CAPÍTULO 15
Nota: Escuchar la canción casi después del separador: ***
MIA
—Cálmate, Mia. Todo va a estar bien.
—Estoy tranquila.
—No es cierto. Has estado moviéndote en el asiento todo el tiempo.
Miro de reojo a Hillary quien sonríe como si tuviera razón. Bueno, si la tiene.
—Bien, tú ganas —dejo caer mis manos en mis piernas. Mi cuerpo se desliza un poco por el asiento copiloto. —Estoy nerviosa. —admito— Es la primera vez que buscaré trabajo. Tengo miedo de que no me acepten.
—Lo harán.
—¿Por qué estás tan segura? No sé hacer nada.
Disminuye la velocidad del auto para lanzarme una mirada optimista. La envidio por tener esa confianza que a mí me falta, y también la adoro por creer en mí y darme ánimos.
—Tus ganas de salir adelante es una buena impresión. Dice mucho de ti ¿sabes? No todos están dispuestos a asumir estos retos, eso requiere de mucho valor. Te contaré mi experiencia. —comienza. La miro atentamente esperando que empiece— Cuando llegué aquí era igual que tú. En mi casa, mamá solía hacerlo todo. Mi hermano y yo nunca movimos un dedo. Venir aquí fue un golpe de realidad, estaba sola y debía aprender básicamente todo porque nadie estaría ahí para ayudarme, al menos no gratis. Fue muy difícil, hubo varios momentos en los que quería rendirme, mandar todo al demonio y volver a casa.
—¿Pero...? —divago.
—Tenía a Anna. —sonríe— Y ella nunca dejó de animarme.
Yo también sonrió. Estoy muy segura que Anna es ese tipo de amigas que nunca dejaría que te caigas, pero si lo haces sería la primera en levantarte y empujarte a seguir.
—Después de tanto busca, conseguí trabajo en este restaurante. —prosigue— Te juro que era muy torpe al principio. Cielos, tomaba mal las órdenes, las confundía... era un desastre total. —suelta una risita. Probablemente ahora lo recuerde con humor. —Me tuvieron mucha paciencia y me propuse a mejorar con cada error. Y lo logré.
—Pero no soy como tú, Hillary —suspiro pesadamente.
—No necesitas ser como yo para seguir adelante. Es cuestión de voluntad y esfuerzo. La única que se pone los límites eres tú, y eres la única que puedes superarlos. La elección es tuya.
Sus palabras alteran mi corazón y mi mente.
Tiene razón. Revisando algunos sucesos de mi vida puedo darme cuenta que yo tuve el poder para dirigir esas decisiones a donde quería. Es decisión mía lograrlo. Me niego a permitir que mi pasado me derrumbe. Tengo que creer en mí y que puedo superar cualquier y obtener lo que quiero.
Y conseguiré ese trabajo a como dé lugar.
—Gracias, Hillary. —le sonrío.
El resto del camino se dedica a hacerme una pequeña guía de las calles y las líneas de autobuses y del metro. Me entrega sus antiguas tarjetas de pase para que las use a partir de mañana. Posiblemente trabajemos juntas, pero a veces llevan a Hillary con un grupo de meseros a un evento para que atiendan, así que a veces tendré que volverme sola.
Estaciona el auto en un parqueadero público y caminamos una cuadra. En el camino reviso mi atuendo que ella eligió para mí. Cualquiera pensaría que por mi blusa celeste y pantalón negro con zapatos negros con tacón estaría yendo a una entrevista súper importante en una gran empresa. Pero no, esto era para postular al puesto de mesera en un restaurante.
—Estás perfecta. Son algo estrictos para las entrevistas. —habla Hillary, como si hubiera leído mi mente. Se detiene y ladea la cabeza. —¿Y ese collar?
Agacho mi mirada.
—Oh, lo siento. Creí que lo había guardado. —tomo el dije para guardarlo debajo de mi blusa. —¿Se nota?
—¿De dónde lo sacaste?
Miro a Hillary. Observa fijamente la zona donde se encontraba hasta hace poco visible mi collar. Su rostro ya no está relajado, luce tenso y es más evidente con sus labios apretados en una línea.
—Me... lo regaló mi madre.
—Dijiste que estaba muerta —apunta.
—Mi nana lo empacó entre mis cosas. Acabo de descubrirlo esta mañana. —frunzo el ceño, confundida. —¿Qué ocurre?
Retrocedo un paso cuando su mirada se dispara hacia mí. Luce agitada, su pecho sube y baja mientras me escrudiña sin importar que estamos haciendo una escena en medio de la calle. La tensión se podría cortar con un cuchillo.
—¿Sabes lo que ese collar significa?
—Um... sí, era de los druidas. Investigué un poco.
—¿Tu madre era escocesa?
—Sí.
—¿Tienes más familia?
—Tengo un hermano.
—¿Cómo se llama?
¿En qué momento esto se convirtió en un interrogatorio?
—Aiden Walker.
Es su turno de retroceder, lo hace rápidamente, como si frente a ella se hubiera aparecido un fantasma. Sus ojos se abren por la sorpresa y noto como traga saliva. Sus labios se cierran y abren, tratando de articular alguna palabra.
—Hillary, ¿qué pasa? —pregunto, acercándome a ella.
—Eres... —balbucea. Sé que ha dicho más, pero las palabras se enredan en su boca que no logro entenderlo. El sonido de la puerta abriéndose detrás de ella le hace reaccionar. —Tenemos que entrar. Tu entrevista ya va a empezar. Hablaremos después.
—Pero...
No me deja terminar. Pone su mano en mi espalda y me guía al interior del restaurante. Pasamos rápidamente, sin detenernos a mirar el lugar.
Veinte minutos después, el dueño del restaurante me da la bienvenida llamándome por mi nombre falso. Fui sincera al admitir que no tenía experiencia y esta era mi primer trabajo, lo entendió y dijo que estaría a prueba la primera semana. Firmaría el contrato después de que mi supervisor le diera su opinión de mi desempeño. La paga era buena, lo suficiente como aportar en la casa y ahorrar para la universidad. Era oficial. Tenía empleo.
El señor Carter, el dueño del restaurante, manda a llamar a una chica quien aparece a los pocos minutos y me sonríe.
—Ella es Marcie. Será tu supervisora.
Ambas nos presentamos y salimos de la oficina. Me guía por la zona del personal para llevarme a una habitación de tamaño promedio donde había unos lockers y del cual saca una camiseta con el logo del restaurante para entregármela.
—Irás rotando cada tiempo. Por ahora tomarás pedidos, estar al tanto de lo que el cliente pida y llevarles sus platos. Sé paciente y educada, pero tampoco aceptes estupideces. Si sucede algo, llámame de inmediato. —advierte a lo que asiento obediente. La sigo a un baño donde entro para cambiarme. Ella sigue hablando desde afuera y casi no le presto atención hasta lo que dice al final. —... y no subas al segundo piso. Te ahorrarás una regañada.
Frunzo el ceño.
—¿Por qué? ¿No se supone que debo atender a los clientes?
—Sí y no. Los clientes del segundo piso son... especiales, según el jefe. Hay un grupo de los nuestros que trabajan solo ahí y son los únicos que tienen acceso. Los demás nos quedamos abajo.
—¿Especiales cómo? —abro la puerta del baño.
Se encoge de hombros.
—Ni idea. Una vez quise subir, pero Hillary me mandó a volar.
—¿Hillary sí puede subir al segundo piso?
—Cariño, Hillary es la encargada de ese piso.
***
—Buen provecho, Dayanna.
Casi le pregunto a Violette, una de las cocineras, a quién le habla cuando recuerdo que en este lugar nadie me conoce como Mia, a excepción de Hillary.
Hay muchas cosas a las que todavía me cuesta a acostumbrarme: Mi nombre falso, el tráfico, el matadero que es intentar subir al tren, la exigencia del trabajo y la hostilidad de Elena.
Han pasado dos días y se podría decir que las cosas están raramente... bien. Seguirle el ritmo al transporte público tiene el mismo progreso que acostumbrarme a estar de pie todo el día y solo descansando en mi turno del almuerzo como ahora: Lento. Aunque lo segundo mejor un poco con ayuda de mis compañeros. La convivencia con las chicas en el departamento también diría que está bien de no ser porque ahora Elena prefiere estar alejada de mí, pero a su vez siento su mirada perforadora en mí cada vez que estoy en su campo de visión.
