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CAPÍTULO TRES


Después de mi plática con el coronel Burgth, nadie ha venido a verme y estar solo sin hacer nada no me ayuda demasiado.

No logro poner en orden mis pensamientos, ¿acaso el Coronel tenía razón? ¿yo maté a... a Gerardo?, no, eso no puede ser posible, yo... yo estaba sentado afuera de la casa y no había tomado alcohol; pero si yo no lo hice, ¿por qué estoy dudando? ¿dónde están mis padres? ¿por qué no han venido a verme o hablado?, lanzo un suspiro de frustración. Ya no quiero seguir pensando en esta situación, así que sepulto las presentes dudas y sentimientos en un lugar profundo, dejando mi mente en blanco.

El reloj de la pared marca que ya van a ser las 10:00 horas, cuando veo que la puerta se está abriendo.

—Aquí hay algo para comer —Es Richard—. Intenta comer despacio o volverás a vomitar —me advierte. Está claro que el mal olor en la habitación le ha dejado claro el estado de mi estómago.

—Gracias —es todo lo que puedo decir: no tengo ganas de hablar y mucho menos de comer.

—Dentro de una a dos horas aproximadamente te darán de alta —me informa, volteando hacia la puerta como si fuera a entrar a alguien. Se acerca a mí—. Te están vigilando, no puedo hablar. En la bandeja, debajo del plato, hay una nota, tómala. No la leas aquí, es peligroso —Y sin esperar mi respuesta sale al pasillo, llevándose el cubo sucio con él.

Tomo la bandeja que ha dejado en la mesita de noche e intento comer algo, por si es cierto que me están vigilando, que no sospechen nada. De manera discreta saco la nota y la pongo bajo las sábanas, dejo la bandeja en su lugar y justo entonces alguien entra en la habitación.

—Cadete Evan, aquí hay un cambio de ropa —anuncia el doctor Howard , dejando a los pies de la cama mi chaqueta, un pantalón y playera negra, (mi uniforme de campo de la Academia) además de un par de botas deportivas, calcetines y ropa interior—. Una vez esté listo, puede salir de la habitación. En la salida hay un Humvee esperándolo para llevarlo a la Academia —No contesto, aunque debe ver en mi rostro que no estoy de acuerdo, así que lo sigo observando—. Fueron órdenes del coronel Burgth —aclara el doctor con una sonrisa tensa. Asiento—. ¡Ah! Se me olvidaba, también le he traído estas píldoras —dice ofreciéndome un frasquito blanco—. Te ayudarán a dormir: toma una, dos horas antes de acostarte, solo en caso de presentar insomnio.

—Gracias.

En cuanto el doctor sale de la habitación me quito la bata y comienzo a vestirme, agradeciendo volver a cubrirme con ropa normal y no con un pedazo de tela que me hace sentir demasiado vulnerable. Me dispongo a salir al pasillo, cuando me acuerdo de la nota. Corro de vuelta a la cama, sacudo las sábanas, y no hay nada. «Maldición, ¿dónde la dejé?» La puerta se está abriendo.

—¿Está listo? —pregunta el doctor asomando la cabeza.

Me empiezan a sudar las manos, no logro encontrar esa nota y no puedo dejarla aquí: eso me traería problemas a mí y a Richard, sin tomar en cuenta que necesito saber la información que contiene.

—Un minuto por favor, ahora salgo —logro contestar con la voz más tranquila que encuentro, aunque parece haber funcionado, porque el doctor cierra la puerta y se va. Comienzo a desesperarme cuando me agacho y ahí está, bajo la cama. La coloco en mi cintura bajo la orilla del pantalón y salgo al pasillo, donde me dirijo hacia las escaleras para bajar a la salida.

—¡Cadete Evan! —es el doctor Howard gritándome desde atrás.

El corazón me da un vuelco «me han atrapado», las manos me sudan y siento la adrenalina fluir por mis venas. Ahora, ¿qué pasará? ¿me mataran por traición? ¿me encerrarán? y... ¿qué le pasará a Richard? ¡Pobre doctor, solo quería ayudar y yo... Y por mi culpa será castigado!

Busco una salida y comienzo a trazar un plan. Hay solo dos guardias en las puertas del elevador, a cien metros de mí, puedo con ellos...

—¿Sí? —respondo al tiempo de que en mi cabeza sigue en marcha el plan. Necesito el mayor tiempo posible para actuar con mayor precisión. Siento que un frío me recorre la espalda y comienzo a girarme hacia el doctor.

—Sus pertenencias —anuncia.

—¿Mis pertenencias? —digo más para mí que para él.

—¡Sí! Al llegar aquí y hospitalizarlo, le retiramos lo que traía. ¡Sus pertenencias!

Sonrió al tiempo que siento cómo mis músculos y puños se relajan, lo que es curioso porque no sabía que estaban tan tensos. Camino hacia él y tomo la bolsa que me entrega, es pequeña y solo contiene un reloj digital y las llaves de mi cuarto.

—Gracias —digo observando la bolsa y levantándola.

¡Demonios!

Retomo mi camino hacia las escaleras y llego a la planta baja, donde tal y como dijo el doctor, me están esperando dos hombres de uniforme negro y una Humvee.

El hombre más alto que parece ser un oficial (aunque no sé de qué rango) me visualiza, y en cuanto salgo del hospital abre la puerta trasera de la camioneta haciéndome un además para que ingrese en ella; subo y el sujeto me sigue, mientras que el hombre más bajo enciende el vehículo. Sin decir nada, el hombre a mi lado me hace entrega de una pequeña nota de no más de diez por diez centímetros.

Cadete Evan:

Espero se encuentre mejor. Me han avisado que fue reinstituido en la Academia Black, sin embargo, tengo algunos puntos a tratar con usted, por lo tanto lo veré mañana en punto de las siete horas en mi oficina.

Me alegra tenerlo de nuevo en esta Academia.

Lamento su pérdida.

Director Bosch.

Un bufido abandona mis labios y un movimiento a mi derecha llama mi atención: el oficial aferra su arma. Esto es una mierda, estoy casi seguro de que han enviado por mí para que no tenga la oportunidad de contactar a mis padres. solo espero que se encuentren bien y que no les hagan nada. Eso sí, debo buscar la manera de verlos cuanto antes, necesitamos hablar, ellos no van a creer que soy un asesino... y eso es lo que más me preocupa.

Después de diez minutos llegamos a la Academia Black, bajo de la camioneta, y sin decir nada me encamino al interior.

Dos minutos más tarde estoy afuera de mi cuarto, el cuarto que compartía con Gerardo, y por un momento me recorre la sensación de esperanza: siento que al abrir la puerta ahí estará, sentado, esperándome; no obstante, eso no va a suceder, por mucho que me cueste creerlo.


Ya casi son tres horas desde que comenzó el examen de conocimientos teóricos. Fui la primera en terminar en una hora y media.

Ya han salido la mayoría, pero según las reglas hay que esperar que todos terminen para poder continuar, así que aquí estoy: sentada en las afueras de la sala.

Cuando sale Verónica (que parece ser la última) viene hacia mí, lo cual aún me resulta algo fuera de lo normal.

—¡Muy bien, ahora pasaremos a la prueba física! —anuncia la Coronel Sullivan unos minutos más tarde. Se da media vuelta y dándonos la espalda comienza a caminar—. ¡Síganme! —insiste. La multitud comienza a avanzar y yo la imito, caminando a lado de Verónica, quien parece estar algo abatida y reacia a mirarme.

—¿Estás bien? —decido preguntar, aunque realmente no me importa, es una estupidez que esté así, debería estar concentrada en las pruebas.

Soy fiel a la idea de que cada uno pelea su lucha interna, y si somos sinceros, a nadie nos importa la de los demás: escuchamos para que nos escuchen, apoyamos para que nos apoyen, pero al final es en beneficio propio, no obstante, no pregunto para que me permita llorar en su hombro.

—Sí, es solo que... que no tuve la oportunidad de decirte que lo...

El grupo se detiene y casi choco con un joven alto frente a mí, por lo que Verónica se ve interrumpida «gracias», no tengo tiempo para lamentaciones.

—¡Cuando escuchen su nombre, den un paso al frente y diríjanse con los doctores! —indica la Coronel Sullivan sin siquiera despegar un poco la vista de sus notas—. ¡Karla Mendoza! ¡Mery Cortez! ¡Elizabeth Quiñonez! ¡Esteban Ribas! ¡Jorge Escamilla! y ¡Enrique Beltrán!

El tiempo se arrastra y la multitud se desvanece, es hasta que quedamos una cuarta parte, que mi nombre acaricia los finos labios de la Coronel al frente.

—¡Lexa Porter! ¡Harol Parker! ¡Miranda Robles! ¡Jesús Vélez! ¡Fabián Quiroz! y ¡Carlos Espinoza!

Me abro paso entre los presentes: rodeando cuerpos, dando codazos, y después de unas cuantas quejas por los demás y de varios «lo siento» por mi parte, logro llegar al frente.

Dos hombres de bata blanca nos empiezan a guiar por el laberinto del Instituto hasta que llegamos a unas escaleras, que dan a una sala subterránea que jamás había visto porque no se nos permite entrar a este lugar.

—Tomen asiento, los iremos llamando —indica uno de los sujetos, y se alejan hasta desaparecer detrás de una puerta.

Después de cinco minutos volvemos a tener compañía.

—¡Harol Parker! —dice una mujer bajita y rechoncha.

La joven de mi derecha se levanta y desaparece por la misma puerta por la que salió aquella mujer.

Dos horas han pasado y en la sala solo quedamos otra chica —quien debe ser Miranda— y yo.

—¡Lexa Porter! —me llama un sujeto a mi costado izquierdo.

Me levanto y camino detrás de él. No estoy nerviosa y tampoco segura de si eso es bueno o malo, deseo igual que en el otro examen, acabar con esto cuanto antes.

Al entrar en la habitación tengo que entrecerrar los ojos para ver mejor, está oscuro, la única luz proviene de una fila de ordenadores en la pared de la derecha, con una persona en cada uno. De repente la pared de enfrente se ilumina y me doy cuenta de que eso no es normal en una «pared. Tal como creí, resulta ser un vidrio que da a otra habitación completamente blanca.

Uno de los médicos me pone una mano en la espalda y me empuja hacia la puerta abierta a un costado, y me hace ademán de que entre. Respiro hondo y lo hago.

En el interior hay cuatro personas de batas blancas esperándome.

—No te preocupes, esto no dolerá —me tranquiliza una doctora de voz chillona.

Me colocan en la cabeza un gorrito con unos círculos de plástico negro, al igual que en el pecho, y me hacen entrega de un traje constituido por un material rojo que nunca había visto.

—Sube a la plataforma, por favor —me indica una voz que no logro identificar de dónde proviene, aunque deduzco que lo hace detrás de ese cristal que finge ser una pared desde donde estoy.

Nerviosa, le doy orden a mi pie derecho que avance y al izquierdo que haga lo siga y no me permita caer. Me corrijo, estoy más que nerviosa, estoy que me cago.

Una vez encima de la plataforma, me quito el calzado, el pantalón y la blusa, quedándome en ropa interior para ponerme el traje rojo; apenas he terminado de subir cuando me dirigen a un diván frío.

—Cierra los ojos —me indica uno de los médicos mientras manipula una tableta.

En cuanto lo hago, una corriente fría recorre todo mi cuerpo y me quedo en completa oscuridad. Escucho distintas clases de sonidos, aunque aún no logro identificarlos muy bien.

—Identifique los sonidos —dice una voz en alguna parte.

Comienzo a decir lo que logro identificar: algunos sonidos de pisadas, que luego pasan a ser pasos apresurados, después los de alguien corriendo, los cuales se transforman en el sonido de la lluvia, y así sucesivamente hasta llegar al silencio otra vez. Entonces, empiezan a aparecer pinturas abstractas y me piden nuevamente que mencione lo que logro identificar.

Siento como unas manos me levantan del diván, sin embargo, no logro verlas. De pronto, por primera vez veo claramente figuras alzarse a mi alrededor. Respiro hondo y lo que antes eran figuras abstractas y oscuridad ahora son calles, aunque no las conozco así que no sé dónde me encuentro.

Escucho un gemido detrás de mí y sin dudarlo me giro. Un niño de no más de doce años con una herida demasiado profunda en el pecho del lado izquierdo me devuelve la mirada. Mi pulso se vuelve a acelerar y siento la adrenalina correr por mis venas, no sé qué es lo que debo hacer y me dejo llevar por mis instintos, así que me arrodillo a su lado he intento hacer presión en la herida, aunque sé que es estúpido, él morirá haga lo que haga. Por el rabillo del ojo veo que alguien corre en dirección norte, por lo que volteo y me percato de que sus manos están llenas de sangre, además de portar en la mano derecha un cuchillo.

—¡Detengan al asesino!

La voz me sobresalta, pero logro procesar la información. Estoy a punto de levantarme e ir tras el asesino cuando siento que el niño toma mi mano.

—¡No me dejes por favor! —me suplica entre sollozos.

Siento que me aplastan el pecho, mas no es momento para ser sentimental sino objetiva, y lo cierto es que él morirá sin importar lo que haga, así que lo mejor que puedo hacer es vengarlo, y eso significa atrapar al asesino.

—Lo siento —logro decir con un nudo en mi garganta.

El niño sonríe y yo me echo a correr tras el asesino.

Sin previo aviso todo cambia, frente a mí está mi padre, abuela, madre y hermano, algo que no logro comprender porque se supone que mis padres están muertos y mi hermano se largó.

—Mi pequeña princesa, ¡vamos a casa! —es papá quien pronuncia esas palabras como si fuera un día normal, como si regresara dos años al pasado.

Una mezcla de alegría y confusión me invaden.

—¡Vamos! —insiste mamá.

Mi abuela y mi hermano sonríen, mientras mi padre se acerca para comenzar a jalarme con una ferocidad en sus ojos que jamás había visto antes, aunque lo que realmente evapora cualquier duda, es su vestimenta: es la del asesino y eso me hace ser consciente de que sus manos están llenas de sangre.

—Ustedes no son mis padres, mis padres murieron, además mi madre jamás llevaría puesto una sudadera de color verde, aborrecía ese color; y mi padre no era un asesino —aseguro, y la figura del usurpador se desintegra seguida de la que por un momento creí que era mi madre—. Tú no eres mi hermano, él se fue hace mucho y el reloj siempre lo llevaba en la mano izquierda, no en la derecha —continuo. Por último, queda la figura de mi abuela.

—¡Cariño...! —dice entre sollozos.

—Tú no eres mi abuela, ella jamás habría creído que ellos eran reales.

La figura de mi abuela se desintegra y un dolor oprime mi corazón.

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