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CAPÍTULO SIETE


Si hay algo que siempre me ha gustado de la Academia es el guisado de verduras con carne bañada en salsa roja que realizan al inicio de cada ciclo como bienvenida.

Estoy sentado en el comedor de la Academia, me permitieron salir del hospital después de dos horas de estudios. Mientras esperaba los resultados tuve la oportunidad de pensar en todo lo que había pasado hace unos días y con ello que no he avisado a mis padres que me encuentro bien y que sigo en el plan de estudios de la Academia Black. Cuando me preparaba para salir del hospital, pregunté a la Doctora que me atendió por el Instructor Maximiliano y el director Bosch.

—¡Humm! —analizó mientras me miraba fijamente a los ojos—. El director Bosch perdió bastante sangre, sus heridas en el costado derecho fueron varias, sigue en cirugía, pero al parecer lo más difícil ha pasado. El resto de sus heridas son superficiales —aseguró mientras revisaba un expediente, del cual no logré ver el nombre—. En cambio, el instructor Maximiliano, tuvo una contusión cerebral, por ende, se quedará aquí en observación, pero parece que ya está fuera de peligro —continuó mientras volvía a posar la vista en mí una vez más—. ¿Alguna otra duda?

Ni siquiera esperó mi respuesta, se dio media vuelta y se fue.

Al llegar al instituto oí que nos convocaban en el comedor, por lo que llegué y me serví mi estofado favorito, por desgracia mi apetito no ha estado muy presente últimamente.

—¡Eh, Evan! —me llama Sebastián—. ¿Qué se siente ser el héroe?

—¿Héroe? —digo forzando una sonrisa que resulta dolorosa—. Solo he hecho lo que cualquiera.

—¡Vamos! Deja de ser tan modesto —contrataca Fabián.

—Ahí viene Jacobo —nos interrumpe Betty señalando hacia las puertas del comedor.

Y ahí está, Jacobo con Lexa y esos otros dos amigos suyos. Jacobo les está explicando que éste es el comedor, y yo no logro quitarle los ojos de encima a Lexa. En las escaleras me cubrió las espaldas, de lo contrario, tal vez ya estaría muerto, además, tengo que admitir que es muy guapa: alta, cabello castaño largo y ondulado, piel aceitunada y con una postura muy elegante.

Lexa encuentra mi mirada y es hasta que Jacobo llega a mi lado y toca mi hombro, que la aparto.

—¿Cómo te encuentras? —pregunta.

—Bien —digo fríamente.

—Bien —repite con una sonrisa triste.

El fallecimiento de Gerardo aún no se corre por la Academia, pero no tardará y cuando suceda no sé qué haré. Dudo que se divulgue que soy yo el supuesto asesino porque daría mal prestigio a la Academia, aunque las preguntas y suposiciones llegarán.

Estoy seguro de que el único que está al tanto de la «realidad» es Jacobo, sus papás deben estar informados de lo sucedido, además, él es parte de mi familia, un hermano más, por lo tanto, ya debe saberlo. Muy probablemente mis padres se lo comunicaron.

Vuelvo la vista a mi plato y comienzo a comer.

—¿Dónde está Gerardo? —cuestiona Betty y eso hace que mi corazón de un vuelco. Jacobo levanta la vista y se dispone a contestar, cuando una voz resuena en el comedor y pide silencio. Es la Coronel Sullivan.

Me giro sobre mi asiento en la banca para observar aquella mujer.

—Gracias por su atención —dice desde arriba de una mesa del fondo de la sala—. El día de hoy han ingresado diecinueve nuevos reclutas, los cuales comenzarán su preparación el lunes de la próxima semana, es decir, el día diecisiete de agosto, mientras tanto se les darán las indicaciones dentro de un momento —Busca entre sus notas hasta que del centro saca una hoja de color amarillo—. Por otro lado, quiero informarles que el director Bosch, se encuentra en el hospital de la Academia, por lo que en este momento yo estaré a cargo. Y como suplente del instructor Max, tendremos al Teniente Tylor —continúa diciendo.

Cuando escucho ese nombre volteo y lo veo al lado de la Coronel, es el mismo que el acompañante del Coronel Burgth; mientras lo observo él encuentra mi mirada y me hace un saludo con la cabeza, el cual sin mucho entusiasmo le devuelvo.

»Así que aquellos del ciclo dos y tres, a partir de mañana se integrarán a sus horarios que en un momento se les entregarán —La Coronel Sullivan levanta su mirada en mi dirección por un momento—. Por último, es necesario que les informe que nuestro cuerpo militar ha sufrido una dolorosa pérdida el día domingo, por lo que mañana a las 18:00 horas tendremos un evento en memoria del Cadete Gerardo Covarrubias.

«Ahí está la respuesta, Betty» pienso al instante mientras que las lágrimas escuecen tras mis ojos.

Entonces se escuchan susurros por todas partes y a mis espaldas distingo como mis compañeros de mesa, que también eran cercanos a mi hermano, empieza a soltar gemidos, pero es Betty la primera en sollozar.

Siento todas las vistas clavadas en mí, sin embargo, yo solo tengo ojos para la Coronel. Aún pálido y con el corazón demasiado inquieto como para concentrarme en más, observo como la Coronel baja de la mesa y comienza a pasar entre la multitud con dirección a la puerta o, eso creo, hasta que me doy cuenta de que no es así, viene hacia mí.

—Cadete, Evan —dice Sullivan frente a mí.

Rápidamente me levanto y me cuadro frente a ella con el corazón todavía a toda velocidad y excesiva rabia, aunque no se contra quién o qué.

—¡Coronel! —articulo con voz quebrada, mirándola a los ojos.

—Sígame por favor.

Toda la multitud guarda silencio mientras observa cómo nos retiramos del comedor. Estoy seguro de que me cuestionarán sobre los hechos de la tarde, así que controlo mi enfado y sigo a la Coronel hasta la habitación que es en estos momentos el despacho de la Coronel Sullivan o, la Directora Sullivan por ahora.

—Tome asiento, por favor —ordena, tomando asiento en la silla detrás del escritorio—. Lo he traído aquí para que corrobore la historia de la señorita Porter, además tengo entendido que el día de hoy en punto de las 17:00 horas tenía una cita con el Coronel Burgth en este despacho, ¿correcto?

—Sí, Coronel.

—Bien. El Coronel llegará dentro de cuarenta minutos, tiempo suficiente para levantar mi informe.

Pensar en lo que pasó hace solo unas horas me distrae y con ello me tranquiliza, así que comienzo a concentrarme en ello. Después de dar mi parte de la historia la Coronel levanta su mirada, no obstante, ambos guardamos silencio un momento.

—Mañana se le dará la despedida a Gerardo aquí, así lo han solicitado tus padres, pensé que ya estabas informado, aunque tu expresión me dice que no es así. Sé que es difícil para ti —me escruta con la mirada y suelta un suspiro largo, para después recargarse en su asiento—. Escucha, puedes confiar en mí. Sé que hay algo que te está carcomiendo y me gustaría apoyarte. Si necesitas algo, házmelo saber, Evan.

Unos pocos días antes de concluir el ciclo escolar, la Coronel me dijo que había un asunto a tratar conmigo a cerca de una oferta, un puesto en su patrulla, sin embargo en esos mismos días recibí otras ofertas, por lo que la plática se pospuso. Hoy la Coronel me ha vuelto a recordar su oferta, pero las cosas son distintas: no confió en ella, aunque tampoco estoy seguro del por qué. Todo lo que me rodea ha comenzado a adquirir un tono distinto, incluso formas diferente a las que solía ver comúnmente.

—Gracias —declino su «apoyo» para no ser grosero, pero lo cierto es que su cordialidad me resulta ficticia.

Llaman a la puerta.

—¡Adelante! —ruge Sullivan enderezándose en su asiento.

El Coronel Burgth entra en el despacho y nos ofrece un saludo.

—Les daré espacio —anuncia la Coronel, levantándose para salir de la habitación.

—Cadete, es noche así que seré conciso.

Salgo de la dirección y me dirijo a mi habitación, ya no hay nadie en los pasillos, por lo que de acuerdo con la poca luz que hay, calculo que he estado dos horas como mínimo con el Coronel. Sus palabras resuenan en mi cabeza. He hecho todo lo posible por no dar ninguna respuesta exacta, negando saber la verdad o bien, diciendo que él era el mismo de siempre, también dije que no recordaba con claridad el momento en que falleció. Lo cierto es que después de las preguntas del Coronel, recuerdo todo con claridad, ahora estoy más que seguro de que Gerardo conocía algo realmente importante y ellos lo saben, algo que le costó la vida, y temen que me lo haya logrado decir. Por ello sigo aquí en la Academia, para que me mantengan vigilado.

Mañana comienzo mis clases y ni siquiera pude estar presente para obtener mi horario. Es noche ya todos deben de estar dormidos, así que no se me hace correcto despertar a alguien para pedirlo.

Una vez en la cima de las escaleras me dirijo a mi habitación, la número cuatro. Me dispongo a abrir la puerta cuando veo que la luz está encendida y recuerdo claramente haberla apagado por la mañana.

Me preparo para enfrentarme a lo que hay adentro, pongo la mano en la perilla de la puerta y giro lentamente. Con un movimiento rápido abro la puerta empuñando mi cuchillo a la vez que entro en la habitación.

Me encuentro con nada más y nada menos que con un Jacobo sin nada puesto más que un short.

—¡Cálmate, Evan! ¿Qué demonios te sucede? —se queja, claramente sobresaltado con las manos en alto.

—¿Qué haces aquí? —pregunto cortante.

—Me asignaron esta habitación contigo, mi compañero desertó... Me han dado la indicación de trasladarme aquí —termina diciendo.

—Ya. Lo siento.

Bajo el cuchillo y veo que me mira con el ceño fruncido

—Vaya manera de recibirme —suelta molesto.

—Lo siento, son los nervios de la tarde —confieso tocándome el puente de la nariz.

—Ya. No pasa nada.

Una mezcla de enojo y tristeza me invade, pero no puedo dejar que esto me atormente, necesito seguir y saber que pasó, que era lo que quería decirme Gerardo y no lo conseguiré si me pongo a llorar, así que respiro y me controlo.

Cierro la puerta.

—Evan... —se levanta y se pone frente a mí mientras extiende los brazos para abrazarme.

—¿Qué estás haciendo?

—Sigue la corriente, hay micrófonos, no digas ni actúes de manera sospechosa —me susurra al oído tan bajo y rápido que apenas soy capaz de entender sus palabras. Le devuelvo el abrazo y tengo que admitir que me gustaría quedarme así, refugiarme en alguien, sin embargo, no puedo mostrar vulnerabilidad en este momento.

—Gracias —murmuro. Su presencia me reconforta.

—No agradezcas —dice en voz alta para luego volver a susurrar—. Necesitamos hablar, sé que eres inocente.

«Así que ya lo sabe»

No sé si me tranquiliza o me fastidia, no obstante, sea lo que sea, necesito saber qué es lo que sabe. Se aleja y nos miramos durante unos segundos, hasta que se recuesta en la cama que era de Gerardo.

Me preparo para dormir y me acuesto pensando que a pesar de que me duele que Jacobo ocupe el lugar de Gerardo, también me reconforta tener su compañía. Mi relación con Jacobo no es la misma de hace unos años atrás, sin embrago, mentiría si digo que no lo estimo en gran medida.

Anhelo que Gerardo regrese, me gustaría volver a ser niños otra vez. Espero que mis padres estén bien, mañana sin duda los veré, esa idea me agobia porque no importa cuanto me reprima, con ellos me será imposible permanecer estoico, sobre todo con mi madre.

A pesar de que mi cabeza es un caos, poco a poco se va vaciando hasta que me quedo dormido.

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