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CAPÍTULO CATORCE


Sin darme cuenta los días han pasado y pronto presentaré mis exámenes. También he logrado obtener información de Lexa, aunque no la que me gustaría y es que veo a Lexa prácticamente todo el día, nuestro horario es similar, así que nos encontramos en varias ocasiones, sin embargo, no hablamos hasta que estamos solos. La he conocido un poco, lo que no me está gustando del todo.

Inteligente. Guapa. Honesta. Fuerte. Capaz. Eso es Lexa, pero...

«¡Maldición!» quiero pasar tiempo con ella, no por la información, sino para conocerla y tenerla cerca, y me temo que eso no está bien. Hay mil razones para alejarme de ella: estoy en la mira por una información que no tengo, aunque al parecer, ellos creen que sí, en cualquier momento podrían apretar el gatillo contra mi sien; soy un sospechoso de homicidio, algo que ella no sabe y tampoco me gustaría que conociera; tengo que estar concentrado al 100% en la Academia, solo me quedan unos meses para salir; además, ella podría saber algo con respecto al asesinato de Gerardo, aunque entre más la conozco, menos lo creo. Y sin importar que me repita todo esto por la noche en un intento de convencerme que lo mejor es alejarme cuanto antes, durante todo el día lo único que me ronda en la cabeza es Lexa, sonriéndome...

Sin embargo, tengo que aceptar algo, me estoy enamorando. Lo sé bien, he conocido a varias chicas y he mantenido una relación con pocas, no obstante, conozco muy bien este tipo de sentimiento, aunque también hay algo nuevo, algo desconocido. Lo único de lo que estoy seguro es que se siente genial.

Mentiría si digo que al llegar a mi habitación no me siento solo y vacío, que el dolor aumenta más conforme el tiempo pasa, y que cada vez me siento más atraído por Lexa, lo que solo hace que me embargue el deseo de ir en busca de Gerardo y pedirle un consejo, de escuchar su risa, de tener a mi hermano a mi lado; pero cuando estoy con ella, la tormenta se aligera.

Suspiro y me sacudo esos pensamientos levantándome de la cama. Hoy es domingo, nuestro único día libre, y después de darle tantas vueltas al asunto, he decidido que me arriesgaré, por lo que al menos por hoy, voy a dejar de lado todas las trabas que hay para ver a Lexa y la llevare a un lugar especial, a un lugar donde espero sentirme completo por primera vez desde que me arrebataron a Gerardo, un lugar donde pueda sentirme más cerca de él y de Lexa.

Ya casi es hora de almorzar, pero supongo que Lexa aún estará en su habitación, así que llego y toco. Nada.

Vuelvo a tocar. La puerta se abre y me encuentro con Sarah que apenas está despertando.

—No está —dice a modo de saludo.

—¡Ah! —digo algo decepcionado—. ¿Sabes dónde...

—Quizá en la fuente con Emmanuel —me interrumpe.

—Gracias.

Sarah me hace un saludo militar flojo y no puedo evitar sonreír. Me dirijo escaleras abajo en dirección a la fuente y efectivamente, están cerca de ella: se encuentran en la pista, sentados arriba de las barras. Están de espaldas a mí así que no me ven cuando llego.

Carraspeo. Ambos se sobresaltan y se giran en mi dirección.

—¡Evan! —suelta Lexa, sorprendida.

—¿Podemos hablar?

—Yo iré a despertar a Sarah —anuncia Emmanuel.

—Buena suerte —le desea Lexa mientras se ríe.

Vemos como se aleja y es ella quien rompe el silencio.

—Dime, ¿de qué quieres hablar?

—Veras... estaba pensando que si hoy no tienes planes, me gustaría invitarte a dar un paseo.

Listo, ya está hecho, no puedo retirarlo. Sé que me estoy metiendo en camisa de once balas, más quiero estar con ella y, ¿quién sabe cuánto tiempo me queda?

—Claro, ¿a dónde iremos?

Le sonrió y ella me devuelve el gesto.

—Te veo después del desayuno. Lleva agua, iremos de expedición. Y te recomiendo que no te lleves short, hermosa.

—De acuerdo, entonces nos vemos después del almuerzo —se despide.

Le sonrió y veo como se dirige a las escaleras. Yo en cambio, voy al comedor, pero no para desayunar, sino para buscar a Bob: un amigo que tengo en la cocina.

En el comedor solo veo unas pocas personas, así que me acerco a la barra.

—¡Bob! —susurro —. ¡Bob!

—¡Voy! —responde desde algún lugar de la cocina —. ¡Evan, que gusto verte! ¿Qué haces por aquí?

—Necesito que me hagas un favor —me observa con atención—. Mira, saldré con una chica —comienzo a explicarle y él me sonríe—. Será un trayecto largo, así que no llegaremos para la comida por lo que...

—Trae una mochila y pasa por ella en treinta minutos —dice sin más.

—Gracias, Bob, te debo una.

—En realidad me debes más, pero me gusta verte sonreír así —aclara, dándome una palmada en el hombro.

No puedo reprimir el recuerdo que luchar por inundar mi mente: cuando Gerardo y yo llegamos a la Academia nos sorprendimos de la dieta que a la que nos someten, después comprendimos que los distintos platillos están pensados ​​en una alimentación balanceada y nutritiva, diseñada para cubrir e impulsar nuestro estado físico a causa de presión física a la cual nos someten aquí; pronto nos acostumbramos.

El último domingo de cada mes (a partir del tercero), vamos a casa, si es que queremos o podemos, sin embargo, para los que permanecen hacen un almuerzo fuera del menú y lo más importante: con opción a repetir. Ese día nosotros no pudimos ir a casa, por lo que quedamos estupefactos ante panes, fruta, huevos, y otros alimentos poco comunes. Gerardo comió hasta no poder más.

—Espérame aquí —dijo tan rápido como se fue. A los cinco minutos llegó con una mochila negra. No comprendí que pretendía hacer hasta que comenzó a meter comida en la mochila. Ahí fue cuando conocimos a Bob, quien salió de la cocina y lo descubrió.

—Le diré al director Boch —ambos nos sobresaltamos.

—¿Por qué? —preguntó Gerardo.

—Porque robar es un delito.

—Entonces me temo que los dos quedaremos arrestados —contesto mi hermano mientras le daba unos golpecitos en el voluminoso abdomen a Bob.

Yo contuve el aliento a la espera de la reprimenda que jamás llegó. Bob soltó una carcajada y desde entonces se convirtió en un amigo.

—Le hubiera encantado verte así, ¡anda, ve por la mochila! —dice Bob sacándome de mis recuerdos, tal parece se ha dado cuenta de lo que pasa por mi cabeza.

Asiento y me dirijo escaleras arriba. En la habitación me encuentro a Jacobo.

—¿Dónde estabas? —me pregunta aún en short y tendido en la cama.

—Fui al comedor, hoy saldré con Lexa y no llegaremos hasta la noche.

—Ya. Fuiste con Bob —afirma.

—Sí.

Encuentro la mochila en el armario y también dos cantimploras para llenarlas de agua.

—¿A dónde la llevarás? —cuestiona en tono burlón.

—A las piedras.

—Muy romántico, Evan —se burla.

—Solo quiero información —me defiendo, pero no se lo tragará porque ni siquiera yo lo hago.

—Claro. Hagamos como que te creo, ¿de acuerdo?

Sonrío.

No, ya no busco información solamente, por el momento no me encuentro con los pies en la realidad, estoy flotando en mi pequeño mundo de perfección, donde puedo estar con Lexa sin miedo por lo que le pueda pasar al estar conmigo, sin preocupación, sin remordimiento.


Me pongo unos pantalones del uniforme táctico, también una playera negra de algodón, mis botas tácticas y una cachucha. En mi mochila llevo dos cantimploras de agua y una chaqueta.

Me gustaría llevar un cuchillo o alguna otra arma, pero no podemos portar armas de fuego dentro de la Academia, al menos de que estemos realizando algún trabajo o práctica; y hasta el ciclo tres es cuando nos dan un cuchillo a cada uno, siendo el arma que podemos portar con nosotros en todo momento.

Me encamino a almorzar con mis compañeros de cuarto.

—Entonces, ¿a dónde irás? —pregunta Sarah, curiosa.

—La verdad no lo sé.

—Ya —se detiene en seco y me mira muy seria—. ¡No toleraré este comportamiento, señorita, te quiero aquí para dormir o, mejor dicho, antes de la cena! —puntualiza mientras adopta la postura de madre responsable.

—¡Hecho! —sonrío.

Estar con Sarah y Emmanuel me hace sentir en casa. Por alguna razón confío plenamente en ellos y, aunque la tensión que hubo en días anteriores entre Sarah y yo no ha desaparecido por completo, ambas parecemos haber llegado al acuerdo de no mencionarlo y dejarlo atrás o, al menos eso espero.

En el comedor se escuchan risas y algunas expresiones de sorpresa. La alegría y tranquilidad llenan la atmósfera todos los domingos después de varios días de tensión a causa de la sobrecarga académica.

Comemos en el lugar de siempre y pasados ​​veinte minutos busco a Evan con la mirada, percatándome de que no está en la mesa con sus compañeros, así que comienzo a pasear la vista por todo el comedor, hasta que lo localizo saliendo con una mochila negra. Parece que siente mi mirada porque voltea y me sonríe. Esa es mi señal.

—Bueno, creo que es hora de que me vaya —anuncio a mis compañeros.

—Suerte —me desea Emmanuel.

—Diviértete, nena —me anima Sarah.

—Lo haré —les aseguro mientras se me escapa una sonrisa traviesa.

Me dirijo a la salida y me encuentro con mi cita en la fuente.

«Cita» eso hace que mi corazón brinque de emoción.

—¿Lista? —dice, acomodándose la mochila y regalándome una de sus habituales sonrisas.

—Sí, pero ¡vamos, dime a donde me llevas! —exijo.

—Sé paciente.

—Bueno, pues ese no es mi fuerte —le advierto.

—Ya lo estoy viendo —se burla, sin embargo, no me da una respuesta—. ¡Ven, sígueme!

Comienza a andar hacia la pista de caucho, aunque esta vez no se detiene ahí, sino que la atraviesa y llegamos hasta el linde del bosque.

—¿Tenemos permitido entrar?

—!Claro¡ Hoy es el día libre, aunque fuera de eso, solo se suele usar para prácticas de campo y como área de recreación para aquellos que lo conocen.

—¡Vaya! Nunca he estado en un bosque.

—Bueno, entonces permíteme ser tu guía en este.

Le sonrío y parece que eso es suficiente para él, porque comienza a avanzar y yo lo sigo. Instintivamente levanto la vista para encontrar columnas de luz que han logrado colarse por la gran maraña de ramas. Es una vista espectacular. No sé muy bien qué dirección tomamos, estoy tan concentrada observando los altos árboles que hay y todo lo que me rodea.

—Es hermoso, ¿cierto? —escucho que dice Evan, no me había dado cuenta de que me observaba.

—Sí, es muy bello.

—¡Sigamos! —me apremia.

—Yo te sigo, capitán— Mi comentario le arranca una sonrisa, y eso ensancha la mía.

Cuando llevamos cerca de una hora caminando Evan rompe el silencio.

—Lexa, ¿en cuánto tiempo cruzarás la Academia?

—En un año —confieso, nerviosa.

—¡Un año! ¡Vaya, bien hecho!

—Sí, bueno. Dicen que estoy loca —digo, riéndome.

—No. Yo te definiría más bien como autoexigente y eso es una cualidad peculiar.

Lo observo meditando sus palabras.

»Solo piénsalo —continúa—. El tiempo límite para cruzar la Academia es de tres años, pero en algún momento cuando se vio que hacerlo en ese lapso de tiempo era posible, alguien quiso probar que también lo era en uno menos. El récord es de dos años, ahora sabemos que cruzarlo en ese periodo más corto es posible, por ello, yo me propuse hacerlo en uno y medio y estoy demostrando que también es posible; y ahora aquí estás tú, buscado demostrar que en uno puede ser posible.

»Hermosa, por personas como nosotros es que el ser humano ha avanzado. Sin la autoexigencia y el quebrantamiento de paradigmas de lo imposible y lo posible, estaríamos aún en la edad de piedra. Si sigues así llegarás lejos. La mejor, de la mejor Academia.

Sonrío. Ese tipo de sonrisas que te hacen sentir que irradias luz. Él ve más que una niña ingenua, el entiende la manera en que pienso. Sin embargo, me gusta discutir así que lo contraataco

—Cierto, aunque también esa es la razón por la cual el mundo estuvo a punto de colapsar.

—Sí, no obstante, también es la razón por la cual ahora conocemos un nuevo límite. Aprendimos, eso es mucho más valioso.

A las 11:00 nuestros relojes pitan a la vez, así que nos detenemos y bebemos un poco de agua. Me descuelgo la mochila y me siento a un lado. Evan me imita y nos quedamos callados mientras nos hundimos bajo la cacofonía de sonidos silvestres.

Escuchamos el canto de los pájaros, el de las hojas al moverse con ayuda de la fresca brisa, componiendo la sinfonía más espléndida que he oído.

—Sé que esto es precioso, pero ¡anda, ya casi llegamos!

Se levanta y me ofrece su mano. Vuelvo a colgarme la mochila y seguimos caminando. Pasados ​​unos quince minutos, vislumbro un claro a unos cien metros frente a nosotros.

Es un día fresco así que hemos realizado una caminata cómoda. Durante el transcurso Evan ha estado muy callado y por alguna razón sentí que era mejor respetar ese silencio.

—¡Llegamos! —anuncia cuando estamos entrando al claro.

Nuevamente nos baña la luz del sol y me doy cuenta de que no es un claro, sino un pequeño lago.

—¡Guau!

—¡Bienvenida a las piedras!

—Las piedras —repito.

Bueno algo me queda claro: no tienen mucha imaginación con eso de los nombres. El lugar tiene piedras de todos los colores, no obstante, merecía un mejor nombre. Al lado derecho hay tres rocas gigantes. Jamás había visto un lugar así de hermoso. Pero mejor aún, jamás había estado en un lugar así, con alguien como Evan.

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