CAPÍTULO 12
ETHAN
—¿Cómo está? —Me pregunta Aiden, ansioso.
—Se está adaptando al veneno. —comunico.
—Hiciste lo correcto, Ethan. —dice Astartea, sentada en una silla de la habitación. —Lo salvaste de la muerte.
—Lo condené a una vida peligrosa. —corrijo. No puedo mirar al chico sin pensar en todo lo que tendrá que renunciar. —¿Qué sucederá si no acepta esto? ¿O ser parte de la manada? El destino que le depara como omega será terrible.
—Lo ayudaremos a adaptarse. Igual que tú lo hiciste conmigo —Siento la mano de Aiden apoyarse en mi hombro—. No estará solo, nos tiene a nosotros. Somos más que una manada, somos familia. Luchamos, protegemos y vivimos juntos hasta el final.
Volteo a verlo. Es reconfortante ver la lealtad y el apoyo en su mirada azul oscuro.
Mayormente los betas suelen ser codiciosos y ambiciosos, tener el puesto los hace sentir poderosos y más cerca de tener el control absoluto. Pero Aiden no era así, y eso me hace sentir afortunado.
De pronto su mirada se vuelve seria.
—¿Qué ocurre? —pregunto frunciendo el ceño.
Amplifico mis sentidos, en especial mis oídos. Quizás él había detectado problemas.
—Noto algo raro en ti. —ladea la cabeza, mirándome con detenimiento. Me remuevo incómodo en mi lugar porque creo a qué se refiere. —Algo ha cambiado. Espera... —Levanta su dedo índice que luego pega sus labios abriendo los ojos de sorpresa— ¡No puedo creerlo! ¿Encontraste a tu chica?
«Carajo.»
Paso saliva desviando mi mirada por primera vez al cuerpo inconsciente de Paul. El sudor cubre su cuerpo hasta tomar un brillo bajo la luz de la habitación, un sudor que Astartea se encarga de limpiar pasando una toalla mojada por su rostro.
—Ethan. —insiste Aiden.
Hago caso omiso a su llamado y salgo de la habitación dirigiéndome hacia las escaleras de la suite del hotel en el que me hospedaba.
Me rasco la nuca, nervioso. Sí, nervioso. Aiden y yo somos como hermanos, los confidentes del otro por lo que no había secretos, lo sabíamos todo del otro así que entiendo su curiosidad y asombro de descubrir que ya encontré a mi compañera y no le he dicho. Pero, ¿Cómo le explico que Mia, su pequeña hermana a la que está buscando desesperadamente, es mi alma gemela?
Es capaz de dejarla viuda.
—¿Vas hacerme la ley del hielo?
Siento sus fuertes y pesadas pisadas detrás de mí, indicándome su molestia. Odia que lo ignore.
—Ethan, responde, maldita sea. —espeta.
—En la cocina. —dictamino, mirándolo severamente.
Sigo mi camino hasta la cocina para servirme un vaso de agua. He visto a Aiden furioso, sé de lo que es capaz si no se le pone un alto a tiempo. Lo que menos me gustaría es tener un conflicto con mi beta... y ahora cuñado.
—Sí, ya encontré a mi compañera. —hablo luego de unos minutos en completo silencio.
Aiden, quien está parado frente a mí al otro lado de la isleta de la cocina, parpadea lentamente asimilando la información. Veo como una sonrisa se forma en sus labios y se acerca a darme un abrazo palmeando mi espalda en cámara lenta, sabiendo que si supiera quién es no lo estaría haciendo. Por lo que aprovecho estos breves segundos.
—¡Eso es fantástico! Ya era hora. —suelta una risa, dando unos pasos hacia atrás.
—Gracias. Estoy muy emocionado.
—Me imagino que sí. ¿Quién es? ¿Cuándo la conociste? ¿Por qué no está aquí?
«Hasta aquí el momento de felicidad entre amigos.»
Respiro hondo tanteando mis dedos sobre la encimera.
—Es difícil de explicar.
Me mira divertido sentándose en la silla, a mi lado.
—Oh, vamos. ¿Se niega a aceptar el lazo? —adivina— Dale tiempo, verás como cede al final.
—Eso espero.
—Pero dime su nombre. ¿Quién es? ¿La conocemos?
Apoyo mis brazos en la encimera, jugando con el vaso de vidrio.
—Escucha, —comienzo, acomodándome en mi sitio. —tú sabes que esto, lo de las almas gemelas, es un obsequio de la diosa de la luna que no puedo negar a aceptar y que no puedo controlar quién es, pero de poder hacerlo lo haría...
—¿Por qué me dices esto? —interrumpe —. Estás muy nervioso y debes relajarte. Ni que tu compañera fuera mi hermana. —Suelta una risa.
Mi agarre se hace más fuerte en el vidrio que temo romperlo, mis brazos se tensan marcando mis venas y me rasco nervioso la nuca. Sé que él ya se dio cuenta cuando su risa cesa de golpe y me mira fijamente.
—¿Quién es tu compañera? —escupe las palabras.
Me pellizco el entrecejo viendo como se pone de pie y aprieta sus puños hasta que sus nudillos se vuelvan blancos.
—Aiden, te juro que no sé cómo pasó. Yo solo...
—¿Quién es tu compañera, Ethan? —interrumpe apretando los dientes.
—Es Mia. —respondo.
Da un paso hacia adelante ladeando la cabeza, mirándome confuso.
—Es imposible. No la conoces. —sacude la cabeza, incrédulo. Baja la vista al suelo parpadeando rápidamente antes de volver a subirla frunciendo los labios. —Jamás la has visto. Mientes.
—Dos días antes de tu llegada —empiezo—, tuve el sueño que me impulsó a venir a la ciudad. Conduje por horas, vi a cada chica con la que cruzaba miradas y no pasó nada; estaba por irme cuando fui al bosque y la vi.
Cierro los ojos con fuerza ante el asco que siento al recordar aquella noche. Jamás imaginé que conocería a mi compañera donde su vida corriera peligro. ¿Qué hubiera pasado si no iba al bosque? La ira crece en mi interior de solo pensar lo que aquel pedazo de escoria habría hecho.
—Un hombre casi se aprovecha de ella. Lo detuve a tiempo, volteé a verla y fue cuando pasó. —Me quedo sin aire de solo recordar ese preciso momento en el que nuestras almas se reconocieron a través de nuestras miradas. —Tú sabes lo que se siente, has pasado por ello. Es como un reencuentro, como si ambos fuéramos parte de un todo que estuvo separado hasta el momento que coincidimos. No podía dejar de mirarla, ella...
No termino de hablar porque siento el ardor expandirse en mi mejilla y luego un sabor metálico en la boca.
Cuando volteo, Aiden me miraba inexpresivamente con sus fosas nasales dilatando con fuerza. Su puño derecho tiene un tono rojizo debido al golpe que me ha lanzado.
—Aiden...
Suelta un gruñido abalanzándose sobre mí y comenzar a lanzarme puñetazos con una gran fuerza e ímpetu que debo cubrirme con mis brazos. No quiero pelear, no por esta situación. Él es mi hermano y el de Mia, golpearlo solo sería aumentar su ira.
—¡Basta, Aiden! —le grito alejando un golpe y tratando de ponerme de pie.
—Tú, pedazo de mierda... —detengo sus golpes empujándolo a mi lado. No pierdo el tiempo y me levanto tomando una posición de defensa. Sus ojos azules se oscurecen consumidos por la ira y su cuerpo tiembla sin parar. —Te vinculaste con mi hermana. ¡Mi pequeña hermana!
—¡No tuve elección!
—¡Tiene diecisiete años, maldita sea! Mi pequeña hermana. Mi Mia, sólo mía. —recalca cada sílaba en señal de posesión.
Mi sangre hierve de enojo por esa elección de palabras.
—Podemos compartirla. —murmuro. Otro puñetazo golpea mi rostro girándolo a un lado y escupo la sangra al suelo. —¿Te das cuenta que es una pelea en vano? No hay nada que hacer.
Entrecierra los ojos poniéndose de pie y saliendo de la cocina. Lo sigo hasta la sala donde camina en círculos jalándose del cabello.
—Por favor, no hagas esto más difícil —le pido.
Me lanza una mirada asesina.
—Te hablé de mis problemas. —señala con su dedo levantado hacia mí —Te hablé de mi vida, te confié todos y cada uno de mis demonios, secretos, temores y recuerdos valiosos... juré lealtad, respeto y confianza a tu vida por la eternidad, ¿Y así me lo pagas, vinculándote con mi hermana a la que no veo desde hace ocho años?
Su ira lo supera en grandes proporciones, pero noto el gran esfuerzo que hace para no dejar que la transformación se dé; sin embargo, es cuestión de segundos para que pierda el control. Debo ver la forma de calmarlo y de que logre entender.
—No pude evitarlo. ¿Crees que lo hubiera hecho de tener elección? No sé por qué se dio así, no sé por qué tuvo que ser Mia pudiendo ser cualquier otra mujer, pero debe haber una buena razón. Sabes que no le haré daño.
—Cállate. —masculla cerrando los ojos.
—Sé que no la merezco. —continúo, haciendo caso omiso a su petición. —Sé que merece a alguien mejor, pero prometo esforzarme cada día en ser digno de ella. La protegeré con mi vida y le daré la vida que nunca pudo tener con tu padre, se la daremos juntos.
—¡Cállate, Ethan! —grita terminando en un rugido que resuena en todo el piso.
—¡Quiero encontrarla, Aiden! ¡Salvarla! Dame la oportunidad de ayudarla a superar su vida tormentosa, de que cumpla sus sueños y hacerla feliz. Tu bendición es importante...
—¡Jamás!
Y así termina su autocontrol.
Me muestra sus colmillos a su vez que sus puños se abren mostrándome sus garras. Doy un paso atrás cuando adelanto sus intenciones, pero algo lo detiene y lo envía al suelo quejándose.
—¿Aiden?
No responde. Su cuerpo se contrae, su corazón late tan rápido como las alas de un colibrí, su rostro ha tomado un color carmesí al igual que sus ojos irritados que me miran confundidos.
En medio de sus quejidos escucho murmuraciones. Levanto la mirada hacia las escaleras donde Astartea está parada con la mano alzada en el aire mientras cita un hechizo en un idioma antiguo.
—Astartea, está bien. Déjalo. —le pido. Rodeo el cuerpo de mi amigo, acercándome a ella. —Por favor, basta. —me ignora, parece estar en un trance. —Lo estás lastimando, basta.
Vuelvo mi vista hacia Aiden cuando suelta quejidos de pura agonía. Se arrastra por el suelo, tratando de escapar del hechizo y del dolor, sus huesos comienzan a crujir y sus venas a hincharse notoriamente.
—Detente —repito. Al no obtener una respuesta tomo su brazo. —He dicho que te detengas, Astartea. —ordeno poniéndome a su altura.
Sus rezos se detienen. Parpadea varias veces, aturdida y confusa. Su mano baja lentamente y la sostengo con fuerza cuando sus piernas le fallan por un segundo.
—¿Q- qué...? ¿Qué pasó?
Su mirada avellana se posa en mi amigo que yace en el suelo recuperándose de lo sucedido. Soy testigo de cómo va atando cabos con solo ver las expresiones en su rostro.
—Por los dioses, lo lamento. —baja las escaleras, apurada tomando en sus manos una parte de su falda para no tropezar con esta misma. —Lo siento mucho, Aiden. Actúe por instinto, ibas atacar a Ethan y...
La interrumpo.
—Descuida, Ast.
—Recuérdame nunca hacerte enojar —farfulla Aiden.
—¿Estás bien? —le pregunto.
Asiente brevemente murmurando algo poco entendible. Con ayuda de la bruja, se sienta en el suelo con su espalda apoyada en el sofá.
Me enderezo preparado cuando levanta su vista y me lanza una mirada fulminante.
—Lo que hiciste no tiene nombre, Ethan.
—No seguiré esta discusión contigo. —dictamino— En estos momentos eso no importa. La prioridad es encontrar a Mia.
Me giro en mi eje para terminar de subir las escaleras, pero su voz me detiene.
—No dejaré que te acerques a ella, ¿entendido? —volteo a verlo. Hay pura ira en sus ojos. —No lo permitiré. Aunque tenga que condenar mi alma al infierno por la eternidad, tú no respirarás el mismo aire que ella.
Me muerdo la lengua mientras sigo mi camino sacudiendo la cabeza. Tratar de razonar con él en estos momentos será imposible. Sabe tan bien como yo que no podrá interponerse, solo espero lo acepte pronto o tendremos problemas.
—Mia. Mia.
Mis pasos se detienen a mitad del pasillo cuando paso por la habitación de Paul. Me acerco con lentitud a la puerta, pegando mi oído para escuchar lo que dice entre sueños.
—Te salvaré, Mia. Lo juro.
Aprieto la mandíbula contando hasta diez mentalmente para no romper la puerta y ponerle una toalla en la boca para que deje de murmura su nombre.
Estúpidos celos.
Odio la manera cómo lo dice. ¿Será que siente algo por ella más que una amistad? He visto demasiado dramas juveniles en todos lados como para saber que es posible. La forma en cómo la miraba y sujetaba esa noche en el bosque también dio inicio a mis sospechas. La quiere. Oh, sí que será un gran reto para mí abstenerme de querer arrancarle la cabeza mientras lo entreno para su unión a la manada. Si Dagda se apiada de mí conocerá a alguien pronto.
Antes de morir, mi padre me había advertido y explicado cómo cambiaría mi vida cuando encontrara a mi compañera. Vaya que estaba en lo correcto.
Siempre escuché sobre la intensidad del lazo y pensaba era una exageración. No fue hasta que la encontré y sentí esa inminente necesidad por estar a su lado que supe todo era cierto. Encontrar a Mia se sintió correcto, único y especial, nada más importaba y cada segundo, minuto y año que pasé esperándola había valido la pena. Quería estar a su lado y nunca volver a irme, porque ella sería mi hogar, mi eterno refugio.
Fue por eso que nuestro breve encuentro en el bosque resultó muy poco. Necesitaba más. Desesperado, volví a mi forma humana y me vestí con la ropa que había escondido para escabullirme en la fiesta. No estaba seguro si lograría acercarme a ella, pero con verla desde lejos era suficiente para mí.
Pero gracias a la bendita diosa de la luna tuve la oportunidad de verla más de cerca, de poder compartir el mismo aire y espacio en esa angosta escalera de la casa. Ella no era consciente del efecto que tenía en mí y de lo mal que me tenía no poder tenerla entre mis brazos. Sabía que cada segundo que corría era importante, y por eso me arriesgué a darle un pequeño beso, casi un roce, que se sintió como si me hubieran llevado al paraíso.
Dejar que se alejara esa noche fue lo más doloroso que hice y me pesa ahora. De haber sabido lo que pasaría después no me hubiera apartado de ella nunca.
Estoy muerto en vida por no estar cerca, y esa sensación no se irá hasta que no la encuentre.
Todo es más complicado porque no logro seguir su olor. Es la gran desventaja que tienen algunos licántropos cuando el lazo se adelantó en presentarse. Espero que la presencia de Astartea pueda ayudarnos a agilizar el proceso. Por más molesto que esté Aiden conmigo y prefiera tenerme fuera de su vista, debe priorizar a su hermana.
Abro la puerta encontrándome al rubio removerse en la cama.
—Por fin despertaste.
Mi voz lo desconcierta. Se levanta de un salto abriendo los ojos de sorpresa. Eso me hubiera causado gracia en otra situación... por ejemplo cuando su vida no dependa de cada segundo que pasa.
—¿Qué demonios? —cierra los ojos fuerza llevándose la mano a su frente. —¿Dónde estoy?
—En un lugar seguro. —me cruzo de brazos— Tenías que descansar después de lo sucedido.
Vuelve a abrir los ojos mirando alrededor. Pasan unos segundos hasta que su mano vuela a su cuello donde hasta hace un rato estaba la marca de la mordedura. Lo miro expectante, esperando a sus preguntas o reacción.
—Me mordió. —susurra bajo— Lo recuerdo. Ese tipo me mordió, pude sentir sus dientes... ¿cómo? —luce bastante perdido.
Al final, suelto un suspiro y doy unos pasos hacia él.
—Hay muchas cosas que debes saber porque formaran parte de tu vida de ahora en adelante. Primero, déjame presentarme. —Le extiendo mi mano. —Soy Ethan O'Pry, tu alfa a partir de ahora.
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