El aire en mis pulmones se vuelve pesado, tanto que comienzo a sentir que me ahogo. Me obligo a respirar lenta y profundamente hasta que me controlo.
Cierro las carpetas y las acomodo en su sitio con las manos temblorosas. Las lágrimas me asechan a la par de la histeria, estoy tentada a llamar en éste mismo instante a Evan, de salir corriendo de aquí.
«Sé inteligente» me ordeno.
Me aseguro de dejar todo tal cual como lo encontré, pongo seguro nuevamente y cierro.
Una vez en mi cuarto me permito llorar: me siento aterrada. Ahora estoy en la mira tanto como Evan, ahora comprendo que nos han marcado para el matadero, no importa lo que hagamos, ya han decidido nuestro destino, solo están esperando el momento oportuno para sellarlo.
Debo avisarle cuanto antes, sin embargo, llamar sería lo más estúpido: podrían estarme vigilando en éste mismo instante.
Bajo a la cocina y tomo uno de los cuchillos, no es lo que me gustaría tener de arma, no obstante, es lo suficientemente filoso para cortar un cuello en caso de verme en la necesidad de hacerlo.
Bien, quizás estoy exagerando, debo tranquilizarme.
Mi mochila tiene un pequeño compartimento en la parte baja del respaldo, ahí guardo el cuchillo y dejo el cierre a la mitad para tener fácil acceso a él.
Me doy un minuto para observar mi habitación en busca de las cosas más importantes que me llevaré conmigo, puesto que es muy probable que jamás vuelva a ver está habitación. Tomo mi sudadera favorita color azul marino y un lápiz junto con mi cuaderno donde guardo mis dibujos. Siempre me encantó dibujar, pero después de que mi hermano se fue, lo hacía cada vez menos.
Me encuentro lista para jamás volver. Llevo conmigo la sudadera preferida de mi madre, la cual me adueñé.
«Mi madre».
Recuerdo las palabras de mi hermano: Era epidemióloga. Ella estudió el virus CR-6, buscaba una cura o, al menos eso era lo que nosotros creíamos.
¿Eso quiere decir que ella sabía de todo esto? Mi corazón se encoge ante tal idea.
Llevo también el cuaderno para dibujar que me hizo mi padre como regalo de cumpleaños, y la cadena en mi cuello que me recuerda que una vez tuve un amigo, un hermano.
Cuando termino de acomodar mis cosas, me dispongo a hacer la comida para sentarme con mi abuela por última vez en esta mesa. Debo actuar con naturalidad obviamente, como la nieta que ha extrañado mucho a su abuela, que confía en ella, que la ama.
En el preciso momento en que apago la llama, mi abuela entra en la casa.
—¡Qué bien huele, cariño!
—Espero que también así sepa —digo sonriendo mientras pongo la mesa—. ¿Qué tal el trabajo en los laboratorios?
—Bien. Ya sabes: muestras que tomar y analizar, informes...
—SÍ —no digo más, claro que sé el arduo trabajo que ha estado haciendo.
—Lamento mucho no haber podido pasar el día contigo como te había prometido —vuelve a disculparse, acercándose a mí.
Levanto la vista y tomo sus manos con delicadeza.
—No te preocupes, sé que estás ocupada y tienes que supervisar a tu equipo. Me alegra mucho al menos haberte visto un rato, te he echado mucho de menos, pero prometo venir en un mes —la abrazo y le doy un beso en la coronilla—. ¡Ven, anda! Vamos a comer que las tripas me rugen.
Noto que mi abuela me observa, más no dice nada. Debo esforzarme por convencerla de que no tengo idea de lo que sucede, que todo está bien.
—¿Qué pasa, mamá? —le digo riendo.
—Has cambiado mucho, cariño —comenta con una tierna sonrisa. La miro con atención y ella continúa—. Has ganado musculo, tu postura es más firme, tu semblante más duro. ¿Segura que estás bien?
Me río.
—¡Mamá, vamos! Deja de preocuparte, estoy bien. Yo diría que genial —aseguro levantando el brazo derecho y flexionando el codo.
Mi abuela se ríe también.
—Cariño, no pidas que no me preocupe. Tengo sin verte cuatro meses y cuando lo hago vienes totalmente cambiada, incluso con cicatrices encima. Entiendo que hay muchas maneras de lastimarte ahí, más, ¿cómo llegaste a hacerte semejante corte en el antebrazo?
—Mamá, tranquilízate, no es para tanto. Este corte —digo señalando mi cicatriz—. Me lo hice por un mal movimiento, era algo torpe al inicio —confieso, fingiendo estar apenada.
—Está bien —Levanta las manos en señal de rendición—. Pero ahora dime, ¿ya has hecho amigos?
—Sí, mamá —digo animada—. Tengo grandes amigos.
—¿Y algún joven especial? —inquiere con un tono burlón.
«Parece que Sullivan la mantiene al corriente de todo».
Yo me río, aunque en esta ocasión no todo es fingido.
—No lo sé. No quiero presionar las cosas, ¿entiendes? —miento. La verdad es que es más que especial, más no le puedo decir eso a ella.
—Claro que sí.
Después de terminar de comer y limpiar, mi abuela me informa que debe regresar a las 18:00 horas a los laboratorios, por lo que se ofrece a llevarme en seguida a la Academia para así poder acompañarme personalmente.
Al instante llega a mi mente el recuerdo de como engañaron a mi hermano para que subiera a una camioneta y así poder llevarlo al laboratorio.
—Claro, solo iré por mis cosas.
No espero su respuesta, subo y me cuelgo la mochila asegurándome de que tengo fácil acceso al cuchillo. Una vez controlada, le hecho un último vistazo a mi habitación y bajo al encuentro de mi abuela.
—¿Lista?
—Sí.
—Bien, entonces vamos —dice abriendo la puerta.
Durante el trayecto no dejo de prestar atención a las calles que recorremos, y es solo hasta que entramos al Fraccionamiento Cuatro, que me relajo. Cuando llegamos a la Academia mi abuela me da un beso en la mejilla y yo se lo devuelvo.
—Cuídate, cariño. Nos veremos en un mes, mandaré por ti.
—De acuerdo, gracias —bajo de la camioneta—. Te amo, mamá. Adiós.
Veo como la camioneta permanece ahí hasta que entro y me registro. Escucho que el vehículo acelera y es en ese momento que vuelvo a respirar.
Bien, ahora es urgente que encuentre a Evan. Inmediatamente me dirijo a mi habitación la cual se encuentra vacía, dejo mis cosas y corro por el pasillo hasta llegar a su puerta. Toco. Nada. Vuelvo a tocar, pero al igual que la primera vez, nadie abre.
Bajo las escaleras y entro en el comedor. Hay poca gente, sin embargo, vislumbro a mis compañeros junto con Betty, Jacobo y Evan
Como si este último sintiera mi presencia, voltea en mi dirección y por su rostro, sé que es consciente de que algo está mal. Rápidamente se levanta atrayendo la atención a su alrededor. Viene con paso firme y rápido en mi dirección. Me estrecha entre sus brazos y yo lo imito.
Estoy asustada y sentir sus brazos en torno a mi cintra y el calor que desprende su cuerpo me hace sentir segura. Mis ojos se llenan de lágrimas otra vez, pero las reprimo.
—Tenemos que hablar —susurro aterrada.
—Jacobo, necesito que me ayudes con algo —digo con una sonrisa.
Le guiño el ojo a Betty y enseguida entiende que debe distraer a Sarah y a Emmanuel.
Le he dicho hace algunos días que estamos preparando los detalles para que Jacobo se declare con Sarah, así que ella nos ofreció su ayuda para distraerlos.
Jacobo se levanta en seguida y me sigue diez metros bosque adentro, donde encontramos a Lexa caminando nerviosa. Ni siquiera se saludan cuando Lexa comienza a hablar.
—Encontré información: había una carpeta titulada «CANDIDATOS» en ella se encontraba un apartado donde venía toda la información de cinco personas con un puntaje de entre 1850 a 1897, los cuales eran considerados como «CANDIDATOS DONADORES DEL GEN IMPERIUM».
—¿Qué rayos significa eso? —pregunta Jacobo confundido.
—¡No tengo la menor idea! —suelta Lexa, cada vez más nerviosa. Su reacción comienza a asustarme—. Después había otro apartado que decía «CANDIDATOS DONADORES EN ESPERA» y solo había dos nombres —murmura mirándome mientras cierra las manos en puños tensos—. El tuyo y el mío.
Mi corazón se detiene por un segundo y respirar me cuesta trabajo. Los ojos de Lexa se llenan de lágrimas, pero no permite que se derramen.
»Eso no es todo —continúa, sentándose contra un árbol—. Había cuarenta carpetas pertenecientes a cuarenta sujetos de prueba. Los sujetos del uno al treinta dos están muertos o, mejor dicho: los mataron.
Se toma un momento para controlar las lágrimas que están a punto de derramarse por su consternado semblante.
»Encontré el expediente treinta y seis, perteneciente a mi hermano, tal como vieron en tu casa —dice señalando a Jacobo—. Decía que estaba bajo el cuidado de mi abuela, pero también venía detalladamente todos los estudios que le realizaron, los resultados y además... —Traga saliva ya al borde de quebrarse—. Habían programado su muerte, el día 15 de agosto: le realizarían la extirpación de cerebro para su próxima disección, al igual que hicieron con los otros treinta y dos sujetos.
—¡Maldición! —ruge Jacobo a mi lado.
Le explicamos a Lexa lo qué acordamos en la reunión con Richard y el hecho de que mi padre ya estaba al tanto de todo; no obstante, la noticia de que faltan tres semanas para llevar a cabo el plan, solo ayudó a que se alterará más.
—¡No podemos esperar tanto tiempo! ¿Qué carajo le pasa a Richard? ¡Podrían venir por nosotros en cualquier momento y no hay nada que se los impida! —su respiración es acelerada.
—¡Eh! ¡Mírame! No pasará nada, ¿me escuchas?, todo va a estar bien, te lo prometo. Mientras tanto no debemos estar solos en ningún momento. A donde sea que vayamos, hay que ir acompañados y sobre todo pasar desapercibidos —Lexa asiente al tiempo que comienza a controlar su respiración. Me siento a su lado y la abrazo.
—Debemos estar preparados por si las cosas se complican —indica Jacobo frente a nosotros—. Ya hemos logrados conseguir todos los materiales, debemos ponernos manos a la obra. Por las noches trabajaremos en nuestra habitación.
»Mientras tanto, tengo que decirles algo —Suspira—. He decidido declararme con Sarah, porque si algo pasa, no pienso abandonarla aquí —Jacobo y Sarah han pasado mucho tiempo juntos estos últimos quince días, esto ya se veía venir—. Sin embargo, aún no estoy seguro de decirle la situación, por lo que espero puedan respetar mi decisión.
—Claro que sí —contesta Lexa con una sonrisa que demuestra felicidad y preocupación—. ¿Necesitas que te apoyemos en algo?
—¿Pueden pedirle a Betty que salgo hoy con Emmanuel para yo poder hablar con ella en su habitación?
—Cuenta con ello —le aseguro.
En algún lugar, Jacobo logró conseguir un alambre bañado en oro, pues es un gran conductor eléctrico y es fácil conseguirlo si sabes dónde buscarlo. Ha pasado varios días dándole forma al alambre e incrustando pequeños pedazos de cuarzo que recolectamos cerca del lago. Se ha esforzado y la verdad es que el brazalete es precioso, estoy convencido de que a Sarah le va a fascinar.
En punto de las 19:00 horas, Betty llega a buscar a Emmanuel, quien accede a salir con ella. Mientras tanto, Lexa y yo hablamos mucho respecto a la situación en la que nos encontramos, e incluso le he dado mi cuchillo en caso de que llegue a necesitarlo.
Cuando vuelvo a ver mi reloj ya son las 20:30, por lo que decidimos ir al comedor. Durante la cena no vemos a Sarah ni a Jacobo, así que utilizamos ese tiempo para escuchar las grandes anécdotas de Betty.
El día ha culminado y es momento de volver a la rutina, así que nos encaminamos a la habitación de Lexa.
—Ten mucho cuidado —murmuro pegando mi frente a la suya.
—Tengo miedo, Evan —Esa simple confesión hace temblar mi corazón.
—No dejaré que nada te pase —aseguro.
Sus labios encuentran los míos y lo que comienza como un beso tierno y suave, se vuelve al instante urgente.
Lexa toma el control y me toma de la nuca, llevándome contra la pared.
—Te amo, Evan, pero en este momento te deseo.
Su confesión enciende la llama del deseo, haciéndome levantarla para que abarse mi cintura con sus piernas.
El deseo me invade, así que busco el pomo de su habitación desesperadamente y lo giro.
—¡Carajo! —gruñe un Jacobo desnudo, cubriendo con las sábanas a Sarah y a él.
Cierro la puerta con la misma velocidad que el deseo se evaporo.
Lexa reprime una risotada y baja para apartarse un poco de mí.
—Sin duda es algo que jamás olvidaré —sentencia Lexa.
—¡Según recuerdo, nuestra madre nos enseñó a tocar antes de entrar! —grita Jacobo desde el interior.
—¡Y por lo que yo sé, para eso las puertas tienen pestillo! —contraataco.
Pasados unos minutos sale Jacobo con la playera a medio camino para cubrir su torso.
—Lamento eso, hermosa —se disculpa con Lexa y le regala una sonrisa traviesa a Sarah.
Beso a Lexa y me despido. Cuando se cierra la puerta de la habitación cincuenta y uno, paso mi brazo por el hombro de mi hermano y repentinamente le hago una llave para revolver su cabello de manera juguetona, cual críos ignorantemente felices.
Las siguientes semanas se vuelven demasiado pesadas: mucha tarea, entrenamientos exhaustivos, exámenes, prácticas de campo en el bosque y a parte trabajamos por la noche en el explosivo; eso sumado a los castigos que la Coronel fijó a Lexa... Las semanas pasan sin darnos cuenta y así llega el día 18 del mes, junto con el agobiante estrés.
Realizamos nuestras actividades y después de la cena subimos a nuestra habitación.
Las siguientes cinco horas trabajamos en silencio. Lexa se sienta en mi cama, donde parece estar enfrascada en sus propios pensamientos.
Para las 3:00 de la madrugada del día 19 ya hemos terminado, Jacobo guarda el explosivo en la mochila que dejará en la fuente y apagamos la luz. Dentro de unas horas pondremos en marcha el plan que hemos diseñado cuidadosamente y eso hace que mi temor de que las cosas salgan mal, aumente.
Lexa se ha quedado dormida en mi cama por lo que me meto bajo las sábanas, junto a ella. Nuestros cuerpos encajan a la perfección, cual dos piezas de rompecabezas. Lexa siente mi presencia y en el silencio sepulcral, toma mi mano bajo las sábanas.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro