CAPÍTULO DIECISIETE
Hace dos semanas que fui a las piedras con Evan, desde entonces él me ha ayudado con mis trabajos porque aceptaba la derrota de nuestra apuesta, así que todas las tardes las pasamos en mi habitación o en la suya.
Hace dos días nos encontrábamos en mi habitación, terminando la tarea de armamento; esa conversación se repite una y otra vez en mi cabeza.
—Te ves muy guapa cuando te concentras.
Antes sus comentarios me hacían sentir nerviosa, sin embargo, ahora me gusta más ponerlo nervioso a él.
—¿A sí? —me levanté de la cama y me senté de frente a él sobre su regazo.
—Sí —dijo mirándome fijamente —. Hermosa mejor dicho y mira que es lo mismo te mire por donde te mire.
Pasé mis manos por sus hombros y lo besé. Por alguna razón esta vez fue distinta al resto, ahora quería más. Sentía la necesidad de fundirme con él y formar uno solo. Creo que ambos lo percibimos así porque nos separamos y observamos mutuamente mientras nuestras respiraciones se controlaban.
Estábamos tan concentrados que no escuchamos cuando se abrió la puerta. Hasta que fue Sarah la que rompió nuestra conexión.
—¡Oh, vamos chicos! ¿Enserio?
Evan y yo nos reímos nerviosos. Me quité de encima y entonces se puso en pie y anunció:
—Creo que es hora de que me vaya —no fue el hecho de que lo dijera, sino algo en su mirada que me dejó claro que tenía miedo, pero, ¿miedo de qué? no lo sé. Aun así, salimos juntos de la habitación, mientras Sarah y Emmanuel se enfrascaban en una conversación a la que no presté atención alguna.
—¿Está todo bien? —pregunté algo insegura.
—Sí, sí, todo está bien, preciosa —su actitud había cambiado y por primera vez tuve miedo de haber hecho algo realmente fatal.
Tomó mi rostro entre sus manos y plantó un tierno beso en mi frente, pero eso solo me causo un dolor algo extraño, por alguna razón sentí que era una despedida, sin embargo, antes de que pudiera detener a mis labios, estos se abrieron.
—Te quiero, Evan —él me observo y en su mirada había preocupación y más miedo. Me desconcertó.
—Yo también te quiero, Lexa —dijo con tensión y la mandíbula tan apretada que por un momento pensé que se le astillarían los dientes.
Después me soltó y se fue, más no a su habitación como hace siempre, sino hacia las escaleras. Quería preguntarle que a dónde iba, que qué estaba pasando, no obstante, me detuve en seco y reprimí el impulso de ir tras él. Necesitaba espacio, estar solo, y lo respeté.
Esa misma noche arreglé las cosas con Sarah, a pesar de que todo estaba bien y nadie lo había mencionado, en el fondo de nuestra relación se encontraba esa pequeña espinita molestando, así que razoné mi comportamiento y le pedí disculpas por haber reaccionado así y por no haber pasado tiempo con ellos en las últimas semanas.
Entre la carga de trabajo extra para aprobar la Academia en un año y mis salidas con Evan, apenas hablamos entres los tres. Sarah me pidió también disculpas y por primera vez en días hablamos abiertamente de todo lo que ha pasado. Les platiqué de las piedras, lo hermoso que era, menos aquello que ver con los detalles importantes: aquello que solo nos pertenecen a Evan y mí.
Pero ni con las anécdotas de mis compañeros que me hicieron reír hasta que me dolió el abdomen, se me quitó la sensación de que algo iba mal con Evan.
Han pasado varios días y después de aquella noche, no he salido con Evan. Hoy no lo he visto ni en el entrenamiento, ni en el almuerzo y mi preocupación comienza a aumentar. Durante todas las clases mi cabeza no hace más que hacerse preguntas y eso está poniendo mis nervios a flor de piel. ¿Y si se ha decepcionado con mi comportamiento? ¿Y si le pareció infantil? ¿Y si el no siente lo mismo que yo? ¿Debí de ir tras él?
A la hora de la comida Sarah decide tocar el tema, supongo que mi rostro delata mi preocupación.
—¡Eh, nena! ¿Se pelearon? —no necesito que me diga de quien habla porque los tres conocemos la respuesta.
—No, no peleamos, pero la última vez que salimos se puso algo extraño, y parece que desde entonces me ha estado evitando.
—Pues yo no lo vi tan extraño —dice Emmanuel.
Intenta hacerme reír así que sonrío, aunque hay alguien a quien no puedo engañar, y esa es Sarah.
—Ya aparecerá y hablaran. Todo se arreglará —me asegura.
—Gracias —sonríe y me regala un apretón en la mano.
Tal y como dijo Sarah, en la práctica aparece, sin embargo, evita voltear hacia mi lado de la habitación.
Hoy comenzamos con la lucha cuerpo a cuerpo, hace cuatro días que me quitaron los puntos de la herida y aunque me recomendaron tener cuidado, ya tengo una semana practicando con los sacos. Voy más avanzada que mis compañeros de ciclo, es la única manera de terminar la Academia en mi tiempo acordado.
Nos ponen en parejas y comenzamos por conocer los puntos más débiles del cuerpo humano.
Como soy la alumna más avanzada yo hago pareja con mi Instructora. La verdad me gusta mucho trabajar con ella porque me lleva hasta el límite de mi capacidad y me exige a mejorar. Sus gritos durante la práctica, sin embargo, eso me ayuda a explotar mis capacidades.
Cuando salimos Evan me toma del brazo y me pide que hablemos por un momento.
Yo espero lo peor, espero que me diga que es mejor alejarnos por razones que aún no alcanzo a comprender. El día que me hice el corte en el antebrazo, me prometió explicarme su tensión frente a la Coronel, sé que no lo olvidó, pero si él no lo mencionaba yo decidí respetarlo.
Me esconde algo, de eso estoy segura.
—Lo siento, cariño —no específica por qué lo siente, aunque esas palabras no eran las que esperaba.
—No pasa nada, todo está bien —digo aliviada.
Me da un beso y escucho a mis compañeros de cuarto aullar como lobos. Eso provoca que todos se rían. Salimos de la sala y Evan me pide salir.
—Claro, guapo, solo dame quince minutos, necesito darme un baño ¿va?
—Hecho —subimos las escaleras con mis compañeros detrás.
Cuando llegamos a la cima Sarah y Emmanuel entran en la habitación y Evan me da un beso en la frente.
—Te espero en el balcón en quince ¿sale?
Asiento y entro en la habitación.
Me doy una ducha con agua fría y observo como las gotas diminutas me recorren cada centímetro del cuerpo. La sensación de miedo ha sido sustituida por felicidad. Seguridad.
Mientras me seco el cuerpo veo mi cicatriz en el antebrazo. El día que me quitaron los puntos Evan me acompañó. Cuando salimos del hospital estaba muy serio y le pregunte qué le pasaba.
—Nada, hermosa ¡anda, vamos o la cena se enfriará! —esa fue toda su respuesta.
Me parece que se siente culpable, pero no entiendo por qué.
Se ha estado comportando de manera extraña y hoy no dejaré pasar la oportunidad. Hoy obtendré respuestas.
He pensado en mi relación con Lexa.
El sábado la estaba ayudando con sus tareas en su habitación. La observé mientras hacía un análisis y tengo que admitir que es curioso que las cosas que a unos los estresa, como analizar situaciones o un problema matemático, a ella la relajan.
—Te ves muy guapa cuando te concentras —dije sin pensar.
Al final terminé con ella encima, besándome.
La situación se me fue saliendo de las manos con el paso de los días: yo quería poder mantener al margen lo más posible mis sentimientos por si me veía obligado a retirarme de inmediato, pero a estas alturas no estoy muy seguro de poder lograrlo.
Sé que mi plan era egoísta porque la lastimaría, sin embargo, ¿acaso no es mejor lastimarla un poco a voltear todo su mundo de revés y que salga herida incluso físicamente?
La herida que se hizo en nuestra ida a las piedras y el sueño de ella muriendo entre mis brazos, me hace recordar constantemente el peligro en que la pongo; no podría perdonarme si algo le llegará a suceder por mi culpa, no obstante, aún y con todo eso quiero estar con ella.
Hoy la evité la mayor parte del día porque necesitaba pensar, y con ella cerca no soy capaz de ser objetivo, aunque por lo visto tampoco sin ella porque aquí estoy otra vez, esperándola en el balcón frente a su habitación para salir.
Suspiro. Esto me deja con una sola alternativa: decirle toda la verdad, incluso lo de su hermano y eso me lleva a hacerme las siguientes preguntas: ¿me creerá? ¿qué pensará cuando le diga que soy sospechoso de homicidio? no, no puedo decírselo, no ahorita.
—Ya estoy lista —escucho que dice Lexa a mis espaldas.
Va vestida con un pantalón táctico, botas, playera y una chaqueta; todo negro. Por un instante una idea me cruza la cabeza: huir. Escapar juntos, pero ¿a dónde? descarto esa idea porque, aunque nos dispusiéramos a llevarla a cabo, yo tengo a mis padres y ella a su abuela, y a su hermano, aunque no lo sepa.
—¿Vamos? —insiste.
Ya pensaré que hacer.
—Sí, vamos —tomo su mano y bajamos las escaleras.
El sol comienza a ocultarse, mientras la luna empieza a asomar. Hoy en vez de ir a caminar a la pista, decido sentarme en el césped que hay cerca del linde del bosque. Lexa me imita y nos tumbamos en el césped a ver como el cielo pasa de tonos rosas a morados, de morado a azul hasta convertirse en un color cercano al negro.
Ninguno de los dos dice nada durante un rato, hasta que Lexa se pone de costado y alarga su brazo sobre mi pecho. Un escalofrío me recorre todo el cuerpo.
—Evan... —examina el terreno.
—¡Dime! —la animo en tono amable.
—¿Puedes decirme qué está pasando?
No, no puedo, sin embargo, respiro hondo y decido que lo haré, en algún momento lo haré, pero ese momento no es hoy.
Suspiro y me incorporo. Tomo sus manos entre las mías y me las llevo a los labios.
—¿Confías es mi?
—Sí —responde al instante sin titubear.
—Entonces confía cuando te digo que las cosas no están bien, más no dejaré que nadie te haga daño.
Su rostro refleja confusión y preocupación. Sé que está analizando mi comportamiento y espero que por un momento pueda leerme la mente para acabar con todo, porque soy demasiado cobarde para decirlo en voz alta.
—Evan, me estás asustado —Y es cierto, en sus ojos hay miedo y los míos se llenan de tristeza.
—Todo estará bien te lo prometo —le digo mientras la atraigo hacia mi pecho —. Solo sé paciente, ¿puedes?
—De acuerdo.
Después de cenar llevo a Lexa a su habitación y le doy un beso largo y apasionado que solo sirve para dejarme deseoso de más.
Cuando llego a mi habitación Jacobo ya está acostado. No quiero molestarlo así que no enciendo la luz, me desvisto a oscuras y me meto a bañar anhelando que el agua me aclare la ideas, no obstante, solo me confundo más, así que decido dejarle el trabajo a la almohada: ella es mi mayor confidente, conoce todos los temores que me asechan, los temores que mis labios se niegan a pronunciar, los temores que carcomen mis entrañas.
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