CAPÍTULO DIEZ
Las palabras del padre de Jacobo no hacen más que aumentar mi odio. El posible asesino de mi hermano está frente a mí, hablando de él como si sintiera el dolor que embarga a mi familia. En mi mente comienzo a trazar un plan: acercarme, robar un arma al guardia más cercano, que está a unos tres metros, y meterle un tiro en su boca llena de falacias.
En ese momento mi padre coloca su mano en mi hombro y me distrae de mis pensamientos. Sé que él conoce algo que yo ignoro, pero no es momento para hablar de ello.
Después de un rato más de los mismos sermones vanos, Jacobo, Betty y otros compañeros se acercan al cuerpo de Gerardo. Veo como lloran y se despiden, todos menos Jacobo que aguarda un rato más a su lado, hasta que logra controlar los sollozos. Cuando calculo que nadie más pasará y diviso que ya se ha retirado gran parte de los presentes, me acerco al ataúd.
Respiro hondo y extiendo mi mano, es momento de decir adiós y no sé cómo seré capaz de eso. Siento que me asfixio y sin importar cuanto me esfuerzo por mantenerme bajo control no logro reprimirme más, tener aquí su cuerpo me hace aceptar lo que deseo con todo mi ser que sea una pesadilla. Gerardo está muerto. Mis rodillas se doblan y caigo al suelo, todo el dolor que me ha estado carcomiendo amenaza con explotar; soy una bomba contra reloj, solo que no estoy seguro de cuánto tiempo le queda.
«Inhala, exhala» me ordeno hasta que logro acompasar mi respiración.
—Te quiero. Gracias por estar a mi lado, gracias por compartir tu luz, por ser mi hermano y mayor confidente, espero que te encuentres realmente en paz, porque yo me encargaré de descubrir lo que me quería decir. Terminaré lo que empezaste y te vengaré, aunque me vaya la vida en ello —susurro tan bajo para que nadie me escuche —. Me haces mucha falta, pero viviré por ti. Te quiero, hermano.
Siento una mano en mi hombro derecho y otra en mi izquierdo, y por el calzado sé que son mis padres. Me levanto y me desprendo de sus agarres, sé que no estoy siendo justo pero el coraje que siento me embarga y si no salgo de aquí me temo que no seré capaz de mantenerlo a raya; me doy media vuelta y con la mirada en alto atravieso el jardín sin prestar atención a las miradas y susurros.
Llego a mi habitación, entro al baño y entonces el odio que sentí hace unos momentos es superado por un vacío que jamás había sentido antes; no es un vacío físico, o lo podría llenar con cualquier cosa que pese pero no valga, es una clase de vacío diferente, no siento ganas de nada, ni siquiera de llorar. Algo se ha quebrado en mí o, mejor dicho, se ha perdido una parte de mí.
Después de un tiempo escucho que alguien entra en la habitación, y enseguida llaman a la puerta del baño. Dos segundos después entran sin esperar mi respuesta.
—Evan... —es Jacobo, que cierra la puerta tras de sí—. Vamos a dar un paseo.
Volteo para mirarlo y comprendo que tiene algo que decir, así que salimos y nos dirigimos a las pistas de entrenamiento.
—No quiero agobiarte, pero necesito informarte de algo —susurra, avergonzado.
Nos observamos por un momento hasta que Jacobo suelta un largo suspiro. Comenzamos a caminar por la pista de caucho.
—Mi padre me ha pedido que te vigile —Voltea y evalúa mi reacción, pero al ser inexpresivo ante su revelación, continúa—. Me ha prometido un puesto en cuanto salga de la Academia. Quiere que le informe si veo un comportamiento extraño en ti o si dices o cuestionas algo anormal.
Permanecemos en silencio hasta que decido que es mi turno de hablar.
—¿Y? —lo digo más brusco de lo que pretendía.
—Te dije que estaba contigo en esto, ¿no? —Asiento y seguimos caminando—. Entraré este fin de semana al despacho de mi padre y quiero que vayas conmigo.
Lo observo con atención y frunzo el ceño.
—No podemos salir, no este fin.
—Tú déjamelo a mí, le diré a mi padre que te invite a cenar para que él tenga la oportunidad de evaluarte por sí mismo y así obtener información —dice muy seguro de su capacidad de convencimiento.
Comenzamos a planear como lo llevaremos a cabo mientras el sol desaparece tras el horizonte. A las 21:00 nos dirigimos al comedor para la cena, no me apetece comer, sin embargo, necesito hacerlo, así que introduzco en mi boca un pedazo de pollo y mastico; es insulso o, al menos así me lo parece, no obstante, me obligo a tragar y repetir el proceso hasta terminar con mi plato.
