CAPÍTULO VEINTIDÓS
Ya casi son las 02:00 horas cuando bajamos por la alcantarilla del túnel que nos llevará de regreso a la Academia. Nadie dice nada en el trascurso.
Jacobo es quien abre la marcha seguido por Lexa, y yo en la retaguardia. Adentro del túnel nos permitimos encender la lámpara y entonces decido romper el silencio.
—Todo estará bien, llegaremos al fondo de esto —animo a Lexa mientras le sonrió en un intento de tranquilizarla, puesto que su rostro refleja inquietud.
Sin embargo, ella no me devuelve la sonrisa y solo me ve con furia, no puedo culparla. Pasado algunos minutos llegamos a la cuerda que nos ayudará a llegar hasta el bosque de la Academia.
Por el rostro de Lexa deduzco que ya se encuentra más tranquila y eso es bueno porque así podremos hablar siendo objetivos. Sonrío al imaginarme cómo se las arregló para seguirnos sin que nos diéramos cuenta.
Jacobo se coloca la lámpara en una bolsa a un costado de la mochila, se pone los guantes, y comienza a subir.
—¿Te quemaste? —le pregunto.
Esta soga tiene que manejarse con guantes de cuero o la presión en ella y el roce, quema la piel. Ella me ignora, pero diviso una gran franja roja que le atraviesa las palmas de las manos
»Para ser su primera vez, señorita Porter, estuvo de maravilla —le digo mientras adopto el porte de un instructor.
Sé que debo de verme patético porque no sirve de nada, pero me duele, me duele el no haber sido sincero y más aún sentir como la alejo de mí por intentar protegerla.
La cuerda cae contra la pared y eso significa que ya ha llegado Jacobo. Para confirmarlo el haz de luz se hace presente desde arriba.
»Toma, póntelos, ve primero —le digo en tono serio, ofreciéndole mis guantes para que no se lastime otra vez.
Ya no tiene caso ser dulce con ella, la he perdido; quizás sea lo mejor.
—Gracias —dice en tono frio.
—Pon atención. Las paredes son de tepetate, así que es sencillo, solo tienes que buscar aquellos pedazos que sobresalen y apoyarte e impulsarte con ayuda de la cuerda —le explico. Comienza a subir y entonces recuerdo otros puntos importantes que no le dije—. Intenta mantener un ángulo de treinta grados entre tú y la pared —informo cuando ha subido unos tres metros.
No contesta, pero veo como se endereza un poco. Por último, subo y al llegar me quito la mochila, saco mi pala mientras Jacobo recoge la soga y la guarda. Bajamos la trampilla y comenzamos a taparla nuevamente con la tierra. Cuando acabamos buscamos hojas sueltas de los árboles y comenzamos a esparcirlas hasta que parece un pedazo más de tierra.
Deshacemos el camino hasta la fuente cuando escuchamos la voz de la Coronel Sullivan cerca del almacén de armas.
—¡No me interesa, el precio! Ya tengo a una cadete en eso, parece tener algún vínculo con él, no obstante, es objetiva y moldeable... —se aleja y entonces mi corazón se detiene.
La Coronel quería que le diera la información a Lexa y eso fue exactamente lo que hice. Sullivan ha dejado su máscara de amiga y ahora se comporta como lo que verdaderamente es: la persona que quiere tener mi cabeza sobre su escritorio, y está dispuesta a manipular a quien sea necesario sin temer al daño colateral.
Cuando no vemos más indicios de que la Coronel este cerca, corremos hacia las escaleras y las subimos. Quiero hablar con Lexa, sin embargo, no es el momento, así que nos despedimos cuando llegamos a la cima de las escaleras, o mejor dicho, me despido, ella solo entra en su habitación sin mirar si quiera en mi dirección.
Jacobo y yo entramos en nuestra habitación lo más silenciosamente posible y nos dirigimos a la cama tal cual llegamos.
Nuestro reloj suena a las 5:45. Podría jurar que me estoy levantando hasta que siento las manos de Jacobo en los hombros.
—¡Evan! Faltan diez minutos.
Apenas soy capaz de abrir los ojos. Estos últimos días no hemos dormido muy bien, no obstante, obligo a mi cuerpo a levantarse y dirigirse al baño, donde lavo mi rostro y observo mi demacrado reflejo en el espejo. Me veo cansado, con unas grandes ojeras.
Rápidamente me visto y nos dirigimos a la pista dos de entrenamiento. Cuando llegamos volteo hacia la uno y me doy cuenta de que Lexa no está.
Confundida, así es como he comenzado este día.
Hoy obtuve demasiada información de años en cuestión de horas y eso esta provocado que no sea capaz de pegar ojo en lo que va de la noche.
Evan me preguntó que si podía confiar en mí y creí que ahí podía tomar mi decisión: confiaría en él, sus ojos no me mintieron cuando me explicó lo de Gerardo; pero decir que mi abuela es la culpable no solo de la muerte de Gerardo, sino de cientos de personas, me hace sentir náuseas; y que además secuestró a mi hermano, simplemente me parece imposible: yo conozco a esa mujer de prácticamente toda mi vida y ella no sería capaz de hacerle daño a nadie ¿o sí?.
Alan. Esa es otra cuestión que me abruma. No sé qué creer respecto a él, sin embargo, la verdad es que el verlo a hecho que por fin me sienta tranquila, al menos sé que se encuentra vivo.
Suspiro. No estoy segura de cómo debería sentirme. Enojada porque insulten a mi abuela o, estúpida por ser tan ignorante. Me consideraba una persona perspicaz y observadora, aunque ahora no estoy tan segura. De algo sí estoy segura: me siento usada, una pieza de ajedrez, más no estoy muy segura quién es la persona que mueve las piezas.
Respiro hasta controlar mis pensamientos y una vez se vuelven más claros tomo la primera decisión: no seré peón de nadie y no pienso dejar que me mientan más.
Descubriré la verdad y la sacaré a la luz. Seré objetiva de aquí en adelante. Sea quien sea la reina de este tablero, voy a derrocarla.
Son las 5:55 de la mañana, así que les digo a Emmanuel y Sarah que se adelanten, que enseguida los alcanzo ya que no me siento muy bien. Mis compañeros se ofrecen a llevarme con la Coronel para que un médico me evalúe, pero inmediatamente me niego, eso solo atraería la atención de Sullivan, y en este momento eso sería lo peor que me pudiera pasar; además, físicamente me encuentro bien, la realidad es que no tengo ganas de ver a Evan y Jacobo, no obstante, eso significaría no asistir al entrenamiento, no ir a clases, no ir al comedor; en conclusión, no estar aquí, así que eso se vuelve imposible porque no sucederá, no renunciaré.
Cuando salgo de la habitación mi reloj marca las 6:10, sé que me ganaré un gran castigo.
Llego a la pista y me encuentro con la Coronel Sullivan supervisando el entrenamiento. Mi respiración se acelera, pero no se compara a cuando me habla y me encuentro frente a ella. Me las arreglo más que bien para respirar la mayor normalidad posible.
—Cadete, ¿por qué tan tarde? —me escupe con desprecio.
—Estaba revisando lo que me encargó, Coronel.
«¡Carajo!»
Es lo primero que se me ocurrió, es la única manera de salvarme de esta. Mejor conocido como negociación, y ella lo sabe, así que aprieta los labios hasta formar una línea recta.
¿Ahora qué le diré?, tengo que darle algo o estoy perdida. Rápidamente busco qué puedo decirle sin perjudicar a Evan y Jacobo, y que me salve a mí. Sin embargo, si no le doy algo importante pensará que no le soy leal y podría ponernos en peligro a todos; en cambio si le doy algo creíble, podre conseguir tiempo.
—¿Y? —exige mientras nos alejamos hasta la fuente, donde nadie nos puede escuchar.
Alcanzo a ver como Evan y Jacobo me lanzan miradas furtivas.
—No he descubierto nada del cadete Covarrubias, aunque sí del cadete Johnson: él se encuentra al igual que yo, investigando al Cadete acusado —sé que es muy arriesgado, no obstante, es lo mejor que logro improvisar.
—¿Y quién se lo ordenó?
—Su padre —digo sin pensar. De inmediato me arrepiento, ella puede comprobar fácilmente si eso es cierto o no.
—Su padre —repite la Coronel. Lo piensa durante un momento y entonces me mira con un brillo extraño en los ojos—. ¡Retírese! —suelta de manera brusca.
Al llegar a la pista me percato de las miradas de los que me rodean, las cuales ignoro. El teniente Tylor no me dice nada por el retraso, solo me da las indicaciones de lo que tengo que hacer para ponerme al corriente con mis compañeros.
A las 4:00 de la tarde, me dirijo al comedor cuando el Teniente Tylor se interpone en mi camino con Jacobo detrás.
—¡Acompáñeme, por favor! —ordena.
Lo sigo junto a Jacobo, con quien intercambio una mirada fugaz, pero es suficiente para ver la incertidumbre en sus ojos.
Como supuse, llegamos a la oficina de la Coronel Sullivan. Pasamos y tomamos asiento.
—Cadete Jacobo, su compañera me ha comentado que se le ha asignado la tarea de vigilar a su compañero de cuarto —suelta inmediatamente la Coronel.
Todo mi cuerpo se tensa y temo que esto salga mal. Si así fuera, podemos darnos por muertos los tres.
—Sí, así es —contesta Jacobo con calma.
—¡Hum! ¿Y se puede saber quién se la ha concedido?
«Mierda».
—Mi padre —responde con seguridad.
Me permito soltar lentamente el aire. No sé cómo lo ha hecho, sin embargo, agradezco que haya pensado en lo más obvio al contestar.
—Bien —exclama más como reproche que como aceptación, lo que me parece extraño porque es su superior—. Entonces espero informes, Cadete.
—Lo siento, Coronel, pero tengo órdenes específicas del General para realizar los informes directamente a él —anuncia con calma Jacobo. Sullivan frunce los labios y por su rostro surca el coraje.
—Porter, quiero informes pronto. ¡Largo! —gruñe.
Salimos casi corriendo de a la oficina, aunque escuchamos como le grita al Teniente que preparen un Humvee.
—¿Qué demonios fue eso? —exige Jacobo.
—Necesitamos hablar.
—Sí, ya lo creo —su voz es ahora áspera y dura como el acero.
Apresura el paso para alejarse de mí.
Es curioso como en los últimos dos días he pasado de sentirme la persona más afortunada y feliz del mundo, a la más sola y estúpida. Creo que las cosas con Evan han llegado a su fin después de mi comportamiento de anoche. Jacobo no creo que me vuelva a hablar y pensar que mi abuela está detrás de todo esto... Ella que es mi única familia... No definitivamente eso no ayuda.
Las lágrimas me acechan, pero no puedo permitirlo. No tengo tiempo para eso, así que dejo de pensar y me concentro en dirigirme al comedor.
Cuando salimos de las prácticas a las 19:30, Evan viene hacia mí.
—Hola —saluda mientras acaricia su nuca. Inevitablemente mis ojos se posan en sus brazos. Evan es alto y fornido, aunque delgado.
—Hola.
—Lexa, ¿podemos hablar? —en su mirada hay algo que no logro identificar.
Asiento. Nos dirigimos a la salida y como habíamos hecho antes, vamos a la pista de caucho. Me siento fatal, no debí comportarme así ayer y tampoco debí decir nada a la Coronel, yo tengo que haber dicho que se me hizo tarde y no intentar salvar mi cuello.
«Cobarde» grita algo dentro de mi cabeza.
—Lo siento, Evan, de verdad yo no quería causar problemas, fui una cobarde, sé que...
—Para.
—No debí usarlos como escudo...
—¡Para, Lexa! —espeta Evan mientras toma mis hombros. Su mirada se suaviza al instante y con la mano derecha acaricia mi mejilla, observando mis ojos durante varios segundos—. Sé que tienes miedo y no es malo, el miedo nos recuerda que somos humanos, pero es malo si permites que te controle.
Comprendo lo del miedo, aunque no por qué me lo dice. Lo que me lleva a mantenerle la mirada y quedarme callada.
»Lexa, necesito que me digas que es lo que harás, necesito saber dónde está tu lealtad porque yo tengo que tomar decisiones; así que te pido que seas clara conmigo.
No sé qué contestar, ni siquiera estoy segura de lo que haré. Me sigue observando y en sus ojos veo temor y coraje. Bien, creo que será mejor que tomé una decisión: seguiré mis instintos.
—Quiero ver a mi abuela, necesito ver todo por mí misma.
Evan se relaja visiblemente. Confía en mí y eso me aterra.
—En mi habitación hay micrófonos, así que no digas nada comprometedor, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
—Si la Coronel te pidió que me sonsacarás información, supongo que pensó que eras más que mi amiga, ¿cierto? —lo dice tan tranquilo que por un momento pienso que realmente no significo nada para él.
—Sí, así es.
—Bien, pues que siga pensando eso —dice mientras sonríe y me toma de la mano, arrastrándome hacia el comedor, o al menos eso creía. En realidad, me lleva escaleras arriba y me dirige a la derecha, hacia su habitación.
Mi corazón se desboca y siento como el calor me asciende al rostro. Abre la puerta y vemos a Jacobo tumbado en la cama leyendo un manual de armamento. Mi rostro se enfría al instante. Jacobo baja el libro y nos ve, no obstante, rápidamente regresa la vista a su manual y nos ignora.
—Jacobo, te estábamos buscando —dice Evan muy animado.
«Actuación».
—¡Ah!
—Mañana es domingo y tenemos planes, ¿recuerdas?
—Ajá —es lo único que dice.
—Bien, entonces, ¿quieres baja con nosotros para ponernos de acuerdo?
—Ya. En seguida voy.
Evan y yo salimos de regreso a la fresca noche en dirección a la fuente, deshaciendo el agarre de nuestras manos.
—Evan, no sé si sea buena idea eso de ir mañana...
—Tenemos que hacerlo, nos escucharon cuando nos pusimos de acuerdo, debemos actuar lo mejor posible, además, necesitamos hablar y aquí no es seguro.
—Bien —acepto.
Nos sentamos en la fuente y esperamos a que Jacobo llegue. Cuando lo hace evita mi mirada y, aunque intento comportarme neutral, la verdad es que me siento muy mal.
—¿De qué va esto, Evan? —espeta fastidiado.
—Necesitamos hablar.
—Ya. ¿Sigues creyendo que ella es de confianza?
Evan no contesta, más me voltea a ver y sé que espera a que yo sola saque cara.
—Primero quiero cerciorarme yo misma de lo que han dicho de mi abuela, si es cierto: estoy con ustedes; si no, tienen mi palabra de que no intervendré en sus planes.
La mirada de Jacobo se ablanda y esta vez se vuelve más cálida.
—Bien.
—¿Qué es lo que le has dicho a la Coronel? —pregunta Evan mientras se voltea hacia mí.
Les explico a los dos que ayer Sullivan me buscó, lo que me dijo, lo que pensé, cómo los seguí, lo que escuché y el encuentro de la mañana.
—Lo siento, Jacobo, fue lo primero que se me ocurrió, no tenía intención de perjudicar a nadie, pero tenía que darle algo o no seguiría confiando en mí y me temo que eso nos pondría en un mayor peligro, ahora tenemos algo de tiempo. Y sí, no mentiré, también quería salvar mi cuello por llegar tarde.
—Eso ya no importa —me dice en tono amable—. Por ahora debemos ver que haremos: necesitamos mantener a la Coronel entretenida o tendremos problemas.
—De acuerdo, mañana hablaremos de eso, por ahora vamos a cenar y a prepararnos para mañana —nos dice Evan.
—Yo iré con Bob —se ofrece Jacobo mientras se da media vuelta y se dirige al comedor.
Cuando desaparece detrás de la puerta, me siento en la fuente y Evan me observa.
—Lo lamento mucho —dice, haciéndome levantar la vista para encontrarme con sus ojos cansados—. No debí ocultarte las cosas, pero tenía miedo de perderte y más aún de meterte en problemas; quería protegerte y ya era demasiado arriesgado estar contigo, decirte habría sido... Te habría condenado.
No es solo sus ojos, su sonrisa, su fortaleza y demás lo que me gusta de él. Es la facilidad que tiene para decirme lo que siente, el ser claro y real sin importar nada.
Con mi mano derecha acaricio su mejilla y me sumerjo en esos dos lagos hermosos llenos de rayos dorados como una extensión del mismo sol.
—Te perdono, y te agradezco por intentar protegerme, pero esto tiene que ver conmigo, es mi hermano; y soy capaz de cuidar de mí misma. Así que para la próxima dame la oportunidad de tomar mis propias decisiones, ¿de acuerdo?
—Eres única, preciosa. Y no te protejo porque necesites mi protección, sino porque yo deseo hacerlo.
No estoy muy segura de si es él quien se acerca o soy yo, sin embargo, nuestros labios terminan por encontrarse. Su aliento es cálido y reconfortante.
Y es así como todas las sospechas que me invadían respecto a su inocencia se desvanecen.
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