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Por un descuido

Respiraba con dificultad, como si el aire no pasara por sus pulmones pues lo tragaba sin sentir nada. Su pecho parecía estar siendo oprimido paulatinamente, su rostro estaba bañado en sudor. Algunas gotas de saliva escaparon de su boca y cayeron al suelo. Limpió sus labios en cuanto vio el pequeño charco en el piso y apretó sus párpados. Intentó concentrarse mientras sus visión se hundía, en la oscuridad mas no logró nada. Solo era capaz de recordar el objetivo que tenía propuesto.

Abrió los ojos. Vio el descolorido piso, sus manos pálidas y manchadas de sangre, la línea de luz que se colaba tímidamente desde abajo de la puerta, cuya luz blanquecina resaltaba sobre el amarillento y pálido halo de la bujía. Intentó darse media vuelta para sentarse, sintiendo como el dolor parecía punzar en todos los músculos de su cuerpo. Emitió un gemido de dolor al momento en que su espalda chocó contra la pared, ese golpe había sido insignificante comparado con la sensación constante que hormigueaba alrededor de su pierna izquierda, haciéndolo sentir como si trituraran su hueso. Volvió a cerrar sus párpados, con la cabeza inclinada hacia atrás, reposando levemente en el frío concreto.

El techo estaba igual de descolorido que el suelo, era una horrible casa. Casi tan horrible como la agonía que se extendía y le gritaba su presencia, entre pellizcos y hormigeos intermitentes. Llegado a ese punto, empezó a preguntarse porqué había tomado ese trabajo. Debió quedarse en casa, pensó para si mismo que esa hubiera sido una mejor elección de actividades para un sábado en la tarde. Ahora no podía hacer nada, solo maldecir a su jefe y quejarse de dolor. Quiso saber dónde estaba ese bastardo y fantaseó con la idea de matarlo con sus propias manos, por haberlo amenazado para que accediera a trabajar esas horas extra.

El techo estaba jodidamente descolorido, ¿por qué no le daban mantenimiento a esa puta casa? Era una escena desagradable para su vista. Así que apartó su mirada, creyendo que dejaría de pensar en ello si ya no lo veía mas. Dejó escapar un largo suspiro en cuanto cesó la oleada de dolor. Tenía la sensación de que habían cuchillas clavándose en su piel y esto aumentaba cada ciertos segundos. Debía distraerse, pensar en una forma de salir, pero frente a él no había ninguna herramienta que pudiera ayudarlo. Solo podía alcanzar a ver un librero, casi vacío, debido a la escasez de luz en la habitación.

¿Durante cuánto tiempo más lo dejarían solo? Los dueños de esa pútrida casa ya sabían que era una amenaza lo que sea que estuvieran haciendo. Eso le hacía querer saber dónde se escondían esos malnacidos. ¿Por qué tenía que esperarlos durante tanto tiempo? Seguramente moriría desangrado, pero ya estaba harto de aguantar la agonía que lo devoraba lentamente. Muy lentamente. Deseó haber muerto en el primer disparo, deseó no ser tan listo como para haber escapado a la muerte que se paseaba frente a sus narices. Ahora se encontraba condenado a aguantar su propia compañía, sus propios pensamientos insoportables, hasta que su cerebro o corazón se decidieran a detener definitivamente sus funciones.

La pared del frente era de color rojo, con tonos oscuros que rozaban con el techo e iban degradándose hasta el suelo. ¿Por qué no le daban mantenimiento a esa casa? El librero era alto pero tenía poco grosor, su color putrefacto a madera era la única decoración del sitio, era lo único que podía entrar a su campo de visión y ser enfocado por la luz parpadeante del techo, la cual consistía en un foco opaco a minutos de fundirse. Siempre había envidiado los hogares de los ricos pero esa parecía una prisión cuyo ambiente lo sofocaba mucho mas que su dificultad para respirar. Quizás su mente solo se centraba en eso porque no tenía nada más en qué pensar. O quizás, simplemente, se había cansado de pensar.

Sus párpados empezaron a sentirse pesados y lo agradeció internamente. Sabía que ya le estaba llegando la hora, pues el charco bajo sus pierna se había extendido hasta mojarle también el trasero. Moriría desangrado en una casa con una decoración de pésimo gusto. Lo que mas le fastidiaba de su situación era el lugar de su muerte. En esos momentos le resultaba mas atrayente morir en ese jardín lleno de flores que había a la entrada, pero el maldito cartero le había quitado esa oportunidad; luego sus piernas habían corrido y el resto de recuerdos parecían haberse bloqueado.

¿Cuantas personas más habían huido hacia la casa? ¿Cómo llegó hasta esa habitación? Ya no lo recordaba. Solo habían escenas del afortunado cadáver del maldito cartero y de sus manos masajeando sus piernas para apaciguar el cansancio después de escapar de algún lugar.

Por primera vez en su vida, se dio el lujo de oír el sonido sus palpitaciones. Le picaba la oreja pero sus brazos no le respondían. Todo estaba a oscuras,  sus extremidades le pesaban. Ya no sentía su pierna y su respiración iba volviéndose mas lenta cada vez. A duras penas pudo escuchar pasos y voces a lo lejos.

Sus ojos dejaron de reproducir la imagen pintada de negro por sus párpados repentinamente. Ahora veía solo una especie de color rojo y sentía el cosquilleo de sus propias exhalaciones cayendo sobre su pecho. Alguien había abierto la puerta, lo que indicaba que se encontraba en la habitación… con él.  Lo habían encontrado. En el fondo solo podía rogar para que su corazón dejara de palpitar de una vez por todas. No quería ser torturado, no quería alargar su muerte. ¿Por qué no dejaba de respirar de una puta vez?

Le tomaron del cabello y agitaron su cabeza mientras murmuraban algunas palabras. Esas voces se oían lejanas. Su cuerpo estaba adormecido pero aún se daba cuenta de todo. Quería morir. Quería morir rápido porque no quería saber qué serían capaces de hacerle esos bastardos.

--¿Cómo es que sigue vivo?  --preguntó una voz.

El quiso reírse, mientras le respondía internamente que tampoco tenía una respuesta para eso. Las voces siguieron conversando pero no pudo identificar mas palabras, pues estas se iban volviendo cada vez mas lejanas hasta que finalmente desaparecieron. Todo se sentía muy tranquilo y pensó que la muerte no era tan desagradable después de todo.

Para su mala suerte, despertó dos horas después, acostado en una camilla y con los brazos atadas a las barandas. Maldijo internamente, observando como una sombra borrosa se acercaba a él. Se acercó hasta su oreja y le susurró algo en un idioma desconocido. Cuando la persona se irguió, pudo reconocer al hombre como el dueño de la casa.

Quiso gritar. Debió haber gritado pero ya era demasiado tarde. Incluso trató de moverse pero se encontraba demasiado débil. Sus ojos se mantuvieron abiertos en todo momento, no fue capaz de parpadear hasta que una mujer gritó y un grupo de enfermeros entró al cuarto.

Frente a él, acomodado delicadamente sobre una silla, se encontraba el cadáver del cartero cubierto por pétalos de flores. El dueño de la casa parecía haberse desvanecido luego de colocar los últimos detalles. La muerte no parecía tan tentadora en esos instantes. Quería saberlo todo, quería escuchar los motivos o excusas de sus propias bocas agonizantes. Lo quería. Lo deseaba casi tanto como tener control de su cuerpo y correr detrás de la sombra de ese hijo de puta.

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