—¿Verdad Evan? —me pregunta Betty, no sé qué decir y se da cuenta así que me explica rápidamente—. Fabián dice que él y Jacobo nos darán una paliza en la lucha cuerpo a cuerpo, yo le digo que tú y yo podemos con todos los de la mesa —asegura, riéndose y lanzando miradas retadoras al resto de nuestro pequeño grupo.
A pesar de las risas que fingen, el dolor y la tristeza invaden el ambiente. Sé que tratan de animarme, lo menos que puedo hacer es devolverles el gesto, además necesito estar sereno y alerta así que me concentro y guardo todo lo que me aflige lejos, en lo más remoto que soy capaz de esconderlo. Sonrío lo mejor que puedo y contesto
—Tú déjamelos.
—¿Estás diciendo que yo no puedo con ellos? —me reta Betty.
—¡No! Jamás dije eso —me apresuro en responder, sonriendo y levantando las manos como símbolo de sumisión.
—Creo que te puedo patear el trasero, Evan —me amenaza Betty con una sonrisa malévola.
—Ya lo creo que sí —digo con sarcasmo.
No la subestimo, es solo que me gusta hacer que se enoje, aunque ahora que la veo, no estoy muy seguro de haber hecho lo correcto. Después de diez minutos Betty sigue hablando a cerca de lo injusto que es que aún piensen que una mujer es menos fuerte y capaz que un hombre. Dejo de prestar atención.
El tiempo límite para acabar la Academia es de tres años, pero no hay un tiempo mínimo. El mejor tiempo hasta ahora ha sido de dos años, aunque estoy seguro de que yo lo haré en un año y medio. Antes de vacaciones he iniciado el ciclo tres y ya estoy a punto de pasar al cuatro y en febrero me graduaré. Jacobo intenta acabarlo en dos años, así que apenas acaba de entrar en el ciclo tres también, por lo que yo soy el más chico de mi grupo.
Permanezco callado mientras todos los demás se burlan de mí. Entonces escucho una voz a mis espaldas.
—¿Puedo? —es Melani, que pide permiso para sentarse en el espacio vacío de mi derecha.
—Claro —contesto avergonzado al tiempo que Jacobo me da un codazo en las costillas y se levanta; el resto lo imitan. «¡Mierda! ¿Ahora que le voy a decir?»—. Melani yo...
—No, no te preocupes, no tienes que darme cuentas, creo que simplemente nosotros no somos compatibles y hay que aceptarlo —me corta de manera cálida, mientras me observa con esos ojos inocentes y cariñosos que solo he visto en ella.
—Te debo una disculpa, yo estaba demasiado enfrascado en los exámenes para pasar al ciclo tres y... Lo siento —digo con toda sinceridad.
—Todo bien —me sonríe, extendiendo su mano en un intento de tomar la mía, más mi instinto hace que la retire de forma inconsciente, e ipso facto me siento fatal—. Perdón —exclama, dolida—. Solo quería decirte que siento mucho lo de Gerardo —puntualiza mientras sus ojos se llenan de lágrimas y no sé si es por Gerardo o por mi reacción de hace unos instantes, de cualquier forma, me siento mal.
—Gracias —susurro porque apenas y me sale la voz.
—Si necesitas hablar o algo en lo que pueda ayudarte, dímelo. Espero que pronto sane tu corazón —dice, acercándose y plantando un tierno beso en la comisura de los labios. Es un beso cargado de ternura y dolor, un beso que embarga de calidez mi interior, aunque no el tipo de calidez que ella desea—. Te veo luego —se despide y yo asiento mientras veo como se aleja.
Cuando llego a mi habitación Jacobo me espera leyendo un libro de armamento.
—Y bien, ¿cómo te fue, Romeo? —pregunta con una sonrisa pícara.
—Fatal —bufo.
—Bueno, después de dejarla plantada no sé qué era lo que esperabas, amigo.
No quiero hablar de eso así que cambio de tema.
—Ya. Pásame el horario que no quiero que se repita lo de hoy —pido, poniendo los ojos en blanco.
—Está sobre la mesita.
Tomo el horario no sin antes darme cuenta de que los ojos de Jacobo se encuentran enrojecidos e hinchados. No importa cuanto nos esforcemos por continuar con nuestra rutina, el vacío que ha dejado Gerardo en incalculable y se ha ido elevando hasta el infinito.
Jacobo siente mi mirada, conectándola conmigo y como si de telequinesis se tratará, sonríe con melancolía mientras nuestros ojos se humedecen.
Por fin mañana comenzamos clases, estoy algo emocionada y nerviosa también.
