Capitulo 30: El amor que perdona.
Capitulo 30: El amor que perdona.
El sonido de sirenas alrededor de la casa me despertó bruscamente. Mi espalda dolía y mi cabeza también por cómo había dormido dentro del armario. Lentamente salí de allí con el teléfono apagado en la mano. Sean no paró de llamar ni de mandar mensajes de textos en toda la noche y yo necesitaba descansar.
Bajé las escaleras, y en la puerta estaba mi mamá llorando mientras le explicaba a los policías algo.
—¿Mami, pasa algo? —pregunté.
Ella se volteó y se tapó la mano con la boca, luego me abrazó.
—¡Olvídenlo! —Aún estaba entre sus brazos—. ¡¿Dónde te habías metido?! Fui esta mañana a llevarte el desayuno y no estabas en tu cuarto, y tampoco en tu baño. Llame a la policía porque temí que te llevaron lejos de mí otra vez.
—Está bien, ma. —le dije en voz baja—. Diles que se vayan. —Alcé mi barbilla.
Ella volteó y los despidió pidiéndole disculpas una y otra vez. Mamá volteó hacia mí, miró mi mano con el anillo y el celular, y la otra estrujando mis ojos hinchados y rojos y con bolsas debajo de ellos.
—¿Qué paso contigo? ¡Me has asustado a muerte! —volvió a abrazarme. Y susurró a mi oído—. Nadie va a amarte como yo, ni ningún chico que crea que puede hacerse más famoso metiéndose con mi hija.
—¡Mama! —lloriqueé—. ¡El no necesita fama!, él era alguien antes de mí. ¡Yo lo necesito a él!
Mi mamá me apretó más. —Lo siento. —susurró mientras yo seguía llorando en su hombro.
○
En la oficina de nuestro abogado, él nos explicaba como mi padre estaba preso ahora por complicidad en secuestro y por aceptar soborno. Lo que creó más polémica y que todas esas madres, y esos padres, nos odiaran a mí y a mi mamá, aunque yo fuera víctima también. Y por eso, teníamos a guardias con nosotros donde sea que nos moviésemos.
Cuando salí de la oficina, hacia el pequeño parque de enfrente, una mujer de cabello castaño se acercó a mí con una cámara en la mano que le guindaba del cuello, y me fotografío. Yo pestañeé abrumada por el flash, ¿qué le pasaba a esta gente?
—Julia Michels, reportera del periódico Solusanoti, y quería preguntarte, ¿Skyler Milton, cierto? —preguntó ella, con una libreta en la mano y la cámara colgando de su cuello.
Yo asentí.
—¿Ese anillo que llevas, es de compromiso con Sean Walet?
Me quedé anonadada, y me paré del asiento, buscando al guardia quien había ido al baño. —No lo sé.
—¿No lo sabe? —preguntó incrédula.
—No lo es. Es solo un anillo. —dije. ¿Cómo había sido tan estúpida de dejarme el anillo?
—¿Está segura?, ¿no había algo entre usted y él?, ¿era todo una amistad?, ¿se aprovechó él de usted?
—Oiga, oiga. —La detuve con mi mano—. Creo que usted está loca y le voy a pedir que me deje. —Me di la vuelta volviendo a entrar a la oficina.
Me las arreglé para salir por la puerta trasera del edificio de la oficina sin avisarle a mi mamá que saldría a dar un paseo o sin decirle al guardia que estaba encargado de mi seguridad. Solo necesitaba un respiro de todo, y que dejaran de verme como una víctima.
Con tres horas más, el celular que tenía en mi bolsillo había sonado más de veinte veces y después dejó de sonar por media hora. Sé que estaba siendo desconsiderada con mi madre, pero no quería hablar con nadie, ni con dos policías detrás de mí mientras doy un paseo. No es que fuera la gran diferencia, la mitad de las personas que me veían me reconocieron del noticiero, solo que fueron más decentes y se limitaron a murmurar y dejar que siga mi camino sin rumbo, sin siquiera preocuparse de hacia dónde iba.
Estaba casi oscureciendo. Antes de que cruzara la calle, cuando me devolvía para la comisaria porque estaba un poco agotada, un auto parecido al de Sean se parqueó cubriendo las rayas blancas del cruce del peatón e impidió que cruce la calle. Después, él se bajó del auto.
—¿Tienes idea de por cuanto tiempo te he seguido?, —Se le notaba preocupado, abrió la puerta de atrás del auto. Yo me quede sin palabras y sin aliento, así que no le pude responder.
«¿Por qué me seguías, a ver?, ¿no me habías abandonado de todas formas? »
—Quiero hablar contigo.
Yo negué con la cabeza, solté mi mano de la de él, —ni siquiera me había dado cuenta de cuando tomó mi mano—, y comencé alejarme, me abrazó y me atrajo otra vez cerca de su auto.
—Deja que me vaya, por favor. —Me prometí a mí misma no llorar frente de él, porque ya había llorado lo suficiente. Así que deje de hablar, porque en mi voz había un temblor que amenazaba con sacar lágrimas en cualquier momento, y yo no quería que él supiera lo débil que era por él, no era justo.
Él toco su sien, y con voz calmada y suave, me preguntó:
—¿Quieres entrar al auto por favor? Te diré algo breve. —Negué con la cabeza—. Dios, por favor Sky. —Tomó mi mano, abrió la puerta de su auto y gentilmente me empujó dentro.
Iba a salir, pero dentro de mi quería saber todo, porque me dolía, y él seguía teniendo ese efecto en mí que hacía que mis rodillas se vuelvan gelatina, que mi corazón lata muy rápido, que me comporte como una idiota enamorada.
Cerré los ojos para prometerme a mí misma que no lo iba a perdonar. Mientras trataba de no decir nada, de no asaltarlo con preguntas, con acusaciones.
—Hace un mes y medio llamé a tu casa para decirte que iba a verte, que había durado dos semanas sin hablar contigo porque mi mama había enfermado. Tú no estabas, y tu mamá me explicó que tú ya no querías verme. Que querías olvidarte de todo, que necesitabas descansar y que entendiera. —El tomó mi quijada con su mano para que lo mirara, sentí una sensación ardiente donde él me tocó—. Aunque me dijo eso, viajé aquí de nuevo, y no te encontré. Ahí, tu mamá me dijo que no se me ocurra contactare, que toda la atención que yo atraía te hacía daño.
Con sus manos agarró mis mejillas y se inclinó desesperado por besarme. Yo volteé negando mi cabeza.
—No es una excusa, lo sé. Perdóname Skyler, sobre lo que pasó, es que, te extrañaba muchísimo, ¡demonios! ¡Habían pasado casi dos meses! —Sacudió mis hombros, y luego se detuvo porque vio que mis ojos estaban aguados—. Skyler, Sky, mírame por favor, —Tomó mi mano donde estaba el anillo—, esto es en serio, te amo, por Dios, fui un estúpido, lo siento, lo siento, no debí dejar de insistir, pero por un momento lo que tu mama había dicho tenía sentido, necesitabas superar todo.
—Te necesitaba a ti —dije con voz quebrada—, dije que te necesitaba a ti, ¿no lo recuerdas?
Se inclinó hacia mí de nuevo, su aliento chocó con mi piel, volví a negar con mi cabeza. —¡Deja de hacer eso! —le protesté.
—¿Tratar de besarte? ¿No quieres que lo haga? —Me pregunto ofendido—, porque Skyler, todo lo que quiero ahora es sentir tus labios, de probar el sabor que esconden. Todo el maldito tiempo desde que deje de verte ha sido así.
Me quede en silencio mirándolo. Después de unos segundos volví a abrir la boca. —Necesito irme. Mi mamá debe de estar preocupada por mí. —Puse mi mano en la puerta para abrirla. Él la detuvo, volviendo a agarrar mi quijada para que lo mirara.
—Skyler... —susurró—. Le dije a tu madre que te encontré hace más de media hora. Llevo siguiéndote más de media hora. —Su tono de voz denotaba seriedad, por un segundo, pensé en otra cosa, y cerré mis ojos.
—¿Me extrañaste tanto como yo lo hice? —pregunté cuidadosamente, con un hilo de voz.
—Todos los días.
—No lo creo así tanto —comente sarcástica. Abrí los ojos.
—Entiende que me he acostumbrado a ti Skyler, a tenerte todos los días.
—¿Si yo te hubiese engañado con otro hombre..., si me hubiese acostado con otro hombre, tú me perdonarías? —le pregunté, estaba luchando por contener las lágrimas otra vez, odiaba lo infantil que yo era, a veces sentía que seguía teniendo quince y no diecinueve, y olvidaba que estaba bien hablar de esa forma. Y que estaba bien que lloraras porque estas muy triste por ver a alguien pero muy feliz al mismo tiempo.
El quitó la lágrima que se me escapó del ojo con su dedo suave, haciendo que todo en mí temblara. —Me hubiese vuelto loco si me doy cuenta de eso. Pero con todo y eso, te perdonaría, una y otra vez, porque te amo, ¿recuerdas que te lo he dicho tantas veces?
Negué con la cabeza, llorando otra vez. ¿Qué pensaría él de todo este desastre?
—Deja que yo... —empezó a limpiarme la cara. A besar mis mejillas, mi frente, mi nariz...
Yo agarre las suyas con mis manos. —¿En serio lo harías?
El asintió.
Me incliné y toque su frente con la mía. Pensando en mi cabeza: no puedo perdonarte.
Por un momento solo lo miré a los ojos celestes que me miraban fijamente. No entendía cómo podía quererlo tanto, era de tontos. Era como que, cuando lo veía a los ojos, nadaba en un mar que ahogaba todo lo demás y solo quedábamos yo y él, y solo quería estar con el todo el tiempo posible. Él me ha visto de la forma más vulnerable, una parte de mí ya le pertenecía a él, ¿debía creerle?, ¿y si pasaba otra vez?, ¿valía la pena su excusa?
No medí el tiempo, porque son esos que pasan en cámara lenta donde no sabes cómo debes sentirte, donde te preguntas miles de cosas, como: ¿Por qué no seguiste intentando?, ¿Por qué tomaste una salida más simple?, ¿si me quisieras tanto, no crees que sería lógico que no hubieses estado con otra?
Yo me acerqué más a él y él a mí, buscando mi boca cuando yo solo estaba buscando su mejilla. Por eso agarré su quijada, para besarlo en la mejilla, levantándome para salir del auto después, y siendo atraída otra vez por su brazo, el cual me obligó a sentarme en el asiento del auto.
Me bloqueó la salida inclinándose hacía mí, sonrió, bajando a mis oídos para decirme miles de veces que me amaba, que lo tenía loco, que en realidad no pasó nada relevante. Y luego probó mis labios lentamente, mordiendo mi labio inferior por unos segundos antes de que yo protestara, jugando conmigo haciéndome creer que me besaría, como si jugara de nuevo con mis sentimientos.
Luego lo volvió a hacer, mucho más intenso, casi escalando encima de mí, besándome como si no nos habíamos visto hace un año, dejándome completamente sin aliento.
Y no, no lo aleje ni proteste, porque, yo también deseaba hacer lo mismo desde hace más de un mes.
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