Cortó sus cuerpos y los metió en el maletero
Mirada fuera de órbita, manos cubiertas de sudor. Tardó algunos minutos en darse cuenta de lo que había hecho y, cuando lo hizo, su cuerpo empezó a temblar inconscientemente. La escena frente a él era grotesca y aterradora. De manera inmediata, el vómito hizo nudo en su garganta y tuvo que doblarse un poco para contener las arcadas. Tapó su boca, queriendo evitar que el revoltijo de sus entrañas saliera al exterior, pero luego se dio cuenta que no tenía sentido hacerlo; total, la casa ya estaba bastante sucia. Así que simplemente retrocedió un par de pasos y dejó salir la desagradable sustancia mientras se sostenía de la pared, pues se encontraba un poco mareado.
Una vez terminada su descarga, limpió los rastros de saliva que se colgaban de su boca, apoyándose totalmente en su hombro izquierdo. No quizo levantar la mirada. Se repetía en la mente que el brillo de su propio vómito era mucho mas agradable a la vista que aquello en el centro de la sala. Así pasó durante casi media hora, pensando en la forma de escapar de su realidad, con la curiosidad tentando a sus ojos para que estos se voltearan hacia la derecha. Sin embargo, se mantuvo firme. Eligió mirar los grumos en el suelo, los cuales se podían identificar con dificultad entre el líquido a causa de la oscuridad en la habitación.
Eso lo hizo reaccionar y, por un breve momento, su mayor preocupación fue saber qué hora era. No podía encender la luz porque el foco se encontraba quebrado. Entonces se vio obligado a caminar en medio del desastre que había hecho. Para poder llegar a su habitación, apoyó sus manos en la pared y, con toda la fuerza de su voluntad, fijó su vista en el frente; sin importar los obstáculos del camino, se negaba a ver esa escena otra vez. Pisó cosas desagradables y apaciguó sus náuseas apretando sus párpados y aligerando sus pasos.
Se dió el lujo de dejar escapar un largo suspiro cuando su mano derecha halló el pomo de la puerta. Entró, encendió la luz y caminó hacia su escritorio. Se sorprendió a si mismo cuando sintió alivio al ver, en el reloj que colgaba sobre la cama, que a penas iniciaba la madrugada. Había tiempo suficiente para limpiar y solucionar el enorme problema de su sala de estar. Lo había planeado todo cuidadosamente y empezaba a sentirse ansioso por ello.
Fue hacia el garaje, tomó las herramienta que necesitaría y regresó hacia la sala, convenciéndose a si mismo de que debía hacerlo lo mas rápido posible y sin titubear. Cortó los cuerpos, los metió en bolsas negras y luego las colocó dentro del maletero del carro.
Una vez sentado en el auto, la frialdad de segundos atrás se desvaneció. Lloró amargamente durante algunos minutos.
Sus emociones eran un frenesí y se sentía un ser irreconocible. Aún así, no podía darse el lujo de malgastar el tiempo, le quedaban pocas horas de oscuridad y sabía que su limpieza había sido deficiente. Cualquiera podría darse cuenta que algo andaba mal con tan solo echar una mirada. Sabía que la falta de luz era una ventaja, por lo que reguló su respiración, limpió sus lágrimas y empezó a conducir.
Mientras viajaba por la carretera principal, sus movimientos empezaron a hacerse lentos, sus párpados se cerraban de repente y comenzó a cabecear. El hecho de llevar despierto toda la noche le empezó a cobrar factura. Las sombras se asemejaban demasiado a los cadáveres de su familia, los recuerdos lo atormentaban. Quería descansar, descansar de lo que había hecho y de su vida misma. Sabía cómo debía morir pero le daba miedo. No quería hacerlo aunque su inconciente le repitiera que se lo merecía. Incluso estuvo a punto de dar marcha atrás, de renunciar a su plan y tratar de mentir para salvarse.
Cerró sus párpados una vez más y los sueños comenzaron a materializarse. El estado de su mente ya no le permitía reconocer entre fantasía y realidad. Hubo un instante donde vio el cadáver de su esposa sosteniendo un cuchillo, el mismo cuchillo con el que lo amenazó horas antes. La vio magullada, con la cara torcida. Pudo oír sus voz y sus palabras de decepción y desprecio muy cerca de sus oídos. Sabía que ella merecía cobrar su venganza y se dejó asesinar.
Sus brazos, dormidos, se cayeron del volante y el carro se salió de la carretera.
A la mañana siguiente, dos transeúntes lo encontraron con una rama perforando su estómago y su boca chorreando sangre desde su macabra sonrisa. Había muerto en paz.
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