uno.
· • —– ٠ Park ٠ —– • ·
Park Jimin corría hacia la entrada de la empresa, el café matutino en sus manos, mientras su mirada se clavaba en el reloj de su muñeca por enésima vez. Su cabello rubio perfectamente peinado y su traje impecable contrastaban con la urgencia que lo impulsaba. Como secretario ejecutivo, sabía que la puntualidad era crucial, especialmente para su jefe, que no toleraba retrasos.
Llegó al ascensor y, con un suspiro de alivio, encontró que estaba abierto y casi vacío. La oportunidad perfecta para llegar a tiempo.
—Buenos días.
—Buenos días.
Al entrar en el ascensor, sonrió y realizó una reverencia, cuidando los dos envases de café en sus manos. El hombre que ya estaba dentro le devolvió la sonrisa.
—¿A qué piso vas? —le preguntó.
—Al penúltimo, por favor —respondió, ajustando los envases.
El ascensor se detuvo en varios pisos, y cada vez, el secretario suspiraba, mirando los números de los pisos con creciente impaciencia. Su rubio cabello reflejaba la luz del ascensor, resaltando su ansiedad.
Finalmente, llegó a su destino. Salió del ascensor con prisa, casi tropezando en su apresuramiento.
—Secretario Park, necesito que revises estos documentos y se los lleve al jefe —un compañero apareció frente a él, mientras corrían por el pasillo.
—Está bien, déjalos en mi escritorio —respondió, sin detenerse.
—Secretario, los abogados han llamado de nuevo —otra compañera agregó, preocupada uniéndose a su carrera contra el tiempo—. ¿Qué les digo? Han estado llamando durante días.
—Lo revisaré y yo les llamaré, no te preocupes —respondió, y sus piernas no se dejaron de moverse.
Más de sus colaboradores lo siguieron interceptando con preguntas y tareas. Hasta que finalmente, llegó a su oficina y les dijo:
—Sé que todos tienen asuntos que resolver con el jefe y conmigo, pero permítanme llegar a mi oficina y atender mis propios deberes ¿está bien?.
Todos asintieron y regresaron a sus puestos de trabajo. El secretario suspiró pesadamente y finalmente, entró al despecho.
—Buenos día, jefe. Le he traído su café, con permiso. —anuncio, dejó el envase en la esquina del escritorio con cautela—.¿Requiere que lo acuda con alguna tarea? —pregunto, intentando llamar su atención. Pero el hombre se mantuvo estoico, con la mirada fijada en su computador—. Entendido, entonces me retiro, con su permiso... —finalizó haciendo una reverencia y girándose para salir.
La mirada de ojos grandes y oscuros, se levantó clavándose en la espalda del secretario. Y entonces una voz profunda y áspera entonó.
—Llegaste tarde, Park.
Jimin se detuvo en seco, y se sintió asustado por la reacción, entonces se volvió apenado y nervioso, encontrándose con ese rostro serio y frío que le causaba escalofríos.
—Me disculpo por la demora. Es inevitable que el ascensor se detenga en cada... —intentó explicar, pero el hombre de cabello azabache y semblante serio lo interrumpió.
—No me importa el ascensor, Park. Me importa que llegues a tiempo. Cinco minutos tarde es inaceptable. ¿Cuántas veces tengo que recordarte que la puntualidad es fundamental en este trabajo? —espetó.
—Vuelvo a disculparme, jefe. No volverá a suceder. —juro, jugando con sus dedos nervios.
El hombre siguió mirando a su secretario con su expresión fría, como si estuviera por agregar algo más. Jimin se sintió incómodo bajo su mirada, e intentó evitar su contacto visual sin mucho éxito.
—Espero que no —advirtió finalmente, rompiendo el intenso silencio—. Ahora, necesito que recorras mi comida con el presidente Kang a las cuatro. Y asegúrate de que todo en la oficina esté perfecto. No quiero errores, no quiero sorpresas porque como sabes, tengo asuntos muy importantes en la agenda esta semana.
Jimin asintió, sintiendo un poco de alivio al escapar de aquella mirada penetrante.
—Sí, jefe. Haré el cambio de su comida enseguida y me aseguraré de trabajar con eficiencia para que logre completar sus obligaciones semanales sin ningún problema. —afirmó haciendo una reverencia con la cabeza.
El hombre asintió y volvió la mirada hacia sus monitor. Jimin salió de la oficina, aliviado de haber escapado de la reprimenda. Entró en su propia oficina, dejó su café en el escritorio y su mochila en el perchero, en su escritorio yacían todas las tareas que debía a tender ese día y las peticiones de sus compañeros, entonces se sentó en su silla junto un suspiro y comenzó a revisar la primera tarea. Pero antes de que pudiera iniciar, el teléfono sonó y contestó de inmediato.
—Buen día, Jeon's company. ¿En qué puedo servirle? —respondió con voz educada y profesional, mientras continuaba revisaba el documento en su otra mano—. Señorita Jihyo, es un gusto atenderá ¿a qué se debe su llamada? ¿Desea hablar con su hermano? Puedo... entiendo, si lo siento ha tenido bastante trabajo y se le es imposible contestar en algunas ocasiones... sí, por supuesto se lo haré saber... no hay de qué, hasta luego señorita Jihyo.
Suspiró de nuevo al soltar el teléfono en su base, ahora debía ponerse frente a esa mirada escalofriante otra vez, así que sin más se dirigió de nuevo hacia el despacho del jefe. Antes de entrar, tocó la puerta y finalmente entró.
—Park, necesito que hables con el director del departamento de Marketing y les digas que no necesitamos propaganda basura, lo que necesitamos es...
—Jefe —lo interrumpió—. Tengo algo urgente que decirle antes —el hombre de oscura cabellera lo miró atento, y el rubio tragó saliva ante la oscura mirada—. Su hermana, la señoría Jeon Jihyo, acaba de llamar, me dijo que la próxima semana se celebrará el cumpleaños de su padre y solicitan su presencia.
—Lo sé, me ha estado llamando como loca y también me ha enviado emails hasta la muerte, he tenido que cambiar mi email debido a eso —bufo frustrado.
—¿Confirmo su asistencia, o prefiere que de la misma repuesta de las veces anteriores? —preguntó.
El hombre suspiró pesadamente con las manos en la cadera y la espalda levemente encorvada. Una posición que expresaba rendición.
—Al parecer, esta vez será imposible disentir —contestó—. Bien esto va a pasar. —comenzó, haciendo ademanes con las manos—. La semana próxima cancelarás todas mis citas personales, sin embargo no podemos darnos el lujo de detener los responsabilidades de la corporación simplemente por esto, así que por eso vendrás conmigo y atenderemos el trabajo desde allá. Asegúrate de estar preparado, Park. —ordenó.
Para Jimin, no estaba fuera de la común viajar con su jefe para atender asuntos de trabajo, después de todo era el secretario ejecutivo. Pero esta vez era diferente, esta vez tenía que ir con la familia de su jefe a un evento personal, así que fue inevitable que la sorpresa se plasmara en su rostro.
—¿I-Ir con usted, con su fa-familia a Busan? —preguntó incrédulo.
—Así es, no entiendo ese innecesario tartamudeo. —señaló, mientras tomaba su saco y se lo colocaba—. Por lo que sé, tu ciudad natal también es Busan ¿no es así?
—Sí, lo es. Ahí nací.
—Bien, entonces seguramente te sentirás como si estuvieras trabajando en casa. Prepárate bien y no llegues tarde, nos iremos el Martes temprano. Y asegúrate de que tengas todo lo necesario para trabajar —lo miró fijamente, esperando una respuesta afirmativa.
—Sí, jefe. Todo claro —respondió su eficaz secretario, sintiendo un poco de presión.
—Si todo está tan claro, entonces me iré desayunar, espero no tener ningún interrupción, de todas maneras... —caminó hacia la puerta pasando por su lado, y se detuvo mirándolo sobre su hombro—. Te tengo a ti, se eficaz como siempre, Park —dijo antes de salir de su oficina.
—Cielos —exhaló el rubio invadido de repente por la presión.
Jeon Jungkook era el epítome del hombre casi perfecto: empresario millonario, primogénito, soltero y apuesto, con un atractivo que rivalizaba con el de las celebridades. Su cabello negro denso y sedoso, su rostro de finas facciones y ojos negros profundos, su impresionante cuerpo esculpido por los dioses del Olimpo, que se ceñía a sus trajes hechos a la medida y atuendos de diseñador, su olor varonil y esa increíble presencia, hacían que cualquiera se rindiera a sus pies.
Pero lo que realmente lo hacía destacar era su inteligencia y astucia en los negocios, una combinación letal que lo había llevado al éxito a sus veintinueve años. Sin embargo, había un detalle que lo alejaba de la perfección: su horrible carácter y personalidad temible. Amargado, gruñón y antipático, hacían que a su madura edad siguiera soltero, sin ningún avistamiento de relaciones o interés romántico, lo que era comprensible dado su mal carácter que hacía correr a cualquier.
Cualquiera, menos su secretario Park Jimin, un jovencito de veintiséis años que había terminado la universidad con honores y había sido contratado por la empresa de Jungkook como secretario ejecutivo.
Al principio, había pensado que sería un trabajo fácil, pero pronto se dio cuenta de que trabajar para Jeon Jungkook era un desafío constante. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, Jimin se fue enamorando de la inteligencia y astucia de su jefe, y se esforzaba por aprender todo lo que podía de él.
Se había adaptado y acostumbrado al carácter de su jefe, demostrando una paciencia y eficacia envidiable. ¿Pero qué más podía hacer? La vida es dura, y cuando debes ser un adulto responsable, pagar impuestos, proveer tu propia comida y pagar la renta de un departamento compartido con un amigo de la ex facultad, no hay otra opción que soportar.
¿La vida en realmente dura no es así?
Jimin entró en el departamento y se encontró con un estruendoso sonido de música hip-hop. Se cambió los zapatos por las pantuflas de casa y se dirigió hacia la habitación de su compañero, tocando la puerta con fuerza.
—¡Jung Hoseok, lograrás que nos echen del edificio! ¡Baja el volumen! —gritó.
La puerta se abrió y apareció el aludido, con el cabello mojado de sudor y una sonrisa brillante como el sol.
—Jiminie, ¿qué sucede? Llegaste a casa —dijo, mientras apagaba la música con el control remoto.
Jimin suspiró, molesto.
—Ya te lo he dicho muchas veces, puedes bailar todo lo que quieras, pero no puedes subir tanto el volumen de la música. Llevamos dos advertencias, a la tercera nos echarán, lo sabes.
Hoseok se encogió de hombros inocentemente.
—Lo siento, perdón. No volverá a pasar.
Jimin se dirigió hacia la sala de estar, exhausto.
—No quiero volver a repetirlo, ¿lo entiendes? De lo contrario, tú serás el que te vayas. —le advirtió echándose en el sofá tras un suspiro pesado.
Su amigo le tendió una lata de cerveza que sacó de la nevera al verlo tan cansado.
—¿Cómo te fue hoy en el trabajo?
Jimin la tomó y le dio un trago.
—Estuvo bien, como todos los días. La próxima semana tendré que ir con mi jefe a un viaje.
—¿De negocios?
—Algo así. Es el cumpleaños de su padre y su familia organizó una reunión familiar, pero él nunca quiere dejar de trabajar, así que me llevará con él para continuar allá los días que nos quedemos.
Hoseok asintió.
—Es... escuché de él... mmm... ¿cual es su nombre?... Jun Jan...
—Jeon Jungkook —corrigió Jimin.
—¡Si, él! Dicen que es un antipático de lo peor, ¿no? También escuché que es muy apuesto y millonario —enfatizó lo último, subiendo y bajando las cejas rápidamente, golpeando juguetonamente el hombro de Jimin—. ¿Tramas algo?
Jimin lo miró de reojo, frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, no lo sé... no hace poco terminaste con... —se calló al ver que Jimin ponía su dedo índice sobre sus labios.
—Shh. ¿Qué dijimos de hablar sobre Yoongi?
Hobi sonrió.
—Ya lo sé, pero es imposible no hablar de él cuando estuviste un mes llorando como una magdalena, comiendo helado y escuchando canciones deprimentes.
Jimin puso los ojos en blanco.
—Supéralo. Bueno, eso que tiene que ver con mi jefe...
Hoseok se inclinó hacia adelante.
—Pues que tienes una gran oportunidad ahí, es decir, es guapo, soltero, si tal vez gruñón, pero millonario. ¡Millonario, Jimin!
El rubio lo miró con cara de "¿qué diablos?".
—Deja de decir tonterías. Cualquiera menos yo. A mí no me interesa el dinero, y a veces, Hobi... —se levantó del sofá y caminó hacia su habitación—... lo único que importa es que me quieran de verdad.
Hoseok bufoneó.
—Mmm, no lo creo, el dinero si da felicidad, esa es la verdad.
Jimin le sacó la lengua y cerró la puerta de su habitación.
—Este tonto de verdad.
El rubio sonrió y se echó en la cama, dispuesto a mirar el techo en silencio. Como todas las noches se ponía a pensar en su vida. ¿Qué sería de él? Tenía un poco de miedo, era bastante joven para ser prisionero de la vida adulta. Tal vez estaba viviendo la realidad, una bastante cruel. Quería salir a divertirse, vivir situaciones alocadas, disfrutar su juventud, pero en cambio era secretario de un hombre antipático. ¿Algún día pasaría algo interesante? Solo quería que su vida diera giros caóticos, quería vivir lo mismo que en esos dramas que había visto. No quería ser solo un chico dejado recientemente por su novio idiota, con un trabajo que le rompe los nervios.
Junto a un suspiro, Jimin se recostó de lado, mirando hacia su ventana, cuyas cortinas abiertas dejaban ver la luna llena en el cielo oscuro.
—Desearía vivir algo interesante, algo que... no lo sé, joder, tengo veintiséis. —murmuró, mientras sus párpados pesaban y sus ojos comenzaban a cerrarse poco a poco.
Luego de un bostezo, se quedó dormido, sumido en sus pensamientos y anhelos de una vida más emocionante.
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