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CAPÍTULO QUINCE


Las piedras. Es un lugar tranquilo, aunque lo que más me gusta es que aquí puedes hablar, ser tú; ser libre por un momento.

A pesar de que muchos estudiantes conocen su existencia, no es muy concurrido, por lo que prácticamente siento que es un lugar privado, que me pertenece.

—Te propongo un reto —le ofrezco a Lexa, con el fin de romper el hielo que aún queda entre nosotros.

—No le recomiendo que me rete, Señor Covarrubias —me advierte, regalándome una sonrisa muy sexy.

Eso me hace sonreír, por alguna razón, ella calma la tormenta en mi océano. Estos últimos días su presencia ha sido la razón por la cual mi herida ha dejado de sangrar un poco.

—Una carrera. De aquí hasta la boya roja que está a cincuenta metros.

Examino su rostro y sé que está analizando que tan fría estará el agua y si tiene alguna ventaja, lo que es incierto porque aún no nos hemos visto nadar.

—¿Qué ganaré? —pregunta sin una pisca de duda.

«Me encanta».

—Bueno... —lo pienso por un momento, y entonces lo tengo—. No lo sé, pero si yo ganó, quiero ese beso que me prometes cada vez que nos despedimos.

Mi comentario le arranca una sonrisa hasta los ojos y eso hace que yo la imite.

—Entonces, ¿tenemos un trato, Señorita Porter? —pregunto, también mofándome.

—!Oh sí, Evan! Tenemos un trato y te aseguro que te vas a arrepentir porque cuando gane, tú harás mi tarea por un mes.

—¡Trato hecho!

Ella sonríe y niega con la cabeza. Pronto comienza a quitarse la playera y la tira al suelo, no tarda en darse cuenta de que la observo.

—No creerás que me voy a mojar toda la ropa o ¿sí? —pregunta con el ceño fruncido

No, la verdad es que no, aunque tampoco esperaba que se fuera a quitar la ropa. No planeaba eso y de repente me siento confundido: por una parte, me siento mal, no quiero que ella piense que la rete o la traje para desnudarla porque no es así, y por otra parte, la verdad estoy disfrutando de la vista.

Una corriente eléctrica recorre mi cuerpo. Su seguridad hace que me parezca más atractiva, pero necesito aclarar la situación.

—Lexa, no quiero que pienses que te he traído hasta acá con el fin de...

—Tranquilo, Evan —me corta con una cálida sonrisa—. ¡Vamos, quítate la ropa!

«¿Acaso Lexa me ha hecho una propuesta indecente?» sonrío ante ese pensamiento.

»Estoy ansiosa por hacerte comer polvo —aclara en el preciso instante en que es consiente de que su comentario se presta para una doble interpretación—. Necesito que mañana comiences a ayudarme, me temo que estaré muy atrasada con mis trabajos —Sonríe. Parece que sabe leer a las personas.

Por alguna razón, que haya dicho eso me tranquiliza y hace que me sienta más cómodo, lo que solo engrandece el impulso de besarla.

«¡Concéntrate Evan!» me reprendo.

Lexa se sienta entre las piedras a desabrocharse las botas. Yo dejo la mochila y comienzo por quitarme la playera. Cuando estamos listos, solo llevamos encima la ropa interior y por un momento nos dedicamos a observarnos y tengo que decirlo: es preciosa la mires, por donde la mires.

—Bien, Señor Covarrubias, cuando cuente tres —indica mientras se prepara para correr—. Uno —me pongo en posición—. Dos, ¡tres!

Salimos disparados hacia el agua helada. «Mierda». Sabía que estaba fría, pero esto está más que fría. Ya me llega a la cintura, no hay vuelta atrás, además no pienso acobardarme. Salto y me sumerjo.

Siento a Lexa justo al lado, por lo que comienzo a apresurar las brazadas, sin embargo, aún me deja atrás, así que estiro mi brazo y tomo su tobillo para desequilibrarla. La verdad es que no me importa que me gane, no obstante, por alguna inexplicable razón quiero mantener el mayor contacto que se pueda, por pequeño que sea.

—¡Eh! ¡Tramposo! —escucho que grita a mis espaldas.

De inmediato un peso sobre mi espalda me sumerge. Abro los ojos bajo el agua y a pesar del ardor, distingo la figura distorsionada de Lexa. Mis pulmones exigen que salga a la superficie en busca de oxígeno y a menos que quiera morir, debo hacerles caso.

Lexa está a dos metros de mí, observándome con una enorme sonrisa desde la boya.

—¿Qué pasó, Campeón? —pregunta, mofándose.

—¡Tramposa! Recuérdame no volver a retarte —le pido, burlándome.

—Aprendes rápido.

Si al estar en el agua se siente frio, aquí al lado de la boya expuestos al viento, es peor, así que soy yo el que propone que regresemos a la orilla y salgamos.

Nadamos de regreso y en cuanto nuestros pies vuelven a tocar las piedras en el fondo, corremos a vestirnos. Lo gracioso es que tenemos la ropa interior empapada, por lo que su blusa y nuestros pantalones terminan con grandes manchas oscuras.

—No imaginé que fueras tan rápida nadadora, ¿dónde aprendiste? —me atrevo a preguntarle.

Se está poniendo las botas, no obstante, enseguida levanta la mirada y contesta.

—Recuerdo que antes de que mi hermano entrara a la Academia, nos gustaba explorar en la orilla del Fraccionamiento Uno, y en una ocasión encontramos una casa que tenía una alberca en su patio.

»Estuvimos planeando estrategias para poder llenarla, sin embargo, no fue hasta que mi hermano hizo un trato con alguien del Fraccionamiento Dos y nos ayudó a extender una toma de agua y drenaje. Ahí aprendimos, pasábamos días enteros, hasta que... se fue. No hace mucho que dejé de ir.

—Lo siento —y es verdad, lamento que sus padres no estén con ella y que crea que su hermano la abandonó. Pero más siento no poder decirle la verdad, porque eso la pondría en peligro, ¿o ya está en peligro? y si es así, ¿por qué no decirle?—. Lexa...

—No te preocupes, estoy bien —me sonríe. Creo que esperaré para decírselo—. Bueno, guía, ¿cuál es la siguiente parada? —pregunta con una de sus miradas seductoras.

La observo y siento la necesidad de protegerla, no porque necesite protección, sino porque no quiero que vuelva a pasarla mal otra vez. Es fuerte, eso me lo ha dejado más que claro, no obstante, quiero que confíe en mí, quiero conocerla de verdad, no solo ver su coraza. Me encanta Lexa, entre más rápido lo reconozca, más fácil será todo.


—¡Evan! —repito, nerviosa al no obtener respuesta mientras me pongo de pie—. ¿Qué pasa?

—Nada, es solo que...—parece que está buscando las palabras adecuadas—. Eres preciosa —Sonríe.

Creo que mi cara lo ha hecho reír, está claro que yo no esperaba esa respuesta. Me han dicho muchas veces «preciosa», sin embargo, esto es diferente: las palabras de Evan me saben a sinceridad y algo más, no sé qué es, pero es algo profundo; eso hace que mi rubor se dispare.

¡Maldición!

Entonces, cuando creo que ya nada puede sorprenderme, Evan deja escapar una carcajada, pasa uno de sus brazos por mis hombros, y me planta un beso en la frente.

—¡Anda! Vamos a comer algo —me suelta y cada uno tomamos nuestra mochila.

Tengo la cabeza embotada, aún no logro procesar lo que ha pasado. Me gusta, es lo único que tengo claro.

Entonces caigo en la cuenta en algo que me desagrada.

—¿Ya nos vamos? —pregunto algo decepcionada.

—¿Qué? —parece que ya comprendió a lo que me refiero porque no me deja contestar—. No, yo he traído comida.

Bueno tampoco esperaba eso.

—¿Eso está permitido? —Por lo que yo sé, no se permite sacar comida del comedor.

—No. Tengo un amigo en la cocina que me ayudó.

—Ya —Sonrío porque para ser una salida casual, se ha tomado muchas molestias—. Y ahora, ¿a dónde vamos? —inquiero, siguiendo sus pasos.

Sonríe, pero no me responde, sino que sigue caminando por la orilla del lago hasta que llegamos a las grandes rocas, las cuales forman una pequeña caverna; tiene alrededor de 1.70 metros de altura y espacio para al menos seis personas. Entramos y mientras yo la recorro observando su interior, veo que Evan comienza a sacar varias cosas de su mochila.

—¡La comida está servida! —anuncia—. Sírvete lo que gustes.

Nuevamente Evan me sorprende: la comida está fuera del menú cotidiano de la Academia.