Si lo ves de esa forma, todo aparenta estar bien. Pero, como dije al principio, están sucediendo cosas... raras.
Quizás debería empezar por esos sueños tan raros y vívidos que he estado teniendo las últimas noches. Busco y encuentro a un chico del que no logro ver su rostro. No importa cuánto intente acercarme a él o cuántas veces lo llame, nunca voltea. Es frustrante y... emocionante, su presencia crea chispas en mi interior que nunca había sentido. Cuando abro los ojos y noto que todo fue un sueño, algo en mi corazón se oprime, como si lamentara no fuera cierto. Los sentimientos que tengo al pensar en ese chico son abrumadores. Y con eso viene la "segunda cosa rara" que no sé cómo explicar más allá de que siento una energía abrumadora que me tiene inquieta, mi cuerpo se estremece y parece una cárcel que impide que algo poderoso salga.
He podido notar que pasa cuando una emoción o sentimiento es muy intenso, como la molestia, el estrés, la frustración o incomodidad. Son como si dejaras entrar agua a una habitación hasta llenarlo, trata de salir por algún lado y seguir su curso, pero la puerta lo bloquea. La presión del agua se acumula y me pone terriblemente impotente no saber qué hacer para abrir esa puerta para que el agua siga su curso.
—Hola, novata —doy un respingo en mi asiento cuando Marcie se deja caer a mi lado. Comienzo a toser porque justo estaba comiendo una papa y la tengo atrapada en la garganta —. Mierda. Espera. —da unas palmaditas en mi espalda mientras lucho por tragar la papa tomando un sorbo de mi refresco. Funciona. —Lo lamento, no quería asustarte. Y mucho menos matarte.
—No pasa nada —me abanico mi rostro mientras tomo más agua. Poco a poco está llegando el oxígeno a mi cerebro. —¿Tu descanso?
Asiente y se quita los tacos de una forma poco delicada.
—Tengo más de seis meses trabajando aquí, pero me sigue resultando irritable utilizar tacos. ¡Ni siquiera somos un restaurante cinco estrellas! Podríamos venir tranquilamente con zapatillas. —se queja en voz baja. Sus ojos toman una expresión de alivio cuando planta sus pies en el frío y plano suelo.
—Podrías venir con zapatos bajos —puntualizo recordando las opciones para acompañar el uniforme.
—No van con mi estilo. —arruga la nariz. —Creo que voy a rebelarme y venir con mis zapatillas. Ni modo que me envíen a cambiarme ¿no?
Suelto una risita. Me agrada Marcie, siempre tiene algo que decir.
—Me avisas cómo te va. —le doy unas palmaditas antes de escuchar que la llaman para que recoja su almuerzo.
Termino de comer y salgo del pequeño espacio provisional donde han puesto una mesa para tres para la hora del almuerzo. En el camino a los baños para lavarme las manos y el rostro, la puerta que usan los trabajadores del segundo piso se abre y sale una chica que, por su vestimenta, definitivamente no trabaja aquí.
—Hola, creo que te has confundido. La puerta para los clientes es de frente bajando las escaleras. —le indico amablemente.
Su mirada verde me mira fijamente, desde arriba bajando lentamente para volver a subirla. Ok...
—Interesante —tiene una voz profunda y rasposa. —Creo que nunca me había topado con alguien como tú. ¿Qué eres?
Alzo una ceja.
—¿Qué... soy?
La detallo más. Tiene el cabello azabache corto a la altura de una barbilla puntiaguda, su piel morena hace que sus ojos verdes resalten y sea imposible apartarle la mirada. Es más baja que yo, pero su presencia me intimida. Es elegante y tiene una mirada feroz, como la de una depredadora.
«¡Basta, Mia! ¡Enfócate! ¿Qué había preguntado?»
—Eh, trabajo aquí. —respondo, insegura, una vez recuerdo su pregunta.
Parpadea unos segundos antes de asentir.
—Ya veo. No sabes lo que eres. —dice sonriendo maliciosa. ¿De qué está hablando? No entiendo, y creo que es obvio mi confusión porque suelta una risita. —Dime tu nombre. Tal vez así pueda guiarme.
¿Qué le pasa?
—Uh, pues yo soy... —balbuceo.
—Irirna, creí haberte dicho dónde era la salida ¿no? —Hillary está detrás de ella cuando desvío mi mirada de la chica misteriosa. Mi amiga también me ve. —Deberías ir a atender a tu zona. Desde el segundo piso he visto que están llegando comensales.
Lo tomo como una señal.
—Claro. Con permiso. —doy un asentimiento de cabeza y me giro para volver a mi zona del trabajo.
No obstante, logro escuchar los cuchicheos entre ambas y un nombre surge en la conversación: Michael.
¿Quién es Michael?
Sinceramente, estoy llegando a pensar que venir a Chicago ha desencadenado muchas cosas raras. Está la carta de mi madre y sus advertencias, la cruz celta que me heredó, el raro comportamiento Elena y mis sueños. Y como añadirle el último toque de interés, está el misterio del segundo piso y lo que dijo la tal Irina hace unos minutos. ¿Qué está sucediendo?
—Mia, atiende la mesa cuatro, por favor. Ya tiene un menú. —Ordena una de mis compañeras pasando como un relámpago a mi lado. Giro a verla y corre hacia el baño del personal.
Alguien tenía prisa.
Suspiro pesadamente y me vuelvo hacia la mesa que me tocó. Solo hay un chico sentado, está dándome la espalda. Espero sea de esos clientes que no tardan una eternidad en elegir su pedido.
—Bienvenido a Lucem Infernalem, ¿ya tiene listo su pedido? —pregunto plantándome frente a él.
—Un croissant con una limonada helada.
Apunto en mi bloc con rapidez.
—De acuerdo, ¿va a desear algo...? —mi voz desaparece cuando levanto la mirada y lo veo.
«No puedo dejar de verlo.»
El aire ha escapado de mis pulmones. El mundo deja de girar y creo que hemos perdido la gravedad porque siento que estoy levitando. Mi corazón golpea violentamente, como si estuviera desesperado por salirse de mi pecho.
Probablemente sea mayor que yo, no parece de mi edad. El café de sus ojos me pone nerviosa, son ardientes y creo que acaba de quemar todas mis capas. Me mira como si supiera que su presencia me afecta de una manera desconocida. Es apuesto, muy apuesto. Tiene el rostro varonil, pero con unos ligeros rasgos suaves. Es ridículo lo bien que encaja en el perfil de los protagonistas de las novelas juveniles. Guapos, sexys y con ese aire de peligro que te puede llevar a quemarte por la eternidad. La cuestión es: ¿Arderás en el infierno o en una definición fuera de lo común de un paraíso?
—Uh, no. Creo que eso es todo. —responde dándole un último vistazo a la carta. ¿Qué le había preguntado antes?
¡¿Y por qué no parece afectado como yo?! Quiero gritar.
—Hey, ¿estás bien?
Tragándome la vergüenza, vuelvo a analizar fijamente su rostro. ¿Por qué me resulta tan familiar? Trato de hacer memoria, pero tengo la mente en blanco. Siento que lo conozco y al mismo tiempo siento un alivio, como si hubiera cumplido un anhelo que desconocía, pero estaba ahí. Esto no tiene sentido.
—Yo...
—¿Cuál es tu nombre?
Su voz... Su maldita voz hace que mis piernas tiemblen. ¿Por qué soy incapaz de moverme?
—Soy Mia, un placer. —no tengo ni idea de dónde saqué la voz para responder sin tartamudear. Esperen... ¡Le di mi verdadero nombre! ¡Qué estúpida!
Termina por desarmarme cuando me sonríe. Sus ojos se achinan mientras estira su mano y toma la mía para depositar un beso fugaz en mis nudillos. Sus labios apenas han rozado mi piel, pero siento que mi cuerpo arde en llamas.
Estoy a punto de perder la cabeza. ¿Cómo es eso posible?
—Ethan O'Pry. El placer es todo mío, Mia.
Por los dioses, ¿De dónde salió este chico?
¡Y por fin llegamos a uno de mis momentos más importantes y más amo!
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