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CAPÍTULO VEINTIOCHO


Podrí jurara que acabo de cerrar los ojos cuando llaman a la puerta, lo que ocasiona que los tres nos levantemos de inmediato. Está todo oscuro y son nuestras respiraciones aceleradas las que rompen el sepulcral silencio.

¿Vendrán por nosotros? ¿Habrán descubierto el robo del material o, lo que planeamos? Me encamino hacia la puerta dejando la luz apagada: eso puede estar a nuestro favor si nos vemos obligados a luchar, porque no pienso morir sin dar un gran espectáculo.

Tomo el pomo y lo giro. Tylor.

—Buenos días, Cadete, la Coronel Sullivan lo solicita a usted y a su compañero dentro de minutos en la plaza —nos informa dando media vuelta y retirándose.

Cierro la puerta, prendo la luz y entrecierro los ojos por un segundo. Mi reloj marca las 4:30 de la madrugada, no hemos dormido más que una hora y media.

—¿Para qué nos querrán? —pregunta Jacobo. Yo también me lo cuestiono.

Lexa aguarda en silencio mientras nosotros nos cambiamos.

—Quédate aquí, en seguida volvemos —le susurro lo más bajo que puedo mientras tomo su cara entre mis manos y beso su frente.

En su rostro está escrito el miedo y aunque estoy intentando mantenerme sereno, la verdad es que yo también lo tengo.

Salimos a la fresca mañana y nos dirigimos a la plaza. No somos los únicos, eso es una buena señal. Entre los presentes solo conocemos a dos compañeros: Betty y Fabián; el resto son del último curso.

—Buenos días, Cadetes, espero que hayan descansado bien porque los necesito en veinte minutos en la puerta: iremos a hacer una redada a un grupo que se encuentra a unos diez kilómetros. Según nos informan, son sospechosos del tiroteo que ocasionó mi presencia aquí —Nos observa—. ¡Prepárense!

«¡Carajo!».

Regresamos al cuarto, nos ponemos el uniforme, y salimos al pasillo, donde le informamos a Lexa lo que está ocurriendo.

Sopesa nuestras palabras por unos segundos hasta que nos hace un ademán para que la sigamos: sabe que no es seguro hablar en los pasillos porque hay gente corriendo por ahí, alistándose. Tampoco podemos ir a otro lugar, no hay tiempo.

Abre la puerta de su dormitorio y nos hace pasar, no podemos negarnos, no estamos en condiciones de hacerlo. Lexa enciende la luz.

—¡¿Qué mierda?! —comienza a quejarse Sarah.

Se sienta en la cama cuando nos ve a los tres, Emmanuel se talla los ojos y lucha contra el sueño.


—Necesito hablar con ellos —les dice a sus compañeros mientras nos apunta —. Quiero que se callen y no digan nada, cuando ellos salgan de aquí yo les explicaré todo —Lexa da la espalda a sus compañeros y comienza a hablar rápido y a bajo volumen —Cambio de planes. No detonáremos el explosivo en la fuente, sino en el almacén de armas.

—¡Estás bromeando, ¿verdad?! —le suelta Jacobo.

Yo estoy demasiado confundido por sus palabras, que no soy capaz de articular ningún sonido. Lexa nos ignora y sigue explicando.

»Jacobo, ustedes lo acomodarán ahorita en algún lugar que no sea visible, no creo que se tarden muchas horas en la redada, así que a la hora indicada ellos lo detonan —dice apuntando a sus compañeros—, yo tomaré el lugar de Evan...

—¡No! —intervengo en seguida.

—Yo tomo tu lugar —dice tajante—. Sé lógico, con esto Sullivan tendrá los ojos en ti al instante, eres el blanco. Así que hagan lo posible por hacerse con armas porque ustedes me dispararán y me seguirán. Yo daré la vuelta hacia las Piedras y ustedes al lado contrario. Los veré a la hora de la comida.

«NO» No puedo dejar que haga eso, ¿y si la detienen?

—¡Estás demente o, qué! —espeta Jacobo.

—Si Richard y Alan tienen problemas hoy, necesitaran nuestra ayuda y, qué mejor que despojar al enemigo de su mayor variante de defensa.

—¡¿A caso sabes cuánto costó hacerse con ese almacén o, tan siquiera lo que significaría perderlo?!

—Bien, entonces nosotros robaremos cuantas armas podamos, las esconderemos en el túnel, y luego volamos el almacén.

Jacobo se voltea y pone las manos en la pared mientras veo cómo su respiración se acelera.

»Confíen en mí. Si las cosas salen mal tendremos con qué defendernos y ellos tendrán pocas armas, al menos hasta que lleguen refuerzos, eso podría marcar la diferencia.

—Lexa, Jacobo tiene razón: esto es una locura.

—Confío en ustedes para despistarlos y cubrir mis espaldas.

—Es una idea desquiciada —vuelve a puntualizar Jacobo mientras nos observa —. Aunque Lexa tiene razón —asegura mirándome fijamente.

—Sé que es una buena idea, pero estaríamos cruzando la línea, declarándoles la guerra —contraataco.

—Evan, necesitamos tomar una decisión, nos quedan siete minutos —apremia Jacobo.

—Bien —acepto.

No me gusta, no obstante, a estas alturas no tenemos muchas opciones, además confío en Lexa y sé que quiere cuidar lo mejor posible de su hermano. Y yo se lo debo a Gerardo.

—Entonces hablaré con ellos —dice Lexa volteando hacia sus compañeros.

Ambos nos miran con ojos como platos y pálidos tal cual la cal. Solo espero que nos apoyen y podamos darles nuestra confianza. Así que, al final hemos optado por ser egoístas e involucrar no solo a Sarah, sino también a Emmanuel. Tomo a Lexa por los hombros y la atraigo hacia mí.

—Ten mucho cuidado —le susurro—. Te necesito junto a mí. Este príncipe azul necesita que lo rescate su princesa —bromeo.

Ella me sonríe y me besa. No necesitamos palabras para decirnos lo nerviosos y angustiados que estamos el uno por el otro, nuestros ojos nos delatan.

—¡Vamos! —insiste Jacobo—. Te explicaré todo cuando regrese, solo confía —le dice esta vez a Sarah, quien asiente.

Salimos disparados por el explosivo y después hacia el almacén que está a las afueras de la sala táctica. En el se encuentra el teniente Tylor supervisando que llevemos lo necesario.

Tomo un chaleco antibalas y me lo paso por la cabeza, lo ajusto a mis costados y hombros; mi pistolera de pierna, cargadores para mi arma compacta y otros más para mi fusil de asalto, me ajusto mi casco bajo la barbilla, y por último tomo dos granadas, dos cuchillos, y me encamino a salir con Jacobo detrás.

—¿Por qué nos llevan a nosotros? —pregunta mi hermano a mi lado.

Yo me cuestioné lo mismo cuando nos informó la Coronel hace unos minutos, pero sospecho que es para estudiar nuestra reacción, solo espero que no estén ahí Richard o Alan.

—Es obvio —contesta Betty al frente de nosotros—. Somos sus mejores soldados.

Nadie dice nada más. Llegamos a la puerta de la Academia donde nos esperan dos DN-cimarrón negras.

—¡Escuadrón uno: Cadete Jacobo, Evan, Beatriz, Francisco, Alexis, Fernanda, Miguel y Pedro; estarán bajo mis órdenes! ¡El resto siga al Teniente Tylor: son el escuadrón dos!

La Coronel sube a la cimarrón de la derecha y nosotros la seguimos, una vez arriba vuelve a hablar:

»Nosotros entraremos al campamento de los Inadaptados, el escuadrón dos será el encargado de rodearlo —nos observa—. Cadetes, tienen órdenes directas de disparar a matar si es necesario. Ningún pez sale de nuestra red. ¿entendido?

—Sí, señor —respondemos al unísono.

Lo normal sería que estuviera durmiéndome a causa del cansancio, sin embargo, la verdad es que estoy alerta, la adrenalina me recorre las venas como pólvora.

Mi reloj marca las 5:13 cuando la camioneta comienza a bajar la velocidad hasta detenerse completamente. Bajamos. Todo está oscuro, más la luz de la luna es suficiente para ver por dónde vamos.

Sullivan nos guía por seis cuadras hasta un almacén grande que al parecer se encuentra en el Fraccionamiento Tres, a solo unas diez cuadras de donde vimos Richard el sábado.

Veo como el pelotón dos se comienza a dispersar alrededor del almacén.

Nos acercamos a la puerta en fila india con la Coronel abriendo la marcha, cuando estamos frente a esta, Sullivan nos hace además de la formación en «V» invertida: yo estaré en primera fila.

Los dos compañeros que cierran la marcha, fuerzan la puerta. De manera rápida Sullivan y Fernanda entran y se dirigen a la izquierda, los dos cadetes al frente a la derecha y Jacobo y yo cortamos por el centro mientras Betty y los otros dos cadetes cubren la salida.

A estas horas de la mañana se esperaba que estuvieran dormidos o, con la guardia baja, no obstante, nos esperaban. El caos comienza. Escucho el primer disparo.

—¡Abajo! —grito.

Jacobo gruñe a mi espalda.

—¡¿Dónde?! —pregunto sin volverme.

—¡En el hombro, solo fue un roce!

—¡Avancen! —ordena la Coronel.

«Está más que claro que quiere deshacerse de mí lo más pronto posible».

Nos ponemos en cuclillas y comenzamos a avanzar lo más deprisa hasta quedar al resguardo de lo que parecen ser escritorios. Todo está oscuro, sin embargo, se alcanzan a percibir movimientos de siluetas contra el fondo gris.

La rabia comienza a instalarse en mi cuerpo. Sullivan me ha traído para ver como reacciono y buscando que alguien me dé el tiro de gracia que tanto anhela. Pero si Jacobo o Betty salen lastimados, yo soy el que le meterá una bala en la cabeza.

Solo ruego al cielo que no estén aquí Richard o Alán. Me apoyo en una rodilla y comienzo a disparar a cualquier cosa que se mueva. Jacobo me sigue y aunque la herida en su hombro le hace perder estabilidad en su puntería, da en el blanco.

Llevo cuatro objetivos derribados cuando escucho a la Coronel hablar por su radio:

—¡Teniente Tylor, encienda las luces! —ordena.

A los cinco segundos se hace presente la luz. Lo primero que diviso es que hay alrededor de diez personas muertas.

»¡Barrer la zona y traer a los sobrevivientes aquí! —indica Sullivan.

Jacobo está a mi lado, tal y como dijo su herida es superficial, pero aun así corto un pedazo de tela blanca de una sábana de cama y se lo amarro por encima. Hace una mueca, no obstante, lo ignoro.

No lo decimos en voz alta, sin embargo, mientras recorremos el almacén buscamos a alguien conocido. Nada. Suelto un suspiro, cuando por el rabillo del ojo veo movimiento, me vuelvo y disparo justo cuando el sujeto dispara también y le da a un cadete en el muslo. Mientras otros compañeros se acercan a poyarlo yo me vuelvo hacia al hombre y compruebo que está muerto.

Al final acabamos con doce muertos y cinco sobrevivientes hincados y esposados en el centro del almacén. La Coronel nos manda llamar y nos divide en dos. En el primer grupo están cuatro cadetes, quienes se colocan en la parte de tras de los rehenes.

A nosotros nos colocan en la parte de enfrente y escucho como se nos corta la respiración tanto Jacobo como a mí. No conocemos su nombre, pero sí que hemos reconocemos su rostro: es el compinche de Richard, el que detuvo a Lexa en la primera reunión.

Mi compañero y yo nos volvemos inexpresivos, es obvio que Sullivan busca cualquier rastro de reconocimiento en nuestros rostros.

—Cadetes retírense a un costado —les indica la Coronel a los que están a espaldas de los rehenes—. Ustedes serán el pelotón de fusilamiento —dice a nuestro grupo que está de cara a cara con los sobrevivientes.

Hago ademán de protestar, sin embargo, el hombre alto me reconoce y niega levemente con la cabeza.

—Coronel, según la ley, estos hombres tiene derecho a ser juzgados ante el comité de justicia —suelta Jacobo.

Sullivan recorre nuestras filas y se detiene ante nosotros.

—He dicho: ¡apunten¡ —ordena.

—Coronel... —la interrumpo.

—¿Están cuestionando mis órdenes, Cadetes?

—No, señor —le contestamos al unísono.

—Eso creí.

Jacobo y yo levantamos el arma cuando la Coronel se retira. Mi respiración esta acelerada e intento controlarla. No tengo opción, no puedo arriesgarme para salvarlo o, todo se irá por la borda.

«Lo siento» artículo con los labios y él sonríe. Entonces el hombre grita a todo pulmón:

—¡Todos se enterarán de lo que están haciendo, y entonces te meterán plomo hasta los huesos y te pudrirás en el infierno, perra!

—¡Disparen! —ordena Sullivan, furiosa.

Los cuerpos de los hombres tiemblan cuando las balas penetran sus cuerpos y caen hacia atrás. No tengo tiempo de procesar lo que acaba de pasar, pero algo tengo seguro: ellos sabían que veníamos y este hombre se ha sacrificado para distraernos. Y yo lo he matado.

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