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CAPÍTULO 6

MIA

Cierro los ojos con fuerza y me aferro a los reposabrazos de mi asiento cuando el avión da una sacudida mientras aterriza en la pista de despliegue del aeropuerto.

Todo me sigue pareciendo un buen sueño para creer que es cierto. Me pellizco discretamente lista para abrir los ojos y encontrarme nuevamente atrapada en mi vida en Portland. Pero no pasa eso, ya que el ruido de las personas a mi alrededor que esperan ansiosos poder levantarse de sus asientos aún es vigente.

Es real. Todo es real.

Demonios, no puedo creerlo.

De verdad estoy en Chicago.

Sigo sin poder creer que tuve la valentía – o tal vez la estupidez – de huir al otro lado del país solo para iniciar desde cero, sin nada asegurado más que esta decisión fue por mi bienestar y seguridad. Estoy llena de nervios, nunca estuve tan sola como ahora y menos con la certeza de que ahora debo velar por mí misma para mis necesidades y mantenerme oculta de Ashton porque si llega a encontrarme...

Basta, Mia. No pienses así, tienes que ser positiva.

Tengo que obedecer a mi subconsciente, aunque no es tan sencillo cuando el miedo siempre ha formado parte de mí.

Cuando nos dicen que ya podemos salir me levanto de mi asiento y salgo del pequeño lugar para sacar mi mochila y colgármela al hombro.

—¿Eres nueva? —pregunta de repente una señora regordeta que está enfrente de mí en la fila para bajar del avión.

—No me gusta los aviones. —respondo en vez de confirmar que sí lo estoy.

No se ve mala persona, luce muy agradable. Pero nunca sabemos cuáles son sus verdaderos pensamientos de las personas, incluso de quienes conocemos. Así que prefiero pecar de desconfiada.

Al bajar del avión, tengo que entrecerrar los ojos debido al sol que está justo frente a nosotros. Es agradable la calidez de este en mi rostro, pero Portland no es tan soleado y disfruto más del invierno o el otoño.

Una vez he recogido mi maleta, camino hacia la salida del aeropuerto buscando entre toda la gente a la sobrina de Tessa. ¿Cómo voy a saber quién es? Nunca la he visto y tampoco tengo una foto suya. Será como buscar una aguja en un pajar. Sin embargo, a lo lejos visualizo a una chica de cabello rubio que lleva en un cartel mi nombre falso que, según las instrucciones de mi nana, sería utilizado hasta que cumpliera los dieciocho.

Bien, aquí vamos. Pienso soltando un poco de aire y caminar en su dirección.

Pero antes de que pueda terminar de acercarme a ella, se gira a mí posando los ojos más grises que haya visto en mi vida.

—¿Dayanna? —pregunta sonriendo.

Asiento con la cabeza, tímida y en parte intimidada.

Es una chica alta como yo con el cabello a la altura de su busto con unas cejas ligeramente más gruesas de un color castaño, y ahora que estoy más cerca de ella noto que las raíces de su cabello tienen el mismo color que sus cejas, delatando que no es rubia natural. Las sombras oscuras logran que su mirada sea más penetrante y el color de sus ojos tome mucho protagonismo, al sonreír transmite ser amigable pero también cierta malicia o que sería un grave error meterte con ella. Su vestimenta ayuda a que mi teoría tome más fuerza, lleva puesto un estilo muy similar a los integrantes de una banda de rock con casaca metalizada, camiseta suelta y un jean ajustado con unos botines de guerra que estilizan sus largas piernas.

—¿O prefieres que te diga Mia?

Su pregunta regresa mi mirada a sus ojos quien me observan con diversión. Qué vergüenza, sabe que estuve estudiándola.

—Eh... creo que Mia estaría bien. —respondo una pequeña sonrisa.

Da un asentimiento.

—Un gusto conocerte. Soy Anna Nantz. —me sorprende cuando se inclina a darme un beso en la mejilla. —Aunque eso ya debes saberlo.

—Tu tía me habló mucho de ti. —digo recordando las pequeñas conversaciones sobre su familia que podía sacarle a mi nana.

—Lo mismo de ti. Dijo que tú eres la chica más dulce y noble que ha conocido. —habla caminando conmigo hacia la salida mientras rompe el cartel en varios pedazos.

—A mí me decía que eras las chica más testaruda y problemática que haya visto.

Sonríe cómplice.

—Y que en conclusión...

—Nosotras dos haríamos un gran equipo. —termino.

Ambas reímos y levanto mi mano para darle unos cinco a lo que ella me responde igual.

—Me agradas. Nos llevaremos bien.

—Creo lo mismo.

Se ofrece a llevar mi maleta y aunque dije varias veces que no me importaba llevar mis cosas hace caso omiso y toma mi maleta para arrastrarla mientras caminamos en dirección al estacionamiento.

—¿Y eres de Chicago?

—Nah, me mudé hace un par de años. —se pone sus lentes oscuros redondos. En ese momento reconozco que tiene un acento muy diferente al americano. —Tengo pensado mudarme. Tal vez a Florida a disfrutar de las playas.

—Cool.

—Por curiosidad, ¿Qué edad tienes?

—Cumplo dieciocho en agosto.

Detengo mis pasos cuando ella se pone frente a mí, baja sus lentes hasta la punta de su nariz y me mira de arriba abajo.

—No pareces de diecisiete. Tienes un cuerpo de infarto. —guiña un ojo con una sonrisa torcida.

Me sonrojo y ajusto la gorra que me puse al salir del aeropuerto para intentar ocultarlo.

—¿Tú cuántos años tienes?

La observo brevemente. Parece de mi edad.

—Diecinueve. —saca del bolsillo de su pantalón las llaves y oprime el botón que desactiva la seguridad de un Maserati Ghibli blanco con lunas polarizadas. —Te presento al amor de mi vida.

Mi boca está por llegar al suelo. Tengo un poco de conocimiento sobre autos por Paul quien siempre tenía revistas y me hablaba sobre ellos. Este auto es precioso y elegante, está tan limpio y brillante que cualquiera pensaría que acaba de ser comprado.

—Es precioso. —repito en voz alta. —Pero prefiero un Audi R8 o un Mercedes CLS AMG.

—Mira tú, sabes de autos. —comenta. Abre el maletero y pone mi maleta y mi mochila.

—Un poco, sí.

Una vez cierra el maletero, hace una seña para que me suba al coche. Obedezco y me subo al asiento copiloto con el aromatizador de manzana inundando mis fosas nasales. Desvío mi mirada hacia la ventana la cual abro para que entre el aire. No me gusta el olor.

—Entonces —comienzo hablar acomodando mi cabello detrás de mi oreja, algo que hago mucho cuando estoy nerviosa. Y es que empezar una conversación a veces se me dificulta porque pienso que puedo fastidiar a las personas. —¿Vives sola?

—No, vivo con dos amigas más. —responde sin despegar su mirada de enfrente.

Eso no me lo esperaba. ¿Tessa sabía de eso?

—Oh. ¿Y están de acuerdo en que vaya a vivir ahí? —trago saliva jugando con mis dedos en mi regazo, nerviosa por su respuesta.

Sería tener demasiada mala suerte si en mi primer día en mi nueva ciudad ya tengo conflicto con alguien.

—Claro que sí. Ellas no tienen problema en que venga alguien más a vivir porque el departamento es mío y soy yo quien decide. —se encoge de hombros.

—Comprendo.

—¿Y qué piensas hacer una vez que te instales?

Gran pregunta que estuve pensando durante todo el viaje.

Tessa me dio el dinero suficiente como para tres meses, pero se acabará pronto porque debo apoyar con los gastos a Anna y sus amigas. Solo tengo una opción que tomar no solo para los gastos, sino también para ahorrar y estudiar en un futuro.

—Buscaré trabajo quizás como mesera o servicio de limpieza. —sacudo la cabeza. —Lo primero que encuentre.

La idea de trabajar me asusta. Y no, no es porque me aterra servir comida o tener que meter mi mano en un inodoro, sino más bien de arruinar las cosas y me despidan tan rápido como llegué o peor que ni decidan contratarme. Nunca en mi vida me han dejado lavar o cocinar lo más mínimo. Soy una inútil en esos ámbitos y me aterra que esa inexperiencia no me deje prosperar.

Podría dar tutorías o ser niñera, soy buena con los niños y enseñar se me da bien. Pero no quiero correr el riesgo de formar lazos o poner en peligro a personas inocentes si es que mi padre descubre mi ubicación. Ya tengo suficiente con Anna y sus amigas, no sé que haré para protegerlas de mi pasado si es que este me alcanza. Lo único que sé es que no permitiré que les ocurra algo por mi culpa.

—Una de mis amigas trabaja en un restaurante, la otra en un bar y yo como estilista. Podríamos recomendarte con nuestros jefes si quieres.

Estoy a punto de llorar de agradecimiento.

—Eso... sería genial. Muchas gracias por todo lo que estás haciendo por mí. —agradezco de corazón mordiéndome la mejilla internamente. —Has hecho demasiado con darme un lugar donde vivir sin conocerme.

Chasquea la lengua dando un manotazo en el aire.

—No es nada. Eres como una hija para mi madrina y eso te hace como mi prima pequeña. —sonríe ampliamente mirándome breves segundos. —Además, somos mujeres y entre nosotras debemos ayudarnos.

Aquellas simples y últimas palabras de ella me habían tocado en el corazón de una forma que nunca antes me había sentido. Fue como si me lanzaran un globo de agua y me hubieran empapado de sororidad, esperanza y valentía, y eso borró la sensación de soledad que tuve en el aeropuerto y en cierta parte mi temor.

Era la primera vez que sentía de verdad que alguien estaba dispuesto a ayudarme sin temor a ser perseguido por la furia de mi progenitor o diera su brazo a torcer por una suma de dinero. La convicción en las palabras y mirada de Anna me hicieron ver que lo decía muy en serio y que era muy notorio que no estaba en Portland.

El resto del trayecto permanecemos en silencio, escuchando las canciones de Halsey. Estuve viendo atentamente cada calle que tomábamos para formar mi mapa que me serviría para movilizarme. En eso sí era muy buena, y Lena solía bromear que tenía memoria fotográfica porque eran muy pocas las veces que algo se me olvidaba.

—¿Te puedo preguntar algo? —Anna gira su rostro completamente hacía mi con su cabeza apoyada en su mano.

Asentí, ya que tenía la sospecha de que lo hacía para distraerse. Llevábamos veinte minutos atrapadas en un tráfico que no parecía tener intenciones de cambiar.

—¿Por qué aguantaste tantos maltratos de tu padre?

Su pregunta se siente como si me hubiera lanzado dagas ardientes que abren varias heridas. Mis hombros se tensan como piedra y una sensación de inquietud recorre toda mi espalda hasta instalarse en mi nuca. De pronto tengo la necesidad de cubrirme, me siento expuesta como si estuviera desnuda o si fuera capaz de ver mis golpes cuando ni yo misma podía hacerlo.

Cierro los ojos con fuerza cuando los recuerdos vienen y empeoran mi situación. Puedo escuchar sus gritos como si estuviera a mi costado pegado a mi oído, el escozor que dejaba en mi piel cada vez que me azotaba con su cinturón o la falta de oxígeno cuando sus patadas eran tan fuertes que temía que me rompiera los huesos.

—No debes responder si esto te incomoda. —se precipita aclarar cuando me remuevo en mi asiento.

Una parte de mí quiere tomar su palabra y fingir que nada pasó. Pero la otra, una que me desconcierta, me dice que debía hablarlo, decir en voz alta lo que pasó sin miedo a ser juzgada o avergonzada por dejar que me hicieran tales crueldades cuando no tenía los medios ni capacidades para detenerlo.

De alguna forma, necesitaba que supiera mi lado de la historia.

—No, está bien. —aseguro sonriendo un poco.

Me toma unos momentos tomar el aire necesario y el valor para decir todo eso que me he tenido que callar y tragar para mí misma. Creo que puedo confiar en ella para que lo comprenda porque de no ser así Tessa nunca le hubiera confiado mi seguridad y refugio.

—Todos necesitamos amor y el más importante es el que nos puede dar nuestros padres porque son quienes influyen más en quién seremos en el futuro y quienes se supone estarán ahí en todo momento, ¿no? —aclaro la garganta cuando la voz me falla al principio. —Yo quería eso, Anna. Quería que él me amara como a mi hermano y daba todo por él. Sé que suena estúpido y muy infantil, pero yo solo quería un padre que fuera mi héroe y estuviera ahí para mí.

Mientras hablaba estaba mirando al frente. Era más fácil poder controlar las emociones que amenazaban con desbordarme y sangrar mi corazón. Y aún así, podía ver de reojo que Anna me miraba con atención.

—Lamento que hayas tenido que pasar por eso. —comienza posando su mano en la mía y acariciar el dorso con mucha suavidad. —Y comprendo que eso es lo que querías. Pero hombres como tu padre no cambian y mucho menos por amor porque no saben sentirlo. Nadie que hace daño adrede a su propia sangre puede sentir amor.

—Él me culpa por la muerte de mi madre. —musito. —Yo... yo la maté al nacer porque...

—Te voy a detener en este mismo instante. —interrumpe con determinación. Sello mis labios. —Quiero me mires y me escuches muy bien hasta que mis palabras se queden tatuadas en tu cerebro ¿de acuerdo?

Suelto un respiro lento y pausado antes de girar mi rostro, enfrentándome a su mirada seria puesta en mí con tanta intensidad que siento que me atraviesa y explora mi interior. Vaya que hablaba muy en serio con desear que sus palabras se queden memorizadas.

—La víctima nunca tiene la culpa de las acciones de su agresor. Tú eres una víctima y no tienes la culpa de nada, ¿entendido? Tu madre pudo haber muerto por diferentes y desconocidas circunstancias pero que estoy muy segura que él las sabía y solo no quiso asimilarlo porque para su podrido cerebro le era muy fácil echarle la culpa a un ser inocente que no podía defenderse en esos momentos. —muerdo el interior de mi mejilla cuando mi vista se nubla. —No, nada de eso. —levanta su mano y limpia con su pulgar la lágrima rebelde que se desliza en mi mejilla. —Ya no derrames más lágrimas por él, ya tuvo suficiente. Debes dejar ese pasado atrás y concentrarte en este nuevo presente y futuro que vas a crear para ti misma.

Asiento dándole la razón y respirando hondo para calmarme. Sus palabras resuenan en mi mente y en cierta parte me da una sensación reconfortante y motivadora porque no fueron palabras que acompañaban a mi dolor. Fueron directas como un golpe a la realidad que me negué por mucho tiempo a creer que fueran ciertas porque tenía una venda en los ojos.

—Tienes razón. Tomaré en cuenta tus palabras. —prometo con una ligera sonrisa.

—Si necesitas ayuda la tendrás, Mia. Buscaremos la forma. —sonríe igual poniendo el auto en marcha cuando los autos comienzan a moverse con lentitud. —No será un cambio inmediato, pero si tienes voluntad te aseguro que un día te verás en una mejor versión de ti y estás orgullosa y feliz contigo misma.

Durante el resto del camino, no volvemos hablar. Mi mente no deja de repetir las palabras de Anna que se han sentido demasiado bien en mi organismo y causan que mi corazón lata con euforia. Solo fueron unos minutos de conversación, pero minutos que han despertado algo que yo nunca había sentido.

Esperanza por una mejor vida.

No obstante, la esperanza no es suficiente. Se requiere de valor y esfuerzo para alcanzar la meta; si yo deseo hacer realidad las palabras de Anna tengo que mucho trabajo por hacer en el que seguro me caeré muchas veces, pero de las que me levantaré y seguiré adelante.

—Llegamos. —anuncia deteniendo el auto.

Me inclino hacia adelante para ver con más detalle el edificio. No es muy grande, son seis pisos y uno más que solo está construido hasta la mitad así que imagino debe ser una clase de terraza.

Un gran portón de metal se eleva lentamente y una vez que termina de moverse, Anna pisa el acelerador y nos metemos a un estacionamiento subterráneo que está iluminado con luces tenues que parpadean. Hay muchos autos, motos y bicicletas que están ordenadas por sectores A, B y C siendo el más pequeño el que corresponde a las bicicletas.

—Mira, —bajo del auto al mismo tiempo que ella y caminamos hacia el maletero para sacar mis cosas. —la camioneta y moto son de mis amigas. —hace una seña con la cabeza sacando mi maleta.

Los reconozco. Es una Yamaha R1 y un BMV X6. Recuerdo que en mis primeros años de preparatoria los de ese entonces eran de último año solían poseerlos y alardear de su potencia, costo y que fue regalo por tal situación.

Y en efecto son muy costosos incluyendo el mantenimiento. ¿Cómo pueden permitirse semejantes vehículos si trabajan como barista, peluquera o meseras? Es... ilógico.

—¿Qué opinas?

Me muerdo la lengua para no decir algo inapropiado.

—Tienen buen gusto. —respondo colgándome mi mochila.

—Lo tenemos. —admite y sonríe cómplice mirándome. —Aunque imagino que pronto seremos cuatro con buenos gustos.

Sonrío a pesar de mi desconcierto y camino detrás de ella atravesando casi de extremo a extremo la zona hasta llegar a un ascensor.

—¿Y cómo se llaman tus amigas? —pregunto cuando las puertas se cierran y el botón del cuarto piso se ilumina.

—Hillary y Elena. —apoya su cadera en la pared de metal y cruza una pierna delante de la otra. —Con Hillary nos conocemos de toda la vida, nos criamos juntas. —saca de su bolsillo un paquete de gomitas. —Y con Elena cuando se mudó de España a los diez años. Es nuestra mayor por tres años.

Asiento con la cabeza y decido quedarme callada para no fastidiarla con tantas preguntas y me crea una parlanchina.

Al llegar al piso, lo primero que llama mi atención era la gran alfombra que cubría el sueldo de color guinda con extrañas figuras geométricas una dentro de la otra, las paredes estaban pintadas de una tonalidad gris que combinaba con el color de la alfombra y le daba un ambiente elegante y acogedor. Además, en mitad del pasillo se abría una pequeña sala de estar cerca a unas escaleras con barandales de madera con asientos de madera, una mesita y una máquina expendedora con snack y latas de soda.

Pasamos de largo la sala de estar hasta quedar frente a una puerta blanca con un pequeño letrero que indicaba que era el apartamento A32.

—Bueno, Mia. —saca su llavero e introduce la llave en la cerradura. —Bienvenida a tu nuevo hogar. —anuncia abriendo la puerta y dejándome pasar primero.

Desde la entrada me percato que era un dúplex con la escalera que conducía al segundo piso en el centro del lado izquierdo. En la pared de al frente estaban las banderas de España, Estados Unidos e Inglaterra, una al lado de la otra cubriendo casi la mitad de la pared.

Anna me hace una rápida presentación de la casa con voz animada como el de una niña que enseña su nuevo juguete.

En el lado izquierdo solo estaba la sala con sofás de cuero blanco y cojines rojos, un enorme televisor pegado a la pared con dos estanterías que, desde la distancia en donde me encontraba parada, había fotos enmarcadas y las escaleras. En el centro y el lado derecho, estaba situada la cocina con una isleta de granito color negro y taburetes del mismo color, unos pasos más adelante había un comedor con seis sillas repartidas; dicho lado contaba con un pequeño pasillo donde había cuatro puertas con una en centro las cuales eran dos habitaciones para invitados, un baño y un cuarto de estudio.

—¿Y? ¿Te gusta? —interroga cerrando la puerta del baño que me acaba de mostrar.

—Todo está muy hermoso. —digo maravillada ante la decoración del departamento.

—Y no has visto el segundo piso.

Me toma de la mano y vamos corriendo hacia las escaleras.

—Acá dormimos Elena y yo, respectivamente. —da una palmada a la pared derecha donde había dos puertas cerradas. —Hillary duerme en esta y por lo tanto... tú dormirás aquí.

Mi habitación era la última del lado izquierdo, frente a la de Elena. La rubia abre la puerta y entro con cierta timidez.

En el centro del cuarto, hay una cama matrimonial con sábanas lilas y frente a esta una pequeña alfombra de hormigón color púrpura. Al lado derecho había una gran ventana con persianas y a su lado un armario de color café. A la izquierda había una puerta que imagino es el baño, un escritorio de metal con dos estanterías en ambos lados.

—Mi tía me había enviado fotos de cómo lucía tu antigua habitación y con las chicas nos coordinamos para que se parecieran y te sientas a gusto. —informa detrás de mí. —¿Te gusta? Si no es así, podemos cambiarlo cuando quieras.

Volteo a verla con las manos cubriendo mi boca y antes de darle tiempo a reaccionar o decir algo, me acerco dando grandes zancadas y la abrazo con fuerza.

—¡Oh! Bueno, me lo tomaré como que te encanta. —ríe antes de separarme y verme confundida. —Eh, no llores.

—Lo siento. —hablo apenada limpiando mis lágrimas. —Es solo que están haciendo tanto por mí sin conocerme que...

—No agradezcas nada. —chasquea la lengua. —Mi tía te quiere mucho y estoy empezando a entender por qué.

Sonrío débilmente y me digo a mí misma que nunca olvidaré lo que tanto Tessa como Anna y sus amigas están haciendo por mí. Me han dado más de lo que yo esperaba. Les debo mi vida y mi libertad, no sé qué hubiera sido de mí si no aceptaban acogerme aquí.

—Esto, —mueve su brazo en el aire, haciendo referencia a la habitación hasta detenerse en la ventana que me da una vista increíble de Chicago. —todo esto que estás viendo ahora forma parte de nueva vida y oportunidad que está a miles de kilómetros del infierno que tuviste en Portland con tu padre. Eres libre, Mia. Puedes elegir lo que quieres hacer y ser a tu ritmo y estilo sin que nadie te impida realizarlo. Desde ahora tu vida es responsabilidad tuya y solo depende de ti saber qué dirección tomar.

Niego levemente tomando sus manos.

—Tienes razón. —afirmo. —Y de nuevo quiero darte las gracias, lo que has hecho y haces no lo hace cualquiera.

—Yo no soy como las demás personas, Mia. —sonríe misteriosa.

—Lo sé.

—Voy a dejar que te instales. —dice dejando la maleta junto a mí.

—Ok.

Me guiña un ojo antes de darme media vuelta.

—Anna. —la llamo. Se detiene y voltea a verme. —Tú... ¿Crees que algún día deje de doler y olvidaré todo lo que me hizo mi padre?

—Lo hará, ninguna herida o dolor es eterna. Deja que el tiempo se haga cargo.

Dicho eso se aleja dejándome sola.

Suspiro pesadamente y comienzo a desempacar mis cosas. Me causa cierta nostalgia imaginar a Tessa equipándome mis pertenencias favoritas con esmero mientras yo yacía en una cama inconsciente.

Me toma dos horas terminar de ordenar todo dándole un nuevo sitio. Estoy exhausta... y hambrienta.

Refresco mi rostro y me quito mi casaca y camiseta para voltear frente al espejo del baño. A este paso ya no sé porque pierdo el tiempo intentando ver alguna herida o cicatriz cuando nunca las he encontrado o sentido. Siempre me perseguirá el misterio de la crema que Tessa me ponía.

Me pongo solo mi camiseta para bajar a la cocina y buscar algo de comer. Al llegar a la primera planta, no veo a Anna por ningún lado por lo que imagino debe estar en su habitación.

Cuando tomo el primer sorbo de mi vaso con agua, mi garganta me lo agradece como si no hubiéramos bebido nada en mucho tiempo. Tomo un plátano y cuando estoy en camino al sofá, alguien toca la puerta llamando mi atención.

Curiosa y sin nadie a la vista, soy quien me acerco abrir encontrándome con un chico alto y delgado con una gorra que hace juego con su camiseta.

—¿Mia Walker?

Me quedo helada ante la mención de mi nombre. Pero, ¿Qué...?

—¿Sí? —pregunto sujetándome al marco de la puerta.

—Un paquete. —me estira una pequeña caja. —De parte de Leticia Walker.


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