. Debido al frío y la posibilidad de una emboscada, decido quedarme totalmente vestido. Liz llega poco después con una pequeña mochila, nos saluda algo distante y comienza a colocar una cobija sobre suelo para acostarse. Tomo el último saco de dormir y me acerco a ella mientras el resto se enfrasca en una plática animada.

—Aquí tienes —le ofrezco el saco y ella me mira suspicaz.

—¿Y tú?

—No te preocupes, Jacobo ha traído unos muy gruesos cobertores —ella me sonríe más tranquila y toma el saco.

—Muchas gracias —le devuelvo la sonrisa y me dirijo a tomar mi cobertor.

Emmanuel llega enseguida y después de saludar a todos y presentarse con Isabel, acomoda su cobertor y se prepara para descansar.

—¡Bueno, duerman tranquilas hermosas señoritas, que sus tres justicieros velaran por ustedes!

Jacobo tenía que decir algo estúpido. Pongo los ojos en blanco y niego con la cabeza. Las chicas sueltan carcajadas, pero es Isabel la que lo contradice.

—Cariño, me parece que es a mí a la que mandaron para proteger a las señoritas de ustedes —Jacobo levanta las manos en señal de rendición.

—Os juro por mi honor, no poner un solo dedo sobre esa dulce flor, aunque el deseo me carcoma entero —dice volteando ver a Sarah. Ella se ruboriza y sonríe.

—¡Vamos, ya cállate y duérmete! —le dice Emmanuel lo más serio que es capaz, pero al final termina riendo.

A la derecha descansan las chicas con la cabeza hacia al centro y nosotros a la izquierda también con la cabeza al centro. La única luz que hay proviene de la fogata a unos ocho metros. Me duele todo el cuerpo, por lo que opto por dormir sobre mi costado derecho que es el menos adolorido, no soy consciente de en qué momento me duermo, pero lo último que recuerdo oír fueron los suaves ronquidos de Jacobo, las respiraciones suaves de las chicas y las pisadas de los que vigilan afuera.

Todo está demasiado oscuro, ni siquiera puedo ver mi mano que pongo frente a mí, pero por alguna razón no siento miedo, me siento seguro, como si estuviera en mi casa. Avanzo y apenas doy cuatro pasos cuando me estrello con una pared. La sigo hacia la derecha y me encuentro con otra, sigo la pared y otra vez me estrello; hasta que me doy cuenta de que estoy encerrado. El pánico me azota y yo busco mi fusil. Nada. Mi arma compacta. Nada.Ccuchillo. Nada. No tengo ninguna arma, solo llevo puesto mi ropa y eso me hace sentirme desprotegido. Hago lo posible por tranquilizarme y buscar una salida. Comienzo a palpar las paredes en busca de una manija, una ventana, lo que sea que pueda representar una salida. Entonces lo escucho. Gerardo.

—¡Sálvame! —me suplica con voz ahogada.

—Gerardo —grito frenético por encontrar una salida y llegar hasta él. Entonces una pared se ilumina y en ella veo a Gerardo y a mi padre siendo sacudidos por una lluvia de balas.

—¡NO! —golpe la pared hasta que mis huesos saltan a la vista, pero no es suficiente. Caigo de rodillas y una voz vuelve a escucharse.

—Te amo, cariño. Has lo correcto.

—¿Mamá? —pregunto confundido.

—Evan, te amo —es Lexa.

—¡Lexa! ¡LEXA! ¡MAMÁ!

Comienzo a llamar a mi madre y a Lexa a gritos, pero lo único que obtengo de respuesta son las mismas palabras. Una lluvia de balas se desata nuevamente, pero esta vez el sonido es a un lado mío y yo me tiro al suelo por instinto, entonces escucho un gorgoteo y mi madre se encuentra en mis brazos, llena de sangre. Una explosión y un grito que me hiela la sangre, es un grito de Lexa, pronunciando mí nombre.

Abro los ojos y mi respiración es acelerada. Todo está en silencio. Me siento haciendo el menor ruido posible. Doblo mi pierna derecha contra mi pecho y recargo mi codo en la rodilla.

—¿Dolor? —es la voz de Liz. Proviene de atrás de mí. Me giro para quedar de frente a ella que se ha sentado.

—Sí —y es cierto, me duele, pero no es un dolor que desaparece con un analgésico, es un dolor diferente, un dolor que nunca se va y que hace más grande conforme pasan los minutos, que hace que me sienta impotente, furioso y...solo.

—¿Quieres que te traiga una pastilla? —sonrió, aunque sé que ella no se da cuenta porque estoy mirando al suelo. Por alguna razón hablar con ella ahorita hace que la sensación que dejó el sueño se vaya disipando.

—No, no te preocupes. Lamento haberte despertado, Liz.

—No me has despertado, no he podido dormir —veo mi reloj, son las 2:27 de la madrugada. Por alguna razón me parece que debo decir algo, y qué mejor que disculparme por lo que sucedió por la tarde.

—Liz, lamento lo que sucedió hace rato.

—No hay nada que perdonar.

—Sí, sí lo hay. Escúchame por favor porque no quiero que te quedes con una idea errónea —suspiro —. Acabo de perder gran parte de...mí —tardo unos segundo para poder continuar, pero Liz no me presiona y me da mi tiempo —. Eres una chava muy linda y guapa, pero yo no voy por ahí aprovechándome de eso.

—Lo sé, por eso me resultas, más atractivo —me gustan las cosas claras, pero sus comentarios me hacen sentir incómodo.

—El punto es, que no quiero estar con alguien por falta de compañía, o usarla como morfina. Si estoy con alguien, quiero que sea porque quiero, porque la veo tal y como es, no verla como el recuerdo de alguien más.

Quizás no fueron las palabras más apropiadas, pero es la verdad y no hay nada mejor que eso. Liz medita mis palabras y veo que se esfuerza por comprenderlas.

—Tomate tu tiempo. Si necesitas algo, puedes contar conmigo.

—Gracias Liz —Liz se acuesta nuevamente y minutos después yo hago lo mismo. Me doy cuenta de que es la primera noche que duermo por decisión propia desde la muerte de mi madre y Lexa.

—¿Tienes miedo? —la pregunta me sorprende un poco por lo que frunzo el ceño.

—¿Miedo a qué?

—A seguir y dejarlos atrás, a lo que nos espera en el futuro y enfrentarlo sin ellos.

<<¿Tengo miedo?>> No me había parado siquiera a pensar en esa posibilidad, pero...

—No Liz, no tengo miedo. Pero sí los extraño.

—Entiendo.

—¿Y tú, tienes miedo? —sé que perdió a su madre y aunque fue ya hace varios años, no creo que esa herida llegue a sanar.

—Estoy aterrada —dice mientras deja escapar una risita nerviosa.

—No puedes dejar que el miedo influya en tus decisiones.

No sé si Liz me hace otra pregunta o soy el último en hablar. Pero sí sé qué hace frío y que lo único que anhelo es que dure más la noche. 

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