Entras al cuarto, se nota el agotamiento en tu rostro debido a las gotas de sudor. Tiras la puerta, el sonido queda haciendo eco en mis tímpanos y hay un leve temblor en mis manos. Caminas un par de pasos y te recuestas sobre el escritorio. Tus cejas casi se están tocando y tu mirada parece querer derretir la madera. Pareces ausente. Exhalas. Llevas tu mano derecha hacia tu frente, secas el sudor, mordiendo con fuerza tu labio inferior. Suspiras de nuevo, cubres tu rostro, juntando tus manos a modo de plegaria, justo sobre tu nariz.

Quisiera saber en qué estás pensando, pero no me puedo mover de aquí. Vas dando vueltas por la habitación, formando una especie de figura ovalada con tus pasos. Inicias lento, pero la velocidad de tus pies aumenta al mismo tiempo que la de tus dedos, ahora que te rascas la cabeza con desesperación. Entonces te detienes, suspiras por tercera vez y miras hacia el techo. Tu cuerpo se encuentra girado hacia mi dirección, puedo ver que le hacen falta botones a tu camisa y tus zapatos están mal amarrados.

Bajas la mirada, acaricias tu frente con la mano izquierda. Vuelvas a caminar, lentamente. Intentas calmarte. Suspiras por cuarta vez y luego sales del cuarto.

De repente me dan ganas de seguirte, pero me has atado de brazos y piernas a la cama. Mi movimiento es bastante limitado. Chasqueo la lengua, sé que tardarás en volver. Siento por un breve instante cómo mi mirada se torna melancólica, como si tu partida fuera definitiva y ya empezara a extrañarte. Inmediatamente trato de olvidar estos pensamientos y me concentro en las manchas insípidas del techo, porque el aburrimiento es tan agotador que ya le empecé a poner nombre a las manchas.

Pedro Segundo tiene forma de un ogro indomable, seguro ha matado a muchos humanos. A su lado, hay un agujero pequeñito que dejaron las goteras de ayer por la noche; esa es el arma de Josefina, la bailarina que danza sobre las nubes, que son aquellas manchas a las que no le hallo forma todavía. Josefina tuvo una vida dura, se volvió prostituta a los doce años y ahora anda matando ogros con un disfraz, solo porque ama la danza. Por supuesto, Pedro Primero no existe, porque Josefina le cortó el cuello hace dos semanas.

Entre tantas divagaciones, termino en el reino de los sueños. Y, en ese estado intranquilo donde eres consciente de tu alrededor pero te niegas a despegar los párpados, oigo cómo la puerta se abre de un tirón. Despierto del todo pero aún no quiero abrir los ojos. Puedo oir tus pasos cerca de mí, creo que le vas dando vueltas a la cama. Tomas mi barbilla con una de tus manos, es ahí cuando por fin abro los ojos y veo tu rostro. Estás agitado, te falta el aire, hay sudor en tu frente y a tu camisa le faltan más botones. Quiero preguntarte qué pasó pero empiezas a besarme.

Nunca hablamos de tus problemas porque dices que tus problemas son nada, que no tienen importancia. A veces me entran ganas de contradecirte pero siempre callas mi boca con tus labios, con tu boca y su inevitable sabor a cerveza barata. Así es como termina nuestra rutina, con mi mente y mi cuerpo demasiado ocupados como para preocuparme por continuar la historia de las manchas en el techo; contigo desahogando la ira con mi cuerpo en un intento para que tu cabeza se despeje y ya no pienses.

Creo que Josefina terminará matando a Pedro, aunque se halla enamorado de él cuando lo vio disfrazado de humano, después de tomarse la poción que le regalaron las nubes. Josefina ya sabía que Pedro era un ogro y Pedro sabía que Josefina había matado a su hermano. Creo que el final perfecto es ese donde mueren ambos.