CAPÍTULO VEINTE
En el último segundo tomo una decisión: voy a seguirlos.
Agradezco haberme puesto un pantalón táctico de entrenamiento, una sudadera y tenis, todo negro, para mi buena suerte. Peino mi melena en un moño bajo que oculto con la capucha. No creí que tendría que seguir a alguien, quien sabe a dónde, no obstante, un gran soldado debe estar listo para este tipo de situaciones.
Cuando calculo que ya deben ir a la mitad de las escaleras, hecho a correr lo más silenciosamente posible y comienzo a descender por ellas. Al llegar al pie de estas, me detengo para observar como se dirigen a la pista de caucho.
La poca luz que hay se debe al gran foco sobre la puerta del comedor, por lo que pronto se pierden entre la oscuridad. Corro y me tiro de pecho al césped mientras distingo como siguen avanzando a veinticinco metros de mí. No sé a dónde se dirigen, pero veo que comienzan a cruzar la pista.
Parece que van al bosque, debo apresurarme a cruzar la pista o los voy a perder.
La luna no irradia demasiada luz, así que me será difícil seguirlos si me quedo atrás.
«Vamos Lexa, ésta puede ser la respuesta a todas tus preguntas» Respiro hondo y abandono mi nuevo escondite detrás de un árbol.
¿Derecha o izquierda? Agudizo mi oído cuando capto el crujir de una rama a mi izquierda, y pronto veo una tenue luz en la misma dirección, es algo apenas visible desde donde estoy (a unos veinte metros), al parecer están utilizando el nivel de luminosidad más bajo para ver solo lo suficiente como para desplazarse.
Mientras los sigo, algunas ideas me cruzan la cabeza y comienzo a preguntarme si se dirigen a las Piedras con el fin hacer algo especial para mañana, no obstante, rápidamente lo descarto porque, aunque solo he ido una vez, estoy segura de que no vamos en la misma dirección.
Después de varios minutos llegamos a lo que parece ser lo más profundo del bosque. Ante nosotros se yergue una barda de unos cinco metros de altura con alambre de púas en la cima.
Jacobo y Evan han puesto la lámpara en el suelo junto a un árbol cercano, ahora en el nivel más alto de luminosidad y pronto comienzan a escarbar con dos palas pequeñas. No sé de dónde las sacaron, aunque estoy segura de que no las traían cuando salieron de la habitación.
Pasados lo que yo calculo que han sido siete minutos, se escucha un golpe de metal contra metal. Tres minutos más tarde están abriendo una trampilla justo al lado del gran muro. Es una trampilla de 1.2 metros por 1.5.
Jacobo se arrodilla y entonces soy consciente de dos mochilas que están recargadas en un árbol cercano. De una de ellas saca una cuerda gruesa y se la arroja a Evan, quien se dirige al árbol más cercano a la trampilla, donde comienza a amarrar un extremo mientras Jacobo mete las palas en una mochila y saca algo que no logro distinguir.
Jacobo se cuelga una mochila y la asegura por debajo de su pecho. No es hasta que le entrega a Evan lo que sacó de la mochila que distingo que son guantes, que en seguida comienza a ponerse. Evan se cuelga la mochila al igual que hizo su compañero y se preparan para bajar.
Jacobo es el primero que toma la soga, da un paso hacia abajo y se apoya en el borde, entonces comienza a descender hasta que desaparece de mi campo visual. La cuerda esta tensa bajo su peso y después de un tiempo que me parece muy largo, la tensión de la soga disminuye visiblemente, y esa es la señal para Evan.
Ver como se lo traga la oscuridad hace que mis manos comiencen a sudar y la preocupación me aseche.
Espero hasta que la cuerda se afloja otra vez y entonces camino hacia la trampilla. Está oscuro y no veo que profundidad tiene, pero ya llegué aquí, no me puedo acobardar. Por un momento me entran ganas de ir por la Coronel, de avisar y que ella sea la que se haga cargo, sin embargo, entonces no sabría lo que está pasando y no podría escuchar la historia de Evan.
«Respira» me ordeno.
Tomo la soga y soy consciente de que, si me resbalo por ella, me quemará las manos. Me agacho y tomo tierra entre mis manos para secar lo mejor posible el sudor. Me apresuro a tomar la soga y nerviosa comienzo por bajar un pie y apoyarlo en la pared de enfrente, mis brazos apenas y aflojan su agarre para poder bajar. Inclino mi cuerpo hasta que mi espalda superior toca la pared y eso me da más estabilidad, y seguridad.
Cuando ya no veo más que negro por cualquier lado, los brazos comienzan a perder fuerza y temo resbalarme, sin embargo, con el siguiente paso en descenso llego al suelo y entonces veo una luz a lo lejos, así que sin pensarlo avanzo rápido hacia ella. Lo único que puedo percibir es que es un túnel de tierra por el polvo y las piedras a mi paso.
Es probable que me caiga, estoy avanzando rápidamente a oscuras y me temo que esa no es la mejor decisión que he tomado, más el temor y la adrenalina me asechan y no quiero perderme aquí abajo.
A los pocos minutos la luz desaparece y me invade el temor, estoy a punto de gritar el nombre de Evan o de Jacobo, cuando escucho ruido, aunque no a mi derecha ni a mi izquierda, sino encima de mí. Estiro mis manos y pronto encuentro una estructura fría que identifico como una escalera.
Comienzo a subirla hasta que presiento algo sobre la cabeza y mi mano comprueba que es otra trampilla pesada. La levanto un poco y observo que da a un callejón con una sola salida. No veo movimiento así que la levanto y empujo. «Mierda» maldigo internamente, pero la trampilla no llega al suelo, sino que se atora a unos treinta centímetros de este.
Doy un largo suspiro e impulso mi cuerpo fuera del agujero y vuelvo a bajar la trampilla, o mejor dicho la tapa de una alcantarilla.
No sé hacia dónde dirigirme una vez llego al cruce, ni siquiera sé dónde estoy, no me son familiares estas calles.
—Faltan cinco minutos, llegaremos a tiempo. Espero que sea puntual —es Jacobo. Están a unos cinco metros.
La calle está a oscuras y en total silencio, así que sus susurros parecen gritos.
—¡Shhh! —lo calla Evan.
Los sigo a la izquierda, derecha y por último otra izquierda, donde se detienen al llegar a una esquina. Pronto sé dónde nos encontramos: estamos en la división de los Fraccionamientos Cuatro y Tres. Me mantengo con la espalda pegada a la pared a la vuelta de la esquina atrás de ellos. Respiro hondo y lento para evitar hacer ruido. Cuando mi reloj marca las 12:01 escucho a Jacobo otra vez:
—¡Qué carajo! ¿No que venía solo?
Evan no responde. Pasados unos segundos escucho una voz distinta.
—Evan —saluda esa otra voz.
—Richard —devuelve el saludo Evan.
—¿Qué hace él aquí? —cuestiona la voz de ese tal «Richard».
—Yo debería preguntar lo mismo, solo que yo traje uno y tu cinco —contraataca Evan.
—Él es mi mejor amigo y mano derecha —dice nuevamente Richard—. Además, necesito apoyo, no por ustedes; aunque más vale prevenir.
—Él es mi compañero más leal —presenta Evan a Jacobo con voz tranquila, pero firme y por lo que escucho, con la menos información posible.
Por ahora, lo único que sé es que aparte de Evan y Jacobo, hay otras seis personas.
—¡Es el hijo del General y eso... —escucho que comienza a decir Richard.
—¡Confió en él! —lo corta Evan tajante. Nadie contesta—. También lo conocía, es parte de mi familia —supongo que otra vez hablan de Gerardo, lo que me hace preguntarme ¿quién era realmente Gerardo?
—¿E incluso irá en contra de sus padres? —le escupe Richard.
—Solo quiero hacer lo correcto —está vez es Jacobo quien responde.
—Bien —suspira Richard.
—¡Habla! —exige Evan.
—Seré rápido, no me gusta estar en la calle —dice Richard—. Ustedes vayan a rondar la zona —escucho que indica, (supongo que a sus acompañantes).
Rápidamente me escondo tras unas cajas que están agrupadas al otro lado del callejón.
Cuando pasa de largo una pareja de vigilantes, salgo y me posiciono en mi antiguo lugar. Entonces ese tal Richard comienza a hablar.
—Hace cinco años estaba estudiando en la Academia Ribos en el Fraccionamiento Uno, era el mejor de mi clase, me decían que no habían visto a alguien tan talentoso, así que me ofrecieron un puesto bajo el mando de una de las más grande epidemiológicas, era mi sueño.
»Hasta que un día me dirigía a los laboratorios, era ambicioso y planeaba comenzar mi propia investigación, no quería estar bajo órdenes de nadie, quería ser mi propio jefe y eso solo lo conseguiría si trabajaba y lograba algo grande. Así que me dirigía a los laboratorios y planeaba entrar a escondidas, pero mis planes se vieron truncados cuando escuche voces que se dirigían a mi posición. Abrí la puerta más cercana y me escondí adentro de un armario. Las voces entraron en la habitación e identifiqué a una: era la mujer que sería mi futura jefa.
»Discutían, hablaban del virus CR-6 o, como ustedes quizá lo conozcan, la fiebre roja.
—¿Estás loca? Eso va contra la naturaleza, son solo personas. No podemos cometer ese error otra vez —dijo la otra voz, era la de un hombre.
—El mundo necesitaba un respiro —contestó la doctora.
—¿Y por eso decidiste matar a millones de personas? —le gritó el hombre.
Escuche mal o, ¿acaba de insinuar que el CR-6 fue provocado? doy un paso más para oír claramente todo.
—¡No me levantes la voz! Que para empezar es «matamos», te recuerdo que tú participaste en la creación, además yo tenía órdenes directas y sabes muy bien que hasta la fecha la humanidad ha mejorado, el Ecofascismo era lo que necesitábamos.
—¿Qué pasaría si se enterarán de la verdad? ¿Crees que estarían de acuerdo? —cuestionó el hombre.
—No pretendo que comprendan, yo amo a mi especie y quiero lo mejor para ella, e incluso que sea la mejor.
Entonces el hombre volvió la mirada hacia donde yo estaba con la puerta del armario entreabierta. La doctora estaba de espaldas a los dos. Él se llevó un dedo a los labios y yo asentí, asustado.
—Además, los muertos no hablan, querido amigo —volvió a hablar la mujer y entonces vi cómo le clavaba un cuchillo en el estómago. Me tape la boca y escuche como gorgoteaba el hombre. A los pocos minutos salió de la habitación y yo me apresuré a salir también, el hombre ya estaba muerto, no había nada que hacer.
»Al terminar mis estudios, después de un mes, rechacé la oferta y pedí que me pusieran como médico en el hospital de la Academia Black, quería estar lo más lejos posible del Fraccionamiento Uno. No pretendía decir nada, solo quería olvidarlo, pero entonces conocí a mi mano derecha.
Escucho que ambos se ríen y el corazón me da un vuelco.
«Conozco esa risa».
—¡Oh, sí! Lo recuerdo muy bien.
Yo lo conozco.
Estoy tan asombrada que no me doy cuenta la proximidad de los sujetos hasta que tengo a los dos vigilantes encima.
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