Capitulo 22: Ojos como el cielo.
Capitulo 22: Ojos como el cielo.
Tomé un par de albóndigas y las puse dentro de mi pan. Cuando tomé un mordisco, la salsa de las albóndigas me cayó en todo el cuello y en la camiseta de Sean que llevaba puesta. Miré a mi izquierda: a Daisy quien hablaba por teléfono y a Sean venir desde el balcón. Al parecer un conglomerado de veinte chicas se dieron cuenta de que Sean estaba en Solusa y se reunieron abajo del hotel a cantar serenatas.
Me pregunté si alguna chica del colegio estaba allí abajo, y algo hizo que sonriera, porque, mientras ellas estaban allí rogando para que él bajase y las saludara, yo lo tenía aquí. Para mí. Y él había dicho que me quería. No se trataba del artista de Notas Libres, sino de Sean, el que me estaba protegiendo y cuidando. Y que me quería.
—Estaba a punto de bajar, pero son las once, después dirán que yo apoyo que estén después del toque de queda, ¿sabrán sus padres que están allí?
—Lo más seguro es que no —respondió Daisy.
Yo me apresuré a limpiar toda la salsa de mi cuello y a pasar la servilleta repetidamente por la camiseta manchada.
—Olvídalo Skyler. —me dijo Sean, acercándose a mí—. No se quitará.
Y me besó.
—Lo siento, tengo sabor a albóndigas —dije, de pronto avergonzada porque me había besado frente a Daisy, y me hice un manojo de nervios. Sé que lo notó, porque sonrió de esa manera que sabe detener mi mundo por completo.
—A Sean le gusta las albóndigas, —señaló Daisy sin despegar la vista de la pantalla de su teléfono inteligente—, y le gustas tú —añadió, y yo me sonrojé.
—¿Qué tal si salimos por algo frió que beber? —sugirió Sean, sentándose en la silla al revés.
—Estamos en otoño. Septiembre, mes de la lluvia, igual a frío... —opinó Daisy.
—Sin embargo no ha llovido aún.
—Entonces estamos en Septiembre... —dije en voz alta.
—¿No lo sabias? —preguntó Daisy de pronto sorprendida.
—Tampoco preguntaste —dijo Sean.
—Tampoco pregunté —repetí.
Sean se levantó a la puerta de salida, nosotros estábamos en la sala de estar de una habitación gigantesca de un hotel de Solusa. Tenía cocina, una pequeña sala de estar, y dos cuartos, pero aun así era un hotel. Él la abrió.
—Daisy puedes venir así como estas, y Skyler ponte uno de tus suéteres y vámonos.
Yo hice lo que él dijo pero Daisy no.
—¿No vienes? —pregunté.
—No, no. Estoy haciendo algo sumamente importante. —Empezó a buscar algo en su teléfono, otra vez—. Pero pásenla bien.
Sean alzó los hombros y salió, en ese instante Daisy me guiñó un ojo, y yo le sonreí. No podía creer que en algún momento ella me desagradó.
Al salir, Sean me agarró de repente por la cintura atrayéndome a él y me besó de nuevo dejándome con las rodillas temblando cuando se alejó.
—Daisy tiene razón, me gustan las albóndigas y también tú.
○
Solo quedaban como diez chicas, y todas estaban calmadas tomándose fotos con él.
Una chica rubia se puso en frente de él y empujó a las demás.
—¡Oh Dios mío, Dios mío, eres tú! ¡Sean te amo! ¡¿Cásate conmigo?! —Su voz era fingida, totalmente, con ese tono que explota tus oídos.
Ella se detuvo y me miró con el ceño fruncido, luego vio mi camiseta de debajo del suéter.
—¿Skyler? pensé que estabas muerta. —Recordó mi nombre fácilmente. Sin muestra de ninguna emoción. Ya sabía que ella no ayudó a que me buscaran cuando desaparecí—, ¿Qué hacías allí?, ¿Te dedicas a eso ahora?
Yo avancé hacia ella y la golpeé lo más duro que mi puño me permitió. Todos de repente voltearon a ver lo que ocurría, como si no bastase la presencia de Sean para que seamos el centro de atención. Con toda la conmoción y la impotencia que sentí, no me di cuenta de que ella me reconoció, de que alguien por fin me había reconocido, alguien que conocía antes de desaparecer.
Sacudí mi mano porque latía del dolor. Ella lloriqueó y se lanzó sobre mí, pero más personas la agarraron y Sean me sostuvo a mí.
—No prestes atención. —me había susurrado. Pero ya era tarde, tenía los ojos mojados.
Henna Walter, era la chica más linda de todo el colegio, era la más popular, la más rica, y yo era solo la chica que no hacia amigos en la secundaria porque era la más pequeña de todos allí. Y no importaba si ahora yo estaba con Sean, y llevaba una camiseta de él, no importaba si había salido en cientos de periódicos o miles de blogs como la rumorada novia de Sean: yo siempre sería Skyler Milton. La chica de tercer grado con demasiadas pecas y cabello grasoso, y eso nunca cambiaría, Henna siempre me vería así. Y era por eso que lloraba, porque la vida nunca puede ser más injusta.
○
Sean agarraba mi mano fuertemente mientras recibía los halagos de la señorita de la cafetería y pedía dos batidas. Yo aún estaba algo irritada. Pero por Dios, que bien me sentía al saber que por los menos le había dejado un rasguño.
Nos sentamos uno frente al otro mientras bebíamos nuestras batidas, de mango él y de fresa yo.
—Tus fanáticas están tan locas por ti. —Le sonreí.
—Y no sé por qué. Si no soy nada atractivo.
Me causó risa, era para ocultar mi molestia, entonces me puse seria.
—Tú... —divagué unos segundos y después exhalé.
—¿Yo? —Se inclinó hacia mí.
—Tú eres perfecto. Eres alto, y tu cabello es lindo. Tus ojos son como el cielo y siempre hueles agradable. Lo mejor de todo es que tienes un gran corazón Sean, y lindos labios. ¡Oh!, y sabes cantar. —Añadí sonriendo sin dejar de mirar mis manos.
—Tú eres hermosa.
—No, no lo soy —Traté de sonreír para no poner las cosas agrias.
—Lo que más me gusta de ti son las pecas en el puente de tu nariz. Tu sonrisa es como un sol, sonríes tan grande y hermoso. No sé qué más decir si me gusta todo de ti. Me tienes loco. Escribiría todo un tracklist sobre ti.
Me reí. Era bueno en eso, en atontarme.
—Ay —Bostezó—, Daisy nos matará.
—Ow, no esta tan tarde. —dije después de asegurarme de respirar.
—Oiga, ¿nos llama un taxi? —preguntó a la cajera, quien no se despegaba de su celular el cual varias veces a punto a nosotros.
Se me había ocurrido una idea, si yo besaba a Sean ella subiría esa foto a la internet de alguna manera, y Henna con su mejilla adolorida lo vería y se retorcería de celos. Pero ahí otra vez, no era justo que usara a Sean, así que solo me levanté cuando escuché el pitido del taxi.
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