Ayer me encontré con Jacobo y estuvimos hablando un poco, sé por la manera en que mira a Sarah que está buscando acercarse a ella con en el pretexto de hablarme, y siendo sincera, yo también solo pasé tiempo con él esperando ver a su amigo. No he vuelto hablar con Evan desde que le agradecí por salvarme la vida antes de la ceremonia de despedida. Me hubiese gustado decirle que lo sentía mucho por su pérdida, pero me pareció que lo que más necesitaba era que no lo mencionarán.
Jacobo me habló de cómo se cursa la Academia, me explicó que lo puedo hacer en tres o dos años, no obstante, si fracaso, estoy fuera. También me dijo que Evan va tras la meta de terminarlo en un año y medio, eso me pareció asombroso, además de que sacó 2000 puntos en los resultados de sus pruebas.
Me dio una pequeña descripción de los Instructores que me esperan y algunas recomendaciones.
Después de un rato, pregunté lo que llevaba días queriendo saber.
—¿El muchacho que falleció, era tu amigo? —permaneció callado un momento y creí que jamás contestaría.
—Era más que eso, era mi hermano. A pesar de que tengo padres, los Covarrubias son mi familia. Para Evan es más difícil porque ellos eran hermanos, no de sangre claro, pero un hermano no tiene que ser de sangre, mi tío solía decir Dios nos crea y la vida nos junta o, algo así —dijo sonriendo, aunque no denotaba felicidad—. Gerardo era huérfano, los padres de Evan lo adoptaron al igual que a mí. Éramos muy unidos.
Seguimos caminando y cuando llegamos a la fuente voltee hacia donde había estado el ataúd hace unos días atrás.
—Creo que lo conocía —confesé.
Jacobo alzó la vista y me miro confundido.
—¿Qué dijiste? —cuestionó, parándose en seco.
—Creo que lo conocí, quiero decir creo que conocí a Gerardo.
—¿Dónde? —se apresuró a preguntar.
Entonces fui yo quien se quedó callada sopesando que podía decir y que era mejor callar.
—Mi hermano una vez lo llevó a casa, recuerdo que dijo que era un compañero de la Academia.
—¿Cómo se llama tu hermano? —volvió a insistir, ahora algo ansioso.
—Alán Porter. Esperaba verlo en el funeral, pero no llegó.
—Alán —repitió su nombre como si intentara recordar algo.
—¿Lo conociste? —cuestioné, ahora siendo yo la ansiosa por su respuesta.
—No —Miró su reloj y se apresuró a decir—: bueno, tengo que irme, te veré luego, preciosa.
No he dejado de repasar esa conversación, ¿por qué se fue cuando mencioné quien era mi hermano? sabe algo. Quizás él pueda decirme dónde está ese cobarde, se lo preguntaré cuando lo vea.
Son las 6:00 de la tarde y estoy desesperada, toda la semana estuvimos con cada uno de nuestros Instructores mientras nos explicaban las disciplinas que nos impartirían, normas en su clase, y algunos otros puntos importantes.
Sarah, Emmanuel y yo hemos recorrido cada rincón de la Academia que hemos encontrado, a excepción del bosque: es algo desconocido para nosotros y nadie nos ha dicho que podamos entrar, aunque tampoco han dado autorización. Los primeros días nos perdimos un par de veces y nos vimos obligados a pedir instrucciones, sin embargo, creo que lo hemos superado, conocemos la Academia, al menos lo suficiente para no perdernos.
—¡Eh! Iremos a ver si hay algo en el comedor —exclama Emmanuel—. ¿Vas?
—Claro, pero la cena es hasta las 21:00 horas.
Mi compañero se encoge de hombros.
—Una chica del ciclo dos nos dijo que el comedor estaba abierto desde las 6:00 hasta las 23:00 horas, que puedes hacer tareas o ir a platicar, e incluso que a veces queda fruta —me sonríe con complicidad y yo me levanto para ir con ellos.
Mientras bajamos las escaleras hablamos de cómo será mañana, estamos emocionados y algo nerviosos, aunque nada comparado con lo ansiosos. En el comedor se ven pocas personas, a lo mucho diez, algunas solas y otras con pareja. Cuando irrumpimos en la habitación todos nos observan hasta que ocupamos la mesa donde nos hemos sentado estos días. No sabemos qué es lo que debemos hacer: si es correcto levantarse y ver si hay fruta o, quedarnos aquí fingiendo que solo queríamos un lugar donde hablar. Nos observamos y vemos que los tres estamos pensando en lo mismo y es inevitable romper a reír.
Un ataque de risa se apodera de mí, de esas pocas veces en que tu cabeza se vacía y el peso cae en el estómago, hasta que duele por tanto reír.
Después de varios intentos fallidos de recobrar la postura los observo y me doy cuenta de lo sola que había estado, que las mejillas me están temblando de tanto sonreír, de que comienzo a quererlos de manera incondicional, que no había tenido una amistad, desde... hace mucho.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro