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CAPÍTULO 1

MIA

—¡No dejes de contar! —exclama mi padre antes de darme el siguiente azote.

Trago saliva cerrando los ojos, tratando de recodar en qué número me quedé. ¿Veinte? ¿Veintidós? Oh, ya recordé.

—Veinticinco. —musito con voz temblorosa esperando no haberme confundido.

El alivio me invade el cuerpo cuando el cinturón cae al suelo.

Por fin terminó.

—Vete a tu habitación y no salgas hasta que la cena esté servida. —ordena rodeando su escritorio de caoba y tomando asiento en su silla estilo victoriano.

Me enderezo lentamente, apretando la mandíbula ante la quemazón que se esparce por mi espalda e ignorando la sensación de los hilos de sangre deslizarse por las heridas que han dejado los azotes. Me trago las lágrimas que amenazan con salir para después, si me pongo a llorar solo provocaré que se irrite y vuelva atacarme.

—Como ordene, señor. —respondo con la mirada en el suelo.

Camino dando pasos pequeños y cautelosos hacia la puerta cubriendo mi pecho con la casaca que me obligó a quitarme antes de empezar mi castigo. Siento la tela de mi camiseta pegada a mi espalda, seguramente por la sangre.

Mi mano roza el pomo de la puerta al mismo tiempo que su mano de tacto áspero se envuelve en mi muñeca haciendo que gire mi cuerpo hacia él.

Lo miro con puro terror, encogiéndome en mi lugar. ¿Qué he hecho ahora?

—Cuando me hables debes mirarme a los ojos y con voz fuerte. ¿Quedó claro? —la presión en mi muñeca se hace más fuerte ante la pregunta.

Aprieto los labios porque me corta la circulación y el olor al vodka que emana su boca me produce náuseas.

—Lo siento, señor, no volverá a ocurrir. —Pronuncio con voz alta elevando la mirada para enfrentar sus ojos celestes como los míos. La diferencia, es que los suyos son fríos y solo destilan odio hacia mí.

Me suelta la muñeca y se aleja de mí para tomar asiento en su sillón tomando unos papeles en sus manos, comenzando a revisarlos.

Tomo eso como indicación de que ya puedo retirarme. Abro la puerta para salir de su despacho rápidamente, mientras más me aleje de él mejor será para mí. Cruzo el pasillo mirando mi muñeca enrojecida y con la marca de sus dedos, lo bueno es que se desvanecerán rápido, así mis amigos no armarán una escena al día siguiente.

Cuando llego a mi habitación, cierro la puerta detrás de mí y llevo la mano a mi boca justo en el momento que el primer sollozo sale de mis labios, seguidos por otros. Las piernas me tiemblan por los incontrolables sollozos, debo sostenerme a la perilla de la puerta para no caer de bruces.

Mi vida es un asco. No hay día que esto no se repita cuando mi padre está en casa, es una tortura interminable de la que no sé si algún día podré escapar.

¿Cómo es posible que la persona que supuestamente tendría que amarme y protegerme con su vida fuera la misma que ocasiona mi sufrimiento?

Sencillo de responder. Porque para Ashton Walker, mi padre, soy la causante de su mayor desgracia.

No había día en el que mi padre no me echara la culpa por la muerte de mi madre, su universo y la luz de sus ojos. Y yo se la arrebaté al nacer. Mi madre murió al darme a luz, fue un embarazo delicado y de alto riesgo, los doctores les advirtieron del peligro, pero mi madre no escuchó y deseó tenerme, y mi padre aceptó porque la amaba.

Pero desde el primer momento que yo empecé a respirar y la vida de mi madre se apagaba, fue mi sentencia para recibir el odio y la indiferencia de mi padre. Se hizo cargo de mí, me dio un techo, comida, estudio y vestimenta, pero nunca me cargó o me dio una muestra de afecto. Solo he recibido insultos y golpes durante casi dieciocho años.

A veces me pregunto porque me mantiene a su lado si tanto me repudia. Pudo dejarme en el hospital, ponerme en adopción o abandonarme en la calle o un orfanato, pero no, decidió quedarse conmigo por alguna razón desconocida.

O tal vez solo se quedó contigo para vengarse de ti. Cierro los ojos negando cuando ese pensamiento viene a mi mente, no quiero atormentarme. Ya tuve suficiente por este día.

Respiro hondo antes de impulsarme para levantarme. Aprieto los labios cuando un grito amenaza con salir de mis labios, haber flexionado mis omóplatos me ha enviado una descarga eléctrica dolorosa por toda la espalda. Eso me indica que mi espalda debe estar peor de lo que creí.

Camino lentamente hasta el baño intentado hacer el mínimo movimiento para que los músculos de mi espalda no se muevan. Al llegar, ni siquiera me tomo la molestia de cerrar la puerta, mi padre nunca entra y los empleados deben estar haciendo sus quehaceres.

Al pararme frente al espejo, una chica con ojos azules claros pero irritados por el llanto me devuelve la mirada. Mi cabello castaño claro que estaba sujetado en una cola alta está deshecho, algunos mechones están sueltos y el resto está desordenado por el jaloneo de cabello que me dio mi padre mientras me arrastraba a su despacho.

Abro el grifo del lavabo y me lavo la cara con el agua fría que me da una sensación de alivio para mi rostro caliente. Respiro hondo y boto el aire por la boca antes de tomar los dobladillos de mi camiseta para sacármela. De inmediato dejo caer los brazos cuando el ardor vuelve a mi espalda.

Vamos, Mia, tú puedes. Solo quítate rápido la camiseta, no lo hagas lento que será peor.

Asiento escuchando a mi subconsciente y vuelvo a intentarlo. Inhalo y exhalo el aire antes de tomar el dobladillo, levantarlo y sacarlo por mi cabeza dejándolo caer al suelo. Siseo entre dientes ante el dolor, apoyando mis manos en el lavabo cerrando los ojos. Vuelvo a seguir el patrón de respiración mientras espero a que el dolor pase.

Una vez que el dolor se aligera, giro hasta quedar de costado. Mi espalda está enrojecida, tiene largas y gruesas marcas del cinturón de mi padre y en algunas partes sale hilos de sangre que se deslizan hasta la parte baja de mi espalda. Las veo con detenimiento y me alivia bastante ver que no necesitaré ir al hospital, solo hubo una ocasión en que lo necesité.

Me quito el pantalón para no mancharlo de sangre, la camiseta que llevaba puesta prefiero botarla a que los empleados se vean en la obligación de eliminar la mancha, ya tienen suficiente con escuchar y en ocasiones presenciar lo ocurrido.

Al salir del baño, Tessa, la ama de llaves y mi nana, me espera sentada en el borde de la cama con un frasco entre sus manos. No dice nada y se lo agradezco, pero no me pasa desapercibida su mirada llena de dolor, angustia e impotencia al verme.

Agacho la cabeza evitando el contacto visual, a veces siento vergüenza de que me miren así y vean a una chica débil que se deja maltratar.

—Recuéstate. —ordena levantándose y abriendo el frasco. —Esto te ayudará a aliviar el dolor. —asiento caminando hasta la cama. Me recuesto con cuidado boca abajo abrazando la almohada, la espalda me arde como si hubiera sufrido de insolación. Oigo como maldice entre dientes detrás de mí, la veo de reojo caminar al baño y regresar con una toalla húmeda. —Tu padre es un salvaje.

Cierro los ojos alejando la imagen de mi padre enojado, el solo hecho de recordarlo me causa escalofríos.

—Por favor, ten cuidado. —le pido.

—Lo tendré, mi niña. —asegura.

Retengo el aire cuando la toalla hace contacto con mi piel, son toques pequeños que alivian el dolor con su humedad. Imagino que debe estar limpiando la sangre con cuidado de no tocar las heridas abiertas.

—Tu hermano llamó.

Sonrío ampliamente al oír esas palabras, incluso mi corazón late emocionado.

—¿A qué hora? —pregunto levantando la cabeza de la almohada.

—Mientras tu padre te encerró en el despacho. —responde. Me pide disculpas cuando unta la crema en mis heridas y siseo entre dientes por el dolor. —Salí al jardín para que no escuchara nada. —continúa poniendo la crema con cuidado.

Aiden es mi hermano mayor por ocho años, y junto con Teresa son mi única familia y los que me dieron amor durante los primeros años de mi vida, hasta que él se fue de la casa luego de su graduación de la preparatoria. Siempre fue el favorito de papá, el único hijo a quien de verdad amaba, pero Aiden jamás se acercó a él al ver cómo me maltrataba, de hecho, en varias ocasiones debía intervenir para detener las locuras de mi padre, quien obedecía con tal de complacerlo.

A comparación de mi padre, Aiden no me culpó por la muerte de nuestra madre. De niña pasé por la época de preguntar por todo, me dijo que mamá estaba enferma y que no soportó más ese dolor por lo que los ángeles se compadecieron de ella, llevándosela y dejándome a mí como regalo y un recuerdo de ella.

Tenía diez años y él dieciocho cuando se fue dejando solo una nota de despedida, sin llevar sus cosas más que su moto y ropa que le alcanzó en su mochila favorita. En su carta dijo que no volvería hasta que fuera el momento. ¿Momento de qué? No tengo idea. Lo único que sé, es que no lo volví a ver y lo extraño mucho a pesar de los siete años que han pasado. Su partida nunca ha dejado de dolerme, hay un hueco en mi corazón que solo será rellenado cuando lo vuelva a ver.

—¿Dejó algún mensaje? —pregunto después de unos minutos.

—Como siempre, preguntó por ti. Le dije que habías ido a casa de Lena y que volviera a llamar para la cena.

Tessa astuta.

—¿Preguntó por mi padre? ¿Le dijiste...?

—No. —responde inmediatamente. —No es necesario que se lo diga. Él lo sabe.

Trago saliva duro y sonrío forzadamente cuando deposita un beso en mi mejilla y se retira permitiendo que descanse hasta la hora de la cena.

***

Voy corriendo en el bosque riendo, evadiendo algunos árboles y sujetando con mis manos la larga falda de mi vestido floreado. Giro mi cabeza sin dejar de correr y lo veo, está muy cerca de alcanzarme.

—¡Nunca me alcanzarás! —grito, divertida regresando mi vista al frente.

Un par de minutos después, lo logra. Me rodea con los brazos y suelto un chillido cuando me alza en el aire dando vueltas. Su risa se mezcla con la mía y me aferro a sus fuertes brazos.

Su pecho está pegado a mi espalda cuando me deja en el suelo. Bajo mi mirada y veo que une nuestras manos, ambos somos altos pero su mano es un poco más grande que la mía, cierro los ojos ante su delicioso perfume que tanto me gusta. Me gusta esto, la sensación de que solo somos nosotros en medio del bosque.

—Mia. —susurra mi nombre en mi oído erizando mi piel, cielos, su voz es tan celestial. —Eres lo más hermoso de este mundo.

Encojo un hombro cuando su pequeña barba me produce cosquillas en la mejilla, me giro para observarlo y responderle.

Pero en ese momento todo se vuelve blanco.

***

Abro los ojos lentamente regresando a la realidad donde estoy en mi habitación a oscuras.

¿Qué rayos fue eso?

Aun rehusándome a moverme, repaso el sueño en mi cabeza. Ese bosque era precioso, pero estoy segura que no era el bosque de Portland, he ido muchas veces ahí como para reconocerlo. Y luego estaba el hombre... no pude ver su rostro, pero su voz, cielos, era increíblemente varonil y ligeramente ronca. La forma en cómo acariciaba mi nombre en sus labios y su cálido aliento chocando con mi oreja me produce escalofríos. Es la primera vez que tengo un sueño de ese tipo.

—¿Mia? —la voz de Tessa me toma por sorpresa al igual que el sonido de los golpecitos en la puerta.

—Pasa, Tess. —Me levanto con cuidado hasta sentarme en la cama con la manta -que seguramente me puso mi nana antes de irse- cubriendo mi cuerpo.

Entra y me estira el teléfono de la casa.

—Es Aiden, no tarden mucho. —me avisa cuando lo tomo y se retira dejándome a solas.

—¿Diga? —pregunto estirándome a prender la lámpara de mi mesa de noche.

—Hola pequeña princesa —Una sonrisa se forma en mi rostro de inmediato al escuchar la voz de mi hermano, ha cambiado con los años, ahora es fuerte y ronca—. ¿Cómo has estado?

—Bien. —miento con voz alegre, aunque un nudo se forma en mi garganta. —Pensé que te habías olvidado de mí. —bromeo a medias.

Había echado de menos oírlo. Durante un mes no me ha llamado y solo me enviaba mensajes unas cinco veces durante ese tiempo, su excusa era que estaba en un viaje de trabajo y a donde había ido no había buena señal.

—Jamás pienses eso, ¿vale? Yo siempre estoy pensando en ti.

Hago una mueca cuando percibo el dolor en su voz, lo hice sentir mal.

—Solo bromeaba, Aiden —me excuso rápido, arrepentida. Nos quedamos unos segundos en silencio, uno incómodo y busco rápidamente un nuevo tema—. ¿Vendrás a mi graduación?

—Por supuesto, cariño. En tres días estaré allá.

Una ola de emoción me golpea instalándose en mi estómago provocando cosquillas. Después de tantos años él volverá. Mi hermano volverá a casa.

—¿Tres días? Es demasiado —me quejo con las lágrimas formando una capa en mis ojos—. ¿No puedes volver antes? —mi labio inferior tiembla amenazando con soltar un sollozo. —Te extraño, la casa no es lo mismo sin ti.

La casa es un infierno sin ti. Eso es lo que grita mi subconsciente.

Escucho cómo exhala aire a través de la línea y sé cuál es su respuesta.

—No sabes cuánto me gustaría volver antes, cariño —hace una pausa— pero tengo trabajo y no... no puedo ir con él presente, no puedo verlo después de lo sucedido.

Todo mi cuerpo se tensa poniéndose rígido ante los recuerdos, mi piel se me eriza y un desagradable sabor llega a mi boca.

Sé a lo que se refiere, lo recuerdo como si hubiera pasado ayer.

Fue el día de la graduación de Aiden, acabábamos de volver de la ceremonia y su entrega de diploma, mi padre estaba muy feliz y orgulloso, quería celebrar y dijo que iríamos a comer pero debíamos cambiarnos antes para no ensuciar los costosos trajes que nos había comprado.

Y mientras él hablaba con Aiden sobre la universidad, yo subí para cambiarme. En el camino, me fijé que había un retrato en la habitación de mi padre que no había visto antes, cometí la imprudencia de entrar a ver quiénes salían y mi corazón se emocionó al ver a papá y a mamá posando para la cámara en el día de su boda. No podía creer lo que estaba viendo, era la primera imagen que tenía de mi mamá, su belleza me dejó sin aliento. Era muy hermosa, su cabello castaño oscuro recogido en un peinado elegante, sus cejas perfectamente depiladas y arqueadas, largas pestañas, nariz pequeña y delicada, labios rosados y sus bellos ojos verdes con pequeñas motas cafés.

No pude evitarlo, la emoción de una niña de diez años de ver por primera vez el rostro de su madre le ganó a las advertencias. Me llevé la foto y la guardé en mi escritorio.

El día transcurrió con tranquilidad, almorzamos dando la imagen de la familia perfecta a toda la ciudad, no estaba segura si se lo creían a pesar de los rumores que se corrían, pero por mi parte hacía todo lo posible por aparentarlo o las consecuencias eran catastróficas al llegar a casa.

Todo cambió justo antes de la hora de la cena. Primero escuché la voz de mi padre tronar en la casa exigiendo respuestas, supe de inmediato que buscaba la foto de mamá y traté de regresarla a su lugar, pero en ese momento, él subió las escaleras con una mirada de ira. Al ver la foto en mis manos pude ver hasta sus ganas de querer matarme. No tardé demasiado en sentir el golpe de su mano cruzarme la cara y partiendo mi labio.

Mis gritos y sollozos rogándole que pare llamaron la atención de todos. Ninguno se atrevió a detenerlo, estaban demasiado consternados por la violencia que mi padre utilizaba para maltratar a su hija de diez años. De no ser por Aiden que lo detuvo después de salir del shock, hubiera muerto en ese momento a causa de los golpes. De hecho, estuve muerta por un minuto, pero afortunadamente los doctores me regresaron a la vida. Lo consideraron un milagro debido a todas mis graves lesiones.

Me quedé internada por cuatro días inducida a un coma para permitir que mi cuerpo se restaure. Cuando desperté, la prensa hacía lo posible para cubrir la noticia donde yo era el foco central considerada como el milagro de la medicina después de haber sufrido una "terrible caída del segundo piso". Lo primero que pedí al despertar fue que quería ver a Aiden, pero él no estaba ahí y cuando Tessa se acercó me dijo que mi hermano se había ido tras una discusión de mi padre.

El corazón se me partió en pedazos y quise odiarlo por haberme dejado, pero no pude. Ni siquiera puedo odiar a mi padre a pesar del daño que me hace. Soy tan estúpida.

—¿Estás ahí? —pregunta y suelto un pequeño jadeo cuando los recuerdos se desvanecen—. ¿Mia, estás bien?

—Lo estoy. —me pellizco la nariz cerrando los ojos, fue tan real, fue como regresar a ese momento. —Perdón, yo... estaba recordando lo que sucedió.

—Oh. —su voz sale apagada y en voz baja. —Lo siento, no quería...

No termina de hablar porque escucho una voz lejana a través de la línea que lo interrumpe.

—Aiden, es hora de irnos.

Esa voz.

Mi corazón late con frenesí al oírlo, es tan clara. Ronca y varonil igual que la voz de mi sueño. ¿Es posible que...? No, no empezaré con esas tonterías, es absurdo y una locura.

—Ya salgo. —le responde. —Pequeña, debo irme. Nos vemos pronto, ¿vale?

Asiento distraído, apenas y he escuchado lo que ha dicho.

—Si...— murmuro. —Te quiero, Aiden.

Dicho eso cuelgo la llamada, pero con la voz del hombre repitiéndose en mi mente una y otra vez. No puedo olvidarla por más que quiera y trato de hacerlo. ¿Es posible que la voz de un desconocido pueda alterar tus sentidos y tu cuerpo? Su voz sonaba tan sexy, intimidante, autoritaria y muy sexy, de la clase de voces de chicos malos por las cuales las mujeres babean.

—¡Mia, a cenar! —me llama Tessa desde la primera planta.

No respondo.

Me levanto de la cama atándome los pasadores de mis zapatillas. Camino rápidamente al baño para lavarme el rostro y revisar mi espalda, no me sorprende verla sin ninguna marca de mis golpes, está limpia como si nada hubiera sucedido. Siempre ha sido así después de mis golpes, Tessa me limpia las heridas, me pone esa crema y luego el resultado de ahora. He intentado preguntarle acerca de los materiales que utiliza, pero siempre me responde con la misma frase: "Es un secreto".

Paso mis manos por mi cabello desenredándolo un poco mientras salgo y busco en mi clóset algo que ponerme. Elijo una blusa de tirantes delgados y una sudadera encima que le robé a Paul.

Bajo las escaleras con cuidado de no hacer ruido. A mi padre no le gusta el ruido.

—¿Por qué has tardado tanto? —espeta mi padre cortando su filete de carne.

Trago saliva y me siento al otro lado de la mesa donde agradezco a Sophie cuando me sirve mi plato.

—Estaba hablando con Aiden. —respondo antes de beber de mi vaso el refresco. Refresco de uva, mi favorito.

Mi padre alza la cabeza bruscamente dejando su tenedor y el cuchillo en el plato. La envidia es mala en todos los aspectos, pero nunca he podido evitar tenerle envidia a Aiden, es el único que ha recibido miradas de adoración por mi padre y cuando le pasaba algo, él corría como si su vida dependiera de ello para ver que Aiden estuviera bien.

Él siempre fue su talón de Aquiles y yo daría lo que fuera por también serlo, aunque sea una sola vez.

—¿Aiden llamó? —su voz sale desesperada y entrecortada. A comparación mía, él no ha tenido contacto con papá en todos estos años—. ¿Por qué no me lo pasaste, Mia?

—¿En serio lo pregunta? —El sarcasmo en la voz de Tessa es evidente mientras aparece con dejando unas salsas en la mesa. —El joven Aiden fue muy claro al decirme que jamás le pasara sus llamadas, no desea tener una conversación con usted. Su preocupación es hacia Mia y solo a ella, usted no le importa. Además, ¿Puede decirme cómo se le ocurre que su hijo quiera hablar con usted después de que casi mató a golpes a su hermana en su presencia?

Cierro los ojos maldiciendo internamente y vuelvo abrirlos esperando la reacción de mi padre, solo ruego que no ataque a Tessa. Puedo soportar que me haga daño a mí, pero no a ella, es como mi madre, la única que nunca me ha abandonado. Ella es intocable y sagrada.

Mi padre está conmocionado observándola, intenta hablar tratando de decir algo, pero las palabras se pierden. Pocas veces Tessa lo ha enfrentado y en aquellas ocasiones, mi padre nunca la ha amenazado o atentado con su integridad, al contrario, no sé si será por su edad avanzada, pero es la única persona en esta casa a quien le tiene respeto. Cuando mi padre no está en casa, es ella quien toma el control de las cosas, sin ella este lugar se habría destruido hacer mucho tiempo.

Ante su imposibilidad de hablar, lo único que hace es gruñir como un perro rabioso antes de levantarse de su lugar haciendo un sonido estridente con la silla y se va hacia su despacho pisando con fuerza el suelo.

—No debiste haber dicho eso, Tessa. —susurro justo después de escuchar la puerta de su despacho cerrarse de un gran portazo que hace eco en toda la casa.

Mi nana se encoge de hombros.

—Ya era hora que alguien le diga sus verdades.

Suspiro pesadamente jugando con un poco de la ensalada de papa y manzana que hay en mi plato. El apetito se ha ido y no tengo ganas de estar en esta mesa.

—¿Puedes llevar mi plato a la cocina, por favor? —pido levantándome para llevar mis refrescos y las salsas.

Tessa asiente sonriendo dulcemente mientras recoge mi plato. Adoro a esta mujer, es mi única figura materna, aunque bien podría ser como una abuela debido a la mayoría de canas que cubre su cabello, solo quedan pequeños mechones de su cabello castaño oscuro.

Ambas caminamos hacia la cocina. En el centro de esta, hay una gran mesa que usualmente se utiliza para preparar la comida y luego la gente de servicio utiliza para comer. Ahí veo al resto cenando entre risas, son pocos en realidad, cinco para ser exactos.

Tessa es la ama de llaves y la jefa; luego está Sophie quien es la mayor después de Tessa, ella es la encargada de la cocina; las encargadas de la limpieza son dos primas un poco más mayores que yo llamadas Louisa y Rachel; y finalmente está el jardinero y a su vez el chófer, Dominic quien imagino debe tener la misma edad que las primas.

—Buenas noches a todos. —saludo con una sonrisa tomando asiento al lado de Tessa.

Ese es mi lugar en la mesa cuando mi padre no está en casa.

—Buenas noches, señorita Mia. —responden al mismo tiempo.

Les sonrío y la cena continúa entre bromas por parte de Dominic a Rachel y Louisa que nos hacen reír a todos, el ambiente con ellos siempre ha sido muy cálido, nos consideramos como una familia. Una vez que hemos terminado de cenar, permanecemos en nuestros sitios escuchando las leyendas del pueblo natal de Sophie que siempre involucra criaturas mitológicas escocesas.

Rachel estalla en carcajadas ante la última historia que nos cuenta.

—Oh Dios, no me puedo tomar en serio que llaman a los duendes de esa manera. —comenta recogiendo los platos. —Brownies. —repite riendo. —Me imagino bizcochos de chocolate con forma de duendes.

Sophie se encoge de hombros restándole importancia.

—Puedes creerme o no, pero si alguna vez ves a uno y te comienza acosar por burlarte de su nombre no vengas lloriqueando conmigo.

Tessa aplaude en el aire haciendo que ambas mujeres se queden en silencio. Como dije, es nuestra máxima autoridad.

—Basta de leyendas por esta noche. —Se levanta de su asiento. —Es tarde y mañana hay muchas cosas que hacer. Todos a dormir.

—Cuando no Teresita arruinando la fiesta. —comenta Dominic burlón.

Ayudo a recoger los servicios y echar a la basura los restos que han quedado. Ayudo a Rachel y Sophie a secar los platos y ollas que hayan utilizado para preparar la cena. Una vez terminamos todo, me despido de los demás deseándoles las buenas antes de retirarme a mi habitación. En el camino, veo la puerta de la habitación de mi padre entreabierta, por la rajadura lo veo dormido con una botella de whisky casi vacía en su mesa de noche.

La ventana de su habitación está abierta. Suspiro pesadamente y entro caminando de puntitas para cerrarla poniendo el seguro, recojo la manta del suelo y lo cubro con esta.

El pulso se me acelera cuando se remueve.

—Leticia. —murmura en voz baja.

Respiro aliviada. Solo está soñando.

Antes de que despierte, abandono la habitación encontrándome a Tessa apoyada en la pared de al frente. Me observa fijamente y sé lo que pasa por su mente. Hablar de mi madre está prohibido pero una vez lo hizo y me dijo que le recordaba a ella de muchas formas, al reír, hablar o mi forma de tratar a los demás. Ella tuvo la suerte de conocerla antes de su muerte, ha estado aquí desde que Aiden era un pequeño.

—Lo que una pareja infértil daría por tener a una hija como tú. —murmura en voz baja acercándose a acariciar mi mejilla. Sonrío ante sus palabras y su gesto e inclino mi cabeza hacia sus caricias. —Ese hombre no te merece. Algún día llegará uno que sabrá valorarte y te tratará como una reina.

Niego rodando los ojos.

—No creo que haya un hombre que me ame aparte de mi hermano y tampoco estoy interesada en conocer a uno —manifiesto.

—Nunca digas no, Mia. Puede ser que el destino te tenga algo preparado. —me advierte antes de girar en su eje con dirección a su habitación.

Me quedo pensando en sus palabras y en su forma de hablar, sonaba muy segura y también misteriosa, como si supiera algo que yo no sé. ¿Un hombre amarme? Lo dudo, yo no nací para ser amada y tampoco sé si podría amar a alguien, no con mi padre a mi lado empeñado a destruir mi felicidad y hacerme sentir miserable.

Pero tal vez todo cambie dentro de poco cuando vaya a la universidad. Solo espero la carta que anuncie mi ingreso.

Niego con la cabeza alejando el pensamiento de un príncipe azul viniendo a mi rescate e ingreso a mi habitación.

Me desquito de mi ropa y mi mirada vuelve a detenerse en mi espalda. Agradezco a Tessa de que me evite tener un recordatorio de mi sufrimiento grabado en mi piel. Me pongo mi pijama antes de tirarme a la cama y mantengo una pequeña conversación por mensaje con mis amigos hasta que el sueño me gana.

Bostezo arropándome con mis sábanas y me acomodo de costado para observar el cielo estrellado con la luna creciente en el centro. Me quedo dormida en cuestión de minutos imaginando a un príncipe azul venir en mi búsqueda.


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