Me decido por un guisado de carne bañado en salsa, el mismo que sirvieron el primer día que estuvimos en la Academia. También tomo un poco de arroz. Está riquísimo.

—Me parece que cierto amigo en la cocina merece un grato reconocimiento.

Él sonríe y eso provoca que yo también lo haga. Por último, pruebo un pan y algo de fruta.

Una vez terminamos, comenzamos a juntar todo y a guardar lo que nos ha sobrado. No estoy segura de cómo reaccionar ahora, así que me esfuerzo por pensar qué le puedo decir o preguntar...

—Lexa —veo que se ha puesto de pie y me extiende su mano, distrayéndome de mis pensamientos. Tomo su mano y comenzamos a salir de la cueva—. ¿Te gustaría caminar un poco?

—¡Claro!

Caminamos por la orilla del lago y él me cuenta anécdotas de su infancia.

—¿No te parece que es muy irónico como acabamos con el mundo?

—¿De qué hablas? —pregunto.

—Bueno, los países más poderosos eran aquellos que tenían las armas más efectivas para acabar con nosotros mismos. Y lo que lo destruyó realmente fue algo invisible a nuestros ojos. Y claro, ofreciendo una muerte para mi gusto mucho peor.

—Está claro que hemos sido muy imbéciles en la busca de ser omnipotentes.

Cuando terminamos de dar la segunda vuelta al lago, Evan comienza a arrojar piedritas sobre la superficie de este, haciéndolas saltar tres veces antes de hundirse.

La intriga y mi competitividad, me llevan a intentarlo, lo que solo me deja claro que soy patética: apenas llegan a la superficie del lago, se hunden. Escucho como Evan se ríe e intenta reprimir una carcajada sin éxito cuando lo intento otra vez y vuelvo a fallar.

Pronto me resigno, y frustrada arrojo las piedras que me quedan, a un lado.

—¡Vamos, ven aquí! —dice Evan mientras se coloca atrás de mí con una mano en mi cintura, y otra sobre mi mano derecha. Me entrega una piedra plana y con voz baja y a mi parecer seductora, habla a mi oído—. El índice es el que hace todo el trabajo, el pulgar solo la sostiene —siento su aliento cálido en la nuca y eso me provoca cosquillas y un escalofrío que me recorre todo el cuerpo.

—Bien —es lo único que soy capaz de decir.

Después de varios lanzamientos de práctica, se aleja y me deja hacerlo sola. Y... es muy buen maestro o, tengo buena suerte porque lo logro.

—¿Vez? —me felicita.

—Es que tuve un buen maestro —eso capta su atención.

Tiene un rostro atractivo, no obstante, mi mirada baila de sus labios a sus ojos nada más. No sé exactamente cuántas veces recorro ese camino, sin embargo, presiento que no han sido pocas.

—Está por ponerse el sol —Es cierto, el sol está a punto de tocar las copas de los árboles—. ¡Ven, esto es lo que he querido enseñarte!

Lo sigo. De repente deja la mochila a los pies de un árbol y comienza a escalarlo. Nunca lo he hecho, aunque hoy parece ser el día indicado para intentarlo, así que lo sigo y pasados ​​unos minutos me encuentro con él en la cima. Nos sentamos en una rama y observamos poco a poco como se oculta el sol en el horizonte.

—¡Guau! —es lo único que se me ocurre para describir el hermoso paisaje.

A través de los espacios que hay entre las ramas de los árboles se filtran los últimos rayos del sol. Después de unos segundos el sol deja tras de sí un rastro de manchas en tonalidades rosas y moradas.

—Lexa... creo que no sirve de nada seguir sin ser claros entre nosotros, cuando todo es evidente —Busca mi mirada y yo lo observo con atención.

—Sí, creo que eso nos ahorraría muchas malas interpretaciones y con ello tiempo.

—Bueno, hay muchas razones por las que no debería hacer esto —dice mientras me acaricia la mejilla y con la otra toma un mechón que se ha salido de la cachucha y lo recoge atrás de mi oreja—. Pero, no puedo evitar lo que siento —contengo la respiración—. Lexa me gustas demasiado y si me lo permites, quiero conocerte mejor.

El corazón me late muy de prisa y siento caliente la cara, sin embargo, me obligo a responder porque hay sinceridad en su voz y la verdad es que yo siento lo mismo que él.

—También me gustaría conocerte mejor, Evan —Coloco insegura mi mano en su pecho y la otra la desplazo lentamente hasta su nuca.

Me acaricia la barbilla y me preparo para besarlo cuando nuestros relojes suenan, anunciando que son las 20:00 horas. Sonreímos, nerviosos.

—Mejor hay que bajar y empezar el camino si queremos llegar a cenar —propongo.

—Sí, tienes razón —concuerda, decepcionado, lo que me provoca un pinchazo en el estómago.

Evan se acomoda para bajar primero, cuando llega al suelo me grita que lo siga. Siento piquetes en las puntas de los dedos de mis manos y me comienzan a sudar.

Pego mi pecho al tronco y comienzo a descender muy despacio, sosteniéndome con fuerza a cada rama. Casi llego a la mitad cuando mi pie derecho resbala y mi mano izquierda no alcanza a sujetar la rama, así que en el intento de buscar algo a lo que aferrarme, mi antebrazo entra en contacto con un pico que sobresale de una rama quebrada.

Un ardor recorre mi brazo, seguido de una sustancia caliente que rápidamente llega hasta mis dedos. Se me escapa un gemido mientras mi brazo derecho y mis pies son los responsables de que aún no caiga.

—¡Lexa! ¿Estás bien? —está tratando de sonar tranquilo, más alcanzo a percibir la preocupación en su voz.

—Sí, es solo una falla técnica —digo, intentando sonar tranquila, aunque está claro que el dolor impregna mi voz.

—Déjate caer, aquí te atrapo, te faltan solo cuatro metros.

Mi brazo derecho comienza a dormirse y cansarse. Levanto la mano izquierda e intento agarrar la rama que está arriba de mi cabeza, pero el dolor es demasiado, no podré sostenerme.

Busco donde apoyar los pies y con sumo cuidado comienzo a trazar la ruta por donde bajar. Rápidamente la sangre me llega al hombro y son incapaz de soltar la rama a la que se aferra mi mano derecha por temor a que me falle la izquierda.

—¡Confía en mí! —pide Evan, y al menos de que quiera acabar en el suelo, no tengo otra opción. Mi respiración se acelera—. Tranquila, te atraparé —intenta calmarme Evan—. A las tres, ¿de acuerdo?

Asiento.

—Uno, dos, ¡tres!

Me suelto y ahogo un grito. Todo pasa demasiado rápido, en un segundo choco contra Evan y terminamos en el suelo. Escucho como el golpe ocasiona que se quede sin aire.

Lo más pronto que soy capaz me pongo de rodillas algo mareada para dejarlo respirar.

—¿Estás bien? —pregunto apenada.

Evan no es capaz de contestar así que me levanta el pulgar derecho. Pasados ​​unos minutos se sienta y me evalúa con la mirada

—Déjame verla —indica, tomando mi brazo para examinarlo—. ¿Puedes mover los dedos? —Los hago en respuesta—. Bien, eso quiere decir que no se han dañado los nervios o tendones, pero es profunda. ¡Vamos! En las instalaciones te atenderán.

Toma mi mano derecha y me ayuda a levantarme.

—¡Espera! —me detiene y se quita la playera.

Al igual que en el lago, lo observo y me doy cuenta de que está en muy buena forma.

Me sorprende mirándolo, sin embargo, no me queda sangre para ponerme colorada. Arranca un pedazo de su camisa y me lo amarra por encima del codo. Aprieto la mandíbula para no gritar.

Evan se ofrece a llevar las cosas mientras me pasa una botella de agua para que beba.

—Lo siento Lexa.

—¿Qué? —no puedo creer que se esté disculpando por mi estupidez. Cuando pasó tenía la cabeza demasiado embotada como para pensar con claridad. No obstante, ahora me siento sumamente avergonzada—. No, no es tu culpa; además, no había tenido un día tan increíble como hoy.

Evan se levanta con una mochila en su espalda y mi chaqueta en sus manos para ponérmela. Le doy la espalda e introduzco el brazo derecho y al no poder introducir el izquierdo me coloca la prenda sobre el hombro. Cuando me doy media vuelta lo tengo en frente con el tronco del árbol a mi espalda.

Me toma la barbilla y se inclina, a la espera de mi permiso. Siento su aliento cálido fusionándose con el mío. Aquí ya no hay nada que nos interrumpa, por lo que me dejo llevar y nuestros labios se encuentran. Sus labios son cálidos y suaves. Encajan perfectos con los míos: han encontrado su sitio adecuado.

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