Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO 18

ADVERTENCIA: Este capítulo contiene escena de acoso y ataque de pánico. Leer con precaución.

MIA

—Buenas noches, señorita.

Les sonrío cálidamente a los últimos clientes antes de que salgan del restaurante. La pareja de ancianos que acaban de irse han sido mis clientes favoritos, eran de esas relaciones que aspiras a llegar a tener hasta esa edad. Era de fotografía ver sus ojos rebosantes de amor, complicidad y devoción.

Estoy recogiendo los platos y tazas que utilizaron cuando Marcie se acerca mientras "barre". La miro curiosa cuando me da un empujoncito en la cadera.

—¿Y eso?

—Has tenido bien escondido a ese novio, eh. —sonríe moviendo las cejas con picardía— No te culpo. Yo también lo tendría encerrado bajo siete llaves.

Frunzo el ceño.

—¿De qué novio me hablas?

Rueda los ojos dando un manotazo en el aire.

—No te hagas, Mia. —suelta una risita— Ese bombón que vino al mediodía y se quedó hasta la cena. A ver, que Violette tiene buena sazón, pero nunca he visto a un cliente quedarse tanto tiempo.

Ah... se refiere a Ethan.

—Él no es mi novio.

—Venga ya —suelta una carcajada.

—Pero es cierto —insisto.

—Ajá. Y yo amo mi trabajo. —rueda los ojos— Mejor termina de recoger eso y vete. Hoy me toca cerrar.

—Tengo que esperar a Hillary.

Suelta un bufido.

—Hillary sale a medianoche. Pero si quieres esperarla... —se encoge de hombros y toma su escoba para seguir barriendo.

Una ola de pánico me invade todo el cuerpo. ¿Esperar dos horas? ¿Afuera? No conocía Chicago lo suficiente como para quedarme en la calle hasta esperar a mi compañera de piso. Mierda, ¿qué voy hacer ahora? Irme sola me... asusta. Aún no estoy lista. ¿Por qué Hillary no me avisó?

De pronto me siento sin energía. Ya no quiero recoger las cosas con la misma rapidez de hace unos minutos. Me muevo tan lento que hasta una tortuga me ganaría, quiero retrasarme el mayor tiempo posible hasta que por arte de magia Hillary salga lista para irnos.

Pero eso no sucederá.

Los de limpieza me apuran para alcanzarles lo que deben lavar y no me queda remedio que obedecer. Marcie no se ha dado cuenta que su noticia no me gusta para nada y se apresura a dejar todo listo para el día de mañana. Ayudo ordenando y levantando las sillas mientras pienso otras opciones aparte de irme sola. Podría pedirle a Marcie me acompañe, pero sé que ella va en dirección contraria; los demás apenas me conocen y me da mucha vergüenza pedirles me acompañen hasta el paradero de bus. Quizás podría pedirle a Anna... pero no tengo su número y menos un celular.

Mierda, mierda.

No me queda otra opción que irme sola.

Y eso me aterra.

***

Cuando la noche toma su lugar, Chicago es una ciudad diferente.

Tomo los lados de mi chaqueta y los ajusto alrededor de mi pecho, cruzando los brazos para mantenerme protegida del viento que corre. Trato de mantener a raya el miedo mientras mi memoria recuerda la ruta que hizo Hillary desde el edificio. Si mis cálculos son correctos, estaré en casa en menos de una hora.

«Tú puedes, Mia.»

Repito la frase una y otra vez durante todo el camino para calmar mi paranoia. Mis ojos miran a todos lados esperando no encontrar nada sospechoso a mi alrededor, observo el rostro de cada persona que pasa por mi lado, cerciorándome que ninguno sea él. Sí, estoy bastante paranoica. Mi corazón late rápido y una ola de nervios me consume. En teoría estoy muy lejos de su alcance, tardaría mucho en encontrarme, pero no puedo evitarlo. Lo conozco, he visto cómo mueve a todos a su antojo para que hagan lo que quiere. Nunca me sentiré completamente a salvo.

No pasa mucho tiempo para darme cuenta que estoy en una calle donde no hay ni un solo transeúnte caminando, solo pasan autos y taxis. Me detengo en la esquina de la cuadra esperando que el hombrecito del semáforo pase a verde. En ese tiempo, me permito calmarme.

Solo por ese momento.

—Hola, bonita.

Inevitablemente, giro mi cabeza hacia la izquierda, de donde proviene la voz. Hay dos chicos acercándose por ese pasaje, sonríen mostrando los dientes y soltando unas risitas, como si hubieras dicho lo más gracioso del mundo. Sus pasos son descoordinados. Bajo mi mirada y noto que en sus manos llevan unas latas de cerveza. Ebrios. Todo mi cuerpo se tensa.

—¿Cómo te llamas? Ven, vamos a una fiesta. —dice uno de ellos.

Giro mi mirada de regreso al semáforo. Los autos no dejan de pasar frente a mí.

«Por favor, cambia ya.»

Mi cerebro se bloquea y apenas puedo pensar. Balanceo mi peso de un lado a otro, apretando las manos en los bordes de mi chaqueta. Tengo que obligar a mis pies a mantenerse quietos y no lanzarme al cruce peatonal en un intento de esquivar los autos y alejarme de ahí.

—¿Por qué tan sola?

De reojo puedo notar que se están acercando más.

«Por favor, por favor. Solo cambia de una vez. Rojo a verde.»

—Oye, ¿no oíste a mi amigo? —la voz de uno de ellos ya no suena divertida. Parece molesto.

Suelto el aire retenido en mis pulmones y volteo a verlos.

—Déjenme en paz. —digo tartamudeando— Por favor.

Soy una estúpida. Debí esperar a Hillary, quizás subir al segundo piso ignorando las reglas. Debí pedirle a alguien que me acompañara hasta la estación de autobuses. Debí, debí, debí... pero no lo hice. Y ahora estoy sola en la calle con dos chicos acechándome como solo un depredador lo haría con su presa. Aunque pidiera ayuda nadie vendría a socorrerme.

—Oh, vamos no seas aburrida. —uno de ellos salta y me rodea con un brazo por los hombros. Me convierto en una estatua de piedra. —Soy Allen y él Rufus. ¿Cuál es tu nombre?

Trato de moverme al otro lado, pero justamente su amigo se pone ahí, impidiéndome el paso. Estoy jodida. Mi corazón late cada vez más salvaje contra mi pecho. Tengo un nudo en la garganta y estoy a punto de echarme a llorar. Los recuerdos de la noche de la fiesta de Landon vienen en este momento. Lo peor es que ya no es solo un hombre, sino dos. Y ya no está Paul para que venga a buscarme, ni un lobo negro.

«Por favor que venga alguien. Un policía, un alma solidaria... quien sea.»

—Por favor, váyanse —pido.

—Oye, esos no son modales. —espeta el que me había hablado antes de mala manera.

—Rufus... —advierte el otro.

—No puede tratarnos así. Hemos sido amables. —cierro los ojos. El tal Rufus tiene una voz que solo aumenta mi miedo. Y más cuando se inclina hacia mí y su aliento choca con mi rostro. Apesta a cerveza. —A menos que te guste que te traten mal.

Entiendo el doble sentido de sus palabras.

—No, por favor... —suplico soltando un jadeo.

—Apártense de ella.

Di la vuelta rápidamente y, como si se tratara de un ángel que había caído del cielo y las luces de la calle iluminaban su paso, Ethan se acercaba con paso firme y autoritario.

—No te metas, hombre. Es nuestra amiga. —dijo uno de mis acosadores apretándome a él.

Traté de decirle con la mirada a Ethan que eso no era cierto. Él no me vio, pero sus próximas palabras hicieron que me diera cuenta que él no les creía nada.

—Es mi última advertencia. —su voz detonaba autoridad y seriedad. Todo él lo hacía, lucía imponente. Era completamente diferente al hombre que atendí unas horas antes. —Suéltenla. Ahora. —enfatiza cada palabra.

—Ethan... —jadeé.

No sé qué quise decir, si pedirle que me ayude o que no los amenazara. Al fin y al cabo, eran dos contra uno. No sé si Ethan sabe pelear como tampoco si estos dos pueden tener armas escondidas.

—¿O qué? —Rufus lo desafía, dando un paso adelante y tirando su lata a un lado.

Mis ojos se abrieron de horror. El grito de advertencia queda atrapado en mi garganta cuando todo sucede demasiado rápido. Ethan detiene la mano del chico en pleno vuelo, lo dobla ocasionando que el chico vocifere un grito y luego lo empuja contra la pared. Su cuerpo hace un golpe seco antes de caer al suelo.

Estoy en shock.

—Pero, ¿qué mierda...?

Ethan da grandes zancadas hacia nosotros. Está a punto de estirarme la mano, pero me adelanto y me libero del otro chico para correr hacia él y ponerme detrás suyo. Ethan me protege con su cuerpo.

—Óyeme bien porque es la última vez que lo repetiré. —le habla al tal Allen señalándolo con un dedo. El chico retrocede por inercia, sus ojos bailan entre mirar a mi salvador y a su amigo que lloriquea en el suelo. —Vuelvo a verte cerca de ella, o si quiera tener intenciones de respirar el mismo aire y estarás en verdaderos problemas. Esto fue solo una advertencia. ¿Está claro?

La respuesta no tarda en llegar. El chico asiente asustado y se mueve para ir por su amigo e irse por donde vinieron.

Los veo irse mientras sostengo el brazo de Ethan con manos temblorosas. Lucho por calmarme y cuento mentalmente. Estoy hiperventilando.

—Mia.

Levanto la vista hacia esos ojos cafés nuevamente cálidos y a los que estoy acostumbrada. Ethan se inclina para observarme, la preocupación es notoria.

—¿Te hicieron daño? —pregunta.

No logro encontrar las palabras, solo niego con la cabeza en respuesta. Las lágrimas pican en mis ojos.

—De acuerdo —a pesar de mi visión borrosa a causa de las lágrimas contenidas, veo sus ojos inspeccionarme para ver si estoy diciendo la verdad. Al confirmarlo, asiente para sí mismo. Me sostiene de los hombros. —Quiero que respires conmigo, ¿sí?

«No puedo respirar.» Quiero decirle. Mi cabeza da vueltas, mis piernas hormiguean y las siento tan débiles que hago fuerza alrededor de su brazo para sujetarme y no caerme. Soy un desastre de temblores. Yo soy un desastre.

Quiero gritar.

Quiero llorar.

Quiero...

—Mia, hey, necesito que te enfoque en mí, ¿sí? —la voz de Ethan me regresa a este momento. Su voz es un conducto de serenidad y calma, algo que deseo atrapar con desesperación, pero no puedo.

—No... no puedo respirar —no sé cómo logro hablar.

—Lo sé, tranquila. Voy ayudarte. —sus brazos me sostienen con firmeza, dándome espacio que agradezco internamente. Tengo la sensación de que las paredes se acercan más y nos están aplastando. —Vamos a respirar juntos ¿de acuerdo? Vas a seguirme. Inhala.

Parpadeo, dejando que unas lágrimas caigan por mis mejillas y vea a Ethan con claridad. Él está ahí, frente a mí, esperando que imite su acción. Luchando contra los temblores, trato de respirar profundo. Lo logro al tercer intento.

—Bien, eso es. Ahora a la cuenta de cinco vamos a soltar el aire, despacio.

Asiento y cuento mentalmente hasta cinco para soltar el aire.

Ethan asiente sonriendo.

—Repite conmigo.

Vuelvo hacer el ejercicio una y otra, y otra vez. Hay momentos donde pierdo el ritmo y Ethan se encarga rápidamente de poner dos dedos sobre mis labios, apretándolos. Reconozco la técnica que usa. Su acción me ayuda a continuar con los ejercicios de respiración hasta que los temblores desaparecen y mi corazón vuelve a latir a un ritmo normal.

—¿Mejor? —pregunta después de un rato en silencio.

—Si. —mi voz es rasposa cuando respondo. Carraspeo sobándome la garganta. —Gracias.

—No agradezcas. —soba mi espalda— Por suerte estaba por el vecindario.

—¿Qué estabas haciendo?

—Comprando unas cosas de aseo. El shampoo del hotel huele feo.

Bajo mis ojos hacia sus manos.

—No llevas bolsas —señalo.

—Ya. Es que... están allá. —apunta detrás de mí.

Giro y veo una bolsa de plástico blanca tirada en el suelo. El bulto en su interior impide que salga volando por el aire. ¿Tiró sus cosas para ayudarme?

—Oh. Lo siento, Ethan. —digo, de repente apenada.

—No te preocupes. Lo recojo y listo. —sonríe despreocupado.

—Te ayudo.

Ambos caminamos y nos agachamos para recoger algunas cosas que salieron de la bolsa. Por suerte ninguno salió rodando a la pista. Hay varias cosas además de cosas de aseo, algunos snacks y bebidas.

—¿Piensas quedarte mucho tiempo? —pregunto.

Me mira.

—No lo sé. Depende.

—¿De qué?

Lo piensa unos segundos.

—Es complicado. Básicamente, necesito que una persona acceda a venir conmigo.

—¿Y si no quiere ir?

Suspira.

—Tendré que pensar en un plan B.

Terminamos de recoger las cosas y le estiro la bolsa. La toma y por un milisegundo nuestros dedos rozan.

—Bueno, nuevamente, gracias por ayudarme. Debo irme. —digo.

—¿Vas a tu casa? —pregunta, a lo que asiento. —Vamos, te llevo.

Lo miro sorprendida.

—No es necesario, Ethan.

—Siéndote sincero, me sentiría más tranquilo si sé que llegas sin ningún otro problema a casa. Además, tengo auto. —saca de su bolsillo las llaves. Por unos segundos, solo se escucha a los autos pasar por nuestro lado.

Respiro hondo mirando a mi alrededor. Podría rechazarlo y seguir caminando, pero siendo sincera temo que esos chicos vuelvan aparecer. No es que Ethan sea la mejor opción, también es un desconocido. Pero me salvó y... una corazonada me dice que puedo confiar en él.

—¿Mia?

—Vamos —respondo al mismo tiempo —. Iré contigo.

Una sonrisa se forma en sus labios y ambos caminamos hacia su auto. Para mi sorpresa, estaba una cuadra atrás de donde yo me encontraba. No sé si fue el destino o pura casualidad, pero me siento completamente agradecida que haya estado tan cerca.

Con un gesto bastante caballeroso, me abre la puerta del asiento copiloto de su auto deportivo. Subo a su auto y me acomodo en el asiento abrochándome el cinturón. En ese corto tiempo que le toma rodear el auto para subirse, lo observo. Se ha cambiado de ropa desde la última vez que lo vi. ¿Por qué todo le quedaba tan bien? ¿Acaso era modelo? Podría serlo, esa camiseta y jean oscuros le quedaban perfectos.

—¿Quieres que ponga la calefacción? —pregunta después de preguntarme dónde vivía. Por suerte le había preguntado la dirección a Anna antes de salir del departamento.

—No, estoy bien. —en ese momento tenía de todo, menos frío.

La presencia de Ethan me inquietaba. Lo curioso es que era de una manera... interesante y en el muy buen sentido. No sé si era por su gran altura, su atractivo natural o porque quería saber más de él. Decidí que era por todo lo mencionado anteriormente.

Durante los primeros cinco minutos, mantengo la mirada al frente, pero en varias ocasiones me siento tentada en voltear para verlo. Sé que él me miraba de vez en cuando, podía sentirlo. Lo único que se escuchaba en el auto era la música que reproducía la radio, y probablemente los latidos de mi corazón. ¿Por qué me ponía tan nerviosa estar a su lado?

—Y —comienzo a hablar. Es mi excusa perfecta para voltear a verlo. Cuando lo hago, nuestros ojos se encuentran por unos segundos antes de que él vuelva su mirada al frente. —, ¿A qué te dedicas?

«¿En serio? Entre todas las preguntas que podías hacerle, ¿escoges esa?»

Quiero golpearme con el salpicadero por tonta.

—Soy... empresario. —responde— Tengo una empresa familiar.

—¿En qué rubro?

—Producimos y comercializamos vino y sus derivados.

Lo miré sorprendida. Eso sonaba interesante.

—Eso quiere decir que tienes tu viñedo.

Sonríe asintiendo.

—Tengo un viñedo. Bueno, dos en realidad.

Bufo una sonrisa.

—Cuánta humildad —bromeo.

—Oye, tú preguntaste. —ríe abiertamente.

—Y tú aprovechas para presumir.

—Presumir sería decir que uno está en el extranjero.

—Venga ya. —río negando. Mi risa se apaga al ver que aprieta sus labios y sus ojos brillan de diversión. —¿Hablas en serio?

—Tengo familia en Europa. —se encoge de hombros— Cuanto más terreno tengamos, mejor.

Increíble.

—No pareces empresario.

—¿Ah no? —alza una ceja— ¿Es porque no uso trajes?

—Y porque no tienes cara de amargado. —puntualizo— Todos los empresarios tienen cara de que odian sus vidas.

—¿Y yo qué parezco? —me mira con atención e interés.

Cuando sus manos sueltan el volante es que me doy cuenta que ha detenido el auto. Habíamos llegado al edificio. Me decepciona un poco, creí que nos tomaría más tiempo llegar. Volteo a verlo, ninguno parece tener la intención de moverse o romper el ambiente tan agradable que habíamos construido. ¿Por qué me daba tanto pesar tener que despedirme?

—No sé. Quizás un modelo. O músico.

—Toco el piano.

—¿En serio?

Asiente.

—Tomé clases privadas e iba a ir al conservatorio terminando el instituto.

Por su tono nostálgico, deduzco que pasó algo muy malo para que no haya ido. Me entristece y comprendo el sentimiento. He pasado por lo mismo.

—Me gustaría escucharte tocar algún día.

—¿Eso significa que quieres que volvamos a vernos? —un brillo en sus ojos se asoma al decir esas palabras que producen un revoltijo en mi corazón.

Me sonrojo sintiéndome exhibida.

—Eh... —juego con los bordes de mi chaqueta— Si se da la oportunidad, sí.

—Bueno, ya que me quedaré algunos días aquí, creo que necesito un restaurante de confianza para ir a comer. —el tono que usa es juguetón, al igual que su mirada. —Pero hay un tema que me preocupa.

—Ilumíname.

—Me preocupa que no me atienda la misma mesera.

Me río abiertamente apartando mi mirada unos segundos. No puedo creer lo que está sucediendo en este momento, me parece irreal. ¿En qué momento pasamos a esto?

—¿Tanto te gustó cómo te atendió?

—Si pudiera le pondría diez estrellas en calificación.

Eso me anima bastante, aunque no sé que tan cierto. Pero sin duda, mañana iré a trabajar con la misma energía que la de hoy.

—Entonces, es muy probable que quien te atienda sea ella. —me desabrocho el cinturón— Gracias por lo de esta noche. Y por traerme.

Cuando estoy a punto de bajarme, su voz me detiene. Volteo a verlo pensando que me iba a olvidar algo, pero está escribiendo algo en un bloc de notas. Al terminar, rompe el papel y me lo estira.

—Si necesitas que te traiga a casa después del trabajo, puedes escribirme. Mi celular siempre está prendido.

Eso me toma con la guardia baja. No obstante, no dudo en tomar el papel y mirar su número de celular escrito con su nombre a un lado. Por segunda vez en la noche, creo que me olvido cómo se respira.

—¿Por qué? —pregunto bajito —. Acabas de conocerme.

Vuelve a mirarme con esos ojos que solo irradian calidez. A pesar de la oscuridad que nos rodeaba, me sentía cerca del sol, y éste estaba derritiendo un chocolate frente a mí. Sí, suena patético, pero es la mejor descripción que puedo dar.

—Me agradas. —confiesa— Y no me gustaría que algo te pasara.

En ese momento, sus ojos me resultan más familiares. Ya había lo había visto en algún lado. Pero es imposible, no hay forma biológica de que pueda... Vale, esa era mi señal de que debía irme.

—Buenas noches, Ethan.

—Nos vemos mañana, Mia.

Le dedico una de mis sonrisas más sinceras antes de bajarme del auto. Mientras entro al edificio, mi sonrisa no se borra, ni siquiera cuando llego al departamento